El debate sobre el colonialismo de asentamientos no debe reducirse a las discusiones académicas, ya que dicha forma de colonialismo es una realidad política, evidenciada claramente por el comportamiento cotidiano de Israel.
Israel no es solamente un régimen expansionista desde un punto de vista histórico, sino que sigue siéndolo en nuestros días. Además, el núcleo del discurso político israelí, tanto en el pasado como en el presente, gira en torno a la expansión territorial.
Con frecuencia sucumbimos a la trampa de culpar de ese lenguaje a un conjunto específico de políticos de derechas y extremistas o a una administración estadounidense concreta. La verdad es muy distinta: el discurso político sionista israelí permanece fundamentalmente inalterado a lo largo del tiempo, aunque pueda cambiar de estilo.
Los líderes sionistas siempre han asociado el establecimiento y la expansión de su Estado con la limpieza étnica de los palestinos, algo a lo que se hace referencia en la literatura sionista como: “el traslado”.
Theodor Herzl, fundador del sionismo político moderno, escribió en su diario en relación con la limpieza étnica de la población árabe de Palestina:
“Intentaremos animar a la población sin recursos a cruzar la frontera procurándole empleo en los países de tránsito, al tiempo que le negamos cualquier empleo en nuestro propio país… Tanto el proceso de expropiación como el traslado de los pobres deben llevarse a cabo con discreción y circunspección”.
No está claro qué ocurrió con el grandioso plan de empleo de Herzl destinado a “expoliar” a la población de Palestina y repartirla por toda la región. Lo que sabemos es que la llamada “población sin recursos” se resistió al proyecto sionista de numerosas maneras. En última instancia, la despoblación de Palestina se produjo por la fuerza y culminó en la Nakba, la Catástrofe de 1948.
El discurso del desarraigo del pueblo palestino ha sido el fundamento compartido por todos los funcionarios y gobiernos israelíes, aunque se haya expresado de diferentes maneras. Siempre ha tenido un componente material, manifestado en la lenta pero decisiva apropiación de viviendas palestinas en Cisjordania, la confiscación de granjas y la constante construcción de “zonas militares”.
A pesar de lo que diga Israel, este “genocidio gradual” no está directamente relacionado con la naturaleza y el nivel de la resistencia palestina. Yenín y Masafer Yatta ilustran claramente a este respecto.
Veamos, por ejemplo, la limpieza étnica en curso en la Cisjordania septentrional, que, según la UNRWA [el organismo de la ONU para los refugiados palestinos], es la peor desde 1967. Israel ha justificado el desplazamiento de decenas de miles de palestinos por necesidades militares, a causa de la feroz resistencia en esa región, sobre todo en Yenin, pero también en otros lugares.
Sin embargo en muchas otras partes de Cisjordania, incluyendo la zona de Masafer Yatta, nunca ha habido resistencia armada. Sin embargo, han sido elegidas por Israel para la expansión de sus colonias.
En otras palabras, el colonialismo israelí no está relacionado con la resistencia, la acción o la inacción. Y esto ha sido así durante décadas.
Gaza es un claro ejemplo. Mientras se estaba produciendo uno de los genocidios más terribles de la historia reciente, empresas inmobiliarias israelíes, miembros de la Knéset (el Parlamento) y líderes del movimiento de asentamientos ilegales se reunieron para discutir las oportunidades de inversión en una Gaza despoblada.
Los insensibles magnates se dedicaban a prometer chalés en la playa a precios competitivos mientras los palestinos morían de hambre, en medio de un recuento de cadáveres cada vez más elevado. Ninguna ficción puede ser tan cruel como esta realidad.
No resulta sorprendente que los estadounidenses se sumaran, como muestran los comentarios igual de despiadados hechos por Jared Kushner, yerno del presidente Trump, y posteriormente por el propio presidente.
Aunque muchos hablaron entonces de la extrañeza de la política exterior estadounidense, pocos mencionaron que ambos países son ejemplos paradigmáticos del colonialismo de asentamientos. A diferencia de otras sociedades coloniales, tanto Israel como Estados Unidos siguen comprometidos con el mismo proyecto.
El deseo de Trump de apoderarse del Golfo de México y cambiarle el nombre, su ambición de ocupar Groenlandia y reclamarla como territorio estadounidense y, desde luego, sus comentarios sobre hacerse con la propiedad de Gaza son todos ellos ejemplos del lenguaje y la conducta típica del colonialismo basado en el asentamientos de colonos.
La diferencia entre Trump y anteriores presidentes es que los otros empleaban el poder militar para ampliar la influencia de EE.UU. mediante guerras y cientos de bases militares en todo el mundo sin utilizar de forma explícita un lenguaje expansionista. En vez de eso se referían a la necesidad de acabar con la “amenaza roja”, “restaurar la democracia”, lanzar una “guerra global contra el terror” para justificar sus acciones. Trump, sin embargo, no siente la necesidad de enmascarar sus acciones con una lógica falsa y mentiras descaradas. Su marca es la sinceridad brutal, aunque en esencia no se diferencia de los demás.
Israel por su parte raras veces siente la necesidad de dar explicaciones a nadie. Sigue siendo un modelo de feroz sociedad colonial tradicional a la que no le preocupa la rendición de cuentas ni respeta el derecho internacional.
Mientras los israelíes continuaban la conquista y limpieza étnica de Gaza, seguían atrincherados en el sur de Líbano e insistían en permanecer en cinco zonas estratégicas, violando así el acuerdo de alto el fuego con Líbano, firmado el 27 de noviembre.
Un ejemplo perfecto de esto fue la expansión inmediata -y quiero decir inmediata- hacia el sur de Siria en el momento en que el régimen sirio se derrumbó el 8 de diciembre. En cuanto los acontecimientos en Siria ampliaron los márgenes de seguridad, los tanques israelíes entraron en acción, los aviones de guerra destruyeron casi la totalidad del ejército sirio y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, canceló el acuerdo de armisticio firmado en 1974.
Dicha expansión siguió adelante aunque Siria no presentaba ninguna supuesta amenaza de seguridad para Israel, que ahora controla el monte Sheikh y Quneitra, en el interior del país. El insaciable apetito por la tierra de Israel sigue siendo tan fuerte como cuando se formó el movimiento sionista y se apoderó de la patria palestina hace casi ocho décadas.
Darse cuenta de esto es crucial, y los países árabes en particular deben entenderlo. Sacrificar a los palestinos a la máquina de muerte israelí con el cálculo erróneo de que las ambiciones de Israel se limitan a Gaza y Cisjordania es un error fatal.
Israel no dudará ni un minuto en adentrarse militarmente en cualquier espacio geográfico árabe en el momento en que se sienta capaz de hacerlo, y siempre encontrará el apoyo de Estados Unidos y el silencio de Europa, independientemente de lo destructivas que sean sus acciones.
Jordania, Egipto y otros países árabes podrían encontrarse en el mismo aprieto en que se encuentra Siria en estos momentos: observando cómo se apoderan de sus territorios y sin recursos para responder ante ello. Esta constatación también debería importar a quienes se ocupan de buscar “soluciones” al “conflicto” palestino-israelí, que circunscriben el problema al de la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza.
El colonialismo basado en asentamientos de colonos nunca puede resolverse mediante soluciones creativas. Un Estado colonial de asentamientos deja de existir, y una sociedad colonial de asentamientos deja de funcionar si la expansión territorial deja de ser la norma.
La única solución a esto es que el colonialismo de Israel sea cuestionado, restringido y, en última instancia, derrotado. Puede que sea una tarea difícil, pero es ineludible.
Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros. El último es «These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons» (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
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