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El 15-M y la clase trabajadora

De la revuelta a la victoria

Fuentes: En lucha / En lluita

Las manifestaciones del 15-M y las posteriores acampadas en plazas públicas exigiendo una democracia real han cambiado por completo la situación política. Unos pocos días de indignación colectiva y desobediencia civil en las plazas han bastado para demostrar que ese otro mundo posible al que hacemos referencia los y las anticapitalistas no solo existe, sino […]

Las manifestaciones del 15-M y las posteriores acampadas en plazas públicas exigiendo una democracia real han cambiado por completo la situación política. Unos pocos días de indignación colectiva y desobediencia civil en las plazas han bastado para demostrar que ese otro mundo posible al que hacemos referencia los y las anticapitalistas no solo existe, sino que está a nuestro alcance.

Las acampadas se han extendido por ciudades y pueblos a un ritmo vertiginoso. Miles de indignados e indignadas han tomado las plazas para mostrar otra forma de organizarse y hacer política desde abajo. Algunos campamentos se han convertido en pequeñas ciudades gestionadas en asamblea por sus habitantes y han recibido una inmensa solidaridad de quienes no pueden acampar diariamente. Un transeúnte entrevistado por la radio en la Puerta del Sol se preguntaba: «¿Cómo es posible que un pequeño grupo de jóvenes sean capaces de alimentar a todo el campamento y además organizar una guardería para los más pequeños, una enfermería y hasta una biblioteca? Y todo es gratuito. Sin embargo, los ayuntamientos con todo el dinero que recaudan son incapaces de hacerlo».

Las masivas acampadas en Barcelona, Sevilla, Madrid, Palma, Córdoba y tantas otras ciudades han mostrado la capacidad de autoorganización desde abajo de los sectores más afectados por la crisis, una clase trabajadora enfrentada a la precariedad, el paro y la carestía de vida. Posiblemente lo más destacado del movimiento 15-M es que ha logrado convertir la pasividad y la desesperanza ante un sistema en crisis en indignación y organización de base. Debemos celebrarlo al mismo tiempo que lo impulsamos para que llegue más lejos todavía.

Para ello es importante vincular las exigencias por una mayor democracia con la necesidad de impulsar una salida social a la crisis. El grito de «no nos representan» que tanto caracteriza a este movimiento es un reflejo del sentir general. Tras más de tres años de recortes y reformas contra los y las trabajadoras es evidente que los partidos de gobierno, tanto PSOE como PP y CiU, gobiernan para los ricos y los bancos; privatizan los beneficios y socializan las pérdidas. Esta situación no es nueva, en absoluto, simplemente se ha agudizado tras largos años de crisis. Demandando una democracia real, el movimiento 15-M ha sacado a la luz el descontento latente contra un sistema podrido desde la raíz.

«Lo llaman democracia y no lo es» es uno de los lemas más coreados en las acampadas pero también el de «esta crisis no la pagamos». Para centenares de miles de ciudadanos indignados las demandas por una democracia real representan la posibilidad de encontrar también una salida social a la crisis. Basta con ver la gran aceptación de algunas ideas lanzadas por el movimiento: poner fin a los desahucios y garantizar el derecho a la vivienda, nacionalizar los bancos rescatados o derogar la Reforma Laboral y de las pensiones por nombrar solo algunos ejemplos.

Hacer efectivas éstas y otras propuestas requerirá de una apuesta estratégica por parte del movimiento y afrontar ciertos debates. ¿Es suficiente mantener acampadas permanentes y asambleas masivas para que se escuchen las demandas? ¿Cómo podemos fortalecer el movimiento para estar en condiciones de lograr victorias?

¡Agitación!

Durante estas semanas ha sido constante el intento por equiparar la rebelión de los indignados con revueltas y revoluciones de todo tipo. La toma permanente de las principales plazas de numerosas ciudades nos ha recordado las luchas de la Plaza Tahrir en la Revolución egipcia. Otros han preferido verse reflejados en la llamada «revolución silenciada» de Islandia como modelo de respuesta ciudadana a la crisis.

En ambos casos es necesario extraer las lecciones oportunas de estos procesos. Sin embargo, las resistencias al sistema, igual que el propio capitalismo, tienen un desarrollo desigual y combinado. Surgen con mayor o menor celeridad, se retroalimentan de experiencias similares, pero cada movimiento debe afrontar unas peculiaridades que son propias del entorno y el espacio en el que se llevan a cabo.

La rebelión posterior al 15-M se sitúa dentro de un marco más amplio de resistencias interconectadas entre sí, pero cada una de ellas con unas características propias. La oleada de huelgas en Grecia contra los planes de austeridad y en Francia contra la Reforma de las pensiones, los movimientos estudiantiles en Italia o Gran Bretaña contra los recortes, la revuelta ciudadana islandesa contra el pago de una deuda ilegítima o las revoluciones de la primavera árabe forman parte de un todo. Las grandes movilizaciones en un mundo en crisis han llegado para quedarse.

Sin duda, los procesos revolucionarios en Túnez o Egipto son la principal fuente de inspiración. Han demostrado que las victorias son posibles y que hasta las más férreas dictaduras pueden ser derrocadas. Pero también nos enseñan que el poder para cambiar el mundo reside fundamentalmente en la organización y la movilización de los y las trabajadoras como fuerza política independiente.

Los enfrentamientos en la Plaza Tahrir fueron retransmitidos a diario. Por todo el mundo se extendió una enorme ola de solidaridad con el pueblo egipcio. Pero fue la entrada en escena del movimiento obrero quien puso en jaque al régimen de Hosni Mubarak. Las manifestaciones y, especialmente, las huelgas de los y las trabajadoras en el área textil de Mahalla, en el Canal de Suez, Alejandría y El Cairo fueron el detonante del movimiento para forzar la caída de la cabeza visible de la dictadura. En Túnez la implicación de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) en el movimiento fue igualmente clave para derrocar a Ben Ali tras 23 años en el poder y para forzar que nadie ligado a la dictadura esté presente en las próximas elecciones.

Los y las trabajadoras por el lugar que ocupan en relación a los medios de producción tienen la capacidad de paralizar por completo el sistema. Se ve claramente en una jornada de Huelga General, como las acontecidas en Grecia o Francia pero también a pequeña escala.

El pasado viernes 27 de mayo la acampada de Plaça Catalunya fue desmantelada durante unas horas. Efectivos de los servicios municipales de limpieza retiraron gran parte del campamento mientras la policía reprimía brutalmente a los acampados y a miles de indignadas que acudieron a defender la plaza. Finalmente, gracias a la fuerza del movimiento y a una movilización de masas, se recuperó la plaza. Pero, ¿qué hubiera pasado si los y las trabajadoras de BCNeta -empresa de limpieza municipal- se hubieran negado a desmantelar el campamento ante la represión policial? Se hubiera paralizado por completo el desalojo, y el movimiento, junto a los y las trabajadoras, sería aún más poderoso.

Esta situación es tan difícil de imaginar ahora como era hace un mes imaginar que miles de ciudadanos participarían activamente en asambleas y en un acto de desobediencia civil sin precedentes tomarían las plazas de sus ciudades de forma permanente. Y sin embargo hoy es una realidad.

Igualmente resulta difícil imaginar una victoria de la ciudadanía frente a los grandes banqueros y los políticos neoliberales. Pero la realidad es que los y las islandesas han rehusado en dos ocasiones pagar su deuda, persiguen a los especuladores como criminales que son y han iniciado un proceso de redacción de una nueva constitución hecha por y para los ciudadanos.

Las acampadas y la extensión de las asambleas a los barrios representan un gran avance para un movimiento que nació de forma espontánea. Pero superada esta primera fase de espontaneidad y crecimiento, el movimiento necesitará asentarse sobre la base de una orientación estratégica más clara y definida. Las prioridades serán más necesarias que nunca.

Llevar la indignación a los centros de trabajo es indispensable para hacer la conexión entre las demandas por una mayor democracia y avanzar hacia una salida social a la crisis. Ante el descrédito de las grandes centrales sindicales mayoritarias y sus burocracias, es el momento de establecer vínculos entre el movimiento 15-M y aquellos trabajadores y trabajadoras en lucha contra los recortes, los expedientes de regulación de empleo y la precariedad. A partir de ahí, todo será posible.

No nos representan

La centralidad de los y las trabajadoras en este nuevo ciclo de luchas que se abre a partir del 15-M es básica. Lo es para conseguir victorias concretas que permitan continuar avanzando; pero también cuando en boca de muchos activistas de las acampadas está la palabra «revolución». En estos meses hemos asistido a revoluciones triunfantes como en Túnez y el proceso revolucionario en Egipto donde se ha logrado el primero de sus objetivos, derrocar a Mubarak, pero todavía sigue en pie el régimen militar. Pero en estos casos también debemos aprender de revoluciones fallidas.

En diciembre de 2001 Argentina vivió también su revolución tras sufrir el corralito financiero. Miles de millones de pesos y dólares fueron sacados del país con nocturnidad y alevosía. De un día para otro la llamada clase media perdió sus ahorros, los pobres eran aún más pobres y la revuelta estalló en las calles al grito de «que se vayan todos». Y durante un tiempo se fueron. Hasta cinco presidentes fueron derrocados en tan solo 15 intensos días de movilización y luchas espontáneas, tomando las calles y las plazas, organizando asambleas populares masivas como las que estamos viviendo estos días en el Estado español.

Pero el movimiento decayó por falta de una respuesta sobre qué alternativa construir después de «que se fueran todos».

Obviamente la rebelión de las indignadas y la situación económica actual dista mucho de la rebelión argentina y el corralito. Ni hemos tumbado a ningún gobierno ni parece que a corto plazo vaya a suceder. Pero a pesar de ello el sentimiento latente detrás de lemas como «que se vayan todos» y del «no nos representan» es extrañamente familiar.

Si el actual sistema democrático «no nos representa», ¿cuál es la alternativa que planteamos? Los y las revolucionarias entendemos que la clase trabajadora tiene la capacidad no solo de organizarse colectivamente y hacer frente a los ataques del sistema. También tiene la capacidad de hacer funcionar la sociedad con otra lógica donde premie el bien común y podamos decidir libremente sobre todos los ámbitos de nuestra vida. Para ello es necesario reapropiarse de todo lo que nos han quitado. Tomar el espacio público como las calles, nuestros barrios y plazas es un gran paso, pero es imprescindible ir más allá y tomar también los centros de trabajo y los medios de producción. La democracia no se limita a nuestra capacidad de decidir sobre los asuntos públicos, también es nuestra capacidad de decidir sobre qué y cómo se produce. Mientras no exista una democracia económica, no existirá una democracia real.

Dentro del movimiento existe un espacio donde las ideas revolucionarias pueden avanzar. Y pueden hacerlo bruscamente en el momento menos esperado. En el periodo actual marcado por una crisis global el hecho más característico del capitalismo es probablemente su inestabilidad. No podemos predecir en qué situación estaremos dentro de un año, ni siquiera el próximo mes. La izquierda revolucionaria debe prepararse para afrontar cualquier escenario.

Por ahora los debates están servidos. Cientos de miles de ciudadanos están discutiendo abiertamente cómo conseguir una democracia real, resistiendo los envites de la crisis y organizándose a distintos niveles para luchar. Un punto de partida real y concreto sobre el que es necesario avanzar estableciendo objetivos claros. El más inmediato debe ser la convocatoria de una próxima movilización en las calles de forma coordinada en todas las ciudades. Tener en mente la perspectiva de una nueva Huelga General liderada por los y las trabajadoras indignadas es fundamental.

Continuidad de las luchas

La indignación en estos días toma numerosas formas. Existe la indignación de los sectores más comprometidos que han levantado los campamentos y extendido el movimiento a cada barrio. Pero también existe la indignación de quienes ven con simpatía esta rebelión y quienes indignados e indignadas resisten a la crisis desde sus puestos de trabajo.

El movimiento es extraordinariamente amplio y dentro de él hay muy distintas sensibilidades políticas. Articular este movimiento es el reto más importante al que la izquierda social y política se ha enfrentado en los últimos años.

Desde que estalló la crisis en septiembre de 2008 han sido muchos los movimientos sociales, organizaciones y sindicatos alternativos que se han comprometido en dar continuidad a las luchas bajo una perspectiva clara de unidad y movilización.

Los y las indignadas deberíamos ser capaces de recoger toda la experiencia acumulada y continuar avanzando por ese camino. Las manifestaciones previstas para mitad de junio serán la ocasión de calibrar el músculo del movimiento y darle un nuevo impulso.

Asentar la extensión en los barrios es todo un reto, pero también abrirá la posibilidad de conectar con nuestro entorno inmediato. Desde los barrios el movimiento puede tener un impacto real en cada pequeño conflicto, conectar con luchas locales y llevar la indignación a los centros de trabajo más cercanos.

Avanzamos lentamente porque queremos llegar muy lejos.

Enric Rodrigo es militante de En lucha / En lluita.

Fuente: http://enlucha.org/site/?q=node/16144

[VERSIÓ EN CATALÀ: http://www.enlluita.org/site/?q=node/3722]