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Decrecer, una alternativa para conservar la cabeza

Fuentes: La Vanguardia

El pasado domingo muchas personas celebraron el Día de la Tierra, aunque, si pensamos en lo diezmado que está el planeta, quizá la palabra «celebración» se antoje un eufemismo. Mientras unos dicen que los recursos se acaban, otros simplemente piensan que están mal repartidos. Sea como fuere, lo que parece cierto es que al ritmo […]

El pasado domingo muchas personas celebraron el Día de la Tierra, aunque, si pensamos en lo diezmado que está el planeta, quizá la palabra «celebración» se antoje un eufemismo. Mientras unos dicen que los recursos se acaban, otros simplemente piensan que están mal repartidos. Sea como fuere, lo que parece cierto es que al ritmo actual de consumo, el planeta presenta escasas alternativas y, tanto si el diezmo es por escasez como por desigual reparto, ambas opciones parecen preocupantes.

La lógica del consumo muestra la engañosa ilusión de una huida hacia delante, en la que siempre parece obligado ir a más. Pero cada día más personas se dan cuenta de que esa ecuación ya no es necesariamente eficaz. Diversas coordenadas actuales muestran que «menos es más» y el sistema demanda a gritos un nuevo modelo con propuestas basadas en la consigna «menos es mejor». Menos de todo: menos consumo, menos gasto, etc. No se trata de quedarse quietos sin respirar, sino de prestar atención al impacto de cada gesto y ver si es realmente necesario. Y sobre todo: compatible con el resto del mundo.

La ambición de crecer ha sido una constante en la historia y quizá por ello sea una inercia tan difícil de cambiar. Desde el inicio de los tiempos, el hombre ha visto brillar su ego a través de las cosas que era capaz de conseguir. Así deseaba poseer más animales que el vecino, más tierras, más grano en su granero, más criados, más… Desde siempre se ha identificado el estatus con el número de cosas que poseemos; pero en tiempos de escasez de recursos, mantener el consumo irracional o la acumulación de bienes como lógica de vida no ha de ser necesariamente la opción más acertada.

Recientemente aparecían dos noticias inquietantes en la prensa: por un lado, en España ya hay más de 100.000 personas con más de 100 años, lo que parece un dato positivo por la longevidad. Pero si se piensa que para el 2050 se prevé que sea el país más envejecido de la UE, los datos no parecen tan buenos. Por otro lado, esta semana salía a la luz la noticia de la deuda de las familias españolas marca un record histórico de más de 800 millones de euros al finalizar 2006, lo que tampoco parece una muy buena noticia. Una de las principales pautas de consumo invita a huir del bálsamo del desarrollo sostenible. Según algunos expertos, «Desarrollo sostenible es un concepto que en sí mismo es incongruente, ya que desarrollo significa bienestar y crecimiento, mientras que sostenible debería recoger la necesidad de la protección ambiental. Pero ésta no es posible sin una visión de desarrollo como componente ecológico; es decir: ligado a un crecimiento orgánico y no de riqueza, que es el que impera en nuestra sociedad».

Pero este cambio de valores no parece fácil. Sobre todo porque ha de luchar contra cientos de años de inercia y de pensar que «crecer siempre es bueno». Pero para la llamada «generación del milenio», el sueldo no siempre es lo más importante. Según muestran las últimas tendencias, los nuevos trabajadores desean que su empleo les permita disponer de tiempo libre o sentirse identificados con sus proyectos; que las empresas en las que trabajan. ¿Existe pues alguna receta para decrecer? Personalmente, no creo en los milagros; pero lo que sí parece crecer es un movimiento que está tomando cuerpo en Francia, encabezado por Serge Latouche, La Décroissance. Para los que deseen más información, libros como «Objetivo decrecimiento», «Calmar la economía» o «Simplicidad radical», harán las delicias de aquellos que piensen que ha llegado el momento de cambiar el rumbo desenfrenado de la espiral consumista.

Tampoco quiero dejar de recomendar un excelente artículo de Jordi Pigem publicado en La Vanguardia, titulado «La hora del decrecimiento». Quizá Escuchar a un filósofo de su talla explicar los problemas del crecimiento sostenido, ayude a tomar conciencia de que el planeta es limitado. Y pese a que ha sido hallado otro planeta similar a la Tierra, las cuentas no salen. Para que la demanda pueda ajustarse a los recursos que tenemos, hemos de vivir de acuerdo a una economía de la demanda y no de la oferta: La demanda debe permanecer en los límites que impone el planeta. Para no desanimar con grandes objetivos inalcanzables, la experiencia indica que es mejor empezar por uno mismo y buscar, en cada gesto cotidiano, la mejor manera de reducir nuestra huella ecológica.