Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
¡Alegría, alegría!, la ministra de Asuntos Exteriores ha decidido organizar un equipo especial para tratar los «problemas fundamentales» de la paz con los palestinos.
Sí, de veras. Como preparativo de la reunión de Annapolis, el Primer Ministro ha puesto a la ministra de Exteriores como encargada de las negociaciones con la Autoridad Palestina.
Usted bien podría preguntar: ¿No es natural que el ministerio de Asuntos Exteriores trate los asuntos de política exterior?
Bien, puede que sea natural en otros países. En Israel no es natural en absoluto.
Ya en los primeros años del estado el departamento de Asuntos Exteriores era blanco de las bromas. Un amigo mío compuso una tonadilla pegadiza que, a grandes rasgos se podría traducir así: «El departamento de Exteriores / es muy importante / Porque / ¿Qué haríamos sin él y sus funcionarios?»
El estado nació en guerra. Sus héroes eran los comandantes del ejército. El arquitecto del estado, David Ben-Gurion, sentó las bases en las que el estado se ha estado moviendo hasta el día de hoy. Hasta su último día en el cargo, fue Primer Ministro y «ministro de Defensa». Nunca se molestó en disimular su profundo desprecio por el departamento de Asuntos Exteriores.
Toda su generación participaba de ese desprecio. Los auténticos hombres, con acento Sabra, entraron en el ejército, se convirtieron en generales y pilotaron el ministerio de Defensa. Los débiles, con acento anglosajón o alemán, entraron en el departamento de Exteriores y se convirtieron en embajadores y oficinistas. La diferencia estaba allí para que todos la vieran.
Esto también encontró expresión en las relaciones personales: Ben-Gurion torturó al primer ministro de Asuntos Exteriores, Moshe Sharett a quien veía como un rival en potencia. Y de hecho en 1953, cuando Ben-Gurion decidió retirarse temporalmente al desierto asentamiento de Sdeh Boker, Sharett se convirtió en Primer Ministro. Pagó un alto precio por ello: cuando Ben-Gurion regresó de su autodestierro pisoteó a Sharett y, en la preparación de la campaña del Sianí en 1956, lo apartó totalmente.
Volvió el departamento de Exteriores con Golda Meir, pero ella también lo soslayaba. La campaña del Sinaí-Suez fue preparada por el joven Simon Peres, Director General del ministerio de Defensa y ferviente admirador de Ben-Gurion. Peres colaboró en la organización de la confabulación franco-británica-israelí para el ataque a Egipto. A cambio de nuestra disposición de apoyo a los franceses en su guerra contra los insurgentes argelinos, los franceses nos dieron el reactor nuclear de Dimona. Todo a espaldas del ministerio de Asuntos Exteriores.
Así ha sido a lo largo de los años. Los problemas importantes de las relaciones exteriores se han manejado por el Primer Ministro y el ministerio de Defensa con la ayuda del Mossad. Nuestros embajadores de todo el mundo oían hablar de ellos en las noticias.
Puede que no sea una manera peculiar de Israel de hacer las cosas. Actualmente los presidentes y primeros ministros dirigen la política exterior de los países. Los vuelos rápidos, las comunicaciones telefónicas internacionales y el correo electrónico les permiten comunicarse entre sí. En casi todos países los ministros de Asuntos Exteriores se están convirtiendo rápidamente en oficinistas de alto rango.
En nuestro país esto está especialmente pronunciado debido al papel central que juega el ejército en la vida nacional. En la partida de cartas israelí un general vale más que diez embajadores. Las evaluaciones de la Inteligencia Militar y los informes del Mossad triunfan sobre todos los papeles del departamento de Asuntos Exteriores, suponiendo que alguien los lea.
No pude evitar una sonrisa cuando leí la decisión de Tzipi Livni de preparar un «plan de paz personal»
Hace 51 años, una semana antes de la campaña del Sinaí, publiqué un artículo titulado «El Estado Mayor blanco» que se convirtió en algo así como mi buque insignia. Decía que, puesto que la consecución de la paz era la tarea principal de nuestro estado, era inaceptable que no hubiera ningún organismo profesional que tratara exclusivamente de esa materia. Propuse la creación de un ministerio especial de la Paz. El departamento de Asuntos Exteriores, mantuve, era inadecuado para la tarea, puesto que su función principal era promover la lucha internacional contra el mundo árabe.
Para popularizar la idea dije que como un contrapeso al «caqui del Estado Mayor» que prepara las operaciones de guerra necesitábamos un «Estado Mayor blanco» qué preparase las oportunidades de paz. Así como en el ejército el Estado Mayor prepara planes de contingencia para cualquier situación militar, el Estado Mayor blanco prepararía planes para las operaciones de paz. Este personal debe componerse de expertos en los asuntos árabes, diplomáticos, psicólogos, economistas, especialistas de inteligencia, etcétera.
Diez años después repetí la propuesta en un discurso en la Knesset que después se incluyó en una antología israelí de discursos importantes. Repetí la observación de que en todo el gran aparato gubernamental, con su decenas de miles de empleados, no había ni siquiera una docena de funcionarios encargados de trabajar por la paz.
Esto estuvo precedido por un episodio más bien divertido. Eric Rouleau, uno de los periodistas franceses más distinguidos en asuntos de Oriente Próximo, organizó una reunión secreta entre el embajador tunecino en París y yo. Fue después de que Habib Bourguiba, el legendario presidente de Túnez, pronunciara un discurso histórico en Jericó en el que, por primera vez, llamó al mundo árabe a hacer la paz con Israel. Le pedí al embajador que animara a su presidente continuar con esta iniciativa. El embajador propuso un trato: Israel usaría su influencia en París para instar a Francia a mejorar sus relaciones con Túnez (qué estaban en un punto bajo) y a cambio Bourguiba renovaría su iniciativa.
Aceleré el regreso a casa y organicé una reunión urgente con el ministro de Asuntos Exteriores Abba Eban. Él trajo a Mordechai Gazit, jefe de la sección de Oriente Próximo. Eban escuchó lo que yo tenía que decir y contestó con unas pocas palabras no comprometedoras. Cuando él salió, Gazit estalló en carcajadas.
«Usted no tiene ni idea de cómo funciona este área», me dijo, «Si Eban se hubiera tomado este asunto en serio y hubiera pedido a su departamento que preparase un informe sobre las futras relaciones franco-tunecinas, no habría encontrado a nadie que hiciera el trabajo. En todo el departamento de Exteriores hay, como mucho, media docena de personas que tratan de los asuntos árabes».
Por eso pronuncié aquel discurso y luego hable de eso con el Primer Ministro Levi Eshkol y posteriormente con el Primer Ministro Isaac Rabin; pero no se llegó a nada. Por todo esto me permito ser un poco escéptico con respecto a la iniciativa de la señorita Livni.
Últimamente el ex Secretario de Estado Henry Kissinger ha publicado un libro sobre la profesión diplomática. Afirma que los grandes ministros de Exteriores han tenido un impacto mucho más grande en la historia que los reyes y capitanes de ejércitos.
No soy precisamente un gran admirador de este hombre que es de mi edad y que, como yo, nació en Alemania. A veces, sólo me pregunto qué hubiera pasado si su padre hubiera emigrado a Palestina y mi padre a Estados Unidos. ¿Me habría convertido en un maníaco egocéntrico y criminal de guerra y él en un activista israelí por la paz?
Pero estoy completamente dispuesto a aceptar la tesis central del libro: que ninguna política exterior es posible sin un objetivo claro y consistente a largo plazo.
La ministra de Exteriores israelí no tiene tal objetivo. Ella diserta, declara y anuncia, pero no está claro a dónde llevaría nuestra política exterior si verdaderamente le permitieran llevarla. Tras dos años en el cargo su imagen política es pálida y borrosa.
Unas veces trata de pasar a Olmert por la izquierda y otras por la derecha. Un día habla de la necesidad de tratar los «problemas fundamentales» y otro día dice que todavía no es el momento oportuno para un acuerdo final. Apoyó la reciente guerra de Líbano pero ahora la critica duramente. Después de la publicación del informe provisional de la comisión Winograd exigió la dimisión de Olmert y piensa reemplazarlo, pero cuando ese pequeño intento de golpe de Estado se derrumbó, permaneció en el gobierno y continúa cargando con la responsabilidad de sus acciones y omisiones.
Livni detesta a Olmert, y Olmert detesta a Livni. En realidad ambos proceden «del mismo pueblo» -el padre de Ehud y el de Tzipi fueron ambos veteranos miembros del Irgun. Los dos crecieron en la misma atmósfera política de derechas, los dos bebieron de la misma fuente. Cuando la madre de Livni murió hace unas semanas, estaban de pie uno al lado del otro en el entierro y cantaron el himno del Betar: «El silencio es escoria / Sacrificio de sangre y del alma / Para la gloria oculta…» (el Betar, que todavía existe, fue el movimiento juvenil de derechas que alumbró el Irgun.)
La aversión mutua entre Ben-Gurion y Sharett y entre Rabin y Peres ahora se repite. Estas relaciones tienen un importante impacto en la política, de acuerdo con la famosa sentencia de Kissinger: «Israel no tiene política exterior, sólo una política doméstica» (a mi me parece que esto es verdad para la mayoría de los países democráticos, incluyendo a EEUU). La política exterior de Israel emana de consideraciones domésticas: Olmert está determinado a sobrevivir cueste lo que cueste. Puesto que su gobierno incluye elementos de la extrema derecha e incluso fascistas, cualquier movimiento real hacia la paz llevaría a su disolución.
Si un gobierno no tiene ningún objetivo a largo plazo, ¿cómo dirige la política? Kissinger no parece dar una respuesta a esto. Yo tengo una: cuando no hay ningún objetivo consciente, uno inconsciente toma el control, un objetivo preexistente proporciona una dirección por sí mismo, por la fuerza de la inercia.
El código genético del movimiento sionista lo lleva a luchar contra el pueblo palestino para apoderarse de toda la Palestina histórica y expandir los asentamientos judíos desde el mar hasta el río. Mientras no se sustituya por una resolución nacional para adoptar otro objetivo -una decisión clara, abierta y a largo plazo- seguirá ese rumbo.
Ninguna decisión de ese tipo ha madurado y se ha adoptado. Los ministros hablan de otras posibilidades, cháchara sobre la «solución de los dos estados», aireada con diversos eslóganes; hacen declaraciones y declaraciones sobre el problema pero en la realidad, sobre el terreno, la vieja política sigue constante como si no hubiera pasado nada.
Si se hubiera adoptado otra posición el cambio habría sido de largo alcance; desde el «lenguaje corporal» del gobierno al tono de su voz. En la actualidad, los tonos que marcan el ritmo musical son los del himno del Betar.
¿Hay alguna evidencia de la intención de Olmert de no dar ningún paso serio hacia la paz? Ciertamente, la hay: su decisión de poner a Tzipi Livni al cargo de los contactos con los palestinos.
Si Olmert quisiera conseguir un avance histórico, se aseguraría de que él mismo tiene un crédito pleno para conseguirlo. Si lo deja en manos de su rival significa que el avance no tiene ninguna oportunidad en absoluto.
La semana pasada el gobierno holandés se acercó al departamento de Asuntos Exteriores israelí con una solicitud para habilitar a los cultivadores de flores palestinos de la Franja de Gaza a exportar sus mercancías a la tierra de los tulipanes.
Tzipi Livni, la Viceprimera Ministra y ministra de Asuntos Exteriores fue incapaz de resolver esta modesta demanda. El ejército lo prohibió.
Al contrario de lo que proclama la célebre expresión, aquí no creen que sea mejor «decirlo con flores».
Original en inglés:
http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1194168928/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.