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Del cuerpo masculino

Fuentes: La Madeja

0. A ver: para mí, seas hombre o seas mujer, respirar es lo importante de los cuerpos. Respirar. Los cuerpos se acomunan en el respirar y respirar es lo primero que me viene sobre el cuerpo si lo pienso, lo primero y siempre aparte de esta piel y este amasijo de vísceras y huesos y […]

0. A ver: para mí, seas hombre o seas mujer, respirar es lo importante de los cuerpos. Respirar. Los cuerpos se acomunan en el respirar y respirar es lo primero que me viene sobre el cuerpo si lo pienso, lo primero y siempre aparte de esta piel y este amasijo de vísceras y huesos y físicas y químicas bullendo y estirándose por el dentro del pellejo variado que gastamos. Y como esto es común con el cuerpo femenino pues ya estoy otra vez hecho un lío y dándole vueltas a lo crudo y lo invisible de los cuerpos y a lo torpe y demorado que llevo este hermoso encargo de palabras sobre el cuerpo masculino que me han hecho unas amigas para el último número de esa revista enmadejada que sacan adelante junto a otras cuantas mujeres más y algunos hombres con cuerpo masculino que creo también que ayudan. Y en el espejo, un cuerpo desnudo que soy yo, un cuerpo masculino con su pene y con su etcétera, ya saben, observa cómo con agua de grifo un hombre se lava sus dos manos, refresca sus muñecas dos también, respira, me contempla y luego se enjuaga mi boca y mis fosas nasales con sus dos manos, con dos manos que son estas dos manos recién recuperadas, ya fuera del espejo y de ese instante de doble con cuerpo masculino para un hombre desnudo que teclea.

1. Harto difícil hablar del cuerpo masculino desde un cuerpo masculino, sin distancia, desde una extraña perspectiva interior, personal, incómoda. Convicción de no tener nada que decir sobre el cuerpo masculino, nada que añadir a lo más que ya sabido y consabido por todas, nada distinto a tópicos y datos científicos o nada distinto a pequeñas anécdotas personales que atestiguan o desmienten tópicos y datos científicos. Compromiso de intentarlo aun a riesgo de acabar hablando de otra cosa, a pesar de la deriva.

2. Pienso el cuerpo masculino, en mi cuerpo masculino nacido de cuerpo de mujer, desnudo, aquí, tecleando en plena noche, en los cuerpos de hombres amigos y de familiares hombres, en el cuerpo masculino en abstracto como quien mira un atlas de anatomía o una playa nudista sin mujeres desnudas ni vestidas, sin mujeres. Y, aparte de la punta de mi polla, de mucho y mucho pelo por el cuerpo, de dos pezones sólo para el goce pues nunca darán leche que alimente, de barba y bigotazo y de esas cuantas obviedades más que tú que lees conoces, poco más puedo añadir. Del cuerpo, digo, físico. Puedo pensar, entonces, en cómo el que tengamos un cuerpo masculino o femenino, implica que según el azar de dónde y cuándo venimos al mundo se nos socialice de una manera u otra. Pero eso ya no estaría relacionado con los cuerpos, ¿no? ¿O sí? A ver: el cerebro es cuerpo, la emoción es cuerpo, la memoria es cuerpo y, además, el alma o como convengamos en llamar a toda esa vaina espiritual o ideológica que nos construye al tiempo que pulula libre por el éter y blablablá, necesita de un cuerpo. Pienso entonces en la construcción social del cuerpo, en que mi cuerpo masculino hizo posible que se me educara socialmente desde crío y sin mala intención para, por ejemplo y grosso modo, no llorar ni de rabia, no expresar sentimientos ni emociones (jurisdicción casi exclusiva de los cuerpos femeninos y de los poetas, oh!), no besar ni abrazar demasiado a otros cuerpos masculinos, a excepción de la familia, porque vaya a pensar alguien que a mi cuerpo masculino le pudieran gustar (sexualmente-sexualmente-sexualmente y obsesivamente sólo sexualmente) los hombres, además de ser valiente, decidido, seguro, audaz, padre de familia, propietario de mi cuerpo y de los cuerpos de mi progenie y casi que también propietario del cuerpo de mi señora esposa, orgulloso, buen soldado, protector de honores patrios, centinela inconsciente del orden imperial y, cómo no, preocupado como cosa importantísima por el vigor y longitud abundantes de este miembro viril que cuelga externo y que, sin entrar en consideraciones hormonales, es casi lo único que vengo a compartir con buena parte del resto de cuerpos masculinos del planeta. Y entonces ¿qué es lo que pasa? Pasa que pienso en el cuerpo masculino y sólo se me vienen al magín cuestiones relacionadas con la construcción y el control social de las personas a través de los cuerpos y cuestiones relacionadas con la supervivencia, con esa posibilidad de vida digna para todas las personas del planeta.

3. Y aquí mi cuerpo masculino se topa de repente con la muerte y ya es sabido que la muerte, en lo que a los cuerpos toca, no se anduvo nunca con demasiados remilgos: lo mismo le dan mujeres que hombres que mozas que mozuelos que abuelas que agüelicos que chiquillería toda, vidas de cuerpos, en fin, de las que por accidente, asesinato, vida natural, miseria, hambre, hastío, manos, guerras, mueren a diario en las tierras presentes. La muerte es única e iguala, pues. La vida, por el contrario, es diferencia pura y asombro plural y me digo que es por eso que siento afán cabal el emplearla, la vida, en conocer el propio cuerpo y desaprender las mentiras encarnadas e intereses enquistados de nuestra historia personal y colectiva para poder así tener alguna opción de prodigar todos los días respeto verdadero hacia el cuidado de la vida propia y de la del resto de cuerpos -humanos, por lo menos. Para así, y a la manera en que las mujeres han podido hacerlo sobre sí mismas gracias a las aportaciones del pensamiento feminista, poder pensar también los hombres el cuerpo masculino desde donde cada uno quiera. Y es por esto que entiendo que el pensamiento feminista atañe por igual a hombres y mujeres en tanto que a unos y otras aporta herramientas y metodologías para desentrañar esa falsificación de siglos que pesa sobre las relaciones humanas todas y sobre la más importante y primera relación, la de cada cual consigo mismo. Agradecido, pues, mi cuerpo masculino, y deudor de toda esa larga tradición de pensamiento hecho por mujeres.

4. Soy un poco mujer a pesar de mi cuerpo masculino. Me explico: mi preocupación sincera por la alimentación y por el cuidado de la vida y mi apuesta por la paz como certeza y norte a pesar de esa violencia laberíntica que como cuerpos soportamos y producimos son cuestiones que no engranan bien del todo, a ojos del Imperio, con lo que socialmente se exige de mi cuerpo masculino como hombre. Ser hombre (o mujer) es para mí partir desde el reconocimiento de nuestras diferencias hacia un futuro posible en el que superemos tanto lo naturalmente dado como lo establecido por la cultura, un futuro en el que todas las personas, independientemente de nuestro sexo, raza o condición, conozcamos y vivamos nuestras diferencias como algo gozoso, como algo que nos acerca para poder así replantear y construir las relaciones entre amar y pensar como única solución a la miseria y la injusticia sociales, a la devastación y privatización de los recursos naturales y de la diversidad medioambiental del planeta y a todos y cada uno de nuestro pequeños, subjetivos, egoístas y sin embargo importantísimos problemas personales que nos amargan cotidianamente la existencia individual de cada uno de nuestros cuerpos.

5. Me está pasando que mientras pienso en el cuerpo masculino acabo pensando en el cuerpo femenino y en el cuerpo del lenguaje, porque el lenguaje, sí, también tiene cuerpo: la lengua que mama y lame es cuerpo y a las lenguas primeras que aprendemos las llamamos lenguas maternas. Yo sólo puedo hablar y escuchar y entender o confundirme desde el cuerpo (sintáctico, conceptual, morfológico, fonético, físico, telúrico, emocional, etcétera) de mi lengua materna. No puedo de otro modo. Y esta certeza mía se me conecta inmediatamente con otra sentida como tal, a saber: que cuerpo y lenguaje tienen en común que ambos son como casas, como una casa que cada cual siente y vive como propia pero que en realidad no es sino compartida con mucha gente a pesar de que nuestro cuerpo sea nuestro y uno y diferente y nuestra lengua también única siempre, como únicas son el habla y la voz. Y es curioso y cierto y paradójico que, en su etimología griega, idioma signifique propiedad privada, a pesar de ser siempre propiedad compartida con toda una comunidad lingüística y, al mismo tiempo, propiedad privada en tanto que lengua de teta de mi madre y decir y acento de mi tribu y ritmos y prosodias de mi tierra. Y no menos curioso, cierto y paradójico es que mujeres y hombres no tengamos en propiedad ni nuestros propios cuerpos ni podamos decidir cuándo, dónde y cómo llevar o acabar con nuestra propia vida, vida que, como nuestro lenguaje, queda constantemente intervenida por el control, casi paterno, del Imperio. Y aunque cuerpo y lenguaje son acaso las dos instancias desde las que más control social se ejerce y donde más trampas y falsas certezas albergamos, creo que son, al mismo tiempo, nuestras dos últimas y mejores esperanzas.

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