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Dictaduras y robo de niños en España y Argentina

Fuentes: Rebelión

Un libro de muy reciente publicación recorre similitudes y diferencias en la operatoria de secuestros y supresión de identidad de bebés y niños por parte del régimen franquista y del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, todo encuadrado en un examen histórico y doctrinario de vastos alcances.

Claudio Capuano.

Hijos de la otredad.

1ª. Edición. Buenos Aires. Ediar, 2024.

343 páginas

Médico de profesión, coordinador de la cátedra de Salud y Derechos Humanos de la Facultad de Medicina de la UBA, el autor publica este libro sobre la base de su tesis doctoral. Los niños robados, estimados en varios millares en España y en centenares en Argentina constituyen el objetivo central de su investigación.

Ese eje podría articular una indagación puramente “técnica”, circunscripta a las modalidades de las sustracciones y a las responsabilidades en su torno. Y en particular la de los profesionales de la medicina, su campo fundamental de acción.

Capuano opta en cambio por una búsqueda más amplia y más profunda, extendida en el tiempo y en maridaje nada fortuito con la disciplina histórica.

Es fundamental el examen, como lo hace el libro, del tronco común entre la dictadura franquista y la que azotó a Argentina entre 1976 y 1983. Es un trabajo bien contextualizado y que se remonta a los orígenes. Valga como ejemplo que tiene un tratamiento sucinto y a la vez riguroso de cómo se desarrolló la ideología del Estado nacional en Argentina, desde tiempos muy tempranos.

A lo largo de la tesis, Claudio nos explica asimismo la “hispanidad”, constitutiva del ultraconservadurismo y el fascismo español. Y también la idea de “argentinidad”, forjada en medio de la brutalidad extrema que surcó el siglo XIX en nuestro país.

Más allá de la diferente ubicación en espacio y tiempo y otras distinciones necesarias, el genocidio español y el argentino tuvieron una gama de coincidencias muy importantes: El propósito de “reorganizar” o “refundar” las sociedades respectivas, con las prácticas genocidas como instrumento, y la meta de abolir organizaciones y movimientos que desde abajo habían desafiado al orden establecido.

Sobre todo, ambos construyeron un enemigo inasimilable, un “otro” ajeno a la comunidad nacional, al que se puede y se debe exterminar en nombre del patriotismo y de la nación entera.

Ambas dictaduras pretendieron asimismo cristalizar su lugar de “vencedores” de sendas guerras contra los “otros” a quienes habían tenido el “honor” de derrotar de modo sangriento.

España, la “hispanidad” y los “rojos”.

La idea de “defensa de la hispanidad” y la visión de los “rojos” como ajenos a la nacionalidad y portadores de ideas y prácticas “antiespañolas”, sirvió para encuadrar los asesinatos, fusilamientos, torturas, encarcelamiento con maltrato extremo y robos de niños en las coordenadas políticas e ideológicas del franquismo.

En particular pesó en esa concepción el nacionalcatolicismo, una forma de relacionarse con la religión enteramente identificada con el franquismo; una vertiente del “integrismo” convertido en política de Estado.

Es indispensable justipreciar el fenómeno “nacionalcatólico” Al mismo tiempo que propiciaban el sometimiento de la vida en sociedad a los dictados eclesiásticos, los hombres del régimen eran partidarios de que la Iglesia estuviera regulada por el Estado. No por casualidad la negociación de un concordato entre el Nuevo Estado y el papado llevó años de negociaciones. Y tampoco era por azar que a quienes consideraban más fieles a la Santa Sede que a la nación española se les asignara el mote despectivo de “vaticanistas” y fueran objeto de acentuada desconfianza.

La adhesión al marxismo es presentada por la psiquiatría española nada menos que como patología mental. No se enfrentan a hombres y mujeres que piensan y actúan de manera distinta sino ante un “otro” signado por la oligofrenia o la enajenación. Aparecía también el componente de clase, los “marxistas” solían ser calificados como “chusma” o “canalla”; “pobrerío” se diría en el Río de la Plata.

Al frente de la elaboración de esas teorías se encontraba un médico eminente, Antonio Vallejo-Nágera. Catedrático de psiquiatría, médico militar, director por mucho tiempo de un centro psiquiátrico (Ciempozuelos). Y autor de libros y artículos en los que delineaba el modo de “purificar” a la sociedad española de los “enemigos” que la habían socavado desde adentro.

La “hispanidad” era una concepción racista, sin base biologista sino “espiritual”, más susceptible de compatibilizarse con el catolicismo oficial. La noción, no por azar había sido creada por un obispo, Zacarías de Vizcarra, para ser retomada por Ramiro de Maeztu, el máximo intelectual de una conjunción ultraconservadora que se expresó en el periódico Acción Española.

El psiquiatra montó a la creencia “hispanista” sobre una disciplina de pretensión científica y hasta “moderna”, la eugenesia. Nacionalismo, ciencia y tradicionalismo aparecían amalgamados en un compuesto ideológico muy funcional para los poderosos de España. Como ya expusimos, el catolicismo era siempre un elemento liminar. Quien no era católico, incluso practicante, no era un verdadero español. España se constituía como nación a través de la confesionalidad que confluía con el poder económico, cultural, militar y eclesiástico

Los “vencidos” debían de ser sujetos a un castigo transgeneracional. Hijos de fusilados y desaparecidos, niñas y niños remitidos al extranjero y “repatriados”, eran objeto de la apropiación y la supresión de identidad bajo cobertura “legal”.

Era necesario ubicar a esas niñas y niños con “buenas familias”, conformistas, amigas del régimen. Se inició en consecuencia lo que Capuano denomina “un período dramático de sustracciones y apropiaciones infantiles.” Se castigaba al enemigo político no sólo en su persona sino en sus descendientes. Se desmantelaba así la “otredad” indeseable.

Argentina, la doctrina de la seguridad nacional y los “subversivos”.

Es insoslayable ver la causa de estos fenómenos en la larga duración. Capuano expone el propósito de “…colocar en perspectiva histórica el terrorismo de Estado de los setenta, fenómeno que se enraíza en lo más profundo y ominoso de la historia colonial de nuestro continente.”

Ésa es la base para un posicionamiento riguroso. La aniquilación del “salvaje” deshumanizado se inicia en la época de las llamadas “conquista y colonización…” La “barbarie” fue redefinida una y otra vez.

Y su aniquilación invocó legitimidad desde las guerras civiles que derivaron en el exterminio de una porción importante de las clases subalternas hasta el genocidio indígena.

No trató solamente del hito simbólico marcado por la breve campaña de Julio Argentino Roca sino una “conquista” de mucha mayor duración, con continuidad del objetivo de exterminio. Y no al servicio de una abstracta “patria” o una difusa “soberanía” sino para ampliar el espacio disponible al servicio de la producción rural exportable.

Encarnó al “bárbaro” en indígenas, esclavos, gauchos, trabajadores con aspiraciones revolucionarias. Y en épocas más recientes en el “enemigo subversivo”.

Todos ellos podían ser apresados, torturados, muertos, con impunidad. Hasta que en la década de 1970 se generalizaron las desapariciones, aviesa forma de cometer el crimen y generar su ocultación en el mismo movimiento.

El conjunto operaba a partir de una idea de “civilización” clasista y excluyente, que se vistió de “occidental y cristiana” para mejor expropiar al otro de su carácter de sujeto, de su sustancia humana. Se enunciaba una situación de ataque, de injustificado afán destructivo por parte de los de abajo.

La agresión se redefinió según las épocas. El “malón”, la huelga, el “terrorismo” taimado fueron sucesivas presentaciones del “atacante” frente al que supuestamente no había otra solución que sacarlo del combate, para impedir que siguiese “haciendo daño”.

Avanzado el siglo XX, ya en “guerra fría”, el discurso patriótico se arraigó más que nunca en una referencia foránea, proveniente del poder imperial. Fue la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, plan bélico orientado hacia un “frente interno” que desplazaba de las hipótesis de conflicto a las controversias fronterizas para proponerse algo así como guerras civiles larvadas contra un enemigo multiforme que podía estar en la vecindad y hasta dentro de la propia casa.

Argentina y España, la opacidad y la luz del día.

El elemento decisivo que subyace detrás de valores supuestamente intangibles, tanto en el Cono Sur como en España, es el propósito de imponer las miras de las clases dominantes, con sus intereses económicos en lugar destacado.

Con esos objetivos, a ambos lados del Atlántico se hallaron decididos a aplicar el máximo de violencia, durante todo el tiempo que se hiciera necesario.

Capuano enuncia afinidades y coincidencias con una precisión que amerita una cita algo extensa:

“… algunos puntos en común entre la hispanidad y la Doctrina de la Seguridad Nacional. Ambos fenómenos proponen la construcción de un “otro negativo” a partir de lo ideológico y cultural en lugar de lo biológico, extendiéndolo a todo individuo u organización social, gremial o política que cuestione o ponga en riesgo al mundo occidental y cristiano. También construyen un nuevo concepto geopolítico que cambia la caracterización del enemigo: las fronteras no son ya territoriales sino ideológicas, es decir, que el enemigo no se encuentra en un Estado que confronta con otro, sino dentro de los mismos Estados.”

Una confluencia nada casual radica en que ambos países compartieran el método del robo de niños, en los dos casos encuadrados en un plan represivo mucho más general, de tendencias genocidas.

En España se hizo con carácter público, con leyes que reglaban la supresión de identidad y la apropiación. Y con todo el tiempo del mundo, hubo casos con la guerra civil todavía en curso y se prolongaron los robos hasta la década de 1970. En Argentina fue de modo clandestino; en las sombras, haciendo desaparecer a las madres después del parto.

Esta diferencia entre publicidad en España y ocultamiento en Argentina se corresponde con las tendencias al sigilo del Proceso de Reorganización Nacional y a la actuación a cara descubierta de la dictadura española. Por ejemplo, bajo la dictadura iniciada en 1976 nunca se dictó una pena de muerte. Durante el régimen de Franco las penas capitales ordenadas por consejos de guerra sumaron millares.

En el plano institucional, el “Proceso” no proclamó la construcción de un nuevo ordenamiento político, aparentaba objetivos más modestos. Enunciaba como su finalidad un retorno al sistema representativo y a la vigencia de la constitución nacional histórica, una vez depurados los “corruptos” y los “subversivos”.

El “movimiento” encabezado por el “Caudillo de España por la gracia de Dios” asumió un carácter de refundación raigal, proscribió a cualquier organización independiente. Y más allá aún que sus cuatro décadas de duración procuró dejar todo “atado y bien atado”, asegurándose una sucesión a su gusto, lo que constituyó su fracaso póstumo.

Incidió sin duda en esto último el hecho de que si bien las dos dictaduras genocidas se proclamaban “vencedoras” luego de haber librado una guerra, el contexto de enfrentamientos que marcaron su inicio ha sido de magnitudes y características distintas.

De las batallas campales con participación de cientos de miles de soldados; en España; a los secuestros nocturnos y los “combates” inventados de una tenebrosa “guerra sucia” en Argentina. De los centenares de cuerpos acribillados en el centro mismo de la ciudad de Badajoz hasta los arrojados a la soledad del mar desde aviones y helicópteros.

De cualquier modo la criminalidad era del mismo grado, los propósitos eran casi idénticos, los argumentos justificativos se parecían mucho, como hemos visto.

Los que difirieron en parte fueron los métodos y las técnicas, no por diferencias ideológicas o éticas, que no fueron muy significativas, sino por distintos contextos e historias parcialmente divergentes.

Los robos, la cadena de complicidades, los médicos.

Los hijos de “rojos” o “subversivos” eran percibidos en los dos países como amenazas potenciales. Al mismo tiempo, privar de sus hijos al “enemigo interno” era otra forma más de castigo, de privación de los afectos más básicos, de destrucción de la personalidad.

En ninguno de los dos casos el robo de niños y bebés provino de iniciativas individuales o de grupos reducidos, ni residió en niveles inferiores de la escala jerárquica. Toda la estructura del poder, y en particular las fuerzas represivas no sólo estuvieron en conocimiento de ese accionar sino que asumieron la iniciativa y planificaron su desarrollo.

En la península ibérica y en el Río de la Plata tuvieron servidores calificados por fuera de las fuerzas armadas y de “seguridad”.

Los hombres de la Iglesia respaldaron, asistieron, justificaron, “consolaron”, confirieron apariencia de legitimidad, asentada nada menos que en el orden divino.

Los médicos también tuvieron multiplicidad de roles: “Asesoraron” para la continuidad de las torturas, certificaron defunciones con causas falsificadas, negaron atención a “enemigos”, durmieron o anestesiaron a quienes iban a ser ejecutados. Y lo principal, para el objetivo de este libro, colaboraron en los partos y ampararon la sustracción de los bebés.

Escribe el autor al respecto: “La tarea médica, entonces, sería la de una peculiar policía sanitaria, que, con adoctrinamiento religioso y asistencia domiciliaria, conformarían el contexto de vigilancia y represión, y, para cerrar este círculo de control, la alianza entre la función médica y el diagnóstico de la criminalidad. En este sentido, el Derecho se mostraría receptivo a la hora de articular y dar forma jurídica a los postulados sanitarios, en general, y a los de la criminalidad, en particular.”

La obra que nos ocupa recorre con éxito el laborioso sendero que va desde vastas tendencias históricas a los pormenores de la práctica médica. Se desempeña con solvencia en esos diferentes planos. Y el ejercicio comparativo que recorre todo el texto ilumina la comprensión sobre la lógica del genocidio, a partir de una de sus prácticas más repulsivas.

El interés que proporciona su lectura no flaquea. Tanto el peso específico del tema como la calidad de su tratamiento lo hacen posible.

La presente nota ha sido escrita con motivo de la presentación del libro a efectuarse el 14 de junio de 2024 en el Centro Cultural de la Cooperación.

La Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de Argentina y el mencionado centro coorganizan la actividad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.