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Derribando mitos

Fuentes: Página 12

Mitominas, muestra emblemática de los ochenta por la que pasaron más de 60.000 personas, fue sin embargo el hecho maldito del arte argentino por su carácter transgresor y disruptivo que puso en estado de alerta a las instituciones eclesiásticas de la época, pero también porque sentó precedente al cuestionar por primera vez desde el campo de las artes la condición femenina, la heteronormatividad y las libertades sexuales. Aquella muestra convirtió en referentes ineludibles a artistas feministas y no feministas, entre las que se encontraban Angélica Gorodischer, Liliana Maresca, Ilse Fuskova y Silvia Berkoff, por nombrar algunas. La nueva puesta, Mitominas 30 años después, expone problemáticas como la trata, la violencia de género y la búsqueda de autonomías en un tono reflexivo, pero deja con ganas de reencontrar aquel under querido.

Apenas despuntaba la democracia en la Argentina cuando un estallido de juventudes en estado volcánico se inundaban de placeres en estado de pura demostración, piel a piel, desborde imperioso de las lenguas para tragarse la vida a borbotones y reinventarla con pasión y creatividad. Muchas de esas expresiones que dieron en la tecla y en el punto justo de experiencias disruptivas y vitales para la época surgieron desde el movimiento de mujeres, en plena reorganización, y las representantes del feminismo que buscaban subvertir el orden patriarcal y salir de los años de asfixia de la dictadura. Transgredir ya no era consigna sino el alma de una reconstrucción colectiva y poderosa que se palpó en las muestras Mitominas I, en 1986, y Mitominas II, en 1988, donde se problematizaron los roles de las mujeres desde diferentes disciplinas artísticas y fundaron un espacio único para pensar las interpretaciones míticas pero también para corporizar instalaciones de enormes vaginas dentadas o cristos transfundidos. Mitominas 30 años después reedita aquellas muestras inaugurales donde se servían canapés de tampones envueltos en hojas de lechuga sobre una bandeja de plata, se derramaban mensajes guarros en cuadernos de saludos, y una performer disfrazada de mujer gallina empollaba huevos para luego destrozarlos y abalanzarse sobre la gente, convertida en mujer demonio. Tres décadas más tarde, la convocatoria replica una masividad ya no disruptiva y desafiante, pero sí entusiasta, con un público bien dispuesto a invadir el Centro Cultural Recoleta, desde las terrazas hasta el Patio de los Naranjos, en lo que semejó un fresco del under de la época. Vale decir que a esta aventura grupal se sumaron varones que preguntaron ‘¿Para cuándo Mitomachos?’

Tres décadas después, la muestra se reactiva, se refresca y se actualiza pero sin reconstruir las exposiciones anteriores. Justamente esa es la premisa. Reactivarla trayendo al presente temas reactualizados con problemáticas vigentes como la trata, la violencia de género y las autonomías. De esa idea partió María Laura Rosa, docente, investigadora del Conicet y doctora en arte contemporáneo, cuando decidió enlazar aquellas experiencias de los `80 con el presente. Conversó con su amiga e historiadora de arte feminista, Karen Cordero Reiman (Nueva York, 1957) sobre el trabajo que estaba desarrollando en la nueva muestra de Mitominas, y Cordero le puso palabras a lo que faltaba: enunció la tarea de María Laura como una reactivación curatorial. «Una reactivación implica volver a activar aquellas viejas propuestas actualizadas», señala María Laura. «En los `80 se hablaba de los mitos que cristalizaron una idea de mujer determinada, y en realidad estaban haciendo referencia a los estereotipos que cristalizan a lo largo del tiempo y que son reproducidos por la cultura.»

En ese universo mítico femenino aparecían nombres como Penélope, la mujer que espera; Afrodita, la mujer pecadora y sexualizada; Pandora, la mujer que origina todos males; Atenea, la mujer fuerte y estratégica en la toma decisiones. Son tramas que cimentaron durante siglos las bases sobre las que se consolidaron los estereotipos de géneros que cristalizaron ciertos relatos. «Hoy puede haber un uso de la palabra mito, por ejemplo los mitos de la violencia de género o los de la trata, sin embargo aquí se apunta a desmitificarlos y a exhibir que las problemáticas son más graves de lo que parecen. En ese sentido siguen teniendo actualidad las Mitominas», sostiene María Laura.

¿Cómo aparecen esos estereotipos hoy?

M.L.: -Hoy le damos un nombre más claro a estos estereotipos y los nombramos como marcas sexistas que habitan en nuestra sociedad patriarcal. Quizás la palabra mito ya no se emplee con la misma fuerza para evidenciar en esas construcciones culturales que congelaban «características de lo femenino» como la pasividad de Penélope, o el origen de las desgracias de la humanidad en la figura de Pandora. Sin embargo en los `80 esto disparó poder hablar de la violencia de género de nuestra sociedad sexista, de la discriminación por el VIH o de los nuevos métodos de fertilización asistida que comenzaban a circular por entonces. A partir de los mitos sexistas que se plantearon en Mitominas I, en Mitominas II ya la cuestión tomó otro color, más crítico si se quiere. Ese tono es el que traemos a nuestro presente para hablar de problemáticas que hoy tienen nombre, como ser la de la trata. Ya no hablamos de la prostitución sino de una cuestión sumamente compleja como la trata. O por ejemplo hablamos de la violencia de género y su incremento en estos últimos años, o de la soledad e imposibilidad de muchas mujeres autónomas e independientes de encontrar un compañero que respete esa autonomía. Esos mitos que convocaron la primera Mitominas, ya en la segunda se llenan de una actualidad, que es la que traemos a nuestro cotidiano y nos lleva a la reflexión sobre las continuidades de muchas problemáticas.

Saliendo del freezer

Si Mitominas I revisó la historia de los mitos para reflexionar sobre cómo las mujeres pasaron a la historia cristalizadas en esas tramas, Mitominas II tomó los mitos de la sangre. Hablar sobre la sangre y las interpretaciones literarias de la sangre en el contexto del sida. La muestra se centró en lo que sucedía en aquel momento: el VIH, la violencia de género y la violencia familiar, el encierro, la maternidad, la sexualidad femenina y los métodos de fertilización asistida fueron algunos de los tópicos trabajados. Las musas recorrían el Centro Cultural en zancos, tapadas con sábanas y con una boca grande como máscara, salían a buscar público a Plaza Francia e invitaban a espectadores y espectadoras a entrar y participar. «Fueron maneras de crear concienciación», define María Laura. Y Monique Altschul suma: «La muestra actual es estéticamente más pareja y a la vez estática. En la inauguración, el público se dividía entre quienes sabían qué era Mitominas, que habían compartido el clima de hace 30 años -lxs añorantes-, y quienes venían a ver una muestra del Centro Cultural. Faltaba el ‘espíritu de cuerpo’.»

Mitominas 30 años después, reactiva entonces aquellas exposiciones con figuras del plantel histórico y otras que se suman a esta nueva edición que hasta el 31 de julio podrá verse en el Centro Cultural Recoleta, donde además habrá mesas redondas en el CeDIP (Centro de Documentación, Investigación y Publicaciones) y ciclos de cine como el de Narcisa Hirsch, curado por Tamara García Iglesias. La exposición propone revisitar los trabajos de dieciocho artistas que se unen para homenajear aquel hito feminista que se impuso con la participación de artistas como Liliana Maresca, Pilar Larghi, Carolina Antoniadis, Marcelo Pombo, Liliana Mizrahi, Nora Correas y tantas más que invitaban a pensar otras miradas sobre las mujeres.

El mismo día de la inauguración, mientras recorre las salas donde están terminando los montajes, María Laura enfatiza: «La idea es descongelar los mitos treinta años después». Muchos de aquellos debates continúan siendo las luchas de nuestra cotidianeidad. Monique agrega: «Hace treinta años las temáticas de género recién comenzaban a expresarse. No teníamos ni siquiera una ley de divorcio. El sida era casi desconocido. Los derechos LGBTI estaban en el placard. Se comienza a reclamar por la despenalización del aborto recién en 1986, cuando se organiza el primer Encuentro Nacional de Mujeres. Miembros de la iglesia católica (como la Iglesia del Pilar, pegada al CCR) hacían denuncias intentando clausurar nuestras muestras. Todo era transgresión. Nuestra sociedad actual ha estado expuesta a estas temáticas durante tres décadas y muchas de ellas se han transformado en leyes.»

Las ediciones pasadas de Mitominas sentaron un precedente en el campo de las artes para reflexionar sobre las temáticas que marcaban el pulso de las mujeres: la construcción de la sexualidad, el trabajo doméstico, la procreación como condición de lo femenino, el cuestionamiento a la heteronormatividad y la defensa de las libertades sexuales. «En cada Mitominas -sigue Monique- se trabajó un año en la conceptualización interdisciplinaria, en el descongelamiento de los mitos, en el trabajo multimedia grupal. A partir de reuniones semanales iniciamos un proceso de creación de articulaciones y consensos que permitía resolver la mayoría de los conflictos sobre la marcha. En 2016, con la introducción de los recursos digitales y las redes sociales -de los cuales soy una ferviente usuaria- y con los cambios en el uso del tiempo en nuestras vidas, esta elaboración resulta impensable.»

Mitominas reactivadas

Son dieciocho las artistas que se reúnen para volver a poner sobre el tapete las temáticas que las preocupan. Ana Gallardo trabaja el tema de la prostitución en el video Carmen Muñoz, en el que una prostituta mexicana y longeva es expulsada del asilo al que van las prostitutas mayores. Nora Correas denuncia con su obra la trata de niñas y pone el dedo en la figura del prostituyente. A Pilar Larghi, la historia de Raquel Liberman la tomó por completo y tuvo la necesidad de plasmarla a través de su obra Las Invisibles. En este trabajo retoma la historia de esta mujer rusa, víctima de la trata que logró denunciar a sus tratantes y deshacer la red judía de trata Zwi Migdal, que operaba en Argentina desde principios del siglo veinte. Carolina Antoniadis sugiere con sus dos murales el abuso sexual de menores: mujeres-muñequitas que exacerban el estereotipo brutal de la moda, objetualizadas y con un fondo donde se entretejen imágenes ambiguas de abuso. Diana Raznovich trae una gráfica que tiene que ver con situaciones cotidianas de mujeres, como las dificultades de encontrar pareja. La obra de Viviana Zargón se llama Hogar dulce hogar y es una casa detonada, totalmente desarmada. Anna Lisa Marjak trabaja en su pintura el tema de las relaciones heterosexuales y la violencia. La instalación de Silvia Berkoff sugiere pedazos de cuerpos metidos adentro de medias de nylon, y hace alusión a la masacre de mujeres. Susana Rodríguez trabaja en su pintura el tema de la soledad. Narcisa Hirsch presenta su corto Celebración, y Paola Vega propone un video de mujeres artistas de la historia de arte. Las activistas feministas Mujeres Públicas traen el tema del aborto (ver recuadro) y Carola Rousso propone ver el cuerpo femenino como un lienzo sobre el cual se escribe un mensaje. «Fotografié a mujeres colgando de una soga de tender la ropa, luego las imágenes fueron sublimadas a sábanas de algodón. Las sábanas, refieren a la vida íntima de las mujeres y a sus sexualidades – casamiento, concepción, nacimientos. Evocan también un oficio, el de lavandera, históricamente ejercido sólo por mujeres, metáfora textil de la denigración de la mujer, ayer y hoy, en el mercado del trabajo», se explaya.

¿Cuáles son las cuestiones que siguen vigentes en esta reactivación de las muestras que se desarrollaron en los 80?

M. L.: -Sigue vigente la violencia, y no solo sigue vigente sino que se incrementó de una manera brutal. Algo que no se nombraba en los años `80 era el tema de los géneros. Hoy no podemos decir solamente mujeres y varones, tenemos un arco iris de géneros que no estaban nombrados en esos años. La cuestión del aborto sigue vigente, es una lucha que continúa. No fue trabajada en las Mitominas anteriores desde lo artístico sino en las mesas redondas. El aborto es un tema que se viene luchando desde los años `70, pero más desde un activismo feminista en la calle que desde el arte.

¿Se problematizan en la actualidad estos mitos? ¿O aparecen otras problemáticas?

-Me parece que más que mitos aparecen problemáticas que siguen sin solución. Ahora, lo que se trabaja son temas: la violencia, el aborto, el abuso, la trata. Quizás haya algunos mitos que surgen a partir de estas problemáticas como la presión del mercado para un ideal de belleza de las mujeres, o la construcción del cuerpo femenino a través de las cirugías y cómo opera el sistema capitalista en función de eso, o la hipersexualización de las mujeres en los medios. Son temáticas más actuales que parten de viejos mitos de la belleza femenina. Estas cuestiones van a ser muy trabajadas en las mesas redondas que acompañan la muestra.

¿Qué rescatás de la dinámica entre el plantel histórico y las artistas que se sumaron?

-Primero la polenta que tienen las mujeres del plantel histórico. A mí me gustaría envejecer como ellas. Se siguen preguntando desde hace treinta años por estas cuestiones y es tal la pasión que le ponen que siguen peleando. En ninguna de ellas encuentro esto de «no quiero saber más nada de eso», o «no tiene solución». Estas mujeres siguen en la lucha. Y luego, esta genealogía del activismo, que no sólo se hace en la calle o en una marcha sino desde las instituciones. Es sano implicar a las instituciones en esta forma de hacer activismo. Ese espíritu de lucha continúa y es un aprendizaje.

En uno de los escritos de sala elegiste citar la frase de Simone de Beauvoir, de su libro El segundo sexo, «Nada en la naturaleza legitima un orden social discriminatorio.» ¿Por qué te interesó traerla?

-No podía no citar a Simone porque la admiro profundamente. Históricamente la mujer, por su naturaleza, fue confinada al orden doméstico. Socialmente fue muy duro para las mujeres -y ese es uno de los orígenes de la violencia de género- establecerse en un ámbito que no sea el doméstico, el privado -privado de todo derecho-. Lo que Simone plantea con esa frase es que esa discriminación no tiene ningún tipo de justificación de nada. ¿Por naturaleza, qué naturaleza? ¿Y qué naturaleza de qué cuerpo? El uso que le ha dado el patriarcado a la palabra naturaleza ha sido un uso discriminatorio. No hay nada que en la naturaleza avale esa discriminación que nosotras vivimos constantemente.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-10699-2016-07-08.html