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De cómo los asentamientos israelíes obtuvieron el mejor acuerdo posible de Netanyahu

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Como parte del acuerdo sobre Amona, el primer ministro israelí compensa a 40 familias de colonos con 36 millones de dólares y le dice al ministro de la Vivienda que proceda a demoler las casas palestinas en Israel.

Los colonos han ganado de nuevo. El gobierno israelí se ha rendido otra vez.

No por primera vez, y en verdad que no será la última, el grupo de presión política más fuerte de Israel, el que viene aterrorizando a los gobiernos israelíes desde hace ya mucho tiempo, chantajeando a las sucesivas administraciones y atemorizando incluso a los escalafones del ejército, ha demostrado una vez más que sigue siendo muy poderoso.

Lejos de menguar, su fuerza crece continuamente en las confrontaciones con el gobierno derechista más nacionalista y religioso en la historia del país, al contrario que el cada vez más débil bloque izquierdista, mientras la opinión pública israelí permanece por completo indiferente.

 

Jóvenes colonos israelíes en el asentamiento de Amona, en la Cisjordania ocupada, 18 de diciembre de 2016 (AFP)

Esta vez se trata de Amona, un puesto de avanzada ilegal, pero no nos dejemos llevar por el engaño de los colonos. La cuestión no va sólo de Amona, es mucho más amplia.

De cómo se colonizó y soliviantó Amona

El asentamiento de Amona se creó en 1995 como sitio «arqueológico», un engaño habitual de los colonos. Próximo al «sitio arqueológico», la autoridad nacional de Israel encargada de los temas hídricos, Mekorot, instaló un gran tanque de agua. Una década después, en 2005, 30 familias estaban viviendo allí sobre 400 dunam robados de tierra privada palestina.

Esta es, en resumen, la historia de muchos de los asentamientos en los territorios ocupados. El gobierno israelí no aprobó nunca que se estableciera Amona, para el que no hubo nunca una planificación adecuada, ni una delimitación del área de su jurisdicción, ni una decisión explícita del gobierno permitiendo nada de ello.

Sin embargo, las autoridades israelíes invirtieron allí incalculables recursos para pavimentar una carretera de acceso y proporcionar electricidad, agua y otras infraestructuras, como si Amona contara con la aprobación del gobierno y todo fuera legal.

En el informe sobre los puestos avanzados de asentamientos recopilado por la abogada Talia Sasson, exfiscal superior del Estado, a petición del entonces primer ministro Ariel Sharon, que sigue siendo aún la documentación más completa sobre los puestos avanzados, Amona aparece listado como puesto avanzado no autorizado y, por tanto, ilegal. La lista incluye alrededor de 50 puestos más designados oficialmente como ilegales.

Ese es también otro engaño perpetrado por los gobiernos israelíes, como se explicará más adelante. Debemos tener presente que todos los asentamientos son igualmente ilegales.

En 2006, tras las demandas de las organizaciones de derechos humanos, el Tribunal Supremo de Justicia de Israel ordenó la demolición de seis construcciones en Amona, levantadas sobre unas tierras que se había demostrado que eran de propiedad privada palestina. La evacuación fue violenta y enfrentó a miles de colonos con el ejército y la policía. La tierra, por supuesto, no se devolvió a sus propietarios, ni siquiera cuando la evacuación y demolición se completaron.

 

Casas a demoler en el asentamiento de Amona en 2006 (AFP)

Hace unos dos años, en otra demanda ante el Tribunal Supremo de Justicia, este dictaminó que había que evacuar todos y cada uno de los 40 edificios levantados en Amona, al considerar que todos ellos se habían construido en tierra palestina de propiedad privada.

Durante los dos años siguientes, el gobierno y los colonos encontraron todo tipo de pretextos para retrasar su cumplimiento. En esos dos años no se hizo nada hasta que el tribunal ordenó recientemente que el próximo fin de semana [25 diciembre] era la fecha límite para evacuar Amona.

El gobierno tenía ahora un problema: por ello empezó a promover rápidamente una «ley de acuerdos», sorprendentemente más amplia que serviría para blanquear todos los asentamientos levantados en tierras privadas, pero habría que evacuar Amona para evitar socavar aún más el imperio de la ley y la autoridad del Tribunal Supremo.

Aplacar para evacuar

Las emociones se han disparado durante las últimas semanas en Israel a medida que la evacuación se avecinaba. Los colonos son expertos en el chantaje emocional mediante la manipulación de los medios israelíes que, siempre atentos a los índices de audiencia, tienden a cooperar; la evacuación pendiente se convirtió en una cuestión nacional. A medida que se acercaba la fecha de evacuación, los colonos intensificaron sus amenazas de oposición violenta y cientos de jóvenes de otros asentamientos se agolparon en Amona, para defenderlo ostensiblemente con sus cuerpos.

Para Bibi Netanyahu, una evacuación violenta es un desastre político y mediático. Por tanto, estaba claro que tendría que hacer algo para aplacar a los colonos. Ellos lo sabían y lo explotaron en su cínica manera habitual. En un punto bajo de las negociaciones, el primer ministro anunció que había instruido a su ministro de Seguridad Interior para que empezara a demoler los edificios construidos ilegalmente en zonas donde los árabes viven en Israel, como una especie de soborno para apaciguar a los colonos.

Al hacer eso, Netanyahu se comportó exactamente igual que los etiquetados de extremistas que perpetran actos vandálicos o violentos contra los palestinos cada vez que el gobierno intenta de algún modo limitar su libertad de acción.

 

El ministro de la Vivienda israelí Yoav Galant visita Amona el 18 de diciembre de 2016 (AFP)

En el contexto de la ya rutinaria incitación del primer ministro contra los ciudadanos palestinos de Israel, esa promesa de demoliciones en ciudades y barrios donde los árabes viven podría muy bien llevarse a cabo, aunque no fuera parte del acuerdo alcanzado con los colonos de Amona. Demoler hogares árabes resulta popular entre la base política de Netanyahu y la oportunidad puede ser demasiado tentadora como para renunciar a ella.

Naturalmente, los colonos alcanzaron un acuerdo de última hora con Netanyahu, que fue llamado a su oficina en medio de la noche. En función de los términos acordados, los colonos tendrán otras tierras y más edificios. Además, cada familia evacuada recibirá una suma inmensa como compensación.

En un país donde el coste del suministro de medicinas a los pacientes es de 500 millones de shekels (130 millones de dólares) al año, el gobierno decidió distribuir nada menos que 140 millones de shekels (36 millones de dólares), como compensación, a 40 familias de colonos que se habían ido a vivir en un lugar donde desde el primer momento sabían que estaban construyendo sobre tierra robada, sobre una tierra que no les pertenecía. Ahora han recibido edificios sustitutivos en la misma colina donde se levanta Amona.

 

Grupo de palestinos junto a los escombros de la que fue su casa, demolida por órdenes del Ayuntamiento de Jerusalén, en la barriada de al-Tur, de mayoría árabe, en el este de Jerusalén (Septiembre de 2016/AFP)

No hay otro electorado en Israel que obtenga tales consideraciones. La única ventaja de este acuerdo es que exponía bien a las claras el verdadero rostro de los colonos como grupo de personas motivadas no sólo por su codicia de la tierra sino también por el dinero. Parafraseando a Bernard Show, el principio ha quedado ya establecido, ahora sólo queda regatear el precio.

Huelga decir que a los propietarios palestinos no se les ha devuelto su tierra tras la evacuación, debido a la proximidad del nuevo Amona. Mientras tanto, hay también ahor palestinos afirmando su propiedad sobre la tierra de la nueva ubicación.

Sentando precedentes

Esta farsa podría haber sido entretenida si no fuera tan triste. Incluía valores como el derecho a la propiedad, a la igualdad, a la aplicación debida y la obediencia al derecho internacional. Si no se hubiera probado, una vez más, que los colonos israelíes pueden hacer lo que quieran porque son los amos de la tierra.

Pero las consecuencias del acuerdo de Amona no van a terminar con la escandalosa compensación y el no menos indignante establecimiento del nuevo Amona. El acuerdo de Amona facilitará una política integral de blanqueo de los puestos de avanzada y los asentamientos que fueron construidos sobre tierra privada. No sólo es un desastre para los palestinos de las generaciones venideras, también para los israelíes.

Ahora Israel declarará oficialmente que en los territorios que ocupa hay una ley diferente, en virtud de la cual a los colonos se les permite casi todo, incluyendo el robo de la tierra, sin obstáculo alguno. En el mejor de los escenarios, Israel compensará a los propietarios a quienes les robaron sus tierras con las arcas del Estado, a expensas del presupuesto de sanidad o del presupuesto de bienestar social del gobierno. Los israelíes, mayoritariamente apáticos, aceptarán lo que les echen.

Es difícil creer que la mayoría silenciosa de Israel consintiera esta semana el acuerdo de compensaciones de Amona, que provocará una reducción inmediata en los presupuestos del gobierno destinados a bienestar social, sanidad y educación, sin que se escuchara ni una palabra de protesta.

Distinciones artificiales

Lo más destacado de todo este cuadro son las mentiras de Amona. No hay diferencia alguna entre Amona y otros asentamientos en los territorios ocupados. Etiquetar a Amona de «puesto de avanzada ilegal» es la forma en que el gobierno y los medios blanquean el resto de los asentamientos como si estos, a diferencia de los puestos de avanzada, fueran legales. Ni uno solo de ellos lo es.

Aparte de los propagandistas de Israel, no hay ningún país en el mundo, ni un solo jurista internacional, que reconozca que los asentamientos son legítimos y que no considere que los asentamientos israelíes son una grave violación de los Acuerdos de Ginebra, que prohíben el asentamiento de los ciudadanos de un país en el territorio que ocupa militarmente.

Asimismo, distinguir entre «tierra estatal», donde Israel puede asentarse y apropiarse de la tierra, y tierra de propiedad privada, una cuestión presumiblemente más complicada, es hacer una distinción artificial y manipuladora. Cuando Israel habla de tierra estatal, significa que es una tierra que pertenece al Estado de Israel. Pero el Estado de Israel no es el poder reinante en los territorios en los que aún no ha tenido el descaro de anexarse.

 

Los colonos, cuyo liderazgo es aún más tortuoso y cínico que la norma política israelí, basaron su amenazante exhibición de fuerza en la noción de que deben intimidar a la sociedad israelí, en la mayor medida posible, en respuesta a cada evacuación anticipada de la terraza de un simple apartamento en un asentamiento, por muy pequeña que sea, para borrar de la agenda la posibilidad de una verdadera evacuación en algún momento futuro.

Ese es el balance de Amona: los colonos ganaron por nocaut. La sociedad israelí se ha postrado ante ellos, indirectamente no menos saqueada que los palestinos, que son las víctimas directas de los colonos.

Gideon Levy es columnista de Haaretz y miembro de la junta de editores del periódico. Ha recibido diversos premios internacionales e israelíes por sus trabajos. Su nuevo libro The punishment of Gaza ha sido publicado por Verso.

Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/amona-lies-478246458

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.