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La crisis desnuda al sector

Contra el rescate de la industria del automóvil

Fuentes: Diagonal

El autor analiza los diversos factores económicos, sociales y ambientales relacionados con la fabricación de coches y las posibles respuestas al modelo actual.

Desde el pasado año la industria del automóvil ha tenido una presencia continua en los medios, tanto por la caída de sus ventas como por la ayudas económicas que pide para sobrevivir. Y junto a esta información, de manera ritual, aparece el número de trabajadores que dependen de esta industria (9,6%) y el porcentaje del PIB que representa (5,2%).

Pero lo que nunca aparece es esta pregunta: ¿existe algún criterio de sostenibilidad, económico, ambiental o social que justifique la inyección de dinero público para impedir que la maquinaria se ralentice? En lo económico está claro que no. Si nos fijamos en las ventas de los últimos 13 años, las cifras de producción de automóviles españoles presentaban un incremento medio constante del 3%. Entre 1994 y 2007 la producción se incrementó en más de un 60%. ¿En qué confiaba la industria del automóvil? ¿En mantener ese índice indefinidamente? Bajo el dogma de la economía del mercado debería asumir por sí misma los errores de no adaptación al medio. Pero al igual que otros sectores, adopta la actitud de pedir dinero al Estado, poniendo sobre la mesa los puestos de trabajo. En cuanto a estos, el argumento tampoco es tan consistente como les gustaría a los fabricantes.

Así, un estudio del prestigioso Öko- Institut demuestra cómo para el caso alemán una apuesta sin fisuras por el transporte público generaría más empleos que el modelo actual. Movilidad insostenible Hablemos por tanto del grado de sostenibilidad ambiental. Es decir, hablemos del sistema de movilidad.

Porque si la industria del automóvil ha podido incrementar las ventas es porque aumentaban las infraestructuras que absorbían el parque de automóviles y su mayor utilización.

La repercusiones ambientales de este modelo de desarrollo han sido desastrosas: desde 1990 se han duplicado las emisiones de CO2 del transporte por carretera, y la fragmentación y urbanización del territorio ha alcanzado niveles insólitos. La única respuesta coherente que ha dado la industria a estos retos ambientales ha sido la de mejorar la eficiencia energética de los motores. Pero el fomento de vehículos de más potencia y peso, que dan mayores beneficios, incrementó el peso y la potencia de la flota media, neutralizando esa mejora.

En este contexto la UE intenta obligar a la industria a reducir las emisiones. Comienza entonces una feroz presión por parte de la industria. Tienen éxito y consiguen que la Directiva que se aprobó el pasado diciembre incluya muchas de sus reclamaciones, lo que supone retrasos de aplicación y debilitamiento de los mecanismos para hacerla efectiva. Desde el punto de vista social este sistema de movilidad tan condescendiente con el coche, a pesar de enormes inversiones en infraestructuras, no ha resuelto los problemas de movilidad de las ciudades, que siguen ahogadas por las congestiones, mientras que parte del transporte público se encuentra muy deteriorado. Además, la polución en las urbes origina una pérdida en la calidad de vida de los ciudadanos. La contaminación acústica no es menos relevante, y la ocupación de suelo urbano para la utilización del coche representa entre un 30% y un 40%. A lo que hay que sumar las más de 3.000 muertes anuales debidas a accidentes y los cientos de atropellados.

Nos encontramos por tanto en un sistema de movilidad insostenible, donde el coche y su industria son protagonistas. Si se han mantenido es por la dinámica de construcción de infraestructuras, mayor reclamo de coches, congestión, presión social para construir más infraestructuras, y así indefinidamente. Pero con el incremento del precio del petróleo, el estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera, esta espiral se ha roto. Es el momento de aplicar la cacareada frase de que la crisis «sea una oportunidad para salir fortalecidos». Este planteamiento supondría mirar al futuro y entender que vivimos en un planeta de recursos limitados en una crisis ambiental severa. Si tenemos que invertir los recursos públicos tendría que ser en prepararnos para el futuro y los retos ambientales y energéticos (pico del petróleo) que nos aguardan. Nunca en despilfarrarlos para asistir artificialmente un modelo caduco y perder la oportunidad de invertir en adaptarnos al nuevo contexto global. Estas inversiones en el sector del transporte deberían encaminarse a reducir la necesidad de movilidad y el uso del coche, transfiriendo desplazamientos al transporte público y a los medios no motorizados. Lo contrario: invertir más en infraestructuras y dar dinero para mantener intacta la maquinaria de producir coches es una huida hacia adelante, y un suicidio colectivo por no afrontar los errores cometidos y los cambios que son necesarios. Pero lo peor de todo, es que justo eso es lo que está haciendo el Gobierno.

Mariano González (Ecologistas en Acción)