Traducido del inglés para Rebelión por Paloma Valverde y Beatriz Morales Bastos
El avión de combate es la quintaesencia de la civilización moderna, la diosa moderna. Es producto de la aportación colectiva de todas las ciencias y la neutralización de toda moral y de todo valor. En él convergen el láser, la micro-óptica, la microelectrónica y la aerodinámica de alta tecnología, que permiten vuelos y rutas aéreas de precisión, [alcanzar] objetivos mortales y destrucción quirúrgica. Es higiénico y ultrapreciso, y sus fábricas, hangares y plantas de ensamblaje son altos y espaciosos como catedrales. Estos aviones sólo se manufacturan en los Estados más desarrollados, que se asocian en amplias corporaciones cuyos empleados viven en sociedades que se quieren igualitarias y reciben altos salarios. Sólo pueden ser pilotados por individuos altamente cualificados. Son a la vez producto del absoluto individualismo y del trabajo colectivo institucionalizado. Los trabajadores que contribuyen a su manufacturación encarnan sociedades que han alcanzado grandes logros; son la élite, un punto y aparte respecto al resto, los elegidos, la nueva raza aria.
Como toda diosa de la sociedad de consumo tiene una obsolescencia programada; cada dos o tres años se debe construir un nuevo avión para satisfacer la demanda, e incorporar los últimos desarrollos tecnológicos y descubrimientos científicos para preservar su superioridad sobre los dioses de otros pueblos.
El avión de combate convierte lo inmoral en moral. Está por encima del bien y del mal, es una diosa celestial con una insaciable sed de tributos de sacrificios. El piloto no ve la sangre; no ve la bayoneta o la bala perforando el cuerpo de la víctima. No se ensucia porque no tiene que arrastrarse. Ni tiene que ver los ojos de las víctimas. No viola el mandamiento de no matarás. Lo único que hace es apretar un botón desde muy lejos.
Todas las víctimas oyen el estruendo del misil que se acerca. Entonces el mundo se tambalea a su alrededor y ellos caen sin titubear excesivamente. Quizá sientan dolores de crucifixión antes de sumirse en la nada. Todo el mundo está indefenso ante los aviones de combate; ningún padre o madre puede proteger a sus hijos. Los niños son despedazados o enterrados bajos los escombros de los edificios que se desmoronan con un estrépito que se mezcla con el sonido de los miembros destrozados. Piedras, planchas de madera, fragmentos de metal se incrustan en los huesos humanos y pulverizan los cráneos -todo ello en el lapso de un parpadeo.
Mientras tanto, todo lo que se ve desde el asiento del piloto es una columna de humo y una nube de polvo. «Misión cumplida,» informa por radio el piloto a la base mientras ejecuta un limpio giro en el cielo por encima del mar de lo moral. Entonces aterriza, salta del aparato y se encamina a las barracas con el casco bajo el brazo como un motorista. Va a tomar un café a la cafetería, intercambia bromas con sus compañeros pilotos, con el personal femenino de la base y con los mecánicos que mantendrán su avión a punto para otra mortal misión de combate. Luego se dirige a casa. Por el camino escucha música, hace el payaso ante algunos críos y entabla, quizá, una discusión política. Puede estar serio, o indiferente, o indignado. Puede ser de derecha o de izquierda, apoyar los derechos de los gays o estar en contra de ellos, puede felicitarse por ser una paloma o un halcón furibundo. Pero no son estos los criterios que lo cualifican para apretar el botón. En la religión del bombardero todos estos pensamientos o criterios se desvanecen en la nada.
Los pueblos del mundo se dividen entre los que tienen y los que no tienen aviones F-15 y F-16.
Los que los tienen se dividen en países que poseen esos aviones y en los que son poseídos por ellos. Los árabes no se dividen sólo en los que no los tienen, sino también en aquellos que no los tienen y han convertido a los aviones en becerros de oro.
Estos aviones de combate son omnipresentes. Pueden ser visibles o invisibles. Pero no se puede escapar a su veneno, no hay donde esconderse de sus misiles. Los aviones permanecen en el aire, pero sus misiles caerán en picado sobre los pasajeros de un coche que huyen, de un autobús, de una ambulancia, y atravesarán el techo de los búnkeres y refugios hasta alcanzar los tiernos cuerpos que están en su interior. La carne humana no tiene ninguna oportunidad contra un misil que se dirige hacia ella desde un avión de combate. El cuerpo permanece desnudo ante la diosa que deambula por los cielos mientras los edificios de piedra y de cemento armado se desmoronan ante ella.
Los aviones provocan una destrucción masiva, pero no pueden resolver la batalla contra aquellos que tiene el derecho de su parte. Para ello los seguidores de la diosa tienen que librar una batalla terrestre. Pero una vez que los habitantes de esta civilización empiezan a luchar en tierra comienzan a morir y empiezan a llorar. Este fenómeno ha dado lugar a una curiosa creencia y es que sus soldados tiene derecho a matar, mientras que otros no tienen el derecho de matar a sus soldados, ni siquiera en la guerra. Ésta es la razón por la que cuando se golpea a uno de sus soldados, se apodera de ellos una conmoción y la razón por la que cuando sus ejércitos sufren una derrota a manos de las fuerzas de los débiles y oprimidos, lo toman como una afrenta al prestigio de su ejército y a su superioridad militar. En esta situación, Israel retira a hurtadillas sus fuerzas terrestres y deja sueltos los F-16 para que bombardeen las localizaciones «terroristas», ya sean hogares o pueblos. Es un comportamiento cobarde y vengativo, apto para quienes poseen una fuerza aérea que les permite convertirse en arrogantes tiranos aerotransportados. Sobre el terreno son seres humanos como cualquier otro: frágiles y precarios. Pero por aire, con la protección de su diosa, pueden volar en todas las direcciones, invisibles a simple vista pero seguros de que su fragor se oye cuando pasan por encima de las cabezas aprovechándose al máximo de la fragilidad de quienes han quedado abandonados en tierra sin aviones e incluso de aquellos que se han refugiado en los agujeros de la tierra. Se vengan no sólo porque tienen voluntad de hacerlo -no tiene el monopolio sobre la voluntad-, sino también porque su diosa hace que sea posible hacerlo.
Y el Señor dijo a Josué:
«Mira, te he entregado Jericó, así como a su rey y a sus varones de guerra.
Y rodearéis la ciudad, todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días.
Y siete sacerdotes llevarán siete trompetas de cuerno de carnero delante del arca. Y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las trompetas».
«[Y] cuando esto ocurra, cuando la gente escuche el sonido de las trompetas, el pueblo gritará, y el muro [de la ciudad] se desplomará de forma que el pueblo subirá a la ciudad; cada hombre sin titubear tras él [sonido de la trompeta] y tomarán la ciudad.
Y además destruyeron todo lo que había en la ciudad, tanto hombres como mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, y las ovejas, y los asnos con el filo de su espada…
Y arrasaron con fuego la ciudad, y todo lo que en ella había; solo guardaron en el tesoro de la casa de Jehová la plata y el oro, y las vasijas de bronce y de hierro.
Y Josué salvó la vida de Rahab la ramera, y la casa de su padre, y todo lo que ella tenía; y habitó en Israel hasta el día de hoy, porque escondió a los mensajeros que Josué había enviado a espiar en los alrededores de Jericó». (Josué 6)
Su poder destructivo es lo que les llena de orgullo…del tipo del que precede a la caída. La muerte de un niño, de dos niños, tres; la muerte de una mujer o dos; la destrucción de una ambulancia… ¿cuándo se hace inaceptable la fuerza bruta contra inocentes? ¿Treinta niños? ¿Cincuenta? ¿Ante las cámaras? ¿Cuántos cuando no hay cámaras a mano? ¿Hasta donde llega la escala? Por cierto, las cámaras no transmiten el olor putrefacto de los cuerpos aplastados bajo los escombros.
Es difícil indicar cuándo exactamente a un responsable árabe u occidental se le cae de las manos el vaso al mirar la pantalla de la televisión. ¿Qué imagen de un niño agonizante le llega? ¿Se queda boquiabierto mientras el vaso se estrella contra el suelo? ¿Se le atraganta la comida? ¿Piensa que debería haber escuchado a sus ayudantes y haber hecho antes un llamamiento a un alto el fuego inmediato? ¿Se queja ante el horror de los crímenes cometidos por Israel o cae en la desesperación ante la locura israelí al perder otra oportunidad?
Israel se construyó atacando a los civiles. En 1948 los atacó para desplazarlos y usurparles sus tierras. Atacó pueblos enteros que [Israel] afirmaba eran bases de fedayines (combatientes de la resistencia). La «estrategia» se basaba en dos principios: la necesidad de disuadir a los civiles de apoyar a la resistencia, lo que quiere decir reprimir la expresión de cualquier postura política o social, y la necesidad de alimentar y saciar la sed israelí de venganza. Este credo militar basado en dos principios se personificó en la Unidad 101, dirigida por Ariel Sharon a principios de los cincuenta. Asaltó pueblos, voló casas y asesinó a sus residentes. Entre los frutos más célebres de su filosofía se encuentran las masacres de Qubya, Nahalin y Al-Bureij en los cincuenta, y las masacres de Jabalya, Beit Hanoun, Al-Shajaiya, Qasba y Nablus y Jenin en tiempos más recientes. Para llevar a cabo estas acciones Israel necesitaba carniceros, aunque los llamaba «guerreros legendarios». Era un enfoque manual. No implicaba F-16. Lo único que se necesitaba era jovencitos mimados pertenecientes a la afiliación religiosa adecuada y con sus corazones del lado del consumista estilo de vida estadounidense.
Aprovechándose de un momento propicio, Israel está atacando deliberadamente a civiles en Líbano. Su objetivo es castigar a cualquiera que pueda haber apoyado a la resistencia, desplazar a los civiles hacia el norte para agravar las tensiones sectarias en el país y saciar su brutal sed de venganza. El actual ataque, en toda su ferocidad y con todas sus víctimas inocentes, fue planeado mucho antes con una malicia difícil de imaginar. Israel es un estado terrorista. La diabólica lógica de este Estado es apoyada activamente por otro Estado terrorista dirigido por George Bush, un hombre muy peligroso, patológicamente violento y sádico, rodeado de una banda de fríos y calculadores Maquivelos y apologistas del terrorismo de Estado. Estos creen firmemente que los civiles que no poseen aviones de combate están tan abajo en la escala de aptitud para sobrevivir que si mueren es por su propia culpa, a consecuencia de su falta de realismo.
Esta lógica tiene un defecto que la hace imperdonable, una maldición que perseguirá a esta civilización, una permanente crítica de su control de los cielos: ¿Cómo se puede esperar que los niños sean «realistas»? ¿Cómo puede nadie culparlos de su propia muerte?
Es erróneo cantar las alabanzas de los niños muertos como si fueran héroes, una vergüenza exponer sus cuerpos. Estos niños no eran guerreros. No estaban en la resistencia. No murieron para lograr una victoria para otros que no han muerto y que no expusieron sus vidas en primera línea. Estos niños murieron porque no pudieron escapar a tiempo o no consiguieron esconderse de los aviones. Son las víctimas de la criminalmente bárbara civilización de los aviones de combate. Sus asesinos tienen que rendir cuentas y la resistencia contra la agresión tiene que ser apoyada.
Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/2006/806/op2.htm
Azmi Bishara es palestino y antiguo miembro de la Knesset israelí, que en 2001 le retiró la inmunidad parlamentaria por hacer declaraciones contrarias a la política sionista del Estado de Israel.
Paloma Valverde y Beatriz Morales Bastos son miembros de los colectivos de Rebelión. La primera es asimismo miembro de IraqSolidaridad. Esta traducción es copyleft y se puede reproducir libremente, a condición de mencionar al autor, a las traductoras y la fuente.