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Consumir con prudencia no es suficiente para salvar a los peces del mundo

Fuentes: Alternet

Traducido por Idalmy Montes y revisado por Miguel Serrano, del Equipo de Traducciones de Cubadebate y Rebelión.

Recientemente leí el Manual del pescado blanco de Ecuador, un libro donde se describen los pescados que Ecuador comercializa para la exportación. En la página dedicada a la merluza del Pacífico Sur, el escritor reveló que los filetes de merluza se comercializan y venden como lenguado, trucha gris y tilapia. ¿La merluza se vende como tilapia?

Usted conoce la tilapia – todo el mundo concuerda en que es un tipo de pez sostenible sobre todo porque vive y se alimenta a base de una dieta vegetariana (por lo que no requiere de pescado en su alimentación).

La tilapia aparece en la columna de las «mejores opciones» en las guías de bolsillo sobre productos del mar (seafood wallet cards) donde se indican cuáles son las mejores y peores especies para el consumo. Durante años, las organizaciones ecologistas y sanitarias han resaltado los beneficios de la tilapia, y eso se nota. De hecho, recientemente se le llamó «el pescado más popular del mundo».

La demanda de tilapia aumenta -solamente en los EE.UU. ha pasado del noveno lugar entre los pescados de mayor consumo en el 2003 al sexto lugar en el 2004. Por lo que no debería sorprendernos que ahora aparezcan impostores de la tilapia, como esta merluza.

La merluza del Pacífico es un pez carnívoro que los barcos pesqueros industriales capturan en mar abierto con sus largas redes en las que también quedan atrapadas tortugas, tiburones y aves marinas. La merluza está muy lejos de parecerse a la tilapia, pero por el sabor no se puede diferenciar.

Sin embargo, la merluza no es la única impostora. Muchas especies de pescados de agua salada, luego de ser renombradas o falsamente etiquetadas, se enmascaran en el mercado como especies ecológicas, más sabrosas o como versiones más apetitosasque lo que en realidad son. ¿Qué significa esto para los grupos ecologistas que trabajan para salvar los océanos sobre la base del «comercio ecológico»?

El poder del pocketbook

Con la reducción de las reservas de peces y el incremento de la preocupación por los océanos, las organizaciones no gubernamentales (ONG) han llevado a cabo una serie de campañas de marketing social relacionadas con los productos del mar, la mayoría de las cuales tienen que ver con lo que se debe comer y abarcan desde el etiquetado ecológico hasta el boicot explícito a determinados productos.

La etiqueta más destacada de productos del mar, colocada en las latas de atún desde la década de los noventa, es el logo de «delfines a salvo» para los productos de atún. Otra etiqueta bien establecida y muy discutida es la del Consejo de Administración Marítima (MSC, por sus siglas en inglés). Además de las etiquetas ecológicas, muchas ONG realizaron campañas para influir en el comportamiento de los consumidores, tales como la campaña «Dejemos en paz al pez espada» o la de «Cultivado y Peligroso» para el salmón. Las ONG y los acuarios también han publicado guías de bolsillo sobre productos del mar, para que los consumidores las consulten en el mercado o en los restaurantes.

El objetivo fundamental de estas campañas es fomentar una conciencia de consumo que contribuya a que la demanda de productos del mar apoye las reservas de peces que son sanos para el consumo. Sin embargo, hay toda una serie de impedimentos que se interponen entre estas campañas y el éxito que pudieran tener.

Llamemos a los peces por su nombre

Por un lado, como sucede en el caso de la falsa merluza, las estrategias que se siguen para falsear el etiquetado socavan el marketing ecológico. Una campaña generalizada en Europa creó conciencia sobre los efectos negativos del cultivo de los camarones de cultivos. Por lo que los camarones tailandeses, que representan casi el 30 por ciento de la producción mundial, ahora se exportan con la etiqueta «capturados en su hábitat natural», en lugar de decir «criados en granjas acuícolas». En el Reino Unido, al bacalao que se captura de manera ilegal se le coloca una etiqueta que dice «abadejo».

Cambiar el nombre de las especies complica aún más los esfuerzos de los grupos defensores de los productos del mar. Las tres cuartas partes del pescado que se vende como «pargo» en los EE.UU. pertenecen a otras especies. El cangrejo moro, una vez que se echa por la borda por considerarse sin valor, se comercializa y vende como «cangrejo peekytoe». La merluza negra de la Patagonia, especie en extinción, se comercializa como lubina chilena. Al reloj del Atlántico (slimehead) se le dio el nombre de una especie de color naranja y aspecto áspero más agradable al paladar.

Cambiar el etiquetado de las especies es un acto deshonesto y también da a los consumidores la falsa idea de que la oferta satisface la demanda. La carne de tiburón se marca para hacer «faux scallops» (ostiones artificiales). La raya común, que en otros tiempos se utilizó en la elaboración de muchos platos salados en restaurantes, prácticamente se ha extinguido en el Mar del Norte, motivo por el cual las rayas con espinas dorsales se venden como rayas. En Ecuador, el tiburón se filetea y se vende como lenguado o atún. Pero la escasa posibilidad de detección en el mercado constituye un problema menor que el propio mercado.

Luchemos contra el apetito mundial

Los ciudadanos estadounidenses consumieron medio kilogramo más de pescado por persona en 2004 que en 2002. De hecho, casi todo el mundo ahora consume una mayor cantidad de pescado. El consumo de pescado por persona a nivel mundial se ha elevado ininterrumpidamente desde principios de la década del sesenta en un 3,6 por ciento anual. Durante ese período, el consumo de pescado por persona se ha duplicado.

Asia consume más de dos tercios del pescado del mundo (aunque una parte son mariscos de cultivo). Solo Japón representa cerca del 40 por ciento del mercado de importaciones del mundo. (En conjunto, la Unión Europea, los EE.UU. y Canadá suman casi el resto). No obstante, hoy en día, muy pocos consumidores asiáticos establecen una diferencia entre los productos en el contexto de los temas medioambientales y de ahí que no sean objeto de atención de los grupos como el MSC.

Se espera que la demanda de productos del mar también aumente en América Latina y África, donde al parecer los consumidores no se muestran receptivos al etiquetado ecológico del pescado. Otro problema que presenta el etiquetado ecológico es que la certificación es voluntaria, de ahí que solo lo hagan las compañías pesqueras que obtienen ganancias al adoptar un producto. Además, estimular el consumo de pescado «capturado de manera sostenible» constituye una presión aun mayor para las reservas de peces actualmente sanos.

¿Son entonces las etiquetas ecológicas solo apropiadas para determinados nichos de mercado? A muchos países en desarrollo les preocupa que la promoción de los productos ecológicos esté ocurriendo en mercados donde los requisitos alimentarios ya se hayan cumplido. Les preocupa, además, que los pescadores en pequeña escala son los únicos que quedarán para vender el pescado no sostenible. La implicación de lo antes dicho es la siguiente: si usted no se lo come, otro lo hará y si usted no lo captura, otro lo hará.

¡Salvemos los océanos! Vote a favor

Con las campañas dirigidas a crear una conciencia en los consumidores se ha distribuido un gran volumen de información y, es de suponer, que esto esté creando conciencia en la sociedad acerca de la importancia del pescado. Sin embargo, la proliferación de las certificaciones y etiquetas no garantiza que se cumplan los objetivos de la conservación.

El etiquetado de los alimentos orgánicos se ha extendido por los supermercados de toda Norteamérica y se considera el programa de etiquetado ecológico más exitoso. La etiqueta ecológica de los Agricultores Orgánicos Certificados de California, predecesora de la etiqueta de alimentos orgánicos de USDA 2002, existe desde 1973. No obstante, de 1991 a 1998, en California se incrementó la utilización de plaguicidas en un 40 por ciento.

Asimismo, los programas sobre la concientización de la importancia de los productos del mar han tenido poca repercusión en el mercado que pueda demostrarse. Las ONG desempeñan un papel muy valioso en la creación de una conciencia pública y sus esfuerzos son dignos de elogio, pero si el objetivo es reducir la presión sobre las reservas de peces salvajes, entonces quizás debería cuestionarse la fe en la magia del mercado libre y reconsiderarse las estrategias de conservación orientadas a los consumidores.

Además de sus esfuerzos desde la base, las ONG pueden continuar ejerciendo su influencia en las regulaciones. El National Environmental Trust (NET) descubrió que la merluza negra de la Patagonia (su nombre original) capturada ilegalmente, llega a puerto estadounidense y, antes de que los funcionarios de aduana terminen de revisar la documentación, ya el pescado está en el mercado. Entonces los compradores no saben si su pescado fue capturado ilegalmente o no.

El NET realizó un cabildeo exitoso con el gobierno de los EE.UU. para que se exija la aprobación previa del gobierno antes de que la merluza negra llegue a tierra. Pero no solo las ONG ejercen su influencia en las acciones gubernamentales; la mayor influencia que puede ejercer un ciudadano radica en elegir a un gobierno que esté comprometido con la administración de la industria pesquera por medio de restricciones en el exceso de capacidad, la eliminación de las banderas de conveniencia, el fortalecimiento de las regulaciones y la garantía de que se realice un seguimiento al mercado.

Muchas naciones pesqueras constituyen democracias, dirigidas por gobiernos electos. Por lo tanto, los ciudadanos deben ser capaces de revertir la tendencia que existe actualmente hacia la pesca excesiva utilizando su boleta de votación, en lugar de la guía de bolsillo sobre productos del mar.

En su libro En un océano perfecto, Daniel Pauly y Jay Maclean señalan que los peces de cultivo como la tilapia que se alimentan de plantas, pueden sustituir a los peces carnívoros criados en su hábitat natural a la hora de sentarnos a la mesa a comer, pero no pueden sustituir la función que cumplen los peces salvajes en los ecosistemas de donde fueron extraídos (a menos que, claro está, su tilapia sea, en realidad, merluza). Igualmente, el comercio ecológico no puede sustituir una buena gobernabilidad mundial.

Jennifer Jacquet, economista medioambientalista, es miembro del Proyecto El mar a nuestro alrededor (SAUP, por sus siglas en inglés) y del Centro de Productos de la Pesca de la University of British Columbia. Una versión más detallada de este artículo apareció en Marine Policy: Jacquet, J. L. y D. Pauly. «El incremento de las campañas para elevar la conciencia sobre los productos del mar en una era en que la industria pesquera se dirige a la quiebra». Marine Policy: 31:308-313.

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Vea este artículo en línea en el sitio: http://www.alternet.org/story/48230

Publicado en Alternet, el 24 de febrero del 2007.