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El periodista de la CNT Eduardo de Guzmán relató el inicio y el final de la guerra civil en un reportaje de 426 páginas

Crónicas de Madrid en guerra

Fuentes: Rebelión

El domingo por la tarde fue asesinado el teniente Castillo y el lunes de madrugada el diputado derechista, Calvo Sotelo. Es viernes 17 de julio de 1936 y un grupo de diez periodistas, de diferentes periódicos de Madrid, está al acecho de noticias en el bar del Congreso. Cada tarde que pasa golpea con mayor […]

El domingo por la tarde fue asesinado el teniente Castillo y el lunes de madrugada el diputado derechista, Calvo Sotelo. Es viernes 17 de julio de 1936 y un grupo de diez periodistas, de diferentes periódicos de Madrid, está al acecho de noticias en el bar del Congreso. Cada tarde que pasa golpea con mayor fuerza la amenaza de un golpe militar. Son ya cinco noches de insomnio. En los mentideros informativos cunde el pesimismo, aunque nadie presagia los hechos que se precipitarán el fin de semana. Uno de los presentes es el escritor y periodista Eduardo de Guzmán (1908-1991). De los diez informadores, cinco morirían de manera violenta antes de que terminara 1936 (uno de ellos Ángel de Guzmán, redactor de «La Libertad»). En mayo de 1940 moriría Manuel Navarro Ballesteros, de «Mundo Obrero»; de los que salvaron la vida sólo Roncero, de «Ahora», pudo escapar a las garras de la dictadura y marchar al exilio francés. Gutiérrez de Miguel («El Sol»), Pérez Merino («Claridad») y Eduardo de Guzmán («La Libertad») fueron sometidos a consejos de guerra sumarísimos y penas de prisión.

Pero antes, la trágica víspera del 18 de julio, los redactores se extrañaron al ver que asomaba en el bar la figura de uno de los próceres del PSOE, Indalecio Prieto. «La guarnición de Melilla se ha sublevado esta tarde; los trabajadores están siendo pasados a cuchillo», anunció. El vértigo de la actualidad llevó a los periodistas a abalanzarse contra las cabinas telefónicas, en busca de confirmaciones. Pero les resultó imposible comunicarse con Ceuta, Tetuán o Larache. «El bar, los pasillos y las salas del Congreso empiezan a llenarse», evoca Eduardo de Guzmán en «La muerte de la esperanza», crónica de 426 páginas publicada en 2006 por Vosa Ediciones, en la que el periodista relata los inicios de la asonada militar en Madrid y la fase final de la guerra en el puerto de Alicante. Llevados por su olfato periodístico, Sánchez Monreal, director de la Agencia Febus, y Díaz Carreño, redactor de «La Voz» pretendieron alcanzar Algeciras, después atravesar el estrecho y finalmente llegar a Marruecos. Eduardo de Guzmán plantea en el periódico su intención de acompañarlos, pero el director de «La Libertad», Antonio Hermosilla, un republicano de izquierdas que en tres años multiplicó por cuatro la tirada del periódico, le retuvo en Madrid. Consideraba que lo fundamental del conflicto se libraría en la capital, más que en el norte de África.

La primera edición de este largo reportaje escrito en primera persona se publicó en 1973, cuando el autor había cumplido 64 años. Lo consideró unas memorias personales. ¿Objetivas? Expresan «toda la imparcialidad posible en quien se siente implicado en las consecuencias de la lucha», afirma en el prólogo; «sería pueril y absurdo negar los sentimientos, como pretender engañarse». En las primeras páginas del libro, el periodista destaca que entre corrillos, rumores, filtraciones y charlas de pasillo parlamentario se imponían algunas certezas. Primero, el miedo de la izquierda republicana en el gobierno a las organizaciones obreras, incluso más que a los militares («¡Habrá que tener mucho cuidado -advierten seriamente- con la CNT y los comunistas, que pretenderán aprovecharse del río revuelto!»). A ello se agregaba la confianza del primer Ministro, Casares Quiroga, en que mantenía la situación bajo su domino; los sucesos de Melilla vendrían a ser, por tanto, «fuegos de viruta». Así transcurrían las primeras horas. La UGT manifestaba dudas, el PCE apelaba al Frente Popular, la CNT exhortaba al pueblo en armas frente al fascismo y en el PSOE cundían las divisiones: mientras que los partidarios de Largo Caballero pedían el reparto de armamento, las corrientes de Besteiro e Indalecio Prieto rechazaban esta opción.

El relato de Eduardo de Guzmán corresponde al de un reportero y cronista a quien el latido de la calle mueve a escribir. El texto no emana del archivo ni de las pesquisas en una biblioteca, sino de tomarle el pulso a la Historia. El periodista vibra con una capital, Madrid, que se adentra en una terrible conflagración de tres años. Por las páginas de «La muerte de la esperanza» transitan grupos de personas que llenan las aceras de la Puerta del Sol, «corrillos» que discuten con ardor y se disuelven al llegar los guardias; viandantes sin mayores pretensiones y simples curiosos que no desdibujan la apabullante mayoría formada por ciudadanos y obreros «politizados». A las puertas del Ministerio de la Gobernación, que ha declarado «ilegal» la huelga en el sector de la construcción, los mismos proletarios reciben consignas y conversan entre ellos; hay comunistas que improvisan un mitin ante un grupo de trabajadores y charlas de café en las que predominan las versiones ficticias. Pero la narración vívida del periodista no capta sólo ambientes y situaciones. Transpiran entusiasmo las descripciones de sindicalistas de la CNT -organización a la que perteneció Eduardo de Guzmán- como Isabelo Romero: un joven metalúrgico de 25 años e hijo de campesinos andaluces, que se fogueó en las huelgas y conocía las cárceles por dentro. Forjado en la austeridad -días de ayuno e insomnio- «millares de metalúrgicos y todos los militantes de las barriadas extremas de Madrid secundaban sin vacilación sus indicaciones».

Amanece en la ciudad y circula el primer tranvía. «¡Eh, Guzmán! Espera un momento». Quien llama al periodista es Valentín, militante del sindicato ferroviario que también busca noticias y ha pasado toda la noche vigilando en la Estación de Atocha. De acuerdo con sindicalistas de la UGT, mantienen un sistema de comunicación rápida con las líneas de la Compañía MZA. Si algo ocurre en Andalucía, Levante, Aragón o Cataluña lo sabrán de inmediato. En una semana Valentín perecerá reventado por una granada en el puerto de Somosierra. Con prosa vigorosa y austera, Eduardo de Guzmán resume la posición de la CNT: huelga general revolucionaria contra la sublevación militar. La militancia anarcosindicalista se halla movilizada por todo el país. «Los grupos de choque -armados con pistolas unas veces, con cartuchos de dinamita otras, con simples escopetas de caza en la mayoría de los pueblos- pasan las noches en vela, vigilando las carreteras, los puntos estratégicos de las ciudades y las proximidades de los cuarteles». Llega la noticia esperada, que como los ¨clásicos» del reporterismo, de Guzmán relata en primera persona. Su madre le agita un brazo y despierta de un sueño profundo: «La radio acaba de decir que ha estallado una rebelión militar en Marruecos». Es la breve nota transmitida por Casares Quiroga. El periodista, que conocía la noticia desde el día anterior, llama a Unión Radio de inmediato para obtener confirmación…

En la crónica del domingo 19 de julio, de 54 páginas, sobresalen personajes como David Antona, albañil de 32 años y secretario del Comité Nacional de la CNT, que le exige al ministro de la Gobernación la liberación de los compañeros presos. Es otro de los héroes del momento. «Le he dicho que si no salen esta misma mañana asaltamos la cárcel; delante de mí ha dado por teléfono la orden de que los suelten», cuenta el militante anarcosindicalista a Eduardo de Guzmán, quien retrata a su interlocutor como un hombre de «aire decidido», «mandíbula voluntariosa» y «palabra fácil». David Antona afirma que en pocas horas la organización confederal machacará a los facciosos en Barcelona, aunque al decirlo sobre todo exprese un deseo. Ha caído ya el ejecutivo de Martínez Barrio. El periodista da cuenta de una multitud que lo celebra en la calle con júbilo, abrazos e himnos revolucionarios. Ya ha despuntado el día cuando en Teléfonos se congregan la mitad de los redactores de «La Libertad», de otros periódicos de la mañana y vespertinos, corresponsales de diarios provinciales y agencias internacionales. «En la destartalada sala de prensa reina una espantosa barahúnda», relata de Guzmán. Comentarios que se confunden en un revoltijo, gritos de periodistas que tratan de informar por las cabinas y otros que irrumpen sin parar con noticias sensacionales: «En el centro de Barcelona se está librando una batalla encarnizada», «¡Media Málaga está ardiendo!»…

«Madrid despierta sobresaltado por el ronco estampido de los cañones…». Comienza así la crónica del lunes 20 de julio, de 65 páginas. Se extienden por todas partes los rumores, las especies no confirmadas y el infierno de llamadas telefónicas. El gobierno tiene un menor control de la ciudad de lo que parece: guardias de asalto y milicianos dominan las calles, pero 3.000 guardias civiles están acuartelados y podrían embestir contra el pueblo si las «columnas» facciosas, que se hallan en Guadarrama, llegan a la capital. Por eso la ciudad necesita refuerzos, pero no se sabe de dónde obtenerlos, porque Alcalá y Guadalajara están en manos de los sublevados, y ya amenazan Madrid por el Este. Lo mismo ocurre con Albacete, lo que bloquea la posibilidad de nuevos apoyos de Murcia y Cartagena. «Tras unas horas de sangrientas escaramuzas en todos los barrios de la ciudad, en las calles impera ahora la calma», cuenta Eduardo de Guzmán. Sólo algún tiro aislado rompe el silencio. En la sede de la CNT llevan dos días reunidos todos los comités del sindicato. «Entran y salen con paso raudo y gesto resuelto hombres con la barba crecida, los ojos irritados por la falta de sueño, la mayoría vestidos con monos de trabajo o en mangas de camisa».

El periodista Rafael Cid, colaborador de medios como «Radio Klara» o «Rojo y Negro», firma el prólogo del libro «La muerte de la esperanza», en el que sitúa la figura de Eduardo de Guzmán. Empezó pronto, con 16 años, de meritorio en el periódico «La Tierra», donde accedió a la responsabilidad de redactor-jefe con 22 años. A partir de 1935 comenzó a trabajar en «La Libertad», periódico en el que ejerció la corresponsalía política e hizo de editorialista; En pleno conflicto bélico (1937), se convirtió en director de «Castilla Libre», órgano de la Regional Centro de la CNT. En libros como «Madrid Rojo y Negro. Milicias confederales» narró la defensa de la capital frente a los embates del fascismo. En «El Año de la Victoria», su experiencia en los campos de concentración franquistas. El 18 de enero de 1940 Eduardo de Guzmán fue condenado a muerte en juicio sumarísimo, aunque se le conmutó la pena al año siguiente.

Pasó muchos años en prisión. Vetado por la censura franquista, sobrevivió durante más de dos décadas escribiendo guiones de cine, crónicas taurinas, notas en álbumes de cromos y, sobre todo, novelas del Oeste. Escribió cerca de 500 novelitas de «a duro» para las que se documentaba a conciencia. Antes, el primero de abril de 1939, el periodista es detenido en el puerto de Alicante, donde 15.000 o puede que 20.000 personas permanecían hacinadas a la espera de que llegaran los barcos con los que partir al exilio. «Aunque un buque entrara esta noche en el puerto, no podríamos embarcar; no hay cuidado porque no entrara ninguno; si no lo hicieron anoche cuando el puerto estaba libre, no van a hacerlo hoy con el ‘vulcano’ vigilando en la dársena exterior», lamenta Eduardo de Guzmán el sábado uno de abril de 1939. El siguiente destino sería el campo de concentración de Albatera…

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