La solución al racismo estructural no puede ser, y no será, la de un “capitalismo negro” o la de un “capitalismo que no vea colores”.
Todos y cada uno de nosotros vivimos bajo un modelo socio económico y político determinado por el capitalismo racial desde hace siglos, que ha venido a definir e ir estructurando el sistema mundo moderno. Esto marca y condiciona en mayor o menor medida todos los aspectos de nuestras vidas a nivel particular, pero sobre todo a nivel colectivo. Unas conciencias colectivas determinadas por las condiciones materiales, pero también históricas y simbólicas.
Es así como nuestros procesos de socialización, con las diferencias que puedan darse entre ellos, se ven finalmente condicionados por ese mismo orden. Eso se ve en el propio modelo hegemónico de la democracia liberal pero también en los sistemas educativos, en sus contenidos curriculares, en los relatos históricos construidos bajos los marcos de los Estados nación, y sin duda en los medios de comunicación, etc. Todo esto lleva a que la mayoría de las ideologías legitimadas, difundidas y defendidas beban y se establezcan bajo dichos “límites” que son definidos como cárceles de pensamiento. Encontramos que entre dichas parcelas ideológicas las más extendidas son el liberalismo, el neoliberalismo y la socialdemocracia. Situando las salvedades geográficas donde el capitalismo no se efectúa de la misma manera, e incluso se pone en cuestión a nivel interno, los Estados siguen insertos en el mismo sistema mundo en el que juegan con los paradigmas y herramientas de uso ya establecidas. Por lo que no decimos ninguna locura si afirmamos que la mayoría de las personas, variando según geografías con procesos históricos determinados, se identifican principalmente con estas ideologías.
Como no puede ser de otra manera, esto repercute en las organizaciones y los movimientos políticos de diferente orden, temática y estructura. Movimientos que conforme más globales son, más alineados tienden a estar a esos ejes descritos. Esta lógica que estoy intentando aclarar muy brevemente, y sin entrar en diversos matices que sin duda son importantes, es la que me permite reconocer a la mayoría de las organizaciones socio políticas antirracistas (como de otra índole) como liberales o enmarcadas en el mismo lenguaje del capitalismo. Esto, que tampoco debería sorprender a nadie, da lugar y a la vez es consecuencia de las principales agendas y las asunciones de determinados lenguajes y discursos que se han ido afincando desde Organismos Internacionales, determinados Estados y organizaciones de la sociedad civil. Para nada soy el único ni el primero que hace este tipo análisis, vinculado a la lucha política dentro del Estado español encontramos entre muchas otras personas a Helios F. Garcés, a Pastora Filigrana, a Daniela Ortiz, a Nzang Ezimi o a Mba Bee Nchama.
«Algunas organizaciones que se autodenominan como antirracistas, pero que parten desde el propio liberalismo, sitúan sus demandas en procesos que son leídos muchas veces como revolucionarios desde los propios límites de las democracias liberales»
Estas organizaciones que se autodenominan como antirracistas pero que parten desde el propio liberalismo sitúan sus demandas en procesos que son leídos muchas veces como revolucionarios desde los propios límites de las democracias liberales. Sin duda, el hecho histórico de partir desde un lugar donde han sido relegados de los propios espacios de poder político-económicos, facilita que cualquier avance dentro de ese mismo modelo sea entendido muchas veces como revolucionario, y no seré yo quien lo cuestione en muchos de los casos. Si dentro de una democracia liberal las personas negras no tienen derecho al voto o este se ve limitado por todo tipo de políticas para condicionar o conseguir ese derecho al voto efectivo como el resto de la población blanca puede leerse sin duda como un proceso revolucionario. Si las estructuras económicas capitalistas han sido controladas históricamente por hombres blancos, y cada vez más mujeres, pensar que la meta es que exista representación poblacional no blanca en esas mismas esferas de poder económico, puede ser leído desde marcos liberales como un proceso revolucionario. Esta asimilación del lenguaje y práctica liberal se refleja muchas veces en la asimilación de las lógicas del emprendimiento como una salida viable de las condiciones de precariedad de las poblaciones racializadas.
Otro elemento en boga sería el de la identidad, lo cual de una forma mal entendida lleva a que los procesos de lucha política identitaria se resuelvan en ocasiones de formas meramente individuales del mero autorreconocimiento alejándose de los procesos de las identidades colectivas políticas que aspiran a generar conciencia racial política. Esto lleva muchas a veces a que se sitúen los logros, o por lo menos las metas políticas, en la mera representación política dejando de lado la importancia de la ideología que implica tal representación. Ejemplos tenemos muchos, desde los casos en el campo de las mujeres blancas con Margaret Thacher o más reciente el de Barack Obama, Kamala Harris o Rishi Sunak en Reino Unido. Dicho esto, no seré yo quien cuestione el grado de validez o importancia de esas representaciones teniendo en cuenta su ausencia histórica como síntoma del racismo, sino la limitación de estas si se descuida el plano ideológico. De ahí que sea importante revisar cuáles han sido las ideologías de estas personas que han llegado a esas instancias de poder.
La asunción de conceptos radicales como el de racismo estructural en un primer momento o algunos más actuales como el de interseccionalidad por parte de organismos internacionales, así como por parte de los mismos Estados liberales es un reflejo de ello. No hay que pasar por alto la capacidad que ha tenido siempre el capitalismo para reapropiarse de todo concepto o proceso político que lo amenaza. Recientemente la académica y activista Ochy Curiel señalaba precisamente cómo se ha volatilizado el concepto de interseccionalidad por parte de los feminismos liberales, del que con una óptica liberal de la raza se suman algunos colectivos de mujeres racializadas. Estos conceptos que ya hacen parte de informes hasta del Banco Mundial de la forma en la que son asumidos y despropiados terminan por desvirtuar, cegar y no reconocer el contenido abolicionista de los sistemas de opresión.
«La aceptación del racismo como un elemento estructural sin el reconocimiento de que esa estructura es eje del capitalismo racial implica focalizar las agendas únicamente en campos limitados como por ejemplo el de las llamadas políticas públicas»
Por su parte, la aceptación del racismo como un elemento estructural sin el reconocimiento de que esa estructura es eje del capitalismo racial implica desconocer y por lo tanto focalizar las agendas únicamente en campos limitados como por ejemplo el de las llamadas políticas públicas. Por muchas políticas públicas que se demanden, si el modelo económico que distribuye la mano de obra y los campos de las clases trabajadoras y propietarias bajo marcos raciales no se rompe, esas políticas públicas terminarán afincando pequeñas élites negro-burguesas y dejando de lado a las poblaciones trabajadoras mayoritariamente negras (en términos de proporcionalidad según el país). Esto es a lo que lleva la generación de los llamados Black Diamonds en Sudáfrica o las élites culturales millonarias de Estados Unidos. Es precisamente en esa intersección del capitalismo, el racismo y el patriarcado, que si no se piensa como una abolición de esos sistemas (que suponen uno solo), el resultado será un proceso orgánico de continuidad de la blanquitud como ha venido ocurriendo históricamente. Bajo las democracias liberales y el capitalismo racial las políticas públicas tenderán a ser meramente instrumentales y limitadas. Por ello es trascendental reconocer que para pensar en políticas públicas hay que pensar en el Estado, el tipo de Estado en el que se pretende que se inserten y su relación con el capital y el mercado.
Con esto, no pretendo restar importancia al trabajo y la incidencia política para la creación o mejora de políticas públicas dirigidas a las necesidades concretas de las poblaciones racializadas, y de las mujeres en particular, y a señalar, contrarrestar e incluso reparar el racismo histórico. Sin duda, un campo de batalla clave en este sentido, y que es punta de lanza de muchas organizaciones y activistas, es la generación de información, datos estadísticos y la incorporación en los censos de las variables étnico-raciales para la posibilidad de desarrollar tales políticas. Pero esto siempre debe venir acompañado no solo de una conciencia racial por la abolición del modelo sino de una propuesta y una práctica política abolicionista.
La solución al racismo estructural no puede ser, y no será, la de un “capitalismo negro” o la de un “capitalismo que no vea colores”. No solo se presenta inviable, y supone un desconocimiento de la configuración del capitalismo racial moderno, sino que supondría aceptar y reconocer como necesaria que la mayoría de las masas trabajadoras de personas no blancas siguieran marcadas por las mismas brechas y discriminaciones estructurales. Es por ello, que en el antirracismo y el ejercicio que implica la lucha política se presenta como imprescindible la generación de una conciencia racial de clase que permita reconocer la necesidad de la abolición de los sistemas de opresión y que a su vez facilite la interacción y luchas políticas conjuntas. La abolición de la blanquitud debe llevar implícito la abolición del capitalismo.
Desde este sentido, el antirracismo político lo es cuando reconoce el sistema en el que se inserta del capitalismo racial y patriarcal, y por lo tanto, demanda el fin de todo el eje y no la conveniencia o convivencia de una parte de este que en última instancia sería lo mismo que se les achaca a las organizaciones de izquierdas blancas que descuidan, desconocen o niegan el orden racial del que hacen parte, como una parte privilegiada, bajo las dinámicas de la ideología de la blanquitud. Una identidad de la que no necesitan reconocerse constantemente, pero de la que hacen parte lo quieran o no. Así, el antirracismo para ser tal, desde un enfoque holístico, debe partir de esas posturas y transformarlas en agendas y hojas de ruta abolicionistas que aboguen por un fin y un cambio del modelo, una ruptura. El trabajo del resto será apoyar y sumar a las organizaciones antirracistas que parten de tales presupuestos y dejar de ponerles más peros y más zancadillas a su trabajo. El señalamiento de las limitaciones del antirracismo liberal que convive o asimila el statu quo, debe servir para fortalecer un antirracismo anticapitalista que parte de lugares antimperialistas y anticolonialistas. Una lucha política abolicionista.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/mapas/antirracismo-liberal