Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Cuando los políticos palestinos hablan con periodistas, siento una cierta añoranza de Leon Trotsky.
Si mi memoria no me engaña, los libros de historia cuentan que siendo ministro de Exteriores del primer gobierno bolchevique Trotsky ordenó que se publicara toda la correspondencia diplomática del gobierno zarista. ¿Cómo se combate a los imperios? Se revela lo que quieren ocultar.
Es verdad, los bolcheviques abandonaron muy pronto ese enfoque subversivo y se convirtieron en expertos en ocultamiento. Pero no existe una orden de silencio de la nostalgia, y ciertamente no contra la mención de lo cansino que es el talento de los representantes palestinos para ser generosos con las declaraciones y mezquinos con la información, especialmente en tiempo real.
En 1994 todavía tenía la esperanza romántica, pero claramente poco realista, de que los palestinos darían detalles precisos sobre el proceso de negociaciones con los representantes israelíes. Correctamente asumía que la supremacía militar israelí se convertiría en arrogancia, extorsión y cordialidad impostada en la mesa de negociaciones. Y en mi gran ingenuidad esperaba que los palestinos adoptaran un enfoque subversivo al decir al mundo lo que estaba sucediendo, por ser uno de los pocos medios que han tenido de ajustar el injusto equilibrio del poder.
Han pasado veinte años y con pocas excepciones la actitud palestina respecto a la información sobre las reuniones con los israelíes y estadounidenses se ha caracterizado por tres etapas: La primera mantener el secreto. La segunda negar la suculenta y detallada versión israelí de los eventos (no importa cuán verdaderos o falsos sean esos detalles).
Y la tercera mencionar la versión palestina, pero meses o incluso años después cuando, incluso si la información es verdadera y fiable, nadie puede recordar de qué se trata (o, si se recuerda, no la cree porque la versión israelí se ha implantado en sus mentes).
Y así, el martes pasado, en una reunión de periodistas y diplomáticos con Saeb Erekat, el negociador jefe de la Organización por la Liberación de Palestina, me encontré una vez más añorando a Trotsky. Erekat habló largamente de cuánto deseaba que el Secretario de Estado de EE.UU. tuviera éxito en sus esfuerzos para reavivar las negociaciones. Pero cualquiera que esperase información de si los estadounidenses están presionando al Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abas, para que se someta a los dictados occidentales, terminó decepcionado.
Erekat nos colmó de declaraciones: «Los israelíes sufren ceguera política cuando ignoran a los palestinos». «El cese de la construcción en las colonias es un compromiso israelí en acuerdos firmados, no una condición previa palestina». «Si se reanudan las negociaciones tenemos derecho a saber cuál es la agenda israelí. ¿Es una condición previa?»
Esas declaraciones son excelentes para Radio Palestina o para el periódico palestino Al-Ayyam, no para los medios frenéticos y ansiosos de obtener informaciones como los nuestros.
Y sin embargo esa discusión que, a propósito, tuvo lugar al aire libre, reveló algo oculto.
‘Parque Canadá’
Conmemorando el 46 aniversario de la guerra de junio de 1967, el departamento de negociaciones de la OLP ofreció un tour a diplomáticos y periodistas por un pedazo de tierra del Fondo Nacional Judío, una franja de árboles jóvenes y lomas con una historia de 2.000 años. Judíos canadienses amantes de sí mismos donaron dinero a la institución que recupera las tierras para que pudiera convertir un paisaje rural palestino en un bosque, un lugar para los israelíes que aman los paisajes y las caminatas. Y en honor de los donantes, el lugar se bautizó «Parque Canadá».
Si has leído hasta aquí y te sientes engañado porque pensabas que nos íbamos a burlar de los palestinos tienes razón. Es solo un truco para escribir sobre otro crimen de guerra perpetrado por las Fuerzas de Defensa de Israel [Ejército israelí] en 1947, un crimen que debían ocultar y enterrar el Parque Canadá y el FNJ. El tour era al enclave Latrun, a mitad de camino entre Jerusalén y Jaffa, en tierra perteneciente a tres aldeas que las FDI no pudieron conquistar y destruir en 1948: Imwas (Emmaus), Beit Nuba y Yalu.
Aproximadamente 5.200 personas vivían en esas tres aldeas en vísperas del estallido de la guerra, el 5 de junio de 1967. A falta de refugios contra las bombas, algunos de ellos se ocultaron en cavernas cercanas, otros se fueron hacia Ramala y otros se quedaron en sus casas, donde aparecieron los fusiles y los soldados que los llevaban ordenándoles que se fueran hacia el este.
Escuelas, mezquitas, una antigua iglesia, prensas de olivas, caminos a los campos y los huertos, arroyos burbujeantes, arbustos sabra, algarrobos, olivos y árboles caducos, campos cosechados, tumbas, aljibes.
Todo esto vieron nuestros soldados. Y probablemente los rifles pensaron y los soldados que los llevaban repitieron: Qué indignante es este arraigamiento, qué enojosa la forma en que la hermosura de la naturaleza se combina con el toque humano de los no judíos, qué desesperación que no sea nuestro.
La palabra mágica «seguridad» se utilizó y antes de que se dieran cuenta llevaron las aplanadoras y destruyeron, derribaron y pisotearon. No por primera vez ni por la última. Y los dueños de toda esa belleza -los ancianos, los niños, los recén nacidos- oyeron y vieron las explosiones a una distancia de uno o dos kilómetros.
Cuando quisieron volver después de la guerra para reconstruir sus casas, el general Uzi Narkis emitió una orden militar declarando que las áreas estaban cerradas. La colonia de Mevo Horon se construyó sobre la tierra de Beit Nuba. Construyeron carreteras, colocaron convenientemente letreros para los excursionistas, establecieron puestos de control, levantaron una cerca de separación. Y la gente del lugar no solo no puede volver a su tierra, sino que ni siquiera le permiten ver las ruinas y vagar entre los olivos plantados por sus abuelos.
El departamento de negociaciones de la OLP quería mandar un mensaje a los israelíes y los diplomáticos: Los 50 kilómetros cuadrados del enclave Latrun forman parte del Estado palestino ocupado, como Jerusalén Este y el valle del Jordán. ¿Queréis una solución de dos Estados? Entonces esas aldeas se rehabilitarán y sus habitantes volverán a vivir en ellas.
Y a propósito, si eres curioso, el representante canadiense en la Autoridad Palestina no fue invitado al tour.
Amira Hass es autora de Drinking the Sea at Gaza. Escribe para Ha’aretz, donde apareció originalmente este artículo.
Fuente: http://www.zcommunications.org/listening-to-palestinian-officials-longing-for-trotsky-by-amira-hass
rCR