El mes pasado el diario israelí Haaretz reportó que Estados Unidos e Israel estaban considerando revivir la idea de la «Opción Jordana». En oposición a las claras negativas emanadas desde Amman, el reporte ha causado una ola de especulaciones y consternación dentro de los palestinos. Muchos temen que si se llegara a implementar marcaría el […]
El mes pasado el diario israelí Haaretz reportó que Estados Unidos e Israel estaban considerando revivir la idea de la «Opción Jordana». En oposición a las claras negativas emanadas desde Amman, el reporte ha causado una ola de especulaciones y consternación dentro de los palestinos. Muchos temen que si se llegara a implementar marcaría el fin de las esperanzas de conformar un Estado palestino independiente. Resucitando la «opción jordana», en la cual Cisjordania y posiblemente Gaza serían unidas en una confederación política y económica con Jordania, se demuestra no sólo la pobreza de ideas en Washington e Israel, sino además su desesperación. Sin embargo, estos aliados creen que atrapando a los palestinos entre el Muro del Apartheid israelí, la difícil posición de la Legión Árabe de Jordania y el temido servicio de inteligencia Mukhabarat, extinguirán su nacionalismo. Como sea, ellos y cualquier líder árabe que esté de acuerdo con esta política están en un penoso error. Si la historia sirve de guía, el régimen Hashemita tiene más que temer a una posible confederación que los palestinos.
Inicialmente propuesta como una respuesta para acabar con la «Gran Revuelta Árabe» contra el Mandato Británico en 1936, una confederación con Jordania fue usada por los poderes globales y regionales como un mecanismo de castigo para las actividades políticas palestinas y para recompensar a clientes que habían sido leales. El Plan de Partición de la Comisión Peel llamó a la creación de un pequeño Estado judío en el norte de Palestina y de un Estado árabe unido con Transjordania bajo el mandato del Rey Abdullah I, quien hasta su muerte fue un instrumento dispuesto de los ingleses. Este plan fue ampliamente rechazado por los líderes palestinos quienes objetaron la partición de Palestina, el mandato de Abdullah y la propuesta de transferir a cerca de 225.000 palestinos desde los territorios asignados al Estado judío.
Una década después, el Plan de Partición de Palestina de Naciones Unidas pareció abandonar algunas de las antiguas recomendaciones, como la de las transferencias poblacionales. Sin embargo, Gran Bretaña coordinó en secreto con Transjordania la confiscación de las áreas designadas por la ONU al Estado árabe. Este acuerdo fue asegurado en un arreglo tácito entre el Rey Abdullah y los líderes sionistas en Palestina, como quedó detallado en el texto «Choques a través del Jordán» del autor Avi Shlaim. Conocido como «Plan de la Gran Transjordania», este acuerdo abogaba por la anexión de la Palestina central (conocida como Cisjordania) por Transjordania. Temiendo que un Estado palestino fuese liderado por el Hajj Amin Husseini y se transformara en un foco de nacionalismo radical y de un irredentismo que continuara con el conflicto en la región, los aliados angloamericanos creyeron que el Plan de la Gran Transjordania ofrecía una mejor posibilidad para lograr paz y estabilidad.
En medio de las repercusiones del Nakba (Catástrofe palestina de 1948), con la sociedad palestina desintegrada y con más de la mitad de su población nativa como refugiada, incluyendo a más de 300.000 palestinos en Cisjordania y Jordania, Abdullah ganó aceptación para extender su gobierno en una falsa conferencia dirigida por los representantes de sus aliados en el Partido de Defensa nacional Palestino. Los territorios agrupados fueron oficialmente renombrados como Reino Hashemita de Jordania en 1950 y recibieron el reconocimiento de jure de Londres y una aprobación privada de Washington. Un año después Abdullah fue asesinado por un palestino en la Mezquita de Al Aqsa en Jerusalén, en frente de su nieto, luego rey, Hussein.
Dentro de una década resurgiría el movimiento nacional palestino, inspirado en la revolución argelina y la propuesta más amplia del nacionalismo árabe ligado al Presidente egipcio Gamal Andel Nasser. Después de la guerra de junio de 1967, cuando los regímenes árabes, en todo el espectro político, quedaron desacreditados en sus propios pueblos y Cisjordania, Gaza, la Península del Sinaí y las Alturas del Golán fueron ocupadas por Israel, la resistencia palestina se convirtió en símbolo de las esperanzas y aspiraciones en toda la región. Aunque la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue reconocida por la Liga Árabe y la ONU como «única y legítima representante del Pueblo Palestino» en 1974, la idea de una posible confederación con Jordania fue mantenida viva por los norteamericanos, israelíes y líderes jordanos con el fin de calmar las demandas de autodeterminación palestinas. El estallido de la primera Intifada y la subsiguiente declaración del Rey Hussein renunciando a sus pretensiones sobre Cisjordania, parecieron dar fin a la posibilidad de la «opción jordana». O así parecía.
El revivir la noción de confederación con Jordania revela cuan vacía y hueca es verdaderamente la doctrina de Bush llamada «democratización del Medio Oriente». Esta visión de un «Nuevo Medio Oriente» es un desastre, pues Washington ha abrazado una vez más la idea de «estabilidad» por sobre la de gobiernos representativos, reforzando a los regímenes árabes conservadores aumentado su ejército y ayuda financiera. Mientras el Rey Abdullah II y otros pueden creer que reforzando la relación de Jordania con, y bajo la dependencia de Washington asegurará la seguridad del régimen, se olvida que el apoyo Norteamericano no es garantía de éxito. Es cosa de ver lo que pasó con Ahmed Chalabi cuando abortó la oferta de llegar a ser Presidente de un «Iraq Libre» con ayuda de Washington, o cómo les ha ido a los gobiernos designados y elegidos en Iraq desde que la ocupación norteamericana comenzó. También tenemos las historias de las familias que han optado por la corrupción, la opulencia, y la subordinación por sobre las necesidades de sus poblaciones: los Diems, Pahlavis, y Somozas.
Verdaderamente, este destino debiera ser familiar también a los Hashemitas, quienes deben recordar cómo terminaron en 1958 sus primos impuestos por los británicos en Iraq. Como sea, los Hashemitas no son sólo una élite exclusiva, ellos son un grupo minoritario que es cada vez más lejano a la población que vive dentro de sus fronteras. Más del 50% de los seis millones de habitantes de Jordania son palestinos, la mayoría de ellos refugiados de las guerras de 1948 y 1967. Jordania fue forzada a aceptar un influjo reciente de 750.000 iraquíes. Más encima, el régimen es dependiente de la ayuda de Estados Unidos y de los subsidios de los Estados petroleros árabes para su solvencia. Incorporando palestina a este escenario, con las consecuencias de la segunda Intifada todavía ardiendo, un Hamas activo, y un desintegrado Iraq, resultará no la sofocación de las aspiraciones nacionales palestinas, sino su mayor enardecimiento.
El aumento de la dependencia de Estados Unidos de los regímenes árabes conservadores es bien ejemplificada por la relación con el aparato militar y de inteligencia de Jordania. Como ilustra Joseph Massad en «Efectos Coloniales», la Legión Árabe ha servido como elemento principal de la identidad nacional jordana. Esta ha sido también el instrumento a través del cuál británicos y norteamericanos han sofocado a los movimientos que ellos llaman «radicales» en el Medio Oriente, incluyendo la Gran Revuelta Árabe (1936-1939) y a la OLP (en septiembre de 1970). Más recientemente, la Legión Árabe y el Mukhabarat han tenido que probar ser seguros, si no expertos, como recurso externo de Washington. En la «Guerra contra el Terrorismo» de Estados Unidos, Jordania ha llegado a ser uno de los más importantes lugares donde los sospechosos de terrorismo y los «detenidos de gran valor» son objeto de «interpretación extraordinaria», un suave eufemismo para interrogación y tortura por parte de Mukhabarat, donde los norteamericanos no se ensucian las manos. Mientras en Iraq, la revista The New Yorker ha reportado que los trabajadores y traductores iraquíes en la «Zona Verde» ahora son considerados una amenaza potencial para la seguridad y han sido reemplazados por jordanos. Más encima, en los pasados dos años, Jordania ha tratado de ayudar a la milicia de Mohamed Dahlan en Gaza y a elementos del ejército libanés. Considerando lo mal que les ha ido a ambos, esta es una dura evidencia de los avances del entrenamiento jordano. Aunque el ejército libanés, como la Legión Árabe ha desplegado una particular aptitud para bombardear indiscriminadamente zonas civiles densamente pobladas, han demostrando de nuevo que los ejércitos de los países árabes sirven sólo para reprimir a su propia población y para las paradas militares.
El primer Rey Abdullah fue llamado con desprecio «El pequeño rey de Bevin» dado su corta estatura y su deferencia con el entonces Secretario de Asuntos Exteriores británico Ernest Bevin. A diferencia de su bisabuelo, Abdullah II no se haya contento con atar su fortuna a un solo individuo o a una administración. Más bien, como su padre, está determinado en ser «El pequeño Rey de América» y en el proceso hace de Jordania y de él mismo elementos indispensables para el plan que ha ungido Washington para el Medio Oriente. Quizás, como sus predecesores, el rey Abdullah II crea que absorbiendo Palestina no sólo hará a Jordania más económicamente viable, sino además se congraciará con los políticos norteamericanos e israelíes. Ahora, en una región cada vez más inestable, cabe la duda sobre cuan capaz será Amman de soportar los desastres de las políticas estadounidenses y mantener el control sobre su propia población. Aparentemente, sin embargo, a eso se debería la tentativa hashemita de tratar de tragarse palestina otra vez, creando ellos su propio peligro. .
Osamah Khalil es palestino-estadounidense, candidato a doctor en Historia de Medio Oriente en la Universidad de California, Berkeley. Puede ser contactado en [email protected]
Traducido por Mauricio Amar para OICP (www.oicpalestina.org)
Mauricio Amar es miembro de la Oficina de Información Chileno-Palestina. www.oicpalestina.org