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Cuba y la «línea correcta»

Fuentes: La Jornada

Cuando era jovencito y, desesperadamente, trataba de saber cuál era la línea correcta de la revolución, leía al azar cuanto texto de los llamados clásicos caía en mis manos. Pero si preguntaran a cuál recuerdo con cariño, ahí va: Fábula del tiburón y las sardinas, de Juan José Arévalo, quien no era revolucionario. ¡Ah! y […]

Cuando era jovencito y, desesperadamente, trataba de saber cuál era la línea correcta de la revolución, leía al azar cuanto texto de los llamados clásicos caía en mis manos. Pero si preguntaran a cuál recuerdo con cariño, ahí va: Fábula del tiburón y las sardinas, de Juan José Arévalo, quien no era revolucionario.

¡Ah! y Cartas a Theo, de Vincent Van Gogh, quien sí era revolucionario. Formación política y sentimental que tampoco enfriaba mi obsesión por encontrar la línea correcta: ¿comunista, socialista o maoísta? ¿Anarquista, guevarista o trotskista? Sentía que todas estas líneas eran correctas, y perdón si ahora no abro opinión sobre ellas. No deseo ofender a nadie.

Eso sí: no dejaba de leer, y de consultar con los entendidos. En el café de mi barrio circulaban muchos personajes que, a lo sumo, leían el periódico. Entre ellos, un viejo dirigente sindical con el que solía platicar, y que siempre me preguntaba para qué leía tanto.

-Trato de ubicarme en la realidad -respondía.

-Se te va a quemar la cabeza. La realidad sólo cierra en los libros. No bien acabás con la lectura, la realidad cambió mil veces.

-Puede ser. Pero… ¿cuál es la línea correcta?

Entre algunos intelectuales latinoamericanos (¿marxistas?) que explican las idas y venidas de la revolución cubana, el verbo deber y necesitar se conjuga cada tres renglones. «Cuba debe… Cuba necesita», etcétera. ¿A qué obedece esta fijación?

Llevo aprendido que las grandes revoluciones modernas fueron siete, y siete las formas de poder que cuestionaron: la estadunidense desafió el orden colonial; la francesa, el divino; la haitiana, el esclavo; la rusa, el capitalista; la china, el feudal; la mexicana el racial, y la cubana el orden imperialista mundial.

Sin embargo, la estadunidense nació aturdida por la doctrina del Destino Manifiesto, y la francesa proclamó los derechos del hombre olvidándose de la mujer. La rusa y la china retornaron al nacionalismo para sobrevivir, la mexicana no pudo con siglos de racismo y discriminación, y la revolución cubana… ¿fracasó también?

Cuba se empecina en salvaguardar el legado emancipador de las revoluciones referidas, y que por distintas causas se quedaron a mitad de camino: la democracia (Estados Unidos), los derechos del ciudadano (Francia), el antiesclavismo (Haití), el socialismo (Rusia, China), y la justicia social con libertad (México).

¿Cómo lo hace? Me parece que invirtiendo (por primera vez en la historia del marxismo) la impronta hegeliana que aún atenaza y paraliza el cacumen de quienes tratan de encontrar la línea correcta de la revolución. Aquello de los pueblos sin historia y los pueblos con historia, etcétera. Y es por esto que la línea correcta de los marxistas latinoamericanos, con excepción de la cubana, nunca pudo conducir una revolución.

Veamos. En su discurso del 1º de agosto último, Raúl Castro anunció cambios importantes en el modelo económico cubano: aplicación de un «…régimen tributario para el trabajo por cuenta propia que responda al nuevo escenario económico y garantice que los incorporados a esta actividad… abonen impuestos sobre los ingresos personales y las ventas».

Frente a ello, los defensores de la línea correcta podrían recordarnos las palabras del Che, cuando advirtió: «…Con la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés individual como palanca, etcétera) se puede llegar a un callejón sin salida».

¿Entonces? ¿Raúl contradiciendo al Che? La revolución cubana siempre se caracterizó por dar dos pasos adelante, y uno más para neutralizar los dos que la hacían retroceder. De lo contrario, Cuba no habría vuelto a convertirse, desde 1959, en el cruce de civilizaciones que configuraron su identidad, cuando el mundo empezó a ser como es. Aunque esta vez, nutriéndose de sus propias raíces emancipadoras.

Hasta nuevo aviso (y al margen de las batallas que en el orden mental libran los profesores del proletariado), Cuba continúa siendo un espacio idóneo para señalar que el retorno al orden colonial, divino, feudal, esclavo, capitalista y racial, amenazan la supervivencia de nuestra especie.

Extrapolar en Cuba y América Latina las experiencias de otras revoluciones y reducir todo a la línea correcta, obliga a recordar las críticas de Flores Magón a los anarquistas europeos, que no comprendían la revolución mexicana de 1910 por verla desde el balcón europeo. U olvidar al bolchevique Nicolás Bujarin cuando, en 1918, escribió: No sabemos qué formas adoptará el socialismo.

Innegablemente, la revolución cubana debería, necesita hacer muchas cosas. Empezando por aventar las hierofanías seudomarxistas que la desnaturalizan. Lo demás, y como dijo el guajiro, equivale a estar en la línea… y no ver los trenes.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/08/18/index.php?section=opinion&article=023a2pol