En las primeras horas del 11 de junio, antes del amanecer, Hatem Shaldan, de 19 años, y su hermano Hamza, de 23, fueron a esperar los camiones de ayuda cerca del corredor de Netzarim, en el centro de la Franja de Gaza. Esperaban volver con una bolsa de harina blanca para su familia de cinco miembros. En cambio, Hamza regresó con el cuerpo de su hermano menor envuelto en un sudario blanco.
La familia Shaldan había vivido prácticamente sin comida durante casi dos meses debido al bloqueo de Israel, hacinada en un aula convertida en refugio en el este de la ciudad de Gaza. Su casa, que antes quedaba cerca, fue destruida por completo por un ataque aéreo israelí en enero de 2024.
Alrededor de la 1:30 de la madrugada, los dos hermanos se unieron a decenas de palestinos hambrientos en la calle Al-Rashid, junto a la costa, al enterarse de que camiones cargados de harina entrarían en la Franja. Dos horas más tarde, oyeron gritos de «¡Ya vienen los camiones!», seguidos inmediatamente por el sonido de los bombardeos de artillería israelí.
«No nos importaban los bombardeos», relató Hamza a +972 Magazine. «Simplemente nos pusimos a correr hacia las luces de los camiones».
Pero en el caos de la multitud, los hermanos se separaron. Hamza consiguió coger una bolsa de harina de 25 kg. Cuando regresó al lugar de encuentro acordado, Hatem no estaba allí.
«No dejaba de llamarle al móvil, una y otra vez, sin respuesta», dijo Hamza. «Me dolía el corazón. Empecé a ver cadáveres que llevaban hacia donde yo estaba. Me negaba a creer que mi hermano pudiera estar entre ellos».

Horas después de la desaparición de Hatem, Hamza recibió una llamada de un amigo: en los grupos locales de Whatsapp había aparecido una foto de un cadáver sin identificar, tomada en el Hospital de los Mártires de Al-Aqsa, en Deir Al-Balah, en el centro de Gaza. Hamza envió a un primo, conductor de tuk-tuk, a comprobarlo. «Media hora más tarde, me llamó con la voz temblorosa. Me dijo que era Hatem».
Al oír esto, Hamza se desmayó. Cuando volvió en sí, la gente le echaba agua en la cara. Corrió al hospital, donde un hombre herido en el mismo ataque de artillería le explicó lo que había sucedido: Hatem y otras 15 personas habían intentado esconderse entre la hierba alta cuando los tanques israelíes abrieron fuego.
«Hatem recibió metralla en las piernas», dijo el hombre. «Sangró durante horas. Había perros rodeándolos. Finalmente, cuando llegaron más camiones de ayuda, la gente ayudó a trasladar los cuerpos a uno de ellos».
En total, 25 palestinos fueron asesinados esa mañana mientras esperaban los camiones de ayuda en la calle Al-Rashid. Hamza llevó el cuerpo de Hatem de vuelta a la ciudad de Gaza y lo enterró junto a su madre, que había sido asesinada por un francotirador israelí en agosto de 2024. Su hermano mayor, Jalid, de 21 años, había muerto meses antes, en un ataque aéreo en enero, mientras evacuaba a civiles heridos en su carro tirado por caballos.
«Hatem era la luz de nuestra familia», dijo Hamza. «Después de perder a nuestra madre y a Jalid, se convirtió en el favorito de todos, incluidas mi abuela y mis tías. Las visitaba y las ayudaba. Mi abuela se desmayó cuando vio su cuerpo. Todavía llora».
Hatem era un hábil técnico de accesorios para automóviles y soñaba con abrir su propia tienda. «Era amable y generoso y le encantaban los niños; siempre les daba dulces», dijo Hamza. «Todos los que lo conocían acudieron a su funeral. Que Dios haga responsable a la ocupación por robarnos la vida sólo porque somos de Gaza».

Masacres casi diarias
Mientras la atención mundial se centra en la guerra entre Israel e Irán, e Israel corta simultáneamente los servicios de Internet y telecomunicaciones, imponiendo un bloqueo efectivo de los medios de comunicación y la información a millones de palestinos, los ataques de Israel contra los hambrientos habitantes de Gaza que esperan ayuda no han hecho más que intensificarse.
Después de dos meses sin que entrara ni una sola gota de comida, medicinas o combustible en Gaza, desde finales de mayo se ha permitido la entrada de una pequeña cantidad de harina blanca y productos enlatados. La mayor parte se ha destinado a lugares de Rafah y el corredor de Netzarim gestionados por la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés), custodiados por contratistas de seguridad privados estadounidenses y soldados israelíes. El 10 de junio también comenzaron a llegar pequeños envíos a través de camiones de ayuda operados por el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Pero como el hambre sigue agudizándose, la gente ya no espera a que los camiones pasen sin peligro por delante de las tropas israelíes. En cambio, se precipitan hacia ellos en cuanto aparecen, desesperados por coger lo que puedan antes de que se agoten los suministros. Decenas de miles de personas se reúnen en los puntos de distribución, a veces con días de antelación, y muchas se van a casa con las manos vacías.
Los civiles hambrientos se reúnen en multitudes enormes, esperando el permiso para acercarse. En muchos casos, las tropas israelíes han abierto fuego contra la multitud, incluso durante la distribución, matando a decenas de personas que intentaban recoger unos pocos kilos de harina o conservas para llevar a casa, en lo que los palestinos han bautizado como «los juegos del hambre».
Desde el 27 de mayo, más de 400 palestinos han muerto y más de 3.000 han resultado heridos mientras esperaban la ayuda, según el portavoz de Defensa Civil de Gaza, Mahmud Basel. El ataque más mortífero contra los necesitados de ayuda se produjo el 17 de junio, cuando las fuerzas israelíes dispararon proyectiles de tanque, ametralladoras y drones contra una multitud de palestinos en Jan Yunis, matando a 70 e hiriendo a cientos.
La escasa ayuda que llega a Gaza es muy insuficiente para satisfacer incluso las necesidades más básicas. Como resultado, muchos residentes se ven obligados a comprar suministros a otras personas que han conseguido algo de comida en los puntos de distribución y ahora la revenden en un intento desesperado por poder comprar otros productos básicos.

«Estaban asesinando a la gente, pero todos seguían corriendo en busca de harina»
El día después de la masacre en la calle Al-Rashid que se cobró la vida de Hatem Shaldan, se reunieron multitudes aún más numerosas en el mismo lugar, entre ellas Muhammad Abu Sharia, de 17 años, que llegó con cuatro familiares. Los pocos camiones de ayuda que llegaron esa semana dieron un atisbo de esperanza a las hambrientas familias.
Abu Sharia vive con su familia de nueve miembros en su casa parcialmente destruida en el sur de la ciudad de Gaza, y es el único hijo varón entre seis hermanas. «Al principio, mi familia no quería que fuera», dijo. «Pero llevamos dos meses pasando hambre».
A las 10 de la noche, se dirigió a la calle Al-Rashid, donde se había reunido una multitud en la arena, cerca de la orilla del mar, esperando los camiones de ayuda. La gente compartía advertencias en voz baja: «Quedaos detrás de los camiones. No corráis delante, os pueden aplastar».
Abu Sharia se quedó impactado por lo que vio. «Ancianos, mujeres, niños, todos esperando una oportunidad para conseguir harina». Entonces, sin previo aviso, comenzaron a caer proyectiles de artillería a su alrededor.
Cundió el pánico. Algunos huyeron. Otros, como Abu Sharia, corrieron hacia los camiones. «Había gente muerta y herida, pero nadie se detuvo. Todos seguían corriendo para conseguir harina».
Logró coger una bolsa que estaba junto a un cadáver, pero sólo avanzó unos metros antes de que un grupo de cuatro hombres armados con cuchillos lo rodearan y lo amenazaran con matarlo si no se la entregaba. La soltó.
Aún con la esperanza de alcanzar otro camión, esperó varias horas más. Entonces vio a gente gritando: «¡Ha llegado más ayuda!». Los camiones llegaron, sin apenas reducir la velocidad, mientras la multitud se agolpaba a su alrededor. «Vi a un hombre caer debajo de uno [de los camiones] y aplastarse la cabeza». Como las ambulancias estaban demasiado lejos para acercarse por miedo a los ataques aéreos israelíes, los heridos y los muertos fueron arrastrados en carros tirados por burros y tuk-tuks.

Abu Sharia fue el único de su amplia familia que pudo traer una bolsa de harina. Su familia, muy preocupada, se sintió aliviada al verlo. Inmediatamente hornearon pan y lo compartieron con sus parientes.
«Nadie arriesga su vida así a menos que no tenga otra opción», dijo. «Vamos porque nos estamos muriendo de hambre. Vamos porque no hay otra opción».
«A un joven lo partieron en dos. A otros les arrancaron las extremidades»
Yusef Abu Jalila, de 38 años, solía depender de la ayuda humanitaria distribuida a través del PMA para alimentar a su familia de 10 personas. Pero hace más de dos meses que no llega ningún paquete y el precio de lo poco que queda en los mercados se ha disparado.
Ahora, refugiado en una tienda de campaña en el estadio Al-Yarmuk, en el centro de la ciudad de Gaza, después de que su casa en el barrio de Sheij Zayed fuera destruida durante la incursión del ejército israelí en el norte de Gaza en octubre de 2024, declaró a +972: «Mis hijos lloran diciendo que tienen hambre y yo no tengo nada que darles de comer».
Sin harina blanca ni restos de comida enlatada, Abu Jalila no tiene más remedio que acudir a los puntos de distribución de ayuda o esperar a los camiones de ayuda. «Sé que podría ser uno de los que mueren intentando conseguir comida para mi familia», dijo Abu Jalila a +972. «Pero voy, porque mi familia se está muriendo de hambre».
El 14 de junio, Abu Jalila abandonó el campamento con un grupo de vecinos tras oír rumores de que podrían llegar camiones de ayuda a la zona del club hípico, en el noroeste de la Franja de Gaza. Cuando llegó allí, se sorprendió al encontrar a miles de personas esperando para llevar comida a sus familias.
A medida que pasaban las horas, la multitud se acercaba cada vez más a una posición militar israelí. Entonces, sin previo aviso, varios proyectiles de artillería israelíes explotaron en medio de la multitud.

«Todavía no sé cómo logré sobrevivir», dijo Abu Jalila. «Decenas de personas fueron asesinadas, sus cuerpos quedaron destrozados. Muchos otros resultaron heridos».
En medio del caos, algunos huyeron presa del pánico, mientras que otros se apresuraron a cargar a los muertos y heridos en carros tirados por burros, ya que no había ambulancias ni coches cerca. «A un joven lo partió en dos la explosión; a otros les arrancó las extremidades», recordó Abu Jalila. «Eran personas inocentes, desarmadas, que solo intentaban conseguir comida. ¿Por qué matarlas de esta manera?».
Conmocionado y con las manos vacías, Abu Jalila caminó cuatro horas de regreso a la ciudad de Gaza, con las piernas temblorosas. Cuando llegó a la tienda, sus hijos ya estaban fuera, esperándolo.
«Esperaban que les llevara comida», dijo. «Hubiera preferido morir antes que ver la decepción en sus ojos».
Juró no volver nunca más, pero sin nada con qué alimentar a su familia y sin que se haya distribuido ayuda desde entonces, sabe que tendrá que volver a intentarlo.
«Sabíamos que podíamos morir. Pero ¿qué otra opción teníamos?»
Masacres similares han ocurrido en el sur de Gaza. Zahiya Al-Samur, de 44 años, apenas podía mantenerse en pie después de correr más de dos kilómetros mientras huía de un ataque israelí contra una multitud reunida para recibir ayuda en la zona de Tahlia, en el centro de Jan Yunis.
Luchando por recuperar el aliento, le dijo a +972: «Mi marido murió de cáncer el año pasado. No puedo mantener a mis hijos. No hay comida en casa, desde que se impuso el bloqueo y se interrumpieron las entregas de ayuda que nos sostenían durante la guerra».
Impulsada por la desesperación, Al-Samur fue a Tahlia la noche del 16 de junio, con la esperanza de ser una de las primeras en la fila para recibir los camiones de ayuda que llegaban. Junto con miles de personas, acampó junto a la carretera.
Pero a la mañana siguiente, mientras la gente esperaba cerca de la calle Al-Rashid, los proyectiles de los tanques cayeron repentinamente sobre la multitud y mataron a más de 50 personas.
«Vi a gente perder extremidades, cuerpos destrozados», relató. «Tres de mis vecinos de Al-Zaneh [al norte de Jan Yunis] murieron. Sus cuerpos estaban irreconocibles».
Aunque escapó sin lesiones físicas, el trauma persiste. «Mi corazón sigue temblando», dijo. «Vi morir a personas mientras otras sangraban en carros tirados por burros; no había ambulancias».
Regresó con las manos vacías a la tienda que había montado en Al-Mawasi después de que el ejército israelí ordenara la evacuación de su barrio. «Mis hijos tienen hambre», dijo con la voz quebrada. «Están esperando a que les lleve comida. No sé qué decirles».
En el Hospital Nasser, Mohammad Al-Basyuni, de 22 años, se recupera de una herida de bala en la espalda. Le dispararon el 25 de mayo mientras intentaba recoger comida en la zona de Al-Shakush, en Rafah.
«Me desperté al amanecer y salí de casa [en la zona de Fash Farsh, entre Rafah y Jan Yunis] con un único objetivo: conseguir harina para mi padre enfermo», contó a +972. «Mi madre me rogó que no fuera, pero insistí. No teníamos comida. Mi padre está enfermo y necesitábamos ayuda.
«Salí sobre las 6 de la mañana y, poco después de llegar, se produjo un tiroteo», relató Al-Basyuni. «Me alcanzaron mientras huía: un francotirador me disparó por la espalda». Lo llevaron rápidamente al quirófano en un tuk-tuk. «Yo sobreviví, pero otros no. Algunos regresaron en bolsas para cadáveres».
Hizo una pausa y luego añadió en voz baja: «Sabíamos que podíamos morir. Pero ¿qué otra opción teníamos? El hambre mata. Queremos que termine la guerra y el asedio. Queremos que esta pesadilla termine. Regresé herido y no traje nada a casa. Ahora mi padre enfermo ha perdido a su único sustento».
Ahmed Ahmed es el seudónimo de un periodista de la ciudad de Gaza que ha pedido permanecer en el anonimato por temor a represalias.
Ibtisam Mahdi es una periodista independiente de Gaza especializada en informar sobre temas sociales, especialmente los relacionados con las mujeres y los niños. También colabora con organizaciones feministas de Gaza en tareas de información y comunicación.
Texto en inglés: +972.com, traducido por Sinfo Fernandez.