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Reseña de El simio y el aprendiz de sushi. Reflexiones de un primatólogo sobre la cultura de Frans de Waal,

Cultura en la naturaleza y naturaleza en la cultura

Fuentes: El Viejo Topo

Frans de Waal, El simio y el aprendiz de sushi. Reflexiones de un primatólogo sobre la cultura, Paidós, Barcelona 2002. Traducción de Patricia Teixidor, 335 páginas. En El simio y el aprendiz de sushi (SAS), se discute con documentados argumentos la borrosa y, para algunos, infranqueable frontera que delimita la naturaleza y la cultura. El […]

Frans de Waal,

El simio y el aprendiz de sushi. Reflexiones de un primatólogo sobre la cultura,

Paidós, Barcelona 2002. Traducción de Patricia Teixidor, 335 páginas.

En El simio y el aprendiz de sushi (SAS), se discute con documentados argumentos la borrosa y, para algunos, infranqueable frontera que delimita la naturaleza y la cultura. El estudio del comportamiento de los grandes simios relativiza esta usual y radical separación. Frans B. M. de Waal, autor de este ensayo, es uno de los mayores expertos mundiales en primatología, es profesor sobre comportamiento de primates en el departamento de psicología de la Universidad Emory (Atlanta, Georgia) y es director del Living Links Center, un centro de estudios sobre la evolución de humanes y simios antropoides. De Waal trabajó inicialmente con los chimpancés del zoo holandés de Arnhem, experiencia que está en la base de su libro La política de los chimpancés (Alianza, Madrid 1993) y es autor también, entre otros ensayos, de Bien natural: los orígenes del bien y del mal en los humanos y otros animales (Herder, Barcelona 1997).

SAS está dividido en tres grandes secciones -1ª. Espejos culturales. La forma en que vemos a otros animales. 2ª. ¿Qué es la cultura? ¿Qué es la naturaleza? 3ª. Naturaleza humana. La forma en la que nos vemos a nosotros mismos- y un delicioso epílogo: «El salto de la ardilla». El objetivo del primatólogo holandés viene ya señalado en su prólogo:»En este libro me propongo explorar si los animales tienen o no cultura. Considero que vale la pena la búsqueda de una respuesta a este tema por varias razones…» (p.19). Entre ellas, porque «nos permite enterrar otro anticuado dualismo occidental: la noción que la cultura humana es algo opuesto a lo natural que hay en los humanos» (p.19).

El mismo De Waal (Mundo científico 224, pp.95-98), ha sintetizado del modo siguiente las tesis básicas de El simio y el aprendiz de sushi: :

1. La transmisión cultural, es decir, la transmisión de conocimientos y prácticas por medios no genéticos no es específico de la especie humana, puesto que puede observarse también en otros animales. Así, los macacos japoneses aprenden de sus congéneres como lavar patatas en el mar y las hembras chimpancés enseñan a sus crías como utilizar correctamente piedras para partir nueces.

1.1. Por ello, no es aceptable la tesis de que los animales no humanos sean entes sometidos a leyes estrictamente genéticas, negando que la existencia de culturas humanas sea una correcta línea de demarcación entre los humanes y el resto de los animales. Como se señala en la contraportada, el título del ensayo proviene precisamente de una analogía que De Waal establece entre la forma en que se transmiten los comportamientos en las sociedades de primates y la manera en que las habilidades del maestro de sushi (pescado crudo elaborado) se traspasan al aprendiz a través de la meticulosa observación de sus movimientos. «Después de haber escrito este libro, estoy más seguro que nunca de que el tema de la cultura animal va a quedarse con nosotros para crecer y convertirse en uno de los campos más apasionantes: un campo cuyas implicaciones van más allá de la conducta animal» (p.11).

2. La cultura occidental ha moldeado la forma en que consideramos a los animales no humanos. 2.1. Y a la recíproca: esta mirada ha determinado la forma de vernos a nosotros mismos.

De este modo, contrariamente al punto de vista de una humanidad asocial defendido por clásicos de la filosofía política tan opuestos como Hobbes o Rousseau, De Waal sostiene que los humanes somos herederos de un larguísimo linaje de animales sociables que establecen toda clase de vínculos entre sí.

2.2. ¿Es pues la competencia o la cooperación lo que ha dominado la vida de los animales? Ambas: los animales están en competencia pero al mismo tiempo se necesitan, nos necesitamos, unos a otros. «(…) Es cierto que compiten [los macacos] por las hembras y el estatus dentro de la jerarquía, pero también son perfectamente capaces de atenuar la competición por la comida y se llevan bien la mayor parte del tiempo. Para mantener la paz realizan montas y abrazos entre ellos con gran excitación, se espulgan y utilizan a las crías para tender puentes…» (p. 241).

2.2.1. Esta cooperación es además posible no sólo entre individuos de la misma especie sino entre individuos de especies diferenciadas. Véase, por ejemplo, lo apuntado por De Waal a propósito de perros y tigres («La supervivencia del más amable», pp. 265-268).

2.3. Esta dinámica social de competición y cooperación no es exclusiva de las sociedades de primates sino que puede verse también en otros niveles biológicos. Por ejemplo, en el comportamiento de las células en organismos multicelulares.

3. La teoría según la cual naturaleza y la cultura son entidades totalmente diferenciadas y opuestas, «una teoría del gusto de Thomas Henry Huxley, pero también de Freud y Lévi-Strauss, carece de todo fundamento». A pesar de que el humán es un ser cultural, nunca ha abandonado la naturaleza. Y nunca podrá hacerlo. Tendencias a construir culturas existen también en otros animales no humanos.

3.1. En síntesis: hay naturaleza y hay cultura, y nosotros, como muchos otros animales, tenemos un pie en cada una de ellas.: «Pensar en la naturaleza y la cultura como ámbitos distintos y diferentes es peligroso: existe mucha naturaleza en la cultura, al igual que existe mucha cultura en la naturaleza» (p.232).

3.1.1. Consiguientemente, es falso que el hombre sea un ser básicamente cultural y los animales no humanos sean seres estrictamente naturales, distinción excluyente que está en la base de algunas posiciones, nada inocentes, contrarias a reconocer derechos a los animales o a admitir legítimas preocupaciones morales por la vida y el sufrimiento de los animales no humanos.

La frontera se difumina: los animales no humanos son hasta cierto punto seres culturales y nosotros nunca hemos perdido vínculos con la naturaleza. La analogía que De Waal establece entre el comportamiento de Nixon, ante el abandono de la presidencia norteamericana, y los chimpancés ante situaciones estresantes parecidas ilustra esta cercanía óntica (p.256).

3.2. De ahí no puede colegirse que De Waal no sea crítico respecto a algunas tendencias de la sociobiología, de la ecología del comportamiento o de la psicología evolucionista: en estas disciplinas se salta con demasiada ligereza de la dotación genética al comportamiento como si entre los dos ámbitos no hubiera, de hecho, muchos otros factores implicados. No se puede, sostiene De Waal, explicar un comportamiento separándolo de su contexto cultural en el sentido amplio de esta categoría. Empero, las ciencias sociales no deberían quedarse al margen de la perspectiva evolucionista. Se necesitan enfoques integrados en los que la mirada evolucionista se complete con puntos de vista igualmente legítimos. Sin esta perspectiva es imposible explicar la especie humana. De ahí que el primatólogo holandés apunte, con optimismo y deseo compartible, que «dentro de cincuenta años el retrato de Darwin colgará de las paredes de los departamentos de psicología y sociología». Quien escribe ‘colgará’ tal vez quiera decir ‘debería colgar’.

Hay además una cuestión lateral que no debería pasar desapercibida al lector y más tratándose de un científico de primera fila. Las reflexiones epistemológicas de De Waal vertidas a lo largo de las páginas de SAS, muy pegadas a su propio trabajo de investigador, sobre hechos y teorías, sobre métodos de investigación y métodos de exposición, sobre prejuicios y conclusiones a propósito de los bonobos, o sus reflexiones históricas sobre sociobiología y etología (pp.80-81), sobre Lorenz (pp.86-96), sobre Niko Tinbergen o sobre Imanishi («el Stephen Jay Gould del Japón»), o en torno a Aristóteles y Darwin y su vindicación de un nuevo modelo de humán de ciencia que podríamos llamar Darwinstóteles (p.78) o sus interesantes y nada triviales consideraciones sobre ideología, cultura o concepción del mundo y práctica científica real a propósito de las prácticas y perspectivas de investigadores orientales, no son simples notas notas marginales En este ámbito, podemos encontrar pasos de tanto interés como el siguiente:

«(…) Para convertir el estudio del comportamiento en una ciencia con madurez necesitamos inspirarnos en la visión aristotélica y organizar nuestro estudio alrededor de determinadas áreas la cognición, la adaptación evolucionista, la cultura y la genética, en lugar de que la estructura de nuestra disciplina dependa de si tratamos con un primate bípedo o con otro animal. Al suprimir esta división artificial, habremos avanzado mucho para conseguir calmar el excesivo miedo a caer en el antropocentrismo, miedo que, por otro lado, nació de esta misma división» (p. 81).

Esta última valoración es independiente de algunas extrañas y disonantes notas. Así, De Waal conjetura, en tonalidad nada dubitativa, que la necesidad de los científicos conductuales de ir de forma rectilínea desde la teoría a los datos «dando la impresión de que saben menos sobre la verdad de lo que realmente saben, proviene de un deseo de ser como los físicos, que provienen de una ciencia que ha alcanzado la elevada fase de la predicción de salón» (sic, p. 159). No sólo eso. Poco después de haber llegado a alcanzar algún nuevo descubrimiento como la existencia de los quarks o la predicción de que la colisión entre un mesón y un protón debería dar lugar a una partícula lambda, De Waal sostiene que «hordas (sic) de científicos se disponen a probar sus hipótesis en enormes aceleradores de partículas y cámaras de vacío» (p. 159) del CERN o de Fermilab. De la misma forma, causa extrañeza teórica o desconocimiento semántico, afirmaciones como que «las teorías se formalizan con frecuencia, lo cual no significa que tengamos que negar la importancia de las predicciones generales» (p. 160).

Hay que destacar la excelente traducción de Patricia Teixidor, sus oportunas y documentadas notas a pie de página, el completísimo índice analítico y nominal de SAS, así como las ilustraciones, en algunos casos debidas al propio autor, que acompañan algunos pasajes. El lector puede reparar, por ejemplo, en los dibujos sobre reconciliación de chimpancés (p.59), o sobre las grajillas (p. 88) -que el mismo De Waal ha criado-, al igual que sus excelentes fotografías sobre macacos tibetanos (p.128) o la maravillosa toma de Robert Yerkes del joven bonobo Chim (p.192), en sorpresiva pose de serio y aplicado estudiante.

Es posible que en algunos casos la perspectiva del autor olvide otras legítimas aproximaciones. Así, De Waal afirma que «el comunismo fracasó porque iba en contra de la naturaleza económica humana» (p.247), naturaleza económica de la que él apenas nos da apunte alguno. Igualmente, le parece evidente, de forma notablemente simplificadora, que «las comunidades hippis de los sesenta, basadas en la negación de los celos sexuales, no duraron mucho» (p.247), y más teniendo en cuenta lo señalado por él mismo sobre los bonobos en el capítulo 3: «Los bonobos y las hojas de ficus. Primates hippies en un paisaje puritano». No importa, nada de esto es significativo. En un reciente topo (num. 181-182, pp. 71-77), Jorge Riechmann argüía sobre la conveniencia y urgencia de una comunidad que incluyera a los muertos, las encinas y las abejas. Este libro del autor de La política de los chimpancés abona orgánicamente esa misma necesidad, porque, como el mismo De Waal señala, desde que en 1857 Linneo tuvo el coraje científico de clasificarnos junto a monos y simios antropoides, salvadas las conocidas y no siempre amables resistencias culturales y religiosas, ha ido calando poco a poco el mensaje de que no estamos solos en el mundo: «Lo cierto es que, biológicamente hablando, nunca lo estuvimos. Ha llegado el momento de argumentar lo mismo con respecto a las culturas» (p. 39).

Finalmente, me permito una breve recomendación: para abrir boca de forma nada carnívora, el lector/a podría iniciar su lectura por las deliciosas páginas compuestas por De Waal sobre Mozart y los estorninos («El pequeño bobo de Mozart», pp. 138-142) o por el mismo epílogo de su obra: «El saldo de la ardilla». Imposible que pueda sentirse defraudado. Si obra de este modo, se encontrará con esta armónica y analógica nota en si bemol:

«(…) El pez globo tiene un hígado extremadamente tóxico que, si no se extrae de la forma correcta, puede causar parálisis y una muerte segura (por eso no es sorprendente que en Japón la preparación de este plato de sushi para realizar el llamado fugu requiera tener una licencia especial). El arriesgado consumo de este exquisito plato es comparable a la conducta de los chimpancés salvajes de masticar la parte amarga del endocarpio, en la que parecen haber aprendido a evitar las partes tóxicas de la planta» (p.297).