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Despidiendo a una tejedora imprescindible

Fuentes: Rebelión [Autora del retrato Izeia Arrieta]

Hace unos días hemos sabido que nuestra compañera y amiga Carla Isea debe regresar a Caracas, en espera de que El Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores de la República Bolivariana de Venezuela le asigne un nuevo desempeño . Sabíamos que esta noticia, en pura lógica de la actividad diplomática, tenía que llegar en algún momento, sin embargo, un punto de tristeza se hace inevitable.

Carla desarrolló su fructífera actividad en estos años en el Consulado de Bilbao, mostrando una serie de cualidades humanas cargadas de significados éticos que dejaban entrever una alta conciencia política: curiosidad por conocer la complejidad sociopolítica de un estado plurinacional, aptitud para escuchar a los lugareños, capacidad organizativa y empatía a la hora de coordinar actividades culturales… y , me constan, por haber sido testigo de ellas, sus grandes dosis de discreción y prudencia.

Entre otras cosas, Carla Isea es una notable conocedora de la cultura musical de su país, que siempre ha cuidado sus lazos de afectividad con artistas de la talla de Lilia Vera, Cecilia Todd, Israel Colina, Edwin Arellano o Amaranta Pérez, y que no dudó en acercarnos la sonoridad del Cuatro (instrumento nacional venezolano) de la mano de otro grande de la cultura venezolana: Gustavo Colina. Quiero rescatar de mi memoria aquel concierto mágico, celebrado en 2016 en la ermita de San Prudentzio, en Getaria; posiblemente, y hasta ahora, el acercamiento más íntimo de la sonoridad venezolana que se haya dado en el contexto euskaldún. Los que tuvimos el privilegio de colaborar con Carla en la organización de aquel maravilloso evento no lo olvidaremos jamás.

También recuerdo los momentos duros de preocupación e incertidumbre que hemos vivido con ella cuando arreciaba la estrategia imperialista contra su país en forma de guerra económica, sabotajes al sistema eléctrico o guarimbas fascistas que quemaban ambulatorios y consultorios atendidos por médicos cubanos y que siempre se cobraban las victimas entre los más humildes.

El tiempo ha pasado, como siempre sin darnos cuenta, sin embargo, cuando echo la mirada hacia atrás, no puedo dejar de pensar en Carla como una tejedora de las que enaltece Irene Vallejo en su libro El infinito en un junco, o como la Angelita Huenumán que Víctor Jara inmortalizó en su canción:

La sangre roja del copihue

Corre en sus venas Huenumán

Es un milagro como teje

Hasta el aroma de la flor

Carla nos lega una manta que tejió entre nosotros con dos materiales esencialmente humanos: la solidaridad y la amistad; una manta para que nos amparemos de la estulticia, de la crueldad y de las mentiras del poder; una manta para que nos resguardemos en esta guerra contra la soledad.