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El campo de concentración de Gaza: el nazismo del siglo XXI (y IV)

De Yabalia a Rafah: destrucción, muerte y resistencia

Fuentes: Rebelión

Un taxi lleva a los visitantes hasta el campo de refugiados de Yabalia, cuna de la Intifada que empezó el 7 de diciembre de 1987. Tras callejear un rato por algunos barrios del campo, que están saturados de viviendas precarias, que carecen de infraestructuras y equipamientos de saneamiento, transporte, educativos y de otro tipo, llegan […]

Un taxi lleva a los visitantes hasta el campo de refugiados de Yabalia, cuna de la Intifada que empezó el 7 de diciembre de 1987. Tras callejear un rato por algunos barrios del campo, que están saturados de viviendas precarias, que carecen de infraestructuras y equipamientos de saneamiento, transporte, educativos y de otro tipo, llegan al hospital Al Awda, que quizás algo irónicamente significa El Retorno. Allí les recibe personal directivo, que les informa de la situación sanitaria de la Franja en general y acerca del hospital en particular.

Es mejor abstenerse de visitar la sala donde se guardan las fotografías de los heridos, mutilados y muertos por los ataques del ejército de ocupación israelí, a no ser que se tenga un interés profesional que lo justifique o que se desee intensamente ser testigo -al menos mediante documentos gráficos- de la barbarie de la que es capaz el «ejército más moral del mundo», según la tradición hagiográfica de los israelíes.

Miles de palestinos con mutilaciones horribles, heridas inimaginables, cuerpos quemados e inválidos de por vida desmienten la versión de los gobernantes israelíes en espera de que sean citados a declarar por un tribunal encargado de juzgar los crímenes contra la humanidad que se han cometido en Palestina, Líbano y otros países.

Ese día no habrá escasez de testigos a la vista de la cifra de víctimas causadas por los ataques israelíes: 12.261 palestinos han resultado heridos por el ejército de ocupación israelí solamente desde que empezó la Intifada de Al Aqsa el 29 de septiembre de 2000 hasta mayo de 2008. Para obtener el total de víctimas del sionismo, cifra muy superior, habría que añadir las víctimas de la primera Intifada y las de anteriores agresiones en forma de ataques concretos y de guerras. Una vez más, en España la cifra correspondiente asciende a 122.610 personas solamente en los últimos siete años.

El Centro Palestino de Derechos Humanos, PCHR por sus siglas en inglés, tiene su sede en la ciudad de Gaza, es una entidad consultiva del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y miembro de la Comisión Internacional de Juristas con sede en Ginebra. Ofrece abundante información sobre la larga lista de violaciones de derechos humanos por parte de Israel en los Territorios Ocupados que abarcan el uso de la tortura, la detención arbitraria, la destrucción de propiedad palestina, los ataques a los equipos médicos, las ejecuciones extra judiciales, los ataques a civiles no implicados en hostilidades, etc., etc.

Mientras el visitante intenta asimilar una catarata de datos sangrientos, se ve incapaz de responder a la pregunta ¿qué tiene que ver la supuestamente sacrosanta seguridad de los israelíes con el derecho a la salud de los palestinos?

Basam Naim, ministro de Sanidad del gobierno de Hamas, recibe a los visitantes en su despacho, donde les informa de los problemas causados por el bloqueo internacional al sistema de salud. No obstante, la información más interesante para unos extranjeros que no son especialistas en cuestiones sanitarias tiene que ver con la política antes que con la medicina. Por ello aclara a los visitantes la confusión que existe en Occidente sobre la situación de la Franja de Gaza.

No es correcto considerar que Gaza es una prisión, como algunos advierten en Europa, sino que es un campo de concentración, porque los internos en prisiones europeas reciben suficiente alimentación, cuidados médicos adecuados, están libres de ataques militares y no se les impide el ejercicio de otros derechos como el de la educación por ejemplo. Todo esto tiene lugar en la Gaza ocupada por Israel. Con otras palabras, el fin del campo es la limpieza étnica, no solamente encerrar a los palestinos.

Añade otra reflexión importante: la comunidad internacional, no solamente Israel, es también responsable de la situación. Por rechazar los resultados de las elecciones de 2006, que fueron limpias según constataron los observadores internacionales, y además por permitir que Israel viole continua y gravemente la ley internacional. Tiene razón en su acusación el ministro porque según la ley con la que se ha dotado esa comunidad, cada país tiene la obligación de cumplirla y hacer que los demás miembros la cumplan. Es decir, no basta con no violar la ley, sino que hay que impedírselo al que lo hace.

En cuanto a los detalles concretos de la actividad médica corriente bajo el bloqueo, el ministro presenta un ejemplo que basta para poner de manifiesto la crueldad de sus responsables. Suena el teléfono en un centro hospitalario de guardia una noche cualquiera: ha habido un ataque con misiles en el campo de refugiados de Khan Younis, en la mitad sur de la Franja y hay que evacuar a los heridos al hospital. El equipo médico no puede acudir al lugar del suceso porque la ambulancia no tiene combustible para llegar hasta allí.

Uno tiene la tentación, que resiste, de señalar que quizás se puede considerar una mejora respecto al pasado. Habida cuenta de que el ejército de ocupación israelí ha atacado en diversas ocasiones a los equipos médicos que acuden a auxiliar a los heridos, es mejor que se queden en sus bases. Se trata de graves violaciones calificadas como crímenes de guerra por la 4ª Convención de Ginebra de 1949, relativa a la protección de civiles en tiempos de guerra. Según el PCHR, varios miembros del personal médico de Gaza han resultado muertos por disparos de metralleta, de artillería y por misiles realizados por militares del ejército israelí.

Todos los médicos, generales y especialistas, se ven afectados por el bloqueo, ya que no se les permite actualizar sus conocimientos mediante estancias en centros extranjeros y tampoco recibir publicaciones internacionales en la Franja, que de todos modos serían demasiado caras para sus bolsillos. Lo peor es que la comunidad internacional no sólo no pone fin a esta situación, sino que ni siquiera envía equipos de especialistas durante un tiempo a la Franja, para que traten los casos más difíciles: algunos tipos de cáncer, enfermedades cardiacas, ortopedias complicadas, etc.

Aunque la salud no es el único sector social perjudicado gravemente por el bloqueo, ilustra muy bien, sin necesidad de recorrer uno a uno los demás sectores que también se ven afectados, que en realidad Israel no se defiende de los palestinos, sino que quiere acabar con ellos con la excusa de protegerse.

La salud es el primer derecho fundamental sin el cual los demás no puede disfrutarse. Si los palestinos no comen lo suficiente, si no se les permite tratar las enfermedades adecuadamente, si las depuradoras de agua no funcionan porque no hay combustible ni repuestos, si las aguas residuales corren libremente hasta el mar y se filtran por doquier al no poder ser tratadas por la misma razón, si las condiciones sanitarias se deterioran, la vida se convierte en una lucha por la supervivencia.

Los israelíes castigan cruelmente a los palestinos por el mero hecho de ser palestinos. Se trata de que acepten que no tienen futuro alguno y finalmente que emigren «voluntariamente» a otros lugares donde la vida no sea tan peligrosa y difícil.

Sólo el arraigado racismo sionista puede explicar que Israel se empeñe en martirizar a millones de palestinos que viven desde hace siglos en la tierra de sus ancestros para que la abandonen y así poder apropiársela. Es cierto que mueren miles, que millones sufren, que el mundo consiente cuando no anima las políticas israelíes, pero es suficiente con realizar una visita al hospital Al Awda o a cualquier otro para comprobar que decenas de niños palestinos nacen todos los días, centenares cada mes.

La alta tasa de natalidad y la resistencia sostenida a través de los años hacen que Israel, además de ser un Estado terrorista, sea también un Estado sin futuro. Desde su establecimiento hasta la actualidad ha sido gobernado por colonialistas racistas, a su vez sostenidos por los votos de sus habitantes y con la cooperación de otros estados imperialistas.

Es mucho lo que han conseguido los sionistas a sangre y fuego en los 60 años de la existencia de Israel, pero no se acercan a su objetivo: un Estado judío solamente para los judíos. Resulta que no sólo es un Estado ilegal e inmoral, es inviable también.