Cuando se trata de las realidades de la historia, los musulmanes de Medio Oriente agotan mi paciencia. Después de años de explicarle a mis amigos árabes el Holocausto judío el asesinato, sistemático y planificado, de 6 millones de judíos a manos de los nazis y que es un hecho indisputable aún me topo con un […]
Cuando se trata de las realidades de la historia, los musulmanes de Medio Oriente agotan mi paciencia. Después de años de explicarle a mis amigos árabes el Holocausto judío el asesinato, sistemático y planificado, de 6 millones de judíos a manos de los nazis y que es un hecho indisputable aún me topo con un estado de incredulidad.
Hace unos días, el absurdo presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, expuso a su propio país al oprobio y la vergüenza al celebrar una conferencia supuestamente «imparcial» sobre el Holocausto judío con el fin de repetir las mentiras de los racistas, quienes, si no dirigieran ya su odio contra los judíos, arrojarían todo su veneno contra los otros semitas: los árabes de Medio Oriente.
Siempre pregunto cómo puede esperarse que Occidente entienda y acepte la limpieza étnica de 750 mil hombres, mujeres y niños de Palestina, en 1948, cuando ni siquiera se ha intentado comprender la enormidad de lo que se hizo contra los judíos de Europa.
Y aquí está la miserable paradoja de todo el asunto. Lo que los musulmanes de Medio Oriente deberían estar haciendo es señalarle al mundo que ellos no fueron responsables del Holocausto judío, y que por más aterrador y perverso que éste haya sido es una injusticia inconmensurable y vergonzante que sean los palestinos quienes tengan que sufrir por algo en lo que nada tuvieron que ver.
Pero no, Ahmadinejad no tiene ni cerebro ni honestidad suficientes para comprender esta simple y vital ecuación.
Cierto, el gran mufti palestino de Jerusalén le estrechó la mano a Adolfo Hitler. Yo conocí al último de sus hermanos de armas que sobrevivía, antes de que muriera, y es totalmente cierto que el inmoderado y taimado Had Husseini hizo algunos viles discursos en alemán, durante la guerra. En uno de ellos aconsejó a los nazis cerrar todas las rutas de escape a Palestina y deportar a los judíos hacia el este (me pregunto por qué hacia el este) y ayudó a formar una unidad musulmana de la SS en Bosnia. Tengo copias de dichos discursos y su foto se encuentra en el museo Yad Vashem. Pero los palestinos atropellados, aplastados, ocupados y asesinados de nuestro tiempo, desde Sabra y Chatila hasta Jenin y Beit Janun, ni siquiera habían nacido durante la Segunda Guerra Mundial.
Será causa de eterna vergüenza para Israel y sus líderes que pretendan hacer creer que los palestinos participaron en la Segunda Guerra Mundial. Cuando el ejército israelí avanzó sobre Beirut en 1982, el entonces primer ministro israelí, Menachem Begin, escribió una carta enloquecida al presidente estadunidense, Ronald Reagan, explicando que se sentía como si estuviese «irrumpiendo en Berlín» para liquidar a «Hitler» (así aludió a Yasser Arafat, quien estaba muy ocupado comparando a sus propias guerrillas con los batallones que defendieron Estalingrado).
El valiente escritor israelí Uri Avneri escribió una carta abierta a Begin. «Señor primer ministro, Hitler está muerto», señaló. Pero esto no impidió que Ariel Sharon tratara de emplear el mismo truco en 1989. Le aseguró al Departamento de Estado estadunidense que Arafat era como Hitler, «sin disposición a negociar gran cosa con los aliados durante la segunda mitad de la Segunda Guerra Mundial», y repitió lo mismo para el Wall Street Journal , al afirmar que el líder palestino era «el mismo tipo de enemigo».
No hace falta decir que cualquier comparación entre el comportamiento de las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial y los soldados israelíes de hoy (con su constante y disputada aseveración de que conservan «la pureza de las armas») es tachada de antisemita. Generalmente, yo considero que esa es la reacción correcta. Los israelíes no están cometiendo violaciones masivas, asesinatos o instalando cámaras de gas para los palestinos.
Pero los actos de las fuerzas israelíes no siempre son tan fáciles de divorciar de esos locos paralelismos. Durante las masacres de Sabra y Chatila, cuando Israel envió a los enardecidas milicias cristianas falangistas de Líbano a los campos de refugiados tras decirles que los palestinos habían asesinado a su amado líder, mil 700 palestinos fueron asesinados. Las tropas israelíes lo vieron y no hicieron nada.
El novelista israelí A. B. Yehoshua observó que, aun si los soldados de su país no hubieran sabido lo que estaba pasando, «estaríamos hablando de la misma falta de conocimiento que alegaron los alemanes que se quedaron en torno a Buchenwald y Treblinka y aseguraron que no sabían lo que estaba pasando».
Tras los asesinatos en Jenin, un oficial israelí sugirió a sus hombres, según la prensa de Israel, que ante la situación de combate en áreas reducidas sería conveniente empezar a estudiar las tácticas de las tropas nazis en Varsovia, de 1944,
Debo decir de hecho es necesario decirlo que incontables refugiados libaneses civiles se quedaron sin forma de escapar cuando Israel les cortó las vías de escape en 1978, 1982, 1993, 1996 y nuevamente el verano pasado. ¿Cómo puede uno evitar recordar los ataques de la fuerza aérea alemana (Luftwaffe) contra los refugiados franceses, igualmente indefensos, en 1940? Muchos miles de libaneses han muerto de esta forma en los últimos 25 años.
Y por favor, ahórrenme la cantaleta absurda de los «escudos humanos» ¿Qué pasó con la ambulancia cargada de mujeres y niños contra la que un avión israelí que volaba bajo lanzó cohetes en 1996? ¿O el convoy de refugiados en que mujeres y niños volaron en pedazos por un helicóptero israelí, que también atacó desde baja altura a quienes huían por los caminos después de que les ordenaron salir de sus hogares, durante este año?
No, los israelíes no son nazis. Pero es momento de hablar de crímenes de guerra, a menos que estén dispuestos a cesar sus ataques contra los refugiados. Los árabes también tienen derecho a hablar de esto. Deberían. Pero antes deben dejar de mentir sobre la historia de los judíos, y posiblemente aprender la lección de los historiadores israelíes que dicen la verdad sobre el salvajismo del que se sirvió al nacimiento de Israel.
En cuanto a la reacción de Occidente ante las grotescas payasadas de Ahmadinejad, Lord Blair de Kut Al Amara dijo estar en un estado de «estupor» incrédulo mientras el primer ministro israelí, Ehud Olmert, respondió con una indiferencia más elocuente. Extrañamente nadie recordó a quienes recientemente han negado el Holocausto de millón y medio de armenios cristianos víctimas del genocidio turco de 1915. Estos incluyen a Lord Blair, quien originalmente trató de impedir que los armenios participaran en el Día Nacional del Holocausto que se celebró en Londres; además del actual canciller israelí, Shimon Peres, quien le aseguró a los turcos que la matanza que ellos perpetraron, que es el primer Holocausto del siglo XX, no constituye un genocidio.
No tengo duda de que Ahmadinejad, quien está igualmente consciente de la relación preciosa que existe entre Irán y Turquía, sería capaz de no honrar el Holocausto armenio en Teherán. ¿Quién diría que los gobiernos de Gran Bretaña, Israel e Irán tenían tanto en común?