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De asesinatos comunes y campañas amañadas

Fuentes: Rebelión

La sensibilidad política del régimen del 78 está a la altura de un vertedero. Si fueran decentes, habría mil motivos para detener una campaña electoral. Por ejemplo, cuando un técnico de sonido se cae de una torre mientras está instalándola con prisas porque hay que salir al siguiente pueblo; cuando la furgoneta se sale de […]

La sensibilidad política del régimen del 78 está a la altura de un vertedero. Si fueran decentes, habría mil motivos para detener una campaña electoral. Por ejemplo, cuando un técnico de sonido se cae de una torre mientras está instalándola con prisas porque hay que salir al siguiente pueblo; cuando la furgoneta se sale de la carretera y los que montan el escenario se matan; cuando militantes y votantes tienen un accidente camino del mitin; cuando se ha suicidado un desempleado de larga duración, familiar del cámara de televisión que busca el plano de alguno de los dos candidatos; cuando le da un infarto a un desahuciado mientras escucha en una plaza las mentiras del político de turno… También cuando es asesinado un servidor público por razones que tienen que ver con su desempeño en favor de la comunidad. Estaría bueno.

Pero incluso en este último caso el Partido Popular es capaz de ensuciar algo que debiera encontrarnos. Sin ningún tipo de conversación con las demás fuerzas políticas, deciden suspender durante dos días los actos de campaña, obligando a todos los demás partidos a hacer lo mismo pues, de lo contrario, darían la sensación de insensibilidad. Sin embargo, tanto el PP como el PSOE deciden mantener el debate en la televisión donde las dos estrellas del bipartidismo pueden llegar a todo el país. «Mítines sí, debates en televisión no» dice el partido al que pertenecía la víctima (al igual que su asesina). Luego terminan retrasando un día más el debate. Cuando los demás partidos han tenido que suspender sus actos del miércoles. Cómo no pensar en 2004, cuando el atentado de Atocha. El PP nos dijo que había sido ETA y, unilateralmente, suspendió la campaña electoral. A ver si nos callaba esas 48 horas que les separaba del día de las elecciones. La hipocresía desborda. Pero vamos aprendiendo.

La Brunete mediática del PP ayer salió en tromba para hacer de la muerte de la militante del PP una oportunidad única para hacer campaña. Un imbécil que le echaba la culpa a una viñeta del diario satírico El Jueves del asesinato por haber criticado a la Presidente de la Diputación asesinada (que acumulaba otros doce cargos en el país de los seis millones de parados). Otro imbécil que decía que no iba a votar, pero que después del asesinato de una persona del PP se había decidido a hacerlo. Otra imbécil diciendo que detrás del asesinato estaban los escraches de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. El editorial insultante de El Mundo hoy diciendo que tenemos que dejar de pensar que la casta nos roba, nos miente y nos insulta porque sólo por pensar eso estamos siendo cómplices de sucesos como los que han acabado con la vida de la Presidenta del Partido Popular en León.

Es terrible que alguien muera por arma de fuego. O ahogado por cruzar el estrecho. O estrellado contra el suelo de la desesperación. O en una fábrica sin medidas de seguridad. O en la cárcel porque es pobre y no tiene influencias. La diferencia entre las muertes cotidianas y la muerte de Isabel Carrasco es que de las primeras no sabemos casi nada y de la segunda lo que nos han contado, sobre todo, han sido mentiras. Nadie nos informa de por qué se quitan la vida por su propia mano cada día -cada día- diez personas en nuestro país. Y no nos han querido contar que la presunta asesina de la Presidenta del PP también era militante del PP, al igual que su hija, al igual que su marido policía (al que pertenecía, al parecer, la pistola). Que habían tenido sus desencuentros en la pelea política interna. Y que entre ellos se traían relaciones que aún están por aclarar. Nada raro en ese partido donde cada dos por tres nos enteramos de alguna vuelta de tuerca más en la página del escándalo. Es más rentable presentar este hecho luctuoso como un asesinato político. Es mejor ser víctima que casta. Aún recuerdo cuando deseamos que detrás del accidente ferroviario de Angrois no hubiera razones ligadas a los recortes. El PP salio en tromba a insultar a los que sospechamos. Ahora ya sabemos, porque lo han dicho los jueces que, efectivamente, aquel accidente no tenía que haber pasado. Pero el PP hizo, como siempre, caja electoral con el asunto. La hipocresía no se gasta.

Dentro de las mentiras hay otra que se ha deslizado con maneras de patronal. Nos han dicho que los motivos del asesinato eran laborales. Como si los trabajadores se la pasen matando a los que los despiden. Por eso hay que hacer más represivo el código penal. Que ya se sabe cómo se la gastan los currantes. Hoy esa interpretación resulta aún más insultante cuando sabemos que unas trabajadoras gallegas pueden entrar en la cárcel por luchar durante la huelga por sus derechos (tres años de cárcel por echar pintura en una piscina, cuando, como nos recuerda Ignacio Escolar, por abandonar delante de un hospital a un trabajador al que has contratado ilegalmente -no sin antes amenazarle- y que ha perdido un brazo -que has tirado a la basura- se pagan sólo once meses).

Todo huele a casta. Incluidos los descerebrados -cierto que escasos- que han celebrado en ese recinto de valientes que es twiter el asesinato. Igual que lo han celebrado los patriotas del PP que no han dudado en ver la oportunidad electoral. Este país a veces es muy feo. El Partido Popular sigue queriendo llevarnos a la España de «Los santos inocentes». El PSOE le hace el juego. No nos merecemos tanto bochorno. Es esencial que los partidos del 78 dejen de dictarnos los colores de nuestra democracia. Para que deje de ser tan gris.

Blog del autor: http://www.comiendotierra.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.