A lo largo de estas últimas décadas estamos viviendo una brutal ofensiva del neoliberalismo, cuyas consecuencias padecemos incluso en nuestro entorno más próximo. Pero no olvidemos que el neoliberalismo es un sistema económico y político que responde a una determinada lógica y estrategia internacional que surgió en 1989. Aquel año, el denominado Consenso de Washington […]
A lo largo de estas últimas décadas estamos viviendo una brutal ofensiva del neoliberalismo, cuyas consecuencias padecemos incluso en nuestro entorno más próximo. Pero no olvidemos que el neoliberalismo es un sistema económico y político que responde a una determinada lógica y estrategia internacional que surgió en 1989. Aquel año, el denominado Consenso de Washington proclamó a los cuatro vientos la fórmula «Más mercado, menos Estado». Las claves de dicha receta neoliberal eran las siguientes: un proceso de privatización de los servicios públicos, y la flexibilización del mercado laboral y de las condiciones de trabajo, con el fin de beneficiar a las empresas (Alcañiz y Monteiro, 2016).
Esta tendencia, surgida en los EEUU y propagada posteriormente a la Unión Europea y a muchos países del resto del mundo, se vio fortalecida por la crisis económica. Los países del sur de Europa y del área mediterránea (Italia, Grecia, Portugal y España) han sido los más perjudicados por la doctrina neoliberal; en el caso de Grecia y Portugal, en la medida en que han sido rescatados sus gobiernos han aplicado las medidas impuestas por la Troika. En el Estado Español, el rescate se materializó únicamente en el sector de la banca, pero se aplicaron igualmente las medidas de austeridad dictadas por la Troika (Mercedes Alcañiz eta Rosa Monteiro, 2016).
El sistema de bienestar del Estado Español, al igual que el del resto de países del área mediterránea, es un modelo familiarista, cuyas principales características son las siguientes: marcada división sexual del trabajo, gasto público reducido, escasa participación de las mujeres en el mercado laboral, y la influencia de la Iglesia Católica (Esping-Andersen eta Pailer, 2010; Silva, 2002; Tobío 2015, extraído de: Mercedes Alcañiz y Rosa Monteiro, 2016). Es, por tanto, evidente que este modelo de Estado del Bienestar no posibilita la paridad entre hombres y mujeres, y las medidas de austeridad adoptadas en el Estado Español estos últimos años agravan aún más la situación. La mercantilización de los servicios públicos, por ejemplo, ha traído consigo la precarización de servicios imprescindibles o que el sector público deje de ofrecerlos. Es el caso, por ejemplo, de los servicios relacionados con el cuidado de las personas. Es de sobra conocido que son, sobre todo, las mujeres quienes cubren los espacios vacíos que va dejando el Estado, debido a la división sexual del trabajo. Dichos servicios han quedado en manos de las mujeres, sea mediante el trabajo no remunerado que se realiza fuera del mercado laboral, sea dentro de éste pero en condiciones cada vez más precarias.
La precariedad es la incertidumbre que provoca a la persona la falta de una serie de condiciones materiales y simbólicas básicas necesarias para vivir (Precarias a la Deriva, 2004), y está cada vez más extendida en Europa y en el Estado Español, ya que las estrategias y las políticas neoliberales provocan su expansión. Pero el fenómeno de la precariedad no afecta por igual a todas las personas de un determinado territorio, y perjudica especialmente a los colectivos más vulnerables: a la clase trabajadora, a las personas migrantes, a la juventud y a las mujeres, entre otros (Tomeu Sales, 2016).
La feminización de la precariedad es fruto, precisamente, del citado fenómeno. La precariedad tiene rostro de mujer: peores condiciones de trabajo, mayor flexibilidad en el empleo, mayor inseguridad, jornadas parciales, conciliación del trabajo reproductivo y del empleo, brecha salarial… He ahí algunas de las situaciones, entre otras muchas, que precarizan el trabajo y las condiciones de trabajo de las mujeres.
La división sexual del trabajo está en la base de la feminización de la precariedad. Por otra parte, la actual ofensiva neoliberal ahonda aún más la división sexual del trabajo según el sexo e incrementa las diferencias sociales. Y es que dicho fenómeno provoca, además de la segregación por sexos, una jerarquización de los tipos de trabajo: los que se consideran «de hombres»·son mejor valorados que los «de las mujeres». Por consiguiente, los sectores feminizados suelen ser, con frecuencia, los más precarios del mercado laboral, ya que, en general, sus condiciones laborales son peores que las de los hombres, aunque también entre estos ha aumentado mucho la precariedad durante estos últimos años. La mayor parte de los empleos ocupados por mujeres se concentra en el sector servicios, donde basta con leer los convenios de los sectores feminizados para percatarse de las lamentables condiciones laborales de las trabajadoras.
Hay otro factor a tener en cuenta en esta situación: la visión sindical. La relación entre las organizaciones sindicales y las mujeres ha sido históricamente conflictiva. Los sindicatos han sido, desde sus inicios, ámbitos masculinizados en los que la presencia de las mujeres ha sido escasa. Al comienzo de la industrialización, en la mayoría de los sindicatos estaba prohibida la afiliación de las mujeres. Además en aquellas organizaciones donde no lo estaba la jerarquía era androcéntrica y la distribución de funciones profundamente sexista. Con el tiempo, la situación ha mejorado, pero los sindicatos siguen siendo ámbitos masculinizados, y la imagen simbólica del sindicalista sigue siendo la misma que la de la era de la industrialización: hombre blanco, adulto, heterosexual, trabajador de una fábrica y cabeza de familia (modelo breadwinner). Dicha simbología provoca que la mayoría de la clase trabajadora (mujeres incluidas) no se identifique con la imagen del sindicalista.
Así pues, en estos tiempos en los que van mermando los derechos laborales y crece la precariedad, es evidente el escaso interés que suscitan los sindicatos en buena parte de la sociedad. Pero además de la falta de identificación de la sociedad con los sindicatos, quisiera subrayar también otro hecho: la deriva de ciertos sindicatos a lo largo de estos últimos años y la desconfianza que ello ha generado en la clase trabajadora. Algunos sindicatos se han convertido en instituciones burocráticas y han optado por dejar a un lado la confrontación sindical, convirtiéndose así en cómplices de los gobiernos neoliberales. Todo ello ha provocado, cómo no, la desconfianza de la clase trabajadora hacia todos los sindicatos.
Pese a todo, estos últimos meses y años han aflorado en nuestro entorno diversas reivindicaciones laborales alejadas del modelo de sindicalismo hegemónico y tradicional. Sucede que los conflictos que van aflorando últimamente se producen en sectores precarios, ajenos al modelo de sindicalismo tradicional. Buen ejemplo de ello son la lucha del colectivo «Las Kellys» en el Estado Español, así como la huelga de las residencias de Bizkaia, que analizaremos a lo largo de este trabajo, entre otros. Estas luchas que van asomando son, por lo general, feminizadas, y en este caso el sujeto está lejos del sujeto trabajador y sindicalista tradicional.
Además, a lo largo de los 378 días que ha durado la lucha de las trabajadoras de las residencias de Bizkaia ha sido evidente cómo ha ido calando durante el proceso el discurso feminista tanto entre las trabajadoras como en el sindicato ELA, soporte de la lucha. Este «toque» feminista se ha materializado en las reivindicaciones, en los eslóganes, en las entrevistas y en las conversaciones con las huelguistas, y he percibido un cierto empoderamiento feminista en la evolución del proceso.
Con todo, son varios los motivos por los que me he decidido a analizar la lucha de las trabajadoras de las residencias de Bizkaia: este conflicto ha dejado patente la precariedad imperante en los actuales sectores feminizados, tal y como lo evidencian las condiciones laborales del colectivo. Se trata, además, de un servicio que, debiendo ser público, está subcontratado, con todo lo que ello conlleva de empeoramiento de las condiciones de trabajo. Esta situación refleja bien a las claras la tendencia neoliberal del sistema en el que vivimos: la privatización y la mercantilización de los servicios de cuidados, absolutamente imprescindibles. En pocas palabras, este conflicto refleja la lucha entre la vida y el capital.
Por otra parte, mediante este trabajo quisiera abordar la siguiente cuestión: ¿Ha habido empoderamiento feminista entre las mujeres que han participado en la huelga de las residencias de Bizkaia?
Considero muy interesante y novedoso que se haya producido un proceso feminista en un modelo de sindicalismo todavía masculinizado, sobre todo desde el punto de vista de las organizaciones que abogan por una renovación sindical para buscar modelos más eficaces. Así pues, investigaré en este trabajo los procesos y trayectorias que han ido surgiendo a lo largo de la huelga para poder analizar si se ha producido o no un proceso de empoderamiento feminista y, si la respuesta es afirmativa, para estudiar la naturaleza de dicho proceso.
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