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Egipto

Dialéctica entre revolución y contrarrevolución

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

«Recrear el momento de unidad manifestado en la Plaza Tahrir es el primer paso para poner fin al régimen neomubarakista de Sisi.»

Husam Al Sanei, Taisir Abu Sneima y Ahmad Al Yabari fueron tres palestinos de Gaza que murieron o fueron asesinados por Israel entre 2008 y 2012. El primero murió durante la guerra de Israel contra Gaza de finales de 2008, mientras el segundo era asesinado en 2009 tras ser acusado de tomar parte en el secuestro de Gilad Shalit, el soldado israelí retenido por Hamas durante más de cinco años hasta que Israel accedió a liberar a más de mil presos palestinos en octubre de 2011. El tercero era un alto comandante del ala militar de Hamas y su asesinato en 2012 encendió en noviembre de ese mismo año la guerra entre los dos archienemigos. Otro palestino, de nombre Hasan Salamah, fue sentenciado por Israel en noviembre de 1996 a 48 penas de cadena perpetua y se encuentra encarcelado desde entonces, la mayor parte del tiempo en régimen de aislamiento.

Lo que estos cuatro palestinos tienen en común es que esta semana fueron sentenciados a muerte por un tribunal egipcio por haber ayudado a liberar a cientos de personas, incluido el derrocado presidente Mohammad Morsi, en una fuga que se produjo el 29 de enero de 2011 en una prisión en las afueras de El Cairo, en medio del levantamiento popular de Egipto.

Pero las sentencias de muerte de estos y otros setenta palestinos constituyeron tan sólo la atracción secundaria de la principal historia, en la que el mismo tribunal sentenció a muerte a 122 personas, incluido Morsi, la mayoría de ellos altos dirigentes de la Hermandad Musulmana: el jeque Yusuf Al-Qaradawi, el clérigo más importante del mundo sunní, académicos, activistas e incluso una joven estudiante que formaba parte del equipo presidencial de Morsi.

Este y otros juicios han sido ampliamente condenados en todo el mundo. Amnistía Internacional ha tildado el juicio de «charada» y de «manifiestamente injusto». En consecuencia, el politizado poder judicial egipcio se ha convertido en el hazmerreír del mundo al estar sirviendo claramente de oportuna herramienta de represión contra los opositores al régimen desde que se produjo el golpe de julio de 2013 que derrocó a Morsi y frustró el camino de Egipto hacia la democracia. Es poco probable que el poder judicial egipcio desconozca estos hechos. Pero a estos jueces eso les trae sin cuidado, dedicados como están a implantar de nuevo la atmósfera de miedo que envolvió a la sociedad egipcia antes de ser diezmada tras el derrocamiento del ex presidente Hosni Mubarak en febrero de 2011.

Fue nada menos que el general Sami Anan -que era jefe del estado mayor del ejército en aquel momento- quien refutó la esencia de las falsas acusaciones cuando dijo que no tenía conocimiento de que se hubiera producido violación fronteriza alguna durante aquellos tumultuosos días por parte de operativos de Hamas o Hizbolá, como los fiscales del gobierno afirmaron ahora en ese juicio político.

Las graves violaciones de los derechos humanos del régimen del líder del golpe, el general Abdel Fatah al-Sisi, están bien documentados, y entre ellos se incluyen el asesinato de más de mil personas y las lesiones causadas a más de 27.000, el uso sistemático de violaciones, torturas, secuestros y desapariciones forzosas como instrumentos para doblegar al pueblo egipcio (de forma similar a los desaparecidos disidentes durante el gobierno de la junta argentina a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta) y el encarcelamiento de más de 41.000 opositores.

No obstante, a pesar de las duras sentencias y las brutales medidas utilizadas a lo largo de los últimos dos años, el gobierno de los militares y sus partidarios contrarrevolucionarios no han sido capaces de tener controladas las calles ni de conseguir una situación estable. El ejército ha estado luchando contra grupos militantes en el Sinaí y perdiendo soldados cada semana, mientras las fuerzas de seguridad golpeaban y masacraban al tuntún y hasta el cansancio a todos los grupos y activistas de la oposición.

A nivel económico, Egipto está al borde del colapso a pesar de la inyección de más de 50.000 millones de dólares en los últimos dos años por parte, principalmente, de los patrocinadores del golpe, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. La infraestructura del país está deteriorada, el desempleo por las nubes, la moneda cayendo, la inflación aumentando y el índice de miseria entre los más elevados del mundo. La industria turística está devastada y el país prácticamente en bancarrota, con una reserva de divisas de 20.000 millones de dólares y tan sólo un total de 6.000 millones de dólares que no está en manos extranjeras, incluidos 3.000 millones de dólares en activos de oro no convertibles. El gobierno de Sisi se vio recientemente obligado a pedir un préstamo de 1.500 millones de dólares a la muy alta tasa de interés del 6,25%, aunque la tasa de interés que cobran los bancos ha fluctuado durante años entre cero y 0,25%, según lo establecido por la Reserva Federal. Cada día, el país tiene que endeudarse internamente en casi 130 millones de libras egipcias (1.585 millones de dólares) tan sólo para cubrir su déficit presupuestario, a pesar de la drástica reducción de la mayor parte de los subsidios . La deuda interna ha sobrepasado los 262.000 millones de dólares (el 96% de su PIB), mientras la deuda interna llegaba a los 40.000 millones de dólares.

Por tanto, ¿por qué Sisi se empeña en seguir por esta senda autodestructiva? Para responder a esta pregunta hay que entender la composición del actual panorama político del país.

Cuatro facciones políticas

La historia moderna reciente de Egipto, que empezó con el incruento golpe de Estado, vino marcada por el surgimiento de un Estado controlado por el ejército. Los primeros cuatro presidentes fueron oficiales militares (Naguib, Naser, Sadat y Mubarak). Entre mediados de la década de 1950 y 1970, Naser dominó la escena y se embarcó en un discurso neosocialista intentando rediseñar las estructuras políticas del poder en el país. Se prohibieron los viejos partidos políticos y se ahogó la vida política a la vez que nacían las nuevas elites políticas de un Estado autoritario dominado por los oficiales militares

La derrota de 1967 a manos de Israel sacudió esta nueva realidad, llevando finalmente a la apertura controlada de Sadat, que dio origen a una plutocracia, una nueva clase de elites económicas y políticas dominadas por un capitalismo descontrolado, empresarios corruptos y oficiales militares retirados y sus compinches. Cuando Mubarak tomó el poder tras el asesinato de Sadat en 1981, permitió que el ejército levantara su propio imperio económico y toda una serie de empresas comerciales que financiaran los estrafalarios estilos de vida de sus altos directivos, convirtiéndose en última instancia en competidores directos y en una amenaza para muchas de las empresas y conglomerados dominados por las nuevas elites económicas del país.

Mientras tanto, Mubarak consolidaba su poder con el segundo grupo, especialmente cuando su hijo Gamal empezó a finales de la década de 1990 a tomar el control directo del aparato estatal preparándose para convertirse en el siguiente presidente de Egipto. Pero estas dos facciones, la militar y la de los fulul (los residuos del régimen de Mubarak según se les empezó a conocer tras el levantamiento de 2011) se mantuvieron decididamente bajo el control de Mubarak durante su reinado, que sabía bien cómo manejarlos.

Al mismo tiempo y desde la década de 1970, la política de la calle había ido entrando de forma gradual bajo la influencia de organizaciones de base dominadas por movimientos sociales islamistas encabezados por la Hermandad Musulmana. Sin embargo, las autoridades toleraron sus amplias redes de beneficencia y trabajo social porque complementaban la carencia de servicios que el gobierno no proporcionaba a las clases pobres y medias bajas. Con el cambio de siglo hubo un entendimiento tácito entre estas tres facciones. Cada una de ellas era consciente de la existencia de las otras dos pero se limitaba a su esfera de poder e influencia: los militares, con su alto estatus social y privilegios económicos; los plutócratas, con su creciente influencia y control de las instituciones estatales, de la economía y de la vida política cuidadosamente gestionada; y los islamistas, con su expansión y dominio de las redes sociales, las mezquitas y la calle.

Con la llegada de las redes de televisión por satélite y los medios sociales surgió una nueva generación de jóvenes hartos de líderes corruptos y descontentos con la agenda y el cauto pragmatismo de los grupos islamistas. Estos activistas empezaron a organizarse en grupos como el Movimiento del 6 de Abril, emprendiendo iniciativas que desafiaban las políticas sociales y económicas del gobierno. Otros grupos independientes de la oposición se organizaron también bajo el paraguas del movimiento Kifaya (¡Basta ya!).

Con cada desafío, el grupo se iba haciendo más atrevido y muchos partidos de la oposición tradicional les apoyaban tras las bambalinas o les animaban desde la barrera, entre ellos varios integrados en la Hermandad Musulmana. De hecho, muchos miembros jóvenes de la Hermandad se incorporaron calladamente a esas actividades e incluso algunos empezaron a formar sus propios grupos independientes, volviéndose más francos y atrevidos. Fueron los esfuerzos colectivos de estos grupos los que en última instancia provocaron el levantamiento popular del 25 de enero de 2011 y derrocaron a Mubarak. Aunque la Hermandad Musulmana jugó un papel crucial y decisivo durante los trascendentales días que llevaron al derrocamiento de Mubarak, su entrada oficial en la senda revolucionaria contra el gobierno fue el 28 de enero, tres días después de que se iniciaran las protestas en la Plaza Tahrir.

Cuatro facciones y cuatro fechas: 24 de enero, 3 de julio, 29 de junio y 12 de febrero

La unidad que brillantemente demostraron las facciones revolucionarias durante los electrizantes días de enero y febrero de 2011 dio paso a recriminaciones y tensiones tan pronto como el ejército de Egipto se hizo con el poder tras el derrocamiento de Mubarak. Dos posiciones opuestas aparecieron sobre la marcha: una favorecida por el bloque islamista y otra por los grupos revolucionarios de jóvenes. Los grupos de jóvenes abogaban por una vía revolucionaria centrada en la redacción de una nueva constitución que reestructurara el contrato social entre el Estado y sus ciudadanos. Los islamistas estaban a favor de una agenda reformista y endosaron una vía electoral bajo el control del ejército porque sabían que estaban destinados a ganar. El primero de los grupos acusó al segundo de traicionar cínicamente los objetivos revolucionarios y de formar una alianza tácita con el ejército. Durante la mayor parte del período transitorio bajo el control directo del consejo militar, los movimientos de jóvenes revolucionarios se enfrentaron al Estado, mientras la HM llamaba a la calma porque había conseguido cinco victorias electorales, incluida la mayoría de escaños en el parlamento, así como la presidencia.

Cuando Morsi se convirtió en presidente en julio de 2012, el manual de maniobras políticas estaba claro. Dos de las cuatro facciones se aliarían de momento entre ellas y derrotarían a una tercera, mientras la cuarta observaría desde la barrera. A principios de 2011, los islamistas y los jóvenes se habían aliado contra los fulul, mientras el ejército observaba, ya que consideraba que le beneficiaba parar la ascendencia del hijo de Mubarak, que no procedía de sus filas. Poco después, los intereses de los islamistas y del ejército se alineaban porque los primeros querían ganar legitimidad a través de las victorias electorales mientras los segundos querían mantener el statu quo hasta fraguar una estrategia que revertiera el impulso revolucionario.

Cuando los intereses de estas dos fuerzas se alinearon, se ignoraron las demandas de los jóvenes revolucionarios y las filas de estos quedaron devastadas tras ser sometidos miles de ellos a juicios militares mientras los islamistas miraban para otro lado. Durante este período, los fulul observaban desde la barrera lamiéndose aún las heridas de la caída de su jefe benefactor. Cuando los islamistas llegaron al poder en el verano de 2012, los fulul habían recuperado su posición, envalentonados por los doce millones de votos que el último primer ministro de Mubarak, el general Ahmad Shafiq, había obtenido en su derrotada campaña presidencial contra Morsi.

Justificadamente o no, a finales de 2012, los grupos revolucionarios de jóvenes se sintieron traicionados por la HM y la acusaron de consolidarse en el poder para promover su agenda social y política. Mientras tanto, el presidente de la HM se quejaba amargamente de que los socios revolucionarios le estaban abandonando y permitiendo que los grupos contrarrevolucionarios les manipularan. Mientras el ejército, entonces dirigido por el general Sisi y el aparato de seguridad estatal, seguía observando desde la barrera, las posiciones se endurecieron y la desconfianza creció entre los antiguos socios revolucionarios. Debido a la inexperiencia, la ingenuidad política o al error de cálculo, la HM no ofreció los compromisos suficientes a sus antiguos aliados pensando que sin el apoyo del ejército (con el que la Hermandad creía equívocamente contar), los otros grupos no podrían imponer su voluntad.

Una vez que el polvo se asentó tras el golpe de Estado, quedó muy claro que a Morsi no le iban a permitir nunca gobernar y que los grupos revolucionarios eran fácilmente manipulados por el Estado profundo, mientras los fulul proporcionaban todo el apoyo logístico y de medios de comunicación para derrocar el Estado de la Hermandad. Pero en esta ocasión, fueron las otras tres facciones las que se aliaron contra una con consecuencias devastadoras. El país se hallaba profundamente polarizado mientras los niveles de odio, desconfianza y rabia alcanzaban niveles sin precedentes. El ejército jugaba hábilmente con todos, presentándose de nuevo a sí mismo en la persona de Sisi como el salvador del país, de la inestabilidad y la guerra civil. Pero a pesar de la euforia que se produjo con la eliminación del primer presidente elegido democráticamente, los grupos revolucionarios aprendieron pronto que el ejército no compartía precisamente sus nobles ideales. En su afán por poner fin al reinado de Morsi, traicionaron sus propios principios de rechazar el gobierno militar. En cuestión de meses, todos los principales líderes de los jóvenes revolucionarios estaban en prisión, exiliados, silenciados o fugados.

Sisi se convirtió en presidente en mayo de 2014 en un simulacro de elecciones donde recibió más del 96% de los votos. Tras un año de su mandato, no ha conseguido ningún logro destacado y las alianzas tácticas se han venido abajo porque cada facción no sólo se había alienado de su enemigo ideológico sino que también desconfiaba de su propio aliado ideológico natural. Los fulul seguían nerviosos porque los proyectos de inversiones más importantes habían quedado subsumidos por la poderosa maquinaria económica del ejército, contra quien es prácticamente imposible competir económicamente porque se aprovecha de una mano de obra prácticamente gratuita, no paga impuestos, utiliza energía subvencionada, una fuerza laboral ingeniera cualificada y posee valiosos bienes raíces.

En menos de un año, Sisi ha conseguido al parecer su principal ambición al cumplir el dicho de que «Egipto no es un Estado con ejército, sino un ejército con Estado». Además, Sisi continuó exigiendo considerables concesiones y grandes contribuciones a los empresarios ricos sin ofrecerles mucho a cambio. A nivel político, Sisi nunca confió totalmente en los antiguos compinches de Mubarak, tampoco ha construido su propio electorado político. Como consecuencia, sigue aplazando las elecciones parlamentarias al temer que los fulul puedan dominar y reducir su autocrático gobierno.

Por su parte, los fulul encontraron un nuevo mascarón de proa en Shafiq, el candidato perdedor en la competición presidencial de 2012. Tras las elecciones, huyó a los EAU por temor a ser arrestado o a que le acusaran de corrupción. Incluso después de que el politizado poder judicial absolviera o revocara todas las condenas de Mubarak, sus hijos y sus compinches, entre ellos el mismo Shafiq, siguió en el exilio sabiendo que Sisi no iba a permitirle jugar ningún papel político aunque fundara un partido y se comprometiera a dirigirlo hacia la victoria parlamentaria.

Esta tensión saltó recientemente a la palestra cuando Shafiq dio una entrevista cuestionando la legitimidad de Sisi y comprometiéndose a desafiar los resultados electorales de 2012. Al parecer, Shafiq dijo en la entrevista: «Yo sé muchas más cosas que los servicios de inteligencia. Es mejor que todo el mundo mantenga la boca cerrada y lo mismo haré yo. Nadie puede atreverse a decirme que no me presente para el parlamento». A su vez, Sisi impidió que la entrevista se emitiera en Egipto incluso después de que fuera intensamente promocionada. Además, Sisi declaró durante su reciente viaje a Alemania, en claro rechazo a Shafiq, que no había duda de que Morsi era el verdadero ganador de las elecciones de 2012 pero que la gente se había vuelto en su contra. Posteriormente, Sisi envió a su jefe de inteligencia a que pidiera a los gobernantes de los EAU que frenaran a Shafiq. Muchos observadores políticos creen ahora que las fuerzas dentro del Estado aliadas con Safiq fueron muy probablemente la fuente de las frecuentes filtraciones de audio que revelan la corrupción e incompetencia del gobierno de Sisi durante los últimos dos años.

Mientras tanto, las filas revolucionarias han pasado también sus rencores y recriminaciones. Los grupos de jóvenes revolucionarios acusan a la HM de volverles la espalda en la revolución una vez conseguido el poder político. La Hermandad acusa a estos grupos de facilitar el golpe de Estado y justificar la restauración del poder militar y la vuelta al Estado policial. Sostiene además que si cometió errores cuando estaba en el gobierno, nunca puede justificarse una alianza con los contrarrevolucionarios. Señala el hecho de que desde el golpe de Estado se ha negado categóricamente a comprometerse con el gobierno militar y, por consiguiente, han sido los que más han sufrido a manos de los golpistas, con miles de sus dirigentes, miembros y simpatizantes asesinados, heridos o en el exilio, mientras se confiscaban sus activos y se prohibían sus instituciones y organizaciones de beneficencia.

Cada facción pretende devolver a Egipto a una determinada fecha del pasado. Los fulul esperan devolver a Egipto al 24 de enero de 2011 y restaurar su dominio político y económico. Su fuerza se basa, parcialmente, en el apoyo que les presta un fragmento importante del Estado profundo, gran parte de la corrupta pero experimentada maquinaria política de Mubarak y muchos oligarcas y magnates de los negocios con sus imperios en los medios de comunicación, que jugaron un papel crucial alienando al pueblo de Morsi y la HM, pero que ahora están cada vez más dispuestos a criticar a Sisi. Al parecer, este grupo ha contado con el apoyo tácito de los EAU, a quienes Sisi rogó recientemente que silenciaran a Shafiq. Y en cuestión de días, Shafiq renunció como jefe de su recién establecido partido, denominado Movimiento Patriótico Egipcio, pero se comprometió a seguir formando parte del mismo.

El ejército, dirigido por Sisi y un estrecho círculo a su alrededor, clama por el 3 de julio de 2013, el día en que Morsi fue derrocado y detenido e inició su ascenso al poder como si se tratara de un nuevo amanecer en Egipto. A Sisi le encanta recordar a la gente que tuvo que deponer a Morsi para evitar una guerra civil, a pesar de que no hay pruebas de que el anterior presidente ordenara reprimir a la oposición. Hablar del gobierno autoritario de Morsi palidece al comparársele con quienes le sucedieron. Adly Mansur, instalado por Sisi como presidente interino, ocupó a la vez los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, al ser simultáneamente el presidente en funciones y el jefe del Tribunal Constitucional Supremo, gobernando por decreto cuando Sisi suspendió la constitución.

La fuerza de este grupo radica desde luego en el apoyo del ejército, que todavía disfruta de un enorme grado de reverencia y respeto por parte de un número significativo de egipcios, así como por el miedo de muchos a la inestabilidad si el ejército pierde su poder en el país. Sin embargo, hasta el momento, Sisi ha fracasado a la hora de articular una visión de altura para el país o a la hora de unir a sus profundamente polarizados ciudadanos. Para consolidar su gobierno ha confiado en gran medida en las tácticas del Estado policial y en el agotamiento del pueblo egipcio tras cuatro años de incertidumbre e inestabilidad. Es muy dudoso que pueda sacar a Egipto del abismo o tener éxito en la lucha contra la agitación política, los desafíos económicos y la polarización social.

La HM ha vivido el ascenso y caída más veloces de cualquier grupo político en la historia moderna de la región. En su favor puede decirse que se negó a dar legitimidad al golpe de Estado o a comprometer su posición de principio de rechazar el gobierno militar, y ha insistido en llevar ante la justicia a quienes perpetraron las atrocidades contra el pueblo egipcio. Sin embargo, pretende devolver a los egipcios al 29 de junio de 2013, insistiendo en la vuelta de Morsi como presidente legítimamente elegido, en la restauración de la polarizada constitución de 2012 y de las instituciones electas parlamentarias desestimadas por Sisi. Su objetivo inmediato es revertir los efectos del golpe de Estado y deslegitimizar las consecuencias de las manifestaciones del 30 de junio.

Para decepción de sus críticos dentro de las filas revolucionarias, se niega aún a reconocer la política profundamente polarizada que practicó contra sus antiguos socios revolucionarios, que allanó el camino a los acontecimientos del 30 de junio y a la actual crisis. Por otra parte, sus críticos sostienen que su retórica de una vía revolucionaria contradiría la senda constitucional que sus seguidores están siguiendo al insistir en exigir la vuelta de Morsi al poder y la constitución de 2012. Una senda constitucional, argumentan, que no permite la purga revolucionaria del politizado poder judicial, de los corruptos fiscales y de los medios de comunicación comprometidos con ellos. También protege al ejército y otorga a sus altos oficiales protecciones y privilegios inmerecidos.

El grado de brutalidad contra la Hermandad del gobierno de Sisi ha superado todas sus experiencias del pasado de represiones gubernamentales perpetradas a partir de la década de 1940, golpeando hasta el fondo a sus miembros, pero la fuerza de la organización ha quedado demostrada al mantenerse en gran medida intacta a pesar de los niveles sin precedentes de sufrimientos y abusos. Tras un período de desafío que terminó públicamente con varias masacres en julio y agosto de 2013, muchos miembros de la HM que pudieron escapar al aparato de seguridad y dejar el país emprendieron un vigoroso debate interno.

En abril de 2014, la reevaluación se resolvió a favor de un nuevo liderazgo que, según los miembros más importantes de la HM fuera de Egipto, comprende el 65-70% de la joven generación de menos de 45 años. Las dinámicas internas dentro del grupo salieron recientemente a la luz cuando uno de los líderes de la vieja guardia emitió un comunicado rechazando la violencia y el nuevo liderazgo. En cuestión de horas, este nuevo liderazgo descartó tales afirmaciones y renovó su llamamiento a favor de una vía revolucionaria intransigente hasta la caída de Sisi y su régimen represor. El joven liderazgo interno en Egipto emitió pronto otro llamamiento haciendo suyo ese enfoque inflexible.

Mientras tanto, los grupos de jóvenes revolucionarios han estado defendiendo desde el principio mismo la vuelta a una senda puramente revolucionaria que evoque los emocionantes días de la revolución de 2011. Sostienen que su revolución ha sido abortada y que debe recuperarse como si fuera el 12 de febrero de 2011. El mayor error, postulan, fue que los revolucionarios se fueran a casa y aceptaran el gobierno del consejo militar. Uno de los más importantes de entre estos grupos es el Movimiento del 6 de Abril, cuyos líderes, como Ahmed Maher y Mohammad Adel, y el activista Ahmed Doma, fueron encarcelados por Sisi. Los Socialistas Revolucionarios han sido también reprimidos, y otros líderes, como Alaa Abdel Fatah, han recibido sentencias de cinco años de cárcel por desafiar al gobierno militar.

Sus críticos, especialmente desde el campo islamista, sostienen que la mayor parte de estos grupos revolucionarios destacan en retórica pero carecen de sustancia, sofisticación y de apoyo amplio. Es más, muchos de los jóvenes revolucionarios que jugaron papeles clave durante los primeros momentos de la revolución y que no fueron muy perseguidos por el gobierno están exiliados, han abandonado la lucha o han permanecido en silencio, incluido Wael Ghoneim, uno de los jóvenes más destacados a la hora de impulsar la revolución de 2011. Además, los ultras del fútbol han desempeñado también un papel significativo al oponerse a las medidas represivas del actual régimen. Su implicación futura podría ser crucial porque han demostrado coraje, determinación y organización, tres ingredientes necesarios para un cambio revolucionario auténtico.

El camino a seguir

En pocas ocasiones la historia se repite a sí misma pero lo inteligente es aprender siempre de esas lecciones. El levantamiento egipcio de 2011 fue un acontecimiento extraordinario que desplegó muchos atributos positivos respecto a los jóvenes egipcios y sus aspiraciones futuras. Pero en el momento en que los socios revolucionarios rompieron filas, a los pocos días de derrocar a Mubarak, perdieron muchas posibilidades de seguir avanzando hacia una auténtica transformación. No resultó muy complicado secuestraerles sus sueños. Quienes defendían un cambio gradual y una agenda reformista pusieron su confianza y sometieron esa agenda a los mismos elementos que más se habían beneficiado de la corrupción y del gobierno de Mubarak.

La senda revolucionaria no significa necesariamente tener que recurrir a la violencia o al caos. Significa una ruptura total con el anterior gobierno, sus instituciones y las personalidades con él comprometidas, y la construcción un nuevo Estado desde los cimientos. Una tarea así es sin duda inmensa, pero el Estado egipcio está tan profundamente enraizado en la represión y en la corrupción, que todo lo que no sea su total desmantelamiento no va a producir, sencillamente, cambio significativo alguno.

Sin embargo, el éxito de la senda revolucionaria presenta un dilema. No puede tener éxito sin la Hermandad debido a su disciplina y capacidad para movilizar a grandes segmentos de la sociedad. Pero tampoco puede progresar sólo con ella. Recrear aquel momento de unidad exhibido en la Plaza Tahrir que ayudó a derrotar a Mubarak y romper su aparato de seguridad sería el primer paso para poner fin al gobierno neomubarakista de Sisi. Además, ambas partes tienen que ponerse de acuerdo en los objetivos estratégicos de esta renovada asociación y ofrecer medidas reales que fomenten la mutua confianza.

Esa estrategia deberá centrarse en una senda revolucionaria, que todos han defendido, para conseguir tres objetivos fundamentales: a) el fin de la involucración del ejército egipcio en la política, el retiro forzoso de sus más altos oficiales y la reestructuración de sus instituciones, a fin de que se centren únicamente en la defensa del país contra las amenazas externas, junto con el desmantelamiento total de su imperio económico; b) el desmantelamiento del Estado profundo en todos sus aspectos: policía, aparato de seguridad y agencias de inteligencia, del involucrado poder judicial, de las corruptas agrupaciones empresariales y de sus imperios en los medios de comunicación; y c) el futuro Estado debe formarse sobre la base de la construcción de auténticas instituciones democráticas que garanticen los derechos, libertades y protecciones de las minorías, así como la promesa por parte de todos los socios de no imponer sus agendas sociales ni promover o buscar políticas competitivas hasta que se haya desmantelado el Estado profundo y su sitio esté ocupado por instituciones democráticas competentes.

Una vez acordada la estrategia principal, deben establecerse medidas de fomento de la confianza. El controvertido tema del retorno de Morsi al poder parece ser el punto conflictivo. Por una parte, la HM sostiene que es importante mantener la legitimidad y respeto a la voluntad de la gente y rechazar a quien usurpó el poder y todas las consecuencias del golpe de Estado, especialmente en el frente económico. Por otra parte, los jóvenes revolucionarios afirman que no están dispuestos a levantarse contra Sisi para limitarse a restaurar a Morsi, contra quien bastantes de ellos se habían rebelado en 2013.

Ambos grupos tienen razón y es preciso que este último grupo supere el punto muerto reconociendo que Morsi fue legítima y democráticamente elegido como presidente por la mayoría de los ciudadanos egipcios. Es más, en tanto la revolución esté en marcha y Sisi tenga el control, todos los grupos revolucionarios deben aceptar este hecho y reconocer que respetan la voluntad del electorado y así aceptar a Morsi como presidente electo, si bien secuestrado, de Egipto. Si de algún modo Morsi fuera restaurado en el poder por cualquier otro medio, entonces reasumiría su presidencia. Sin embargo, si Sisi cae a través de una vía revolucionaria, entonces, todas las partes, incluida la HM, deben reconocer la nueva realidad de una revolución triunfante de donde deberá surgir una nueva vía, una nueva estructura y una nueva constitución sin atadura alguna con el pasado.

Las revoluciones son escasas en la historia porque para que puedan darse es necesario que determinados factores y condiciones coexistan de forma dinámica y simultánea. Cuanto antes resuelvan sus diferencias los socios revolucionarios y empiecen a trabajar en la creación de esas condiciones, antes podrá Egipto sacudirse del yugo de la opresión y devolver el honor y la dignidad a su pueblo, así como a los palestinos muertos y sentenciados.

Esam Al-Amin es escritor y experto en temas de Oriente Medio y de política exterior de EEUU y un colaborador habitual de numerosas páginas en Internet. Es autor de   The Arab Awakening Unveiled: Understanding Transformations and Revolutions in the Middle East.  

 Puede contactarse con él en: [email protected].  

Fuente: http://www.middleeasteye.net/essays/egypt-dialectics-between-revolution-and-counterrevolution-950389130