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La humanidad sigue adelante

De Gaza a Somalia

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Aún recuerdo el entusiasmo que sentí cuando me dijeron que ya era lo suficientemente mayor como para ayunar en el mes de Ramadán. Mis sentimientos tenían poco que ver con el hecho de abstenerme de comer y beber entre el amanecer y la puesta de sol de cada día. Para un niño, supone una gran alegría. Para mí, el significado y las implicaciones eran mucho más maravillosos. Creía que era la ocasión que señalaba que me había convertido ya en un hombre. Y quería compartir esa noticia con todos mis hermanos, amigos y vecinos.

Cuando llevas tres días de ayuno, entras en una especie de situación de letargo. Pero el final parecía cercano. Aunque llevé bien mi primer intento de ayunar durante todo un mes, tuve vergonzosos momentos de debilidad. Me escondía en rincones oscuros con algunos de mis tentempiés favoritos: un pepino, un tomate, un trozo de pan de pita. Si me hubieran llegado a pillar hubiera sido degradante y bochornoso, una regresión a la infancia, un ejemplo terrible para mis hermanos más pequeños y una ocasión segura de burla para mis hermanos mayores.

Ramadán en un campo de refugiados de Gaza es una experiencia completamente diferente del Ramadán de cualquier otro lugar. Una población desnutrida de empobrecidos refugiados se abstiene de comer y expresa infinitas gracias por las fortunas de la vida. La ironía se me escapaba entonces, no así ahora. El Imán de la Gran Mezquita de nuestro campo de refugiados pasaba mucho tiempo dando gracias a Alá por sus infinitos dones. Con las manos extendidas hacia el cielo y los rostros mirando a la tierra, los fieles repetían impresionantemente al unísono: «Amén». Incluso aunque los helicópteros israelíes estuvieran zumbando sobre sus cabezas y los vehículos militares pasaran velozmente cerca, los fieles mantenían los ojos bajos. Aún cuando el olor de la pólvora y los gases lacrimógenos envenenasen la atmósfera, sus manos permanecían extendidas. «Alhamdulilah«, decía el Imán. Gracias a Dios. Y la multitud repetía: «Amén».

Traté de comprender el sentido de todo esto mientras luchaba con los dolores del hambre. Me cuestioné el sentido de todo ese esfuerzo. En ocasiones, incluso me atreví a desafiar a mi madre. Inmersa en su propio ayuno, no podía ser indulgente con aquel sacrílego niño de ocho años. «Ayunamos para sentir el dolor de los otros», dijo, sencillamente. Cualquier niño que habite en un campo de refugiados podía entender todo el significado implícito en sus palabras. En nuestro campo de refugiados abundaba el dolor de los «otros». Una de ellos era Umm Ali, una madre que se vio obligada a sacar a sus niños del colegio y enviarles a trabajar como mano de obra barata a Israel. Otro era Abu Musa, un trabajador de la construcción en Tel Aviv que se las apañaba para alimentar a sus niños pero nunca conseguía poder reparar su desvencijada casa.

Ya que mi familia formaba también parte del club de los «otros», yo ayunaba. Y, al igual que todos los «otros», daba gracias a Dios con la mirada baja y los brazos extendidos.

Años más tarde, en 1999, me uní a un grupo de periodistas y activistas por la paz en un viaje a Iraq. El objetivo era llevar un mensaje de solidaridad al pueblo iraquí devastado por el asedio impuesto por EEUU. Según estimaciones conservadoras de las Naciones Unidas, cientos de miles de personas -la mayoría de ellas niños menores de cinco años- murieron como consecuencia de esas largas décadas de sanciones.

Para ese viaje, volamos desde diferentes países y nos congregamos en Jordania. Yo mismo tuve que volar desde Estados Unidos. Un miembro de una de las delegaciones había llegado desde Gaza con casi 10.000 dólares que había recogido en escuelas, mezquitas y en la calle. Los israelíes no le permitieron sacar las cajas de medicinas donadas por los hospitales de Gaza y los iraquíes no le permitieron entrar porque en su pasaporte habían estampado sellos con letras hebreas. El joven dejó el dinero en manos de confianza pidiéndoles que compraran medicinas para los niños iraquíes desde Ammán. Cuando inició el camino de regreso a Gaza a través de la frontera jordano-iraquí me pidió que transmitiera la solidaridad de Palestina y de Gaza con el pueblo de Iraq.

De esa forma habla Gaza, de esa forma siente Gaza. Gaza asume posiciones y Gaza transmite sus sentimientos.

Como era de esperar, el hambre en el Cuerno de África está generando gran inquietud en Gaza. Los hambrientos somalíes son ahora también los «otros» cuyo dolor se nos insta a sentir. Once millones de seres sufriendo una situación de hambre devastadora mientras decenas de miles han muerto ya. Somalia es el epicentro del desastre. El hambre de su pueblo debería avergonzar a la humanidad hasta lo más profundo. Las historias que vienen de la región hablan del absoluto horror experimentado por generaciones enteras. Pero las escenas de las madres consolando tiernamente a sus niños moribundos nos cuentan también una historia diferente. Es una historia de amor, una historia que ninguna estadística puede captar, que ningún político puede aniquilar.

Gaza, que se encuentra bajo un feroz asedio israelí impuesto desde que Hamas resultó elegido en 2006, ha sido uno de los primeros lugares en responder a los llamamientos de auxilio.

Durante una reciente entrevista en Al Jazeera, el director de una misión de beneficencia se lamentaba por la falta de apoyo que su pueblo estaba recibiendo. Criticó severamente al mundo, especialmente a árabes y musulmanes. Parecía asombrado ante el hecho del poco apoyo que las víctimas estaban recibiendo incluso en el más sagrado de los períodos musulmanes. Pero después habló de la ayuda que llegaba desde Gaza. El presentador le cortó rápidamente y se puso a hablar de la ayuda enviada por el gobierno qatarí.

Me pregunté a mí mismo cómo podría Gaza, asediada por Israel, estar realmente enviando ayuda a la Somalia asediada por el hambre.

Pero así es.

Una de las múltiples campañas de ayuda puestas en marcha en Gaza para ayudar a Somalia recibe del hombre de «Desde Gaza: juntos para salvar a los niños de Somalia». Según la agencia de noticias Ma’an, ha sido la Unión Médica Árabe la que ha emprendido este reciente esfuerzo. «La campaña pretendía demostrar el nivel de cohesión física entre las asediadas Gaza y Somalia y que el pueblo palestino es capaz de apoyar y hacer llegar su solidaridad al pueblo somalí», informaba Ma’an el 2 de agosto. Los palestinos de Cisjordania están también movilizándose para enviar ayuda a Somalia. La unión de doctores ha abierto varias cuentas bancarias para recibir los donativos.

La generación de mi madre debe sentirse inmensamente orgullosa. Sus inacabables sermones sobre el «dolor de los otros» han calado profundamente en las mentes y corazones de sus niños. Estoy seguro de que también los somalíes pueden sentir intensamente el dolor de Gaza.

Gaza. Somalia. Incluso en los momentos más duros y oscuros, la humanidad, de alguna manera, sigue alentando.

Ramzy Baroud es editor of PalestineChronicle.com. Sus artículos aparecen publicados en muchos periódicos y revistas de todo el mundo. Sus últimos libros son The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle (Pluto Press, London), y «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, London). 

Fuente: http://counterpunch.org/baroud08122011.html