Recomiendo:
0

Cuba y las dos caras de la moneda

Fuentes: La Jornada

¡Vaya que se ha politizado el tema de los derechos humanos! La vergonzosa votación en Ginebra, donde sólo se quiso ver una cara de la moneda, nos tiene que hacer pensar que Naciones Unidas podría muy bien cerrar sus puertas y todos seguiríamos como si nada. No es posible que, estando en curso la matanza […]

¡Vaya que se ha politizado el tema de los derechos humanos! La vergonzosa votación en Ginebra, donde sólo se quiso ver una cara de la moneda, nos tiene que hacer pensar que Naciones Unidas podría muy bien cerrar sus puertas y todos seguiríamos como si nada. No es posible que, estando en curso la matanza de un pueblo, el iraquí, y la destrucción de hospitales, escuelas y de uno de los patrimonios culturales más importantes de la humanidad, los representantes de 33 países (24 a favor y nueve abstenciones) sólo hayan tenido ojos para ver violaciones a los derechos humanos en Cuba. El gobierno de Estados Unidos debe ser juzgado no sólo por violar derechos humanos, sino por genocidio. Ninguna de las «razones» por las que invadió Irak se han justificado: Hussein anda por ahí y las armas que supuestamente existían no aparecen. Ya las sembrarán, como hacen los policías corruptos cuando le ponen droga a aquellos a quienes quieren apresar sin justificación legal.

Por otro lado, y porque he apoyado con entusiasmo a la Revolución cubana y a su heroico pueblo desde hace más de 40 años, es que, como dice Galeano, «me duele». Y me duele porque no puedo hacer lo mismo que quienes votaron en contra de Cuba en Ginebra: ver sólo una cara de la moneda.

Varios amigos me reclamaron, en privado y públicamente, la analogía que hice del estalinismo con el castrismo. Les pareció, por lo menos, exagerada. Y tendrían razón, salvo por una circunstancia: que una analogía es establecer relaciones de semejanzas entre cosas distintas. Nada más. Y si mucha gente de izquierda calló por décadas lo que ocurría en la URSS porque había que proteger la «patria del socialismo», no debemos hacer lo mismo con Cuba, y menos después de ver que la construcción del socialismo en la Unión Soviética fue tan frágil que en unos meses, cuando Gorbachov permitió libertades, incluidas las de mercado, ese país se volcó al capitalismo, como si nada, como si la Revolución rusa hubiera sido un mero episodio. Hay quienes han dicho, y yo estoy de acuerdo, que si las libertades se hubieran permitido en la URSS, y por supuesto en Hungría en 1956, en Checoslovaquia en 1968 o en Polonia en 1970, esos países hubieran continuado con la construcción del socialismo, pues entonces nadie en la oposición al régimen se planteaba en serio la vuelta al capitalismo. Si la construcción del socialismo se hace sin libertades, el socialismo no tendrá libertades. Y si el socialismo es negación de libertades, entonces no vale la pena siquiera pensar en él, mucho menos luchar por él como alternativa al, por definición, injusto capitalismo.

Los que hemos vivido en un régimen de partido único y casi único, como el mexicano, sabemos muy bien que si se prolonga en el tiempo, hasta llegar a una crisis, termina por ser sustituido por gobiernos de derecha. La realidad es buena maestra. ¿Por qué no aprender de ella?

Yo estoy convencido, porque he leído todo lo que se puede leer al respecto, que los recientemente procesados y condenados a prisión en Cuba eran personas de derecha y, sin duda, muchos de ellos colaboradores del gobierno de Estados Unidos y de los contrarrevolucionarios cubanos en este país. Pero eso no quiere decir que se justifique, en Cuba o en cualquier otra nación, la ausencia, incluso constitucional, de las libertades de expresión y de asociación. El artículo 53 de la Constitución de Cuba señala que «se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista». ¿Qué pensaríamos si nuestra Constitución estableciera que sólo se pueden tener libertades de palabra y de prensa conforme a los fines de la sociedad capitalista? Los socialistas que ejercemos el periodismo tendríamos que usar medios clandestinos o publicar en el extranjero, con el riesgo de que nos procesen por ejercer nuestro derecho a la crítica. Simplemente no estaría de acuerdo. Defiendo mi derecho de criticar a mi gobierno, el sistema económico en que vivimos y el voto contra Cuba en Ginebra sin haber tomado en cuenta el genocidio estadunidense, británico y australiano en Irak.

El gobierno cubano no quiere llamar disidentes a quienes escribieron en su contra, porque son «mercenarios al servicio de Estados Unidos y de la mafia de Miami». ¿Pensarán en serio que no hay disidencia en Cuba? ¿Será Cuba el mundo feliz de Huxley? Lo mismo debieron haber pensado los sandinistas con la famosa encuesta previa a las elecciones de 1990 en Nicaragua: en ella los ciudadanos dijeron apoyar al sandinismo, y en la votación, que fue secreta, sufragaron por la Unión Nacional Opositora y ganó una mujer de derecha en las elecciones más vigiladas en la historia de ese país centroamericano.

El tema es muy amplio, y mucho se escribirá al respecto. Pero antes quisiera hacer una pequeña reflexión: desde mi punto de vista, no se justifica haber fusilado a tres jóvenes por robarse un barquito. Y, para mí, no se justifica por una razón de sentido común: si hubieran sido secuestradores profesionales no se hubieran quedado sin combustible a 45 kilómetros de La Habana. Ningún profesional comete tal tontería.