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Egipto

De la crisis al colapso

Fuentes: Aish

En una callejuela del Cairo se arremolinan decenas de personas a la espera de su turno para comprar pan. Cuando Jálid llega a la verja pide una docena de rebanadas y se las lleva envueltas en hojas de periódico. «Dentro de poco no podremos comprar más de tres rebanadas y creo que no es bastante», […]

En una callejuela del Cairo se arremolinan decenas de personas a la espera de su turno para comprar pan. Cuando Jálid llega a la verja pide una docena de rebanadas y se las lleva envueltas en hojas de periódico. «Dentro de poco no podremos comprar más de tres rebanadas y creo que no es bastante», reconoce. El Gobierno de Mursi limitará a partir de julio la compra de pan subvencionado por el Estado, aunque no ha especificado la cantidad. «Cada persona podrá adquirir un máximo de cinco rebanadas», según explica Sálah ed-Din, que trabaja como inspector de la panadería. «Es una cantidad razonable; muchas veces el pan acaba siendo alimento de los animales y el Estado gasta mucho dinero en ello».

El pan es vida en Egipto, no en vano aish significa ambas cosas. Es un ingrediente fundamental de la dieta del país, especialmente entre la clase media y baja ―el grueso de la población― y es el Estado el que da de comer a 84 millones de personas. Cada rebanada de pan vale 5 piastras (menos de un céntimo de euro); es el precio en las más de 25 000 panaderías repartidas por todo el país, como en la que trabaja Sálah ed-Din. Pero el Gobierno reconoce que sus reservas de trigo no superarán los dos próximos meses, si bien un aumento inesperado de la cosecha local puede paliar la escasez. Egipto es el primer importador de trigo del mundo y su capacidad para seguir manteniendo un sistema de subsidios que supone el 30% del presupuesto anual lleva meses en tela de juicio.

Dos años después de la revolución, la crisis que atraviesa el país no ha hecho más que agudizarse y la caída de la inversión y del turismo ha derivado en una situación crítica, en la que las cuentas del estado han quedado a expensas de créditos provenientes del exterior. El último ha sido de 5 000 millones de dólares de Qatar, que se sitúa como uno de los principales acreedores en esta crisis, mientras el Gobierno de Mursi sigue en busca de apoyos económicos por todo el globo, de Rusia a Brasil. A pesar de ello, las reservas de divisa siguen cayendo, después de que en diciembre se alertara de que habían llegado a un «nivel crítico» y, actualmente, no son suficientes para cubrir tres meses de importaciones. En un país importador de buena parte de la comida y del petróleo que se consume, la brusca devaluación de la libra egipcia frente al dólar ―ha perdido más de un 10% de su valor desde comienzos de año― no ayuda a la mejora económica. Los egipcios se enfrentan a unos precios que no dejan de aumentar (en febrero la inflación alcanzó el 8,7% interanual, la mayor subida en dos años, empujada principalmente por el encarecimiento de los alimentos) mientras la demanda interna continúa en caída libre, el turismo y la inversión no se recuperan y el desempleo cada vez es mayor (alcanzó el 13% a finales del 2012, según la Oficina Central de Estadística).

La llegada de los Hermanos Musulmanes al poder, lejos de estabilizar el país, ha sembrado un descontento creciente en cada vez más grupos de población. Es difícil que en El Cairo se sucedan más de tres días sin protestas y a los gritos que piden la caída del régimen, como lo hacían en enero de 2011, se han unido las demandas de cada vez más sectores decepcionados con el Gobierno de Mursi. Sin ir más lejos, los panaderos han salido varias veces a la calle porque el Gobierno subvencionará el pan, el producto final, en vez del trigo, como hace hasta ahora. Muchos se quejan de que con el nuevo sistema no cubren los gastos de producción y acusan al Gobierno de Mursi de querer cargar sobre ellos el peso del recorte de los subsidios. Sin embargo, Sálah ed-Din explica que detrás de esta decisión está la necesidad de acabar con el mercado negro de harina. «Algunos panaderos venden un saco [de harina] por 100 libras egipcias, cuando a ellos les cuesta nueve».

Escasez en las gasolineras

Estrangulados por unos precios que no dejan de subir, la falta de turistas y la inseguridad en las calles, muchos taxistas se enfrentan a situaciones como las de Muhámmad. Duerme por las mañanas tres o cuatro horas, no más. «De tres a seis más o menos». ¿Y el resto? «Aquí, trabajando», dice mientras expulsa el humo de su segundo cigarro en menos de cinco minutos, inmerso en los múltiples atascos en los que se pasa horas todos los días. «La situación está muy mal y no sé lo que va a pasar. Gano 70 u 80 libras al día (alrededor de 8 euros) y mis gastos ascienden a aproximadamente 150 libras (algo más de 16 euros). ¿Cómo lo hago? No hay dinero y tengo cuatro hijas, una de ellas está a punto de casarse. La ciudad rebosa de gente y el tráfico, ya lo ves solo un viaje te lleva mucho tiempo».

Nada de esto es nuevo, pero la preocupación por el tráfico ―uno de los muchos asuntos sin solucionar que el presidente prometió abordar a su llegada al poder― ha dado paso a problemas más acuciantes. Muhámmad, al igual que gran parte de los taxistas, tiene que asumir una cuota mensual para pagar su coche y a un creciente mercado negro impulsado por la escasez de combustible, que dobla el precio del litro de diésel. «No digo que el Gobierno cancele los créditos pero nos tienen que dar un respiro; una tregua de unos meses hasta que podamos hacer frente a nuestras deudas», dice haciéndose eco de las demandas de cientos de sus compañeros, que como protesta han bloqueado varias veces una arteria principal de la ciudad para llamar la atención del Gobierno.

Las alternativas no son muchas y, como otros compañeros, Muhámmad se debate entre esperar horas en la gasolinera o comprar una garrafa de 20 litros por unas 40 o 50 libras, frente a las 20 que cuesta normalmente. Los egipcios pagan 1,1 libras (algo más de 0,1 euros) por litro de gasolina de 80 octanos (la de menor calidad y la más utilizada por taxistas y microbuses), muy por debajo del precio de mercado, gracias a los subsidios del Gobierno; pero, como admitía el ministro de Finanzas, Mumtaz ad-Sáid, las cuentas públicas del país «sufren una enfermedad incurable» y la escasez de petróleo ya era evidente en las gasolineras antes de que el Gobierno reconociese que se habían acabado los fondos para financiar el combustible. En las estaciones de servicio se producen colas kilométricas, disputas e incluso ha habido muertos estos últimos meses. Aunque algunos responsabilizan a los dueños de las gasolineras de vender el diésel en el mercado negro, ellos denuncian que reciben muchos menos litros que antes.

Egipto importa la mitad del petróleo que consume y debido a la deuda de la compañía de petróleo estatal y la falta de dinero para pagar las importaciones, el suministro del diésel subvencionado está en riesgo, lo que repercute en todos los sectores económicos. La situación es especialmente delicada para taxistas, camioneros y conductores de microbuses, el transporte más utilizado por los egipcios dado su bajo precio (desde media libra) y su gran cantidad de conexiones. Sin embargo, la escasez de combustible ya se deja notar en otros ámbitos, como la agricultura o la industria, con el aumento de precios en frutas y verduras o los apagones, probablemente más frecuentes según vaya acercándose el verano y el consumo de electricidad se dispare.

Mientras tanto, el Gobierno planea un recorte en las ayudas a los productos petrolíferos (que suponen más del 70% del gasto en subsidios) a través de un sistema de cartillas inteligentes que limite la cantidad que recibe cada vehículo a precio subvencionado y que puede acarrear más descontento entre la población.

No ha pasado un año desde que Mursi accedió al poder y muchos creen que la culpa de la crisis no es del Gobierno sino de la inseguridad e inestabilidad provocada por un «estado en revolución permanente». «Nadie quiere dar una oportunidad al Gobierno», asegura Isam, otro taxista que tampoco quiere dar su apellido. «Cuando Mursi dice derecha, la gente va a la izquierda y cuando dice izquierda, la gente toma la derecha». Sin embargo, menos de la mitad de la población aprueba su gestión. Para la mayoría de los egipcios resulta difícil mantener una confianza ciega en un Gobierno que hace mucho que perdió la oportunidad de dialogar con la oposición y cuyas decisiones, de momento, solo han provocado la polarización del país y el estancamiento económico. Muhámmad Musálim, coordinador de la oficina de ayuda exterior de la Iniciativa Egipcia por los Derechos Personales (EIPR, por sus siglas en inglés), explica que el problema «no es la falta de recursos sino una asignación inadecuada» de los mismos. «Ahora mismo, los Hermanos Musulmanes están actuando exactamente igual que el régimen de Mubarak: estar al servicio de los acreedores y de los hombres de negocios», denuncia. EIPR lleva meses advirtiendo de la necesidad de reformar un sistema de subsidios que «hoy en día beneficia a los ricos, se destinan a las empresas energéticas o a las fábricas de cemento que no precisan de ayudas y que tienen amplios márgenes de beneficio», apunta.

El FMI, asiduo visitante de El Cairo

El recorte de las subvenciones es, junto con la subida de impuestos, una de las condiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para inyectar el crédito de al menos 4 800 millones de dólares que el Gobierno de Mursi lleva meses negociando. El país necesita crédito y los economistas parecen coincidir en la necesidad de revisar un sistema de subsidios que se ha revelado insostenible y cuyos principales beneficiarios no son los que menos tienen. La cuestión está en reformar el sistema sin perjudicar a las clases más bajas. «Aunque los pobres no son los más beneficiados por los subsidios, sí serán los más perjudicados con su eliminación», asegura el EIPR. «Si cortas los subsidios sin un control de precios ni una distribución adecuada de los mismos, condenas a la población a una situación inasumible», asegura Musálim. «Hay que equiparar el precio que pagan las industrias por el petróleo a los precios internacionales y utilizar ese dinero para crear una red de seguridad social de la que carecemos», apunta.

Musálim acusa al Gobierno de estar paralizado y de aplazar las reformas hasta que pasen las elecciones parlamentarias. Sin embargo, los comicios se han retrasado ―en principio se habían convocado para este mes pero ahora no se esperan para antes de octubre― y el ministro de Planificación, Ashraf al-Arabi, ha asegurado que espera un acuerdo con el FMI. A pesar de esto, con un escenario político incierto y con el plan de reformas descafeinado en comparación con el que Mursi aprobó en diciembre (y que revocó en menos de 24 horas debido al rechazo generalizado), la llegada del crédito aún no está asegurada. El nuevo interlocutor del Gobierno egipcio se enfrenta a un FMI que aún no se muestra satisfecho con las medidas propuestas por el Ejecutivo de Mursi, al que ha pedido que acepte una línea de crédito de emergencia que Egipto no asumirá, como ha dejado claro el ministro de Finanzas. Lo que no está tan claro son las razones por las que el Gobierno se niega a recibir la ayuda financiera que necesita, sin condiciones ni intereses.

De momento, además de los citados recortes en los subsidios al trigo y al petróleo, el Gobierno subirá los impuestos a la venta de tabaco, alcohol, refrescos, barras de acero, cemento y telefonía móvil (seis frente a los veinticinco bienes propuestos inicialmente). Además, ha aprobado el aumento del impuesto arancelario en la entrada de 100 productos considerados de lujo y del precio de la electricidad para los hogares, además de subir el 60% el precio de las bombonas de gas utilizadas para cocinar. Esta última es una medida ampliamente criticada ya que es un producto utilizado por los más pobres y no supone un gran ahorro para las cuentas del Estado. Sin embargo, ha dado marcha atrás y ha cancelado un impuesto sobre los dividendos de las acciones y ganancias de capital ante «el efecto negativo sobre el clima de inversión en Egipto», según un asesor del ministerio de Finanzas. Otra de las medidas anunciadas es aumentar los impuestos del máximo actual (20%) al 25% de los ingresos y también se ha planteado cerrar el aeropuerto de El Cairo por las noches a partir de junio para ahorrar energía. El objetivo de conseguir ayuda financiera del exterior ha pasado a ser una necesidad y el desbloqueo del crédito del FMI generará confianza y abrirá el grifo de otras ayudas, como las de la Unión Europea. En total, se calcula que Egipto necesita alrededor de 20 000 millones de dólares para el año fiscal 2013/2014, que se abre en julio.

Con un déficit que posiblemente supere el 10% en el presente año fiscal y que tendrá que reducirse a la mitad en 5 años, según las exigencias del FMI, cada vez son más los egipcios contrarios a la ayuda de la institución monetaria. Esta semana, decenas de personas se concentraron para rechazar el crédito coincidiendo con la llegada de una delegación del Fondo para reunirse con miembros del Gobierno de Mursi. Hace meses que la campaña Drop Egyp’s Debt pide que se abandonen las conversaciones con el FMI porque será «el egipcio de a pie el que pague la factura de esas políticas» de austeridad. Musálim critica que Egipto se dispone a aceptar las mismas «recetas del desastre» que se están implementando en Europa. «El Gobierno no tiene ninguna estrategia económica excepto la idea de asumir cada vez más deuda. Ya hemos engordado la deuda con las ayudas de Turquía, Arabia Saudí o Qatar. Asumir deuda para pagar deuda no solucionada nada, ya que la economía no crece porque no estimulas la demanda. Los Hermanos Musulmanes criticaban el presupuesto del régimen anterior y del periodo militar, pero no han cambiado absolutamente nada».

Sin embargo, la oposición tampoco tiene alternativas. Musálim reconoce que «puede hacer mucho más de lo que hace, como presionar al Gobierno» pero añade que «es difícil adoptar un modelo o estrategia económica si no dispones de datos». Critica la falta de transparencia del Gobierno de Mursi, que ha quedado reflejada en la clasificación del International Budget Partnertship. «No sabemos exactamente cuánto se destina a cada sector. No tenemos una visión clara y conjunta del presupuesto», destaca Musálim.

Mientras, el presidente no deja de expresar una tranquilidad que contrasta con la situación que atraviesa el país. «Dios proveerá», ha dicho en su reciente visita a Jartum (Sudán), donde ha asegurado que Egipto superará la crisis este año. «Si nuestros amigos cooperan con nosotros, saldremos de la crisis en seis meses y, si no lo hacen, lo haremos en nueve».

Fuente original: http://www.aish.es/index.php/es/component/content/article/121-clavesegipto/4205-egipto-852013-de-la-crisis-al-colapso