Recomiendo:
0

Diálogo con un borracho esquizofrénico

Fuentes: Rebelión

Nunca olvidaré la mirada de aquel hombre, de cara avinagrada y sonrisa codiciosa, que un buen día me crucé en la calle, por una de esas extrañas jugadas del destino. ¡Mírame a los ojos, te aseguro que en Iraq hay armas de destrucción masiva!, me dijo. Aquella frase me dejó profundamente intrigado, tanto que no […]

Nunca olvidaré la mirada de aquel hombre, de cara avinagrada y sonrisa codiciosa, que un buen día me crucé en la calle, por una de esas extrañas jugadas del destino. ¡Mírame a los ojos, te aseguro que en Iraq hay armas de destrucción masiva!, me dijo. Aquella frase me dejó profundamente intrigado, tanto que no dudé en sentarme a conversar un rato con él, pues era evidente que un oscuro mundo psicótico se escondía tras aquel rostro de viejo borracho. Un mundo en el cual tal vez mereciera la pena entrar, aunque sólo fuese para comprender hasta que punto la mente humana puede llegar degenerarse cuando la frontera entre la realidad y la ficción autogenerada acaba completamente por derrumbarse.

Le creo, le creo, le contesté, y, agradado por la confianza que le estaba mostrando, aquel borracho no dudó en abrirse ante mí, al punto de que comenzó a contarme algunas de sus viejas batallas vitales. Cuesta saber cuáles eran fruto de la verdad, y cuáles fruto de su acentuada esquizofrenia, pero sin duda valía la pena malgastar algunos minutos de mi valioso tiempo para escuchar las cosas que aquel hombre completamente ebrio quería relatarme.

Me contó que había nacido en una familia acomodada allá por los años 50, y que de pequeño había sido educado en un colegio religioso sólo apto para unas pocas élites de la época. Al parecer, ya desde muy joven comenzó a sentir cierta inclinación por la política, tanto que a los 16 años había publicado un artículo en no se qué revista auto-declarándose falangista. También me dijo que en alguna ocasión había asistido vestido con su camisa de falangista al colegio en el cual tomaba sus clases. Sinceramente, todo aquello me aburría sobremanera, así que decidí apretarle un poco las tuercas para ver si aquella conversación podía dar un poco más de sí. ¿Y qué opina usted de España? Le pregunté.

¡Ah España! Es un país corrompido por los rojos y el separatismo, es un país que continuamente corre riesgos de desintegración y balcanización, riesgos de volver históricamente a las andadas, no es un país actualmente para gente culta e instruida como yo, me contestó.

Lo sorprendente es que, una vez me decía estas cosas, su acento denotaba un extraño tono que resultaba bastante curioso, un tono como el que suelen emplear aquellos extranjeros de habla inglesa que comienzan a chapurrear algunas palabras del castellano. Aquel hombre, que me había confirmado ser español de nacimiento, me hablaba en su propia lengua con el acento de un guiri cualquiera de la playa de Benidorm. ¡Será cosa del alcohol!, pensé. Y el caso es que segundos antes había sido él mismo quien se había presentado como políglota.

Acto seguido comenzó a explicarme algunas anécdotas de la historia de España. Es muy interesante ver que mucha gente en el mundo islámico reclama que el Papa pida perdón por haber acusado al Islam de ser una religión violenta, pero no oigo a ningún musulmán que me pida perdón por conquistar España y estar aquí ocho siglos, me dijo. Y no pienses que esto que te cuento es un tema baladí, no pienses que todo esto no tiene ninguna repercusión en la actualidad, porque sí la tiene, y mucha, prosiguió. El problema con Al Qaeda en España, por ejemplo, no empezó con la crisis iraquí, sino que viene desde que España rechazó ser un trozo más del mundo islámico cuando fue conquistada por los moros. ¡Es por eso que España está y estará siempre en el punto de mira de los terroristas islámicos! Claro, que esto hace que luego ocurran cosas, por ejemplo, como que los de la ETA cometan el atentado más grande la historia de España, y los españoles van y se empeñan en culpar a Al Qaeda de la matanza, pero ya le digo yo que los que realizaron el 11-M no están en desiertos remotos, ni en montañas lejanas. Pero, a pesar de esto que le digo, no nos dejemos engañar, no hay peor amenaza que los islamistas. El terrorismo islamista es una amenaza existencial, y con esta gentuza el apaciguamiento nunca funciona, hay que tener mano dura, hay que llamar a las cosas por su nombre: los islamistas son el mayor peligro del mundo.

Y así fue soltando, una tras otra, toda una serie de apreciaciones que sin duda alguna dejaban ver que aquel hombre no sentía por el mundo islámico un amor profundo precisamente. El tema me interesaba, y no podía dejar pasar la oportunidad de investigar un poco más en todo aquello.

Veo que los musulmanes no parecen ser muy de su agrado, le espeté, esperando que con aquel comentario el viejo borracho se soltase definitivamente la coleta y me hablase sin tapujos del tema.

¿Los musulmanes?, ¿y cómo me van a agradar los moros? Ya le digo que aún no nos han pedido perdón por haber invadido durante 8 siglos mi querida España. ¿Pero qué se puede esperar de una raza que no es capaz de apreciar las bondades del vino?, me preguntaba irónicamente mientras reía a carcajadas. Además, supongo que no hace falta que le diga que la civilización occidental ha demostrado sobradamente ser superior a cualquiera de las otras habidas y por haber. Yo creo en Occidente, nuestra civilización, que es mejor que las otras y estoy dispuesto a defenderla, ¡Hemos de recuperar los valores cristianos!

Supongo entonces que no estará usted a favor de la alianza de civilizaciones, ¿no? Volví a preguntarle para ver hasta que punto el viejo borracho estaba convencido de lo que hablaba.

¿Alianza de civilizaciones? ¡Pero qué cuento es ese!, respondió. El multiculturalismo divide y debilita a las sociedades, no favorece la tolerancia ni la integración y es probablemente el problema más complicado de España y de Europa en la actualidad. Yo no creo en la alianza de civilizaciones, no puedo creer en milongas de ese tipo que la historia ha demostrado que no sirven para nada, yo creo en la superioridad moral de la civilización occidental, creo, por tanto, en la alianza de los civilizados. En eso creo.

Tras decir esto, el hombre volvió a dar un trago a su cartón de vino, y mirándome fijamente a los ojos volvió a decirme: ¡Créame, en Iraq hay armas de destrucción masiva! Ahí ya comprendí que era precisamente ese uno de los temas que más le perturbaban la consciencia.

Ya le digo que le creo, le creo, aunque todas las evidencias e investigaciones posteriores a la invasión no han sido capaces de demostrarlo, pero yo lo creo. Le contesté nuevamente por miedo a perder su confianza y que aquel hombre dejase de hablarme.

¡Perdone, no me haga caso, hay veces en que digo cosas que no pienso realmente, me sale de dentro!, me dijo entonces con cierto tono de arrepentimiento.

Evidentemente eran claras manifestaciones de su esquizofrenia, pero yo quise pasar por alto el asunto y continuar con la charla. ¿Y qué opina usted de Iraq entonces?, agregué acto seguido para tratar de aprovechar aquel pequeño momento de lucidez que parecía haber tenido.

¡Pues que le voy a decir, lo que todo el mundo sabe!, Que la situación en Iraq es muy positiva. Es cierto que no todos los problemas están resueltos, pero la vida de los iraquís es más fácil que con Sadam. Pueden participar en elecciones, hablar libremente. Existe libertad, la posibilidad de establecer una democracia, mayor seguridad, ¿qué más quieren? La intervención era necesaria, había razones fundadas que demostraban que Iraq era una amenaza para la paz y la seguridad internacional, no quedaba más remedio, por el bien de la humanidad, que realizar aquella invasión. Y aunque algunos trataron de hacernos creer lo contrario, el tiempo se ha encargado de demostrar que aquello era necesario. Pero en fin, para que usted vea como son las cosas, también hoy en día hay quienes dicen que el calentamiento global y el cambio climático son consecuencia de la acción del hombre, y no por eso les hacemos caso ¿no? Créame, no podemos hacer caso de las majaderías que se le ocurran a cualquier chiflado.

Ah bien, por lo que veo, entonces, es usted de la opinión del señor Bush de que la guerra de Iraq es justa, noble y necesaria, volví a preguntarle. En ese momento pude observar como aquellos ojos empapados de alcohol se iluminaban como estrellas fugaces.

¡Por supuesto, por supuesto!, ¿cómo no voy a estar yo de acuerdo con las palabras de ese gran hombre? Bush ha sido el mejor líder que ha dado la humanidad desde que Pinochet dejase el cargo de presidente, y uno de los mejores de toda la historia política de la humanidad. Desde que él llegó al poder en los Estados Unidos vivimos en un mundo mucho más libre, su política ha sido todo un acierto, él ha contribuido intensamente en defensa de la causa de la libertad, su visión y su determinación han sido fundamentales, ahora se puede votar en países en los que antes era imposible, hay menos dictadores y menos gobiernos que colaboran con los terroristas . Y no debemos olvidar que nuestra seguridad, nuestra democracia y nuestra prosperidad dependen de Estados Unidos . Eso sí, con la buena forma física que tengo yo, dudo mucho que el señor Bush pudiera ganarme en una carrera, acabó por decir entre intensas carcajadas mientras daba el último trago a su moribundo cartón de vino.

En este momento me salió la vena más izquierdista que llevo dentro y ya no pude aguantar más. Enfadado a más no poder me levanté de un salto y le dije: si tan libre es el mundo de hoy, ¿por qué no coge usted a su familia y se va a vivir a uno de esos maravillosos paraísos de la libertad y la democracia que nos ha dejado el señor Bush para la posteridad? Automáticamente el hombre cambio su rostro y su enfado se hizo patente. Pero ya no pude contenerme. ¡Hágame el favor señor mío, coja usted a su mujer e hijos y váyase de una vez a vivir a uno de esos maravillosos lugares!, pero, eso sí, ¡no se vaya usted sin sus pastillas, que le hará falta tomárselas!

Para mi sorpresa aquello último que le dije fue lo que más le ofendió de todo, mucho más incluso que mi invitación a marcharse a vivir a tierras afganas o iraquís.

¡Oiga, yo no sé quién se ha creído que es usted!, ¡pero a mí nadie me dice que es lo que tengo o no tengo que hacer!, ¡yo soy un liberal y hago lo que me dé la gana!, terminó por decirme mientras se marchaba dando tumbos de un lado para otro de la calle.

Y aquí terminó nuestra charla, yo me fui convencido de que haber escuchado a aquel hombre me había servido para reconocer cuales son los peligros de beber demasiado vino en horas de trabajo, pero estoy seguro de que a él todo aquello no le había causado el menor impacto, no siendo más que una de las muchas conversaciones que su evidente esquizofrenia paranoide le hacían tener, de cuando en cuando, con cualquiera que se acerque a su lado. Una más entre muchas.

Ah, por cierto, me he olvidado comentar que este hombre también me dijo que tiempo atrás llegó a ser presidente del gobierno, pero, sinceramente, aquello me costó mucho trabajo creerlo. Todos sabemos de buena tinta que el sistema sanitario español no tiene entre sus prioridades el cuidado de la salud mental de sus ciudadanos, pero de ahí a creer que millones de personas pudieran haber votado a un personaje de semejante calaña, va un trecho. Aunque supongo que eso ustedes mismos ya lo habrían dado por supuesto. ¿O no?

www.pedrohonrubia.com