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Consenso o barbarie

Fuentes: Rebelión

Asistimos, algunos sorprendidos y otros no tanto, a una convocatoria de elecciones extraña. Lo es, por ser la primera vez que ocurre desde la Transición, pero esto no es más que un síntoma de algo más complejo: el empate entre aquellos que por lo menos imaginan una «nueva España» (aunque sea formando una «mini España») […]

Asistimos, algunos sorprendidos y otros no tanto, a una convocatoria de elecciones extraña. Lo es, por ser la primera vez que ocurre desde la Transición, pero esto no es más que un síntoma de algo más complejo: el empate entre aquellos que por lo menos imaginan una «nueva España» (aunque sea formando una «mini España») y aquellos que todavía creen en esta «España vigente» que todavía no es vieja y ejerce su poder en el presente. Lo que se enfrenta en estas elecciones son dos creencias: la creencia en los mitos vigentes, contra la voluntad creer y de crear otros distintos. Esto es lo que decidimos en las nuevas elecciones, y mucho más claramente que en diciembre. Me explico en lo que sigue.

Una comparación

En las elecciones anteriores decidíamos en tres ejes: entre lo nuevo y lo viejo; la izquierda y la derecha; y los de arriba y los de abajo. Ahora estas categorías empiezan a tambalearse, algo más que normal: lo nuevo ya es viejo tacticismo; la izquierda y la derecha queda redefinida a gusto de cada cual debido al pacto PSOE-C’s; y finalmente el eje arriba y abajo pasa a ser una frontera ya difusa sin mucho recorrido, por lo menos ahora mismo, no sabemos si en campaña aparecerá de nuevo.

Estas nuevas elecciones ya no se juegan exactamente en esos ejes: el discurso de lo nuevo y «el cambio» parece ya agotado desde que le ha valido al PSOE para legitimar su candidatura a la Moncloa. Y la izquierda y la derecha se redefine a gusto de cada cual, ya que la única pregunta que no nos hemos hecho es si el acuerdo PSOE-C’s es un pacto de izquierdas o de derechas.

Son unas elecciones en las que el electorado se cree cínicamente superior a sus líderes. Vuelve el hastío del «todos son iguales», completado ahora por el «hay que encerrarlos hasta que lleguen a un acuerdo».

Una contienda política la gana aquel que es capaz de plantear las preguntas que se deben responder en dicha batalla. El que es capaz de poner sobre la mesa los temas que se van a discutir, es quien suele ganar el debate; ya que en toda pregunta va implícita la que debería ser la respuesta correcta. Ahora principalmente nos enfrentamos al eje pacto-programa.

 El Partido del Pacto

El Partido del Pacto está formado por los ya mencionados PSOE y Ciudadanos. Su acuerdo, al margen de las medidas del mismo, nos retrotrae en el imaginario a aquello que se dio en llamar Transición. La época dorada del consenso como sinónimo de democracia. Creo que pocas palabras más hacen falta para justificar esto. Basta con recordar el cuadro que escenificó la firma del pacto: El Abrazo de Juan Genovés, que se pintó como imagen de la España reconciliada tras la Guerra y la Dictadura.

El discurso del pacto es el siguiente: «quien no dialogue, se estará autoexcluyendo del mandato de las urnas, ya que el mandato es negociar y cambiar. Como en la Transición».

Sin embargo, ¿esta mitología cabe dentro del contexto actual? Siendo honestos no. Y por varias razones. La Transición no cabe en un acuerdo PSOE C’s porque a ninguno de los dos le son prácticamente afines ninguno de los movimientos sociales ahora boyantes. Pero al margen de eso, hay dos razones principales y más importantes:

La primera de ellas es que en la Transición, teóricamente, todos los partidos y principales sindicatos se sentaron a negociar los principios políticos, territoriales y económicos de nuestra democracia, cada uno aportaba y transigía en función de su fortaleza social y electoral bajo el liderazgo de Adolfo Suárez. Si esto fue o no tal que así, es un debate académico. El asunto es que esta es la imagen que la mayoría tenemos de aquello. Y nada tiene que ver esta imagen con la de dos líderes firmando un acuerdo ideológico de gobierno al que los demás, si son «pactistas», deberían unirse. Es como si usted fuese a cenar con amigos, y ellos pidiesen lentejas para todos, porque las lentejas, las comes o las dejas. Si acaso, en su infinita magnanimidad, te permiten echarles más sal. Desde luego, si algo se nos ha dicho, es que en la Transición, nadie pidió lentejas.

Esto se ve meridianamente claro en la segunda razón que queremos rescatar para decir que el Partido del Pacto no puede compararse con el de la Transición, y esta razón es el problema territorial español. Cuando se produjeron las negociaciones, los partidos nacionalistas tomaron parte y expusieron sus demandas, que sonaban igual de rocambolescas que ahora nos suena el «derecho de autodeterminación». Hoy en día, en esta ficción de Nueva Transición que pretende el Partido del Pacto, no hay un intento de dialogar con las fuerzas nacionalistas, se les quiere marginar como si no estuviesen en el Parlamento. Lo peor es hacernos creer a nosotros que «esto de España no va con ellos», y que es normal que no se pueda negociar con ellos absolutamente nada. Como si los hubiesen puesto en esos sillones fuerzas cósmicas y no otros españoles (aunque no quieran serlo). Sorprende que según el CIS, sólo al 1,4% de los españoles les preocupe «la cuestión catalana».

En definitiva, podemos concluir que nada tiene que ver la imagen de la Transición con la imagen del Partido del Pacto. Sin embargo, parece haber una obsesión con la necesidad de pactar. Todos los medios de comunicación han ametrallado al electorado con gestos corporales, declaraciones públicas, apretones de manos, paseos por San Jerónimo, etc. Como si el tiempo se hubiese parado para todos, como si ya no hubiese pobreza, como si ya no hubiese desahucios, como si lo importante fuese el Pactómetro. Son los medios de comunicación los culpables del hastío, de crear esa obsesión por «dialogar». Son los culpables de crear la necesidad de tener un gobierno del signo que fuese. Como si el programa de los partidos sobre los desahucios, sobre el modelo territorial, sobre el déficit, sobre la Unión Europea, etc., no importase. Eso es tangencial, lo importante que se pongan de acuerdo.

Algunos nos sorprendemos de este ansia, ¿por qué esta obsesión con pactar? ¿Qué tiene el consenso que subyuga? Hay garantías legales para que, por repetirse las elecciones, no pase nada y haya un gobierno de poderes muy limitados. ¿A qué le tenemos miedo?

No es que subyugue el consenso, ni el acuerdo simplemente, que ha sido una dinámica habitual en España, donde se ha pactado con el nacionalismo periférico. Todos los que dicen que «España no es país para pactos» deberían hacer un pequeño repaso de nuestra historia reciente. A no ser que, como decíamos antes, queramos ver los nacionalismos periféricos como las anomalías democráticas que no son. Aunque quieran hacernos creer que sí.

Lo que subyuga es la mitología política de nuestro régimen que aparece reflejada en determinados liderazgos como Adolfo Suárez o Felipe González, en determinadas palabras como consenso, en determinadas ideas como que democracia es sinónimo de acuerdo… estas son las coordenadas desde las que casi todos hemos interpretado estos cuatro meses desde el 20D. Por eso, a todos nos parece esto un circo político que no mira por los españoles, sino por el interés partidista. Nadie ha reparado en que las investiduras se hacen entre fuerzas que puedan tener puntos programáticos comunes, y no se hacen nunca «entre todos». Y lo programático es precisamente la garantía de que un partido político entiende que la democracia es una cosa y no otra. Por ejemplo, nada tiene que ver la democracia del PP con qué es la democracia para IU. Ni la del PSOE con la de ERC. Y digo ‘democracia’, pero bien podríamos decir ‘libertad’, ‘solución a los problemas’, ‘igualdad’, etc. La democracia también es disenso, y no solo consenso, porque las ‘soluciones a los problemas’ siempre son ideológicas.

El significado de la palabra «acuerdo» en España es más que el simple acuerdo, es una manera de entender nuestra democracia. El consenso es una mitología y un símbolo que sustenta y vertebra nuestra democracia tal como la entendemos hoy. Por eso las elecciones venideras son el enfrentamiento entre la España Vigente -donde prima pactar antes que cualquier otra cosa, ya que el consenso por sí solo todo lo arregla-; y un intento de Nueva España que, antes de pactar, pretende primar un determinado tipo de soluciones programáticas a unos determinados problemas.

El Partido Popular y el Partido del Programa

El jaque declarado por el Partido del Pacto hacia su derecha a través de Ciudadanos, y hacia la izquierda por el PSOE, dejaba a Podemos y al Partido Popular en una situación difícil. Ya anteriormente Podemos se encontraba en una posición difícil debido a su negativa a esa cosa que es «dialogar», abandonándose a un adelanto de elecciones que, de ser en aquel momento, le hubiesen pasado importante factura. Esta posición fue salvada por Alberto Garzón in extremis cuando sentó a PSOE y Podemos en una misma mesa, consciente el líder de IU que la actitud de Podemos le pasaría factura al Partido del Programa.

Con todo, el Partido del Programa mantenía sus exigencias ideológicas y decía que sin que las demandas de la Nueva España entrasen en un acuerdo de gobierno, ellos no apoyarían un gobierno que aplicase un programa similar al del PP aunque el PP no estuviese en el gobierno. Los nacionalismos periféricos exigían la autodeterminación y Podemos e IU medidas no solo de «regeneración política» sino también económica.

Mientras, los populares practicaban lo que mejor se les da, dejar correr el tiempo a sabiendas de que su suelo electoral en una España envejecida sigue siendo mayor al del resto. Incapaz en ente tiempo de marcar cualquier tipo de debate en la agenda pública más allá de la corrupción y las esteladas de Copa de Su Majestad El Rey (competición despolitizada). Y es aquí cuando la estrategia del Partido Popular pasa a ser, curiosamente, la misma que la del Partido del Programa. Incluso se podría decir que el PP forma parte del Partido del Programa, aunque no porque crean en una Nueva España, sino por mero electoralismo. Me explico en lo que sigue.

El PP pasó a decir que o lo hacían gobierno, o no negociaba nada. Dejó a un lado el mito del consenso y criticó duramente al PSOE por no hacer una Gran Coalición con ellos al frente. Y planteó un escenario en el que, o el PSOE aplicaba el sentido común y se escoraba hacia ellos, o pactaba con los populistas-radicales-separatistas. El mismo escenario que planteaba el Partido del Programa. Pero ¿por qué esta increíble coincidencia estratégica?

En primer lugar, el Partido Popular es un partido que sostiene su poder en la estancia en el gobierno. Fuera del gobierno, no es un partido capaz de hacer una oposición continuada sin ir derrumbándose poco a día de hoy. La corrupción lo demuestra. Y sin capacidad para legislar, la capacidad de tener poder a través del clientelismo es mínima. Pensemos por ejemplo en algo de lo más inocente que Ciudadanos exigía para pactar que era la abolición de las diputaciones. El PP basa su poder en muchos territorios de España en el control patrimonial de las diputaciones. Si tiene que eliminarlas pierde poder, y esto es algo que no desea de ninguna manera.

En segundo lugar, el PP, en ese interés propiamente partidista y que siquiera mira de cuidar la España Vigente (sino por sí mismo en el gobierno), ahora polarizará con Podemos como ya hizo Esperanza Aguirre en Madrid. Le dará así a Podemos la categoría de verdadera oposición; y a ellos la categoría de verdaderos defensores del programa de la España Vigente contra el programa del Partido Programa. De esta manera, el PP buscará colocar al PSOE en el tercer puesto en la competición electoral, presionándolo para que, al final, lo apoye ante la posibilidad de que gobierne el populismo bolivariano. Ahí está por ver si el PP dejará esta momentánea coincidencia con el Partido del Programa, o acogerá en su seno el discurso pactista. Cosa que en buena medida depende de la cabeza política de Mariano Rajoy.

Conclusión

En definitiva, estas nuevas elecciones son las que van a valer para saber si España realmente quiere un pacto a toda costa, o un pacto condicionado por los programas políticos y económicos.

En este sentido, lo indudable es que el programa PSOE-C’s es incompatible con las fuerzas que son del Partido del Programa (Podemos, IU y nacionalistas periféricos con un 31% de los votos). El acuerdo de El Abrazo es próximo a símbolos políticos de la Transición, y por tanto, próximo a la otra pata del régimen que es el PP, el cual no quiere negociar con nadie que ponga en cuestión tampoco el liderazgo de Mariano Rajoy. Lo que se ve a la vez retroalimentado por la negativa del PSOE a negociar con los populares, ya que su caída sería monumental, y el PSOE, obviamente, no quiere morir. Por eso pacta con C’s, que le asegura un programa respetablemente tradicional, y le permite también la explotación de la mitología del consenso. Aun sabiendo que aquello era incompatible con el Partido del Programa.

Pensemos ahora si el consenso no puede ser una táctica electoral en vez de ser «altura de Estado». Lo que España reflexiona de cara a las nuevas elecciones es si prefiere al Partido del Pacto por el pacto, o al Partido del Programa para el pacto.

Jacobo Calvo Rodríguez. Licenciado en Historia por la USC y máster en Estudios Contemporáneos de AmLat. por la UCM

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.