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Cuatro años ya y no hay respuestas fáciles para Siria (parte I y parte II)

Fuentes: Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Tras cuatro años de muerte y caos, la verdad es que no hay respuestas fáciles para Siria. Las que podrían ser las naturales soluciones liberales no sólo carecen de realismo sino que también forman parte de puntos de vista mal concebidos a nivel mundial sobre la libertad, la justicia, el desarrollo, las relaciones internacionales e incluso la dignidad humana, cuestionados como sólo esos términos podían serlo. Ninguno de los campos relevantes o actores políticos en el conflicto se aproximan precisamente a lo puro. Ningún campo está exento de culpa, ni de conductas despreciables. Los grupos que escapan a ese duro realismo -los heroicos hombres y mujeres sirios que siguen luchando cada día para sobrevivir fuera de los confines del militarismo, la violencia y el partidismo ciego- son a menudo marginados y olvidados aunque sean quienes están tratando de sacar adelante lo que queda del país. Estas leales y desconocidas personas que mantienen en pie a Siria bajo las bombas, los cuchillos y la avalancha de soluciones y conversaciones internacionales, son el futuro de un país que continúa ardiendo por los cuatro costados mientras que los beneficiarios últimos se limitan a observar sin involucrarse en actuación alguna que pueda resultar constructiva. Los medios de comunicación globales no les prestan casi atención, las partes en el conflicto intentan manipularles y muchos observadores niegan a menudo hasta su existencia, no sea que se acabe sabiendo que en realidad hay gente en Siria que siente repulsión por ellos o una indiferencia cada vez mayor por el régimen y todas sus posibles alternativas, y que están esperando el momento para poder empezar a reconstruir su país y marcar el comienzo de una nueva vida.

Mientras tanto, la casi parálisis que muchos sienten respecto a las incesantes preguntas sobre «lo que hay que hacer» es a la vez real e inaceptable. Podría resultar catártico que se reconociera quién es el verdadero culpable, al menos para quienes conocen la historia de la represión en Siria con anterioridad a 2011. Sin embargo, ya no resulta satisfactorio ni significativo, teniendo en cuenta todos los competidores que están surgiendo, aunque posean un historial más corto. Las sombrías realidades sobre el terreno, las inextricables relaciones e intrigas estratégicas que convierten en socios a los enemigos del pueblo, en cómplices de los poderes externos a los defensores del pueblo, la falta de escenarios razonablemente claros para superar el conflicto y la ausencia de un caballo ganador por el que apostar, hunden en la desesperación a las personas reflexivas, tan inaceptable como provisional es el destino.

Incluso el argumento del «mal menor» se diluye en un contexto en el que «lo menor» implica a menudo no poder alcanzar acuerdo alguno. En cambio lo que triunfa es un igualitarismo del «mal». Uno podría asumir que la falta de sentido y la banalidad de la violencia que está destrozando con cuchillos y bombas de barril algo más que los cuerpos de los seres humanos deberían perder ímpetu, tendrían que acabar ya. Pero esas lógicas y racionalismo pertenecen a los ámbitos de la ética y la moral, de las cuales este conflicto, y el mundo de intereses que le rodea, carecen.

Cualquier valoración formal de los actores involucrados en todos los bandos dentro de Siria, con o sin sus patronos, provoca diversos grados de desesperación en cualquier observador informado en medio del arraigado estancamiento territorial y de poder que va construyendo hechos sobre el terreno, como los viles e ilegales asentamientos justo al sur de Siria. Y el tiempo sigue su marcha haciendo que el espacio y lo repugnante sean cada vez más reales.

Fuera de Siria, montones de conferencias y talleres se dedican a especular sobre el destino de los sirios como si fueran pelotas de ping-pong; se preparan potentes esquemas de posibles escenarios en los que se trata a la gente como objetos de videojuego; e incluso los esfuerzos en aras a los derechos humanos están a menudo más motivados por la culpa que por la responsabilidad, o son llevados a cabo por los más improbables actores, cuyas conexiones con Siria están impulsadas más por cuestiones financieras que por un sentido de misión. De forma diferencial o no, muchos de nosotros somos culpables de uno de esos actos o de otros parecidos. Por ahora, la impotencia nos está volviendo torpes, comprometiendo nuestro juicio y voluntad colectiva. El caos y la miseria campean por un país donde la mitad de su población ha sido desplazada y al menos el 1% de esa población ha muerto asesinado, el equivalente proporcional a más de tres millones de ciudadanos estadounidenses. Aunque en este último año ha resultado mucho más inquietante la creciente indiferencia con que ante ese caos han reaccionado las poblaciones de la región y más allá.

Es fácil escribir esto desde Beirut, a un tiro de piedra de los feroces campos de batalla y de la penuria de los campos de refugiados, es fácil afirmar que la vida sigue. Pero, una vez más, ¿qué debe hacer la gente? ¿Ante quién llorar, a quién hay que presionar, a quién atacar? En un escenario en el que prácticamente todo el mundo está maldito, nadie aparece como el problema cuya desaparición constituiría una panacea.

No hay respuestas fáciles para Siria. ¿Cómo acabará todo? ¿Cómo será el «final»? ¿Será el principio de otro reconstruido y apenas camuflado Estado-nación patriarcal, represor y neoliberal?

Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/21117/four-years-on_no-easy-answers-in-syria-(part-1)n

 

Parte II

La ironía de la catástrofe

No hay respuestas fáciles para Siria. Aunque resulte poco dramático, no es así como la mayoría parece acercarse a la tragedia siria en la práctica.

Lo que sigue a continuación no una receta de respuesta sino un recordatorio para no repetir los mismos errores si/cuando pedimos soluciones. Si uno aún no tiene claro qué camino tomar, o qué combinación existente de fuerzas apoyar, debería mantenerse firme a la hora de comprender en qué se equivocó y qué lecciones debería haber aprendido, aunque tales lecciones se hayan asimilado por diferentes vías. Para quienes están en contacto con la familia, amigos y periodistas/escritores/publicaciones en/sobre Siria, no hay duda de que muchos de los que se sitúan en bandos opuestos del discurso sobre Siria han llegado a comprensiones parecidas, den o no cuenta de ello públicamente o apoyen o no su contenido.

La ironía de no tener respuestas fáciles para Siria es que la salida menos desfavorable de esta catástrofe siria podría involucrar a todos los actores equivocados y a todos al unísono.

Lecciones aprendidas: El arte de no retroceder

Más allá de cualquier intento de pontificar, aparte del caos, el dolor, las hostilidades personales, los desacuerdos políticos y las miradas paradigmáticas, no olvidemos lo que hemos aprendido sobre los siguientes aspectos: quiénes son los principales actores y fuerzas implicados; cómo los llamamientos a una revolución abierta produjeron un descenso hacia el caos; cómo algunos menospreciaron el futuro apoyando cualquier cosa que se moviera contra el régimen; y, lo más importante, cómo hemos llegado hasta aquí y quiénes son los principales responsables de ello.

Dos advertencias en ese inventario. Primera, el reto a la hora de abordar las lecciones aprendidas implica que tenemos que evitar las caracterizaciones de «blanco y negro». Tal contraste es poco realista y contraproducente. Por lo general, la ausencia de zonas grises es un lastre analítico, porque son precisamente esas zonas grises las que animan los argumentos de los detractores y a veces por buenas razones. Segunda, es igualmente improductivo ver todas las cosas como igualmente grises. No lo son. Hay una jerarquía de responsabilidades y por lo general recae en quienes tienen el poder, ya sea a nivel local, regional y/o internacional.

Por lo tanto, no podemos limitarnos a responsabilizar al régimen sirio, tenemos también que considerar la responsabilidad regional e internacional de las grandes potencias por su papel impulsando el caos en Siria y más allá. Gran parte de los desacuerdos provienen de gentes (analistas, «expertos» y personas corrientes) que tienen una fijación con una de las partes o un conjunto de problemas/causas/actores, como ya he expuesto con anterioridad, en imitación de una producción hollywoodense que la mayoría de esas mismas personas deplorarían. La otra lente liberal problemática consiste en considerar a todas las partes igualmente malas, sin reconocer la capacidad sistémica de infligir daños estructurales basados en los diferenciales del poder y en los mecanismos de explotación.

El régimen sirio

Empecemos por no perder de vista el continuado legado de crueldad del régimen sirio, con independencia de su retórica de la resistencia o su capacidad para potenciar la resistencia en tiempos pasados. Si este régimen todopoderoso hubiera priorizado la derrota de la beligerancia israelí y el imperialismo estadounidense y denunciado la complicidad de los regímenes conservadores árabes, habría utilizado los últimos cuarenta años para construir un Estado más impenetrable ante esos mismos países e intereses que -tanto directa como indirectamente- han causado estragos en Siria, incluyendo a Arabia Saudí, Qatar, Turquía y EEUU. Desde luego, podemos debatir las realidades de la relativa autosuficiencia alimentaria, de la (en gran medida forzada) «paz social» y del mínimo de nivelación económica igualitaria de las riquezas sociales en los primeros años de gobierno baasista. Sin embargo, con independencia de estos hechos, el régimen sirio procedió a asfixiar políticamente a su pueblo, impulsando una meditada represión neoliberal que ha acabado chupándole la sangre a la mayoría de los sirios cuarenta años después.

Entre 1970 y marzo de 2011, especialmente después de 1982, el régimen sirio tenía un control casi sin precedentes sobre su población, donde algunos bromeaban diciendo que hasta los mosquitos estaban vigilados. Ese período, toda esa generación, podría haber supuesto una oportunidad para crear el reto más formidable ante todos esos culpables a los que el régimen decía combatir, a nivel interno y externo, con una rúbrica socialista y antiimperialista. En cambio, el régimen llenó en gran medida sus muchas prisiones de marxistas, socialistas, nacionalistas y de cualquier voz independiente que de forma real, no sólo retóricamente, viviera para los principios que el régimen decía profesar. La diferencia fue que esas personas se atrevieron a proclamar esos principios y a responsabilizar al régimen por abandonarlos. En cambio, durante décadas, los hombres fuertes de Siria, a través de la policía interna (las ramas de la seguridad) así como de las políticas que tan bien habían pergeñado y conocían, impusieron una atroz represión y temor diarios, a todas las horas, en tiempos de supuesta «paz social» ( السلم الاجتماعي ). Hicieron que hombres y mujeres adultos se orinaran de miedo en los pantalones delante de sus familias cuando el personal de los servicios secretos irrumpía en sus hogares por la noche para interrogarles, y esos eran los afortunados. Esa imaginería no es más que un símbolo del estado normal de cosas que caracterizaron ese período de cuarenta años para cualquiera con aspiraciones públicas que divergieran, aunque fuera ligeramente, de las del régimen. Multipliquen esto por unas cuantas décadas para evocar la imagen total de reprimidas tensiones, resentimientos y actitudes propensas a la venganza. La documentación es abrumadora y esas prácticas no tienen nada que ver en esencia con valor alguno relativo a combatir a Israel, el imperialismo o las intervenciones exteriores.

Además, la burguesía del régimen o elite gobernante -que entró en plena floración tras la década de 1980, desde toda la familia Asad a la mayoría de los funcionarios estatales y los socios bien dispuestos en el sector «privado»- fue desviando los recursos que podrían haber ido levantando industrias sofisticadas, mejorado los sistemas educativos, casi eliminado la pobreza y alimentado a los sirios de las generaciones venideras. En cambio, gran parte de esos recursos se despilfarraron para crear e involucrar a una clase dirigente de compinches. En 2005, esta clase o elite (que no encaja en una definición clásica) era ya decisiva a la hora de fijar, a distancia, las prioridades de desarrollo, desde más allá de los confines del Estado. Así sucedió porque para entonces el régimen se había «aburguesado» tan profundamente (tomo prestado este término del Profesor Raymond Hinnebusch, échenle a él la culpa) que sus intereses socioeconómicos apenas podían distinguirse de los de sus compinches capitalistas, excepto a nivel retórico, o en tiempos de crisis profunda. Incluso la vieja guardia retrógrada partidaria de conservar un sector público amplio sólo estaba en desacuerdo respecto a la identidad de quienes se estaban haciendo con las riquezas privadas, no en cuanto al proceso en cuestión.

Del mismo modo que la escasez de lluvias y consiguientes sequías paralizaron el campo durante gran parte de la década pasada, también el régimen sirio dejó colgada, a nivel socioeconómico, a la porción mayor y más vulnerable de su población en aquella época. El régimen y sus intelectuales afirmaron que habían mantenido un mínimo de servicios que impedían una extrema pobreza de amplia base. Esto no es completamente mentira. Sin embargo, a finales de la pasada década, esa narrativa «igualitaria» perdió toda su fuerza con el levantamiento de subsidios fundamentales (especialmente en el petróleo/energía), una tendencia que probablemente hubiera continuado teniendo en cuenta la orientación neoliberal del régimen. Todo el mundo pudo ver al final de la década la dura contradicción entre su destino y el de los pocos que dominaban el espacio público y privado, los recursos e incluso la vida misma en Siria.

Todo lo anterior se manifestaba al servicio de la supervivencia del régimen, por encima de cualquier principio conocido por la humanidad, incluido el socialismo y la justicia social, el antiimperialismo y la resistencia ante la tiranía y explotación en todas sus formas. Quienes proclaman la cobertura socialista y de resistencia como defensa convincente del régimen sirio (y alguna sustancia hay en tales afirmaciones) son o bien cómplices de los crímenes del régimen o están desinformados respecto a la historia moderna de Siria y a los cambalaches alcanzados, incluyendo a los mismos actores reaccionarios a los que el régimen sirio acusa ahora de conspirar en su contra.

Después de todo, como nos recuerda la frase de la película Scarface: «¡Mírate ahora!». ¿Por qué el régimen sirio permite que suceda esto en el supuestamente último bastión histórico del antiimperialismo en la región? Bien, porque ese antiimperialismo fue siempre secundario como prioridad para la supervivencia del régimen (de ningún modo necesario). Por tanto, al fin y al cabo, no hay mucho que discutir. Las credenciales nacionalistas, comparativamente más altas (cuando se comparan con otros regímenes árabes), que el régimen Asad fue consiguiendo a través de los años, se desperdiciaron sistemáticamente a causa del trato dado a sus ciudadanos. Así pues, la mayor parte de esos segmentos de la sociedad siria que continúan situándose junto al régimen lo hacen motivados mucho más por una opción racional, considerando las alternativas, y mucho menos por creer en lo que el régimen representa. Las afirmaciones, repetidas a menudo, de muchos sirios de que «estábamos bien y cómodos» se aplica a un pequeño segmento socioeconómico que era socialmente afortunado y que se había acostumbrado a una forma reducida de ciudadanía. Quizá Siria no estaba totalmente madura para un levantamiento espontáneo en 2011, pero, una vez iniciado, de una forma u otra, se vio obligada a prender un fuego extenso porque el régimen había estado derramando gasolina sobre su población, en todos los aspectos, durante décadas.

Los aliados del régimen

Los aliados de Siria, los Estados que apoyan al actual régimen (i.e., Irán, Rusia y -hasta cierto grado- China) no suponen un gran chasco, porque no están pretendiendo luchar por la democracia (en casa o fuera) o por la revolución siria. De hecho, no están pretendiendo luchar por nada muy elevado en relación con Siria. Con algunas variaciones, sus propios reprobables registros de represión, explotación y/o agresión no les convierten en contendientes en ese sentido. Nadie de dentro o fuera de Siria intentó llegar hasta ellos, asumiendo que pudieran ayudar a los sirios en su lucha contra la dictadura. En cambio, Hizbollah, como actor no estatal que se sintió obligado a luchar junto al régimen tras quedarse observando desde la barrera, ha perdido importante credibilidad moral fuera de su electorado inmediato. Este es un resultado directo de su participación en lo que la mayoría consideran como algo profundamente antitético ante sus profesados valores, sin embargo la intervención sigue en marcha (en realidad, la justificación de Hizbollah para dicha intervención fue siguiendo diversos procesos de una breve lista de razones limitadas antes de instalarse sobre todo en amplios argumentos que señalan la amenaza regional del notable crecimiento último del EI (Daesh) y del «yihadismo»). Sin embargo, a pesar de las amplias críticas y condenas, lo que aún queda del poder militar y el capital moral de Hizbollah es su potencial capacidad disuasoria contra la agresión expansionista y limpieza étnica de Israel, sólo que ahora con un socio sirio casi destruido. Quienes desestiman este papel lo hacen por razones equivocadas. A quienes toman las decisiones en Israel les preocupan muy poco la «pureza» de Hizbollah y mucho más su reforzada capacidad desde 2006 para infligir daños y actuar como disuasión real, al menos por ahora. Así pues, sobre este punto, los intentos de purificar o despreciar el papel general de la resistencia de Hizbollah están ambos equivocados. La verdad es que nadie que se precie de analítico podía esperar que Hizbollah apoyara un levantamiento sirio contra el régimen que apoyó su resistencia contra Israel, aunque fuera completamente independiente de cualquier actor exterior.

Los amigos de la(s) oposición(es)

En cuanto a los supuestos amigos de la revolución siria, la lista es larga y va desde lo feo a lo despreciable. No olvidemos el apoyo apresurado, cruel y destructivo de Turquía, Qatar, Arabia Saudí y los EEUU (y amigos) en todo lo que pudiera desplazar al régimen, como si cualquiera de esos países hubiera tenido en mente el mejor interés de los sirios, o como si tuvieran un ápice de interés en fomentar una oposición independiente y democrática. Bien al contrario, en ambos supuestos.

Antes de que se produjera el levantamiento, todos y cada uno de esos países han aparecido, en un momento o en otro, apoyando al régimen sirio cuando su bota aplastaba el cuello de su pueblo. Y más importante aún, cada uno de esos países estaba deseando en las primeras semanas del levantamiento sirio llegar a un acuerdo con el régimen sirio que prolongara eficazmente su dictadura a cambio de toda una colección de compromisos que servían a sus verdaderos intereses prodictatoriales, como ha quedado demostrado con el tiempo. Muchos de los situados en las filas de todos los niveles de la oposición sabían esto y en privado vilipendiaban a esos «aliados reaccionarios». Algunos de nosotros escuchamos más tarde esas proclamas de los desertores (de las filas de la oposición), y algunos de nosotros las escuchamos cuando eran aceptadas por esos mismos actores. Sin embargo, casi todas las variantes de los grupos/miembros de la oposición ignoraban la implicación de su propia complicidad en la medida en que necesitaban conseguir ayuda/apoyo de alguna parte. Y apoyo consiguieron, hasta extremos tales que hicieron que su supuesta indefensión palideciera de antemano en comparación.

Los regímenes conservadores árabes ricos en petróleo, los campeones de la oposición siria, han venido tratando durante décadas a sus poblaciones (ya fueran ciudadanos o emigrantes) de forma reprobable, a menudo, en el caso de los obreros, como ganado. La lista incluye ciertamente países más pequeños como los Emiratos Árabes Unidos y Qatar, que nadan en dinero y no tienen «necesidad» prácticamente de esclavizar a seres humanos. Sin embargo, también quieren luchar por la democracia para los sirios. Lo mismo se aplica al impresentable historial de Arabia Saudí en la cuestión de los derechos humanos, inspiración y modelo para los métodos de ejecución y castigo del «apátrida» Estado Islámico. La comedia de las posiciones públicas de esos regímenes sólo se ve interrumpida por los grandes errores de cálculo que estos Estados han cometido al apoyar políticas que se volvieron en su contra: un Frankestein en crecimiento, que imita aspectos de esos mismos regímenes. Haciendo alguna pausa que otra para no reforzar aún más al EI, esos Estados volverán probablemente a apoyar la profundización del caos en Siria bajo la pretensión de estar apoyando a la oposición «moderada».

Por su parte, EEUU destruyó Iraq, no una vez sino dos. EEUU destruyó el tejido humano del país también antes de la invasión, con una docena de años de asfixiantes sanciones que machacaron a la población sin motivo alguno. Estas guerras y sanciones produjeron un caos perturbadoramente brutal, un «big bang«, a causa del cual toda la subregión está sufriendo de diversas formas. En este contexto, el EI no es sino un artefacto.

Todo ese daño se infligió sobre el país vecino, Iraq, gobernado por un salvaje dictador al que EEUU estuvo apuntalando unos años antes. ¿Por qué, entonces, una superpotencia que coordinó y participó en tal salvajismo iba a mostrar un atisbo de decencia humano en el vecino país de Siria? Apostar en EEUU por apoyar cualquier valor humano en la región que pudiera directa o indirectamente amenazar a sus aliados en la misma (el Israel del apartheid y las dictaduras árabes) es como apostar porque los talibanes desarrollen la gobernanza feminista. Sin embargo, muchos continúan haciendo eso precisamente, ya sea por desamparo, ingenuidad u oportunismo. No hay necesidad aquí de abordar todo el historial destructivo de las políticas de EEUU en la región durante el pasado medio siglo. Baste con decir que a pesar de la retórica superficial promovida por los funcionarios estadounidenses, ningún otro país ha contribuido tanto, aunque a veces fuera sin darse cuenta, a apuntalar a dictadores, extremistas y, de forma notoria, las limpiezas étnicas (en el caso de Israel y Palestina). Tal historial no es sólo reprobable, sino que todo lo referente a la conducta de la política exterior estadounidense de hoy en día o recientemente -ya sea respecto a la intervención de la OTAN en Libia, el apoyo al golpe autoritario en Egipto, el apoyo para frustrar el levantamiento en Bahréin y su contraproducente política en Siria-, todo nos habla de la continuación de políticas brutales y carentes de principios en la región.

No debería olvidarse que todos estos regímenes árabes y EEUU no van a apoyar ningún resultado que comprometa su capacidad para continuar dominando impunemente la región. Todo esto sucede, por lo demás, junto a socios silenciosos como Israel, que se perfila como el mayor ganador tras quedar eliminados todos los potenciales rivales regionales ante su beligerancia militar en la zona, quedando Egipto, Jordania y los Estados del Golfo Árabe como socios bien dispuestos ante su existencia colonial de asentamientos. Formarse una opinión a partir de la historia de interacciones (o de falta de ellas) entre los Estados del Golfo Árabe e Israel, es una fórmula adecuada. Engrana perfectamente bien con el interés de EEUU en negociar con los Estados árabes complacientes. ¿Por qué debería alguien esperar que estos apaños se interrumpieran a favor de algún tipo de verdadera revolución siria, islamista o atea, socialista o capitalista?

El reciente ataque en curso contra el Yemen por los mismos actores, encabezados por Arabia Saudí esta vez, habla de la prosecución de la crueldad sin principios que se infligirá sobre cualquier actor/país que trate de escapar de la garra de esos actores y/o interrumpir su gobierno/dominio. Estos son los amigos de la revolución siria, quedando la abrumadora mayoría de los sirios normales y corrientes atrapada entre esos actores, el régimen sirio y los fanáticos takfiríes.

La oposición

Desde las primeras fases, la creación increíblemente rápida de una oposición siria bajo la rúbrica del Consejo Nacional Sirio, así como sus igualmente dependientes e ineficaces sucesores, han sido un desastre virtual para cualquier movimiento que tratara de deponer al régimen autoritario. Las causas se debieron en parte a que se imitaron algunas de sus prácticas respecto al favoritismo, la corrupción y la falta de transparencia, pero sobre todo debido a su fracaso a la hora de desarrollar una plataforma independiente que incluyera a todos los potenciales grupos de la oposición siria, entre ellos los que se negaron a tener amos de fuera y a la intervención extranjera en Siria. Junto con el supuestamente y al mismo tiempo omnipresente y esquivo ELS (Ejército Libre Sirio, como a menudo se denomina a la oposición laica siria), y ciertamente la incesante brutalidad del régimen, esos primeros madrugadores ayudaron a sentar las bases para lo que vino después durante la segunda mitad de 2011 y maduró en 2012 y 2013: una militarización, penetrada, del levantamiento que continuó actuando y engrosando las filas de grupos extremistas que finalmente dieron al traste con cualquier noción decente de levantamiento colectivo.

Los debates que se centran exclusivamente en el papel del régimen en la militarización del conflicto no tienen en cuenta el meteórico aumento de la violencia que fue fomentado o se salió fuera de todo control desde la otra parte, todo ello con las aportaciones externas de apoyo material de los sospechosos habituales mencionados antes. Otras facciones de la oposición desarrollaron sus alas militares antes (o sin) de desarrollar un movimiento, contribuyendo más a la radicalización y a socavar el levantamiento que a deponer al régimen. Los diversos tratos con Israel en varios aspectos por parte de algunos de los militantes no es sólo una señal de alarma sino un buen indicador de hacia dónde derivaría el país bajo su control si esos grupos específicos se hubieran impuesto.

¿Cómo pueden esos grupos de la oposición prevalecer si sus partidarios son igual de horrendos, aunque globalmente más brutales, que el régimen que están intentando deponer?

Como exponía al inicio, eso no quiere decir que la «oposición» y todos sus partidarios sean de un único color ni igualmente responsables por el caos, violencia y brutalidad que han proliferado. A diferencia de lo que a algunos les gusta creer, hay millones de sirios que todavía se oponen vehementemente al régimen y, al igual que los que sintiéndose atrapados consideran al régimen como el mal menor entre otras opciones, hay otros segmentos de sirios que se sienten atrapados por las variedades existentes de oposición combativa. Sin embargo, muchos están resistiendo y construyendo sus propias vías sin restricciones, por todas partes, y es esta gente la que constituirá el futuro de Siria; no el régimen y sus compinches ni la oposición combativa, y uno confía en que tampoco los «líderes» de la oposición civil que residen en Doha y Estambul.

El Factor del Estado Islámico para Iraq y Siria [EIIS]*

Finalmente, el factor el EIIS [dejo deliberadamente la designación del EIIL frente al EI] es al mismo tiempo una parte muy importante de un potencial acuerdo en Siria y un factor regional que no se limita realmente a resolver la crisis en ese país. Desde el principio mismo del meteórico ascenso del EI, muchos de nosotros advertimos sobre el riesgo de adoptar posiciones extremas sobre el futuro del EIIL. En esta misma página, en septiembre de 2014, me decanté en contra de asumir la compra al por mayor del EIIS y también en contra de despreciar su ascenso como algo efímero. Las lecciones aprendidas respecto al fenómeno del EIIL ponen claramente de relieve el impacto de la combinación entre la agresión externa por parte de las superpotencias con la represión interna y explotación económica. Es casi cómico ver cómo los analistas favorables al régimen culpan sobre todo del ascenso de los islamistas radicales a la intervención exterior y cómo los analistas a favor de EEUU y de la oposición culpan de lo mismo a la opresión del régimen. En las líneas siguientes trataré de centrar la discusión sobre Siria.

En Siria, los islamistas no ocupaban absolutamente espacio político alguno tras la masacre perpetrada por el régimen en 1982 en Hama. Durante la década pasada, los fondos del Golfo árabe -especialmente los procedentes de Arabia Saudí- apoyaron velozmente el activismo de base caritativa y las redes «culturales» islámicas. Consiguientemente, su transformación en radicalismo tan sólo necesitaba de una chispa. La brutal represión del régimen de las protestas desde que estas se iniciaron y el apoyo final de los «amigos de Siria» (enumerados con anterioridad) en la lucha contra el régimen, aseguraron que la sectarización siguiera rápidamente a la militarización del levantamiento, con los grupos extremistas a la cabeza del intento.

Al no prever esa transformación a pesar de las amplias advertencias, los miembros de la oposición no islamista no distinguieron entre apoyar a esos grupos islamistas radicales y apoyar a otros opositores al régimen. Sólo que ahora, en retrospectiva, esa falta de discernimiento golpea a muchos (no a todos) por irresponsables y contrarrevolucionarios. El ascenso del EIIS desvió la atención del enfoque en la lucha contra el régimen sirio, mermó la capacidad combativa de varios grupos de la oposición y bifurcó la presión regional e internacional y las preferencias respecto al rol potencial del régimen sirio en cualquier acuerdo, al menos por el momento. Al mismo tiempo, tanto Siria como su vecino Iraq, como entidades sociales y políticas, están y estaban sufriendo cada vez más daños, lo que nos recuerda la dificultad de considerar la catástrofe siria tan sólo como una cuestión local. Es también un recordatorio de que los Estados que desarrollaron algún tipo de oposición -directa, indirecta, imbuida o no de principios- ante el dominio regional de EEUU y sus aliados locales se han visto desgarrados con guerras e invasiones. Esta lista incluye a Siria, Iraq y Libia (a pesar del acercamiento libio a la administración Bush anterior a 2008).

La destrucción de Siria e Iraq bien podría haber sido catalizada por sus respectivos gobernantes. Sin embargo, esta destrucción fue finalmente apoyada y alentada (o directa y salvajemente dirigida en el caso de Iraq) por todos esos agentes. Según ellos, deben reprimirse todas las voces que rechazan el dominio exterior en beneficio de selectos actores regionales. Decir esto no supone ningún rompecabezas ni ningún descubrimiento. Pero es algo que no debe olvidarse aunque EEUU e Irán lleguen a alcanzar un «potencial» acuerdo. Después de todo, ¿por qué debería quedar esto (o Irán) fuera de la fórmula del dominio?

La mayoría del resto de actores no abordados anteriormente son menos relevantes o una filial de los que hemos señalado y sus dinámicas. En todos los casos, su impacto en el escenario sirio es menos inmediato. A lo sumo, deberían ser objeto de otro tratamiento.

El difícil camino que tenemos por delante: La ironía de establecer estancamientos destructivos

Por ahora, no hay forma de escapar a la cruda realidad de que no hay respuestas satisfactorias para el conflicto sirio. Las soluciones rápidas que no tengan en cuenta las contradicciones enumeradas antes reproducirán los mismos demonios, aunque con un desfase de tiempo. No todo está perdido, siempre y cuando no pongamos indebidas esperanzas en los actores y dinámicas analizados. Los requerimientos de un acuerdo negociado -una salida al caos actual y destrucción de la sociedad siria- son diametralmente opuestos a las necesidades de la revolución. Hay una opción política aún por construir. Pero no todas las partes están dispuestas o convencidas de esta necesidad, porque el destino de todas esas partes está ahora firmemente atado a determinados agentes externos.

Mientras tanto, podemos separar lo social de lo político en un intento de avanzar. La dimensión social, la continuidad de la vida, no tiene que esperar a una solución política (o incluso a una solución militar).

Socialmente hablando, un examen cuidadoso de los esfuerzos de reconstrucción y regeneración se rinde ante la evidencia de que tales esfuerzos no pueden ser ya holísticos. No pueden ya basarse en una única fórmula, una única solución o una única fuente. Deben funcionar como tipos agregados de acciones y esfuerzos que no tienen por qué ser necesariamente armoniosos. La idea de que es necesario que haya un centro es cada vez más insostenible e indeseable, así como potencialmente opresiva. En el contexto de esos avances descentralizados, no habrá guinda pero sí podría haber algo de pastel.

Por tanto, al promover uno o más de esa miríada de esfuerzos de reconstrucción social que están teniendo lugar hoy, en algunos casos a nivel de barriada, es una forma provechosa de avanzar para la mayoría de los sirios y los partidarios de una sociedad siria más libre y reconstruida. Identificar algunos de estos esfuerzos, o crear otros nuevos, es un reto necesario para cualquier parte que esté dispuesta y pueda contribuir a arrancar a Siria del borde del abismo y configurar los componentes básicos de cualquier futuro viable. (En esta página publicaremos una lista de esos esfuerzos humanitarios y sociales, a pesar de sus divergentes posiciones políticas). En definitiva, aunque no sea muy óptimo y para muchos sea insatisfactorio, el camino que tenemos por delante en estos sombríos tiempos para Siria es el de las iniciativas modestas y relativamente limitadas que están a menudo aisladas unas de otras pero que sin embargo son acumulativas. El horizonte no está aún lo suficientemente claro como para aventurar o apoyar reconstrucciones a gran escala, ni debemos clamar por ellas no sea que sustituyamos prematuramente un demonio por otro.

Las respuestas son siempre más difíciles si hablamos a nivel político. Aunque no hay escasez de análisis, artículos, libros e informes de think tank, la misma mejor respuesta que muchos de nosotros ofrecimos anteriormente continúa pudiendo aplicarse: no hay sustituto, a pesar de sus dificultades en diversos aspectos, a un acuerdo político negociado que implique a todas las partes interesadas en una Siria soberana. En este punto, el argumento de que ciertas partes no deberían ser parte del futuro de Siria, ya sea el régimen o Yabhat al-Nusra, entre otros, debe sopesarse frente a la alternativa: i.e., dejar fuera a amplios sectores de la población que deben ser parte en cualquier acuerdo, independientemente de quién represente sus intereses. El régimen, por ejemplo, no es sólo el régimen y sus compinches inmediatos. Para muchos sirios es un salvavidas, para bien o para mal. Podría aplicarse una lógica similar a otros grupos.

Debe hacerse un esfuerzo concertado para enfatizar la diferencia entre quién representa los intereses actuales de uno y quién representa los mejores intereses de Siria como país. La verdad es que la respuesta en el primer caso es inmensamente diferente de la respuesta en el segundo, según la mayoría de los sirios. Para los partidarios de este o aquel bando/grupo/régimen no se trata de elegir entre muchas o incluso las mejores alternativas. Ellos están también en gran medida atascados. Por tanto, si como individuos y grupos rechazan la inclusión de esta o aquella parte, están rechazando casi a una cuarta, una tercera parte o a la mitad de la población, de forma inadvertida o intencionada, pero ciertamente contraproducente.

Además, rechazar que se incluyan ciertas partes en la negociación, o pedir su destrucción, supone un precio. El colapso de toda apariencia de Estado es una forma irresponsable de intentar avanzar en las actuales y previsibles circunstancias. Y negar la participación de algunas partes sobre la base de que son reaccionarias o que están conectadas con actores externos podría configurar un acuerdo aritméticamente sin sentido, considerando las densas relaciones entre la oposición (así como el régimen) y los actores extranjeros. Habrá que recorrer un largo camino antes de que las partes internas en el conflicto comprendan que su mejor opción son unos resultados no muy óptimos. (El EI no está incluido aquí porque hasta ahora no se ha interesado en confinar su mirada o ambición a Siria).

La razón por la que no hay respuestas fáciles para Siria es que incluso esta potencialmente viable solución requiere de la participación y convencimiento de la misma serie de países extranjeros que son parte del problema. Sin embargo, es un camino mucho mejor y potencialmente más responsable que el patrocinio de un resultado por una sola de las partes, considerando las posibilidades existentes. Sin embargo, en las actuales circunstancias se necesitaría de algo así como de un milagro para convencer a los poderes exteriores que el coste de oportunidad de no apoyar al unísono tal solución negociada y los compromisos que tendrían que emprenderse y finalmente cumplir, es realmente más alto que lo que pueden permitirse. Por muy sombrío que pueda sonar, tendría que producirse un cambio tectónico, o un suceso monumental en y alrededor del escenario sirio que pudiera incitar a la adopción de una lógica, aunque improbable.

Bassam Haddad es Director del Programa de Estudios sobre Oriente Medio y Profesor del Departamento de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad George Mason. Es asimismo profesor visitante de la Universidad Georgetown. Es autor, entre otros libros, de «Business Networks in Syria: The Political Economy of Authoritarian Resilience» (Stanford University Press). Es cofundador y editor de Jadaliyya; co bproductor y director del film «About Bagdad»; ha dirigido recientemente una película sobre los emigrantes árabes/musulmanes en Europa titulada «The ‘other’ thread», etc.

Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/21237/four-years-on_no-easy-answers-in-syria-(part-ii)