Sin espacio, sin suministros y tomando decisiones desgarradoras
La doctora Seema Jilali es en la actualidad asesora técnica de la ONG International Rescue Committee (Comité Internacional de Rescate), donde dirige la respuesta global a emergencias. En diciembre se desplazó al Hospital Al-Aqsa en Gaza Central para contribuir a la ayuda humanitaria. La campaña militar israelí en Gaza, iniciada tras los ataques terroristas de Hamás el 7 de octubre, ya había acabado con más de 26.000 vidas palestinas. Desde entonces el sistema sanitario de Gaza ha estado al borde del colapso e Israel se ha negado a permitir la entrada de suficientes alimentos y medicinas. Recientemente hablé por teléfono con la doctora Jilali, que ha practicado medicina por todo el mundo, incluyendo numerosas zonas de conflicto, sobre sus experiencias en Gaza. A continuación transcribo nuestra conversación, que ha sido editada para facilitar su lectura.
¿Dónde había trabajado antes de desplazarse a Gaza?
He estado entrando y saliendo de Gaza y Cisjordania los últimos 19 años. Había estado en Gaza en 2005, antes de la retirada de Israel, y luego en 2015, justo después de la guerra de 2014. Y he vuelto en repetidas ocasiones a Cisjordania. También he trabajado en Afganistán, Irak, Líbano, Egipto, Turquía y Pakistán, además de participar en los barcos de rescate de refugiados frente a las costas de Libia.
Cuando trabajaba en Irak, Pakistán o Afganistán, ¿con quién trabajaba y cuál era su misión?
Lo he hecho con distintas ONG, algunas muy pequeñas y compuestas principalmente por voluntarios. Trabajé con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en el Líbano, cuando vivía allí. Por lo general trabajo como pediatra, en calidad de médica. En Turquía enseñaba a estudiantes médicos refugiados y migrantes como defender los derechos de sus pacientes.
¿Cuándo comenzó su última estancia en Gaza y cómo llegó al territorio?
Salimos de El Cairo el día de Navidad. El Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés), en colaboración con Ayuda Médica para los Palestinos (MAP, ídem), envió un equipo médico para atender emergencias y proporcionar atención médica vital. Contamos con la ayuda de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo). Éramos un equipo de cirujanos, un obstetra especializado en casos de riesgo, un médico de atención de urgencias, un anestesista y yo misma, además de otros compañeros del IRC.
Entonces llegó al hospital después de Navidad. ¿Qué se encontró allí y cómo empezó su trabajo?
Trabajábamos codo con codo con los médicos y enfermeros palestinos, lo que yo considero muy importante para aprender de ellos. Estábamos en una de las últimas salas de urgencia que quedaban en Gaza Central. En las dos semanas que permanecí allí vi cómo pasaba de ser un hospital semifuncional a dejar de estar prácticamente operativo como resultado del incremento de la violencia en las áreas circundantes y, finalmente, empezaron a llegar avisos de evacuación.
En las primeras horas tras mi llegada traté a un bebé de aproximadamente un año. Una bomba le había arrancado el brazo y la pierna derechos y del pie aún le colgaba carne. Tenía un pañal manchado de sangre, que seguía en su sitio, pero no tenía la pierna debajo. Atendí al bebé mientras yacía en el suelo. No había camillas disponibles porque todas las camas ya estaban ocupadas, y muchas personas también intentaban utilizar el hospital como refugio o espacio seguro para sus familias. A su lado había un hombre que daba sus últimos suspiros. Llevaba veinticuatro horas agonizando y ya le rodeaban las moscas. Mientras tanto, trajeron a una mujer que fue declarada muerta a su llegada. Este niño de un año tenía sangre en la cavidad torácica. Necesitaba un tubo torácico para no asfixiarse con su propia sangre. Pero no había tubos torácicos ni manguitos de presión sanguínea de tamaño pediátrico. En medio del caos no se le había administrado morfina, porque siquiera estaba disponible. En Estados Unidos este paciente habría pasado inmediatamente por el quirófano, pero en lugar de eso el traumatólogo le vendó los muñones y dijo que no podía llevarlo al quirófano ahora mismo porque había urgencias más apremiantes. Traté de imaginar qué había más urgente que un niño de un año sin manos ni piernas que se estaba ahogando en su propia sangre. Para mí, aquello fue un símbolo de las decisiones imposibles a las que se ven sometidos los médicos de Gaza y de lo catastrófica que es la situación.
¿Quién toma las decisiones en el hospital? ¿Le dicen que debería hacer esto y que otra persona debería hacer aquello? ¿O simplemente hay personas entrando a toda prisa en las salas y usted tiene que improvisar?
Yo trabajé sobre todo en la sala de urgencias y también en las de pediatría. Trabajábamos con nuestros colegas del MAP que nos ayudaban con la traducción y también con el trabajo en grupo que realizábamos en la sala de urgencias. Sinceramente, ningún sistema es capaz de resistir con tal enorme número de víctimas, así que fue un auténtico caos. Si parece un caos, es porque lo era. La gente llegaba como podía, en camillas improvisadas, si había suerte, o en ambulancias repletas de gente, en burros. Había bombardeos cerca, así que se sentían los efectos. Como he dicho, trabajábamos junto a los médicos que podían llegar hasta el hospital. Muchos no podían hacerlo porque también habían sido desplazados a la fuerza varias veces.
¿Cuántas horas al día trabajó durante esas dos semanas?
Solo durante las horas de luz, por cuestiones de seguridad. Así que aproximadamente de 9 de la mañana a 3 de la tarde.
¿Por qué solo eso?
No nos sentíamos cómodos. Nos alojábamos en una casa de huéspedes y no nos sentíamos seguros al anochecer.
¿Se refiere en el hospital?
Ni en el hospital ni cuando nos trasladábamos del hospital a donde dormíamos.
¿Sentía que de alguna manera su presencia contribuía a mejorar el funcionamiento general del hospital? ¿O tenía la sensación de que era tal la necesidad que de poco servía su aportación?
Es una pregunta con muchos matices y le agradezco que la formule. Yo sí sentía que nuestra presencia era útil, y creo que la mejor forma de ilustrarlo es cuando los médicos palestinos nos miraban como médicos extranjeros y decían: «No nos han olvidado. Es una prueba de que no nos han olvidado en el exterior». La otra forma en la que creo que fuimos útiles fue clasificando a los pacientes para hacer sitio en urgencias, para que entraran más pacientes. Así podíamos examinarlos y permitir que los que eran menos urgentes salieran del hospital para dejar sitio a las víctimas en masa que llegaban. A veces los médicos no podían venir. Reunían valor para buscar refugio para sus propias familias y se presentaban a trabajar con un estetoscopio al día siguiente, pero si no podían venir, allí estábamos nosotros para llenar algunos huecos. Dicho todo esto, es una situación completamente abrumadora en términos de gravedad, escala y magnitud de las lesiones que estábamos viendo. Y ningún sistema está diseñado para resistir algo así.
Usted dice que las cosas empeoraron en las dos semanas que estuvo allí. ¿Puede explicar qué es lo que cambió entre el momento de su llegada y el de su partida?
La tensión iba en aumento cada día, y cada vez era mayor el número de personas que se amontonaban en los alrededores del hospital tratando de buscar un refugio seguro. Recuerdo que me encontraba aconsejando a las madres recién paridas sobre lactancia cuando miré por la ventana y vi columnas de humo elevándose en el aire y bombas en dirección al hospital; todo resultaba surrealista. Un día una bala atravesó la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Al día siguiente la carretera que lleva al hospital fue declarada insegura. Y entonces el ejército israelí lanzó octavillas, designando los alrededores del hospital como zona roja. Dado el historial de ataques recientes contra el personal e instalaciones médicas de Gaza, nuestro equipo no pudo regresar y la gente empezó a evacuar la zona presa del pánico.
¿Qué sabe de la situación del hospital en estos momentos?
He seguido en contacto con los médicos con los que trabajé. Como he dicho, muchos están desplazados pero siguen acudiendo al hospital para tratar pacientes. Durante un periodo de tiempo se quedaron sin combustible. No sé si eso ha mejorado o no, pero lo único que sé es que no puedo dejar de pensar en si mis pacientes, los bebés en las incubadoras de la UCI neonatal, se recuperaron. ¿Quién cuidaría de ellos? Los niños con quemaduras faciales, ¿cómo van a poder ver lo suficiente y estar bien para salir? Así que no lo sé, y ojalá tuviera más información al respecto.
¿Puede contarnos algo de cómo era su vida cuando no estaba en el hospital?
El trayecto desde la frontera de Rafah hasta la casa de huéspedes era un mar de tragedia humana. No he visto nada tan extremo como aquello: la gente llevaba todas sus posesiones amontonadas en coches, si tenían la suerte de tener coche, o en carros tirados por un burro, mientras que otras caminaban descalzas buscando bolsas de basura para hacer tiendas improvisadas, madera para poder construir algún tipo de refugio. Y había de todo, mascotas, gatos, bebés cabeceando y gente colgada en el exterior de los camiones. Si no me equivoco, era un trayecto de menos de diez kilómetros y tardábamos más de dos horas en atravesarlo porque todo el mundo se iba. La gente tenía cara de resignación y desesperación.
En cuanto a nuestra casa de huéspedes, oíamos con frecuencia bombas, disparos, ataques aéreos. La puerta de mi balcón no tenía cristal. Lo habían volado. Yo estuve allí solo dos semanas, pero la gente vive allí todos los días; yo era una privilegiada.
¿Tuvo alguna experiencia con los combatientes de Hamás o el ejército israelí en estas dos semanas?
Vi a la armada israelí porque tenía que recorrer una carretera por la costa. Así que les vi con mis propios ojos, pero solo eso.
Tengo curiosidad por conocer algo de su experiencia como médica en otros contextos y compararla con lo que vivió en Gaza
Estuve en Afganistán en 2010 y en 2011, y previamente había estado en Gaza, así que creo que puedo ser clara: en comparación con Afganistán, en Gaza encontré gente muy capacitada, bien formada, con un sistema de salud fuerte y operativo que ahora ha sido completamente desmantelado, mientras que en Afganistán no existía nada de eso. Ese país ha soportado el peso de la guerra durante generaciones y generaciones. La falta de suministros o de vacunas no sería algo necesariamente nuevo en muchas partes de Afganistán, especialmente en el Afganistán rural, donde la atención sanitaria es todo un lujo, a diferencia de Gaza. La otra diferencia notable entre los dos es que en Afganistán sí sentí que los hospitales eran un espacio seguro en general. Ese no fue el caso en Gaza. Me sentí en peligro en el hospital.
¿Y en comparación con otros los lugares en los que ha trabajado?
Diría que otra de las diferencias es que, siendo pediatra, no esperaba ser muy útil en una zona de guerra. Me siento descorazonada y realmente perturbada al decir que tuve muchos, muchos pacientes pediátricos que eran heridos de guerra, huérfanos quemados, amputaciones traumáticas, y eso es diferente de lo que presencié en Irak, o en otros lugares.
Creo que el miedo entre el personal sanitario era impactante. Nunca había presenciado antes las quemaduras que vi en los pacientes pediátricos y la gravedad de las mismas. Por desgracia, en Estados Unidos había visto algunas quemaduras en casos de maltrato infantil, aunque no de ese grado. Pero en Gaza teníamos quemaduras carbonizadas y ennegrecidas. Y lo mismo puedo afirmar de la gravedad de las amputaciones traumáticas y la frecuencia con que las veíamos.
Pero el miedo de los propios trabajadores sanitarios a ser perseguidos, a ser detenidos, y la presión a la que se ven sometidos cuando intentan hacer su trabajo y cuidar de sus familias nunca se había dado en otros lugares en los que he trabajado.
También carecíamos de morfina y de ketamina, que utilizamos mucho en pediatría cuando, por ejemplo, reajustamos un hueso. Proporciona amnesia para que el niño no lo recuerde como un acontecimiento traumático. Pero carecíamos totalmente de ketamina cuando estuve en el hospital.
Puedo imaginar que, emocionalmente, uno tiende a centrar todos los recursos del hospital en los niños, pero también sé que los médicos necesitan hacer lo posible para salvar a todo el mundo. Tengo curiosidad por saber cómo se resuelve eso en una situación como la que vivió usted.
Se refiere al modo en que cambia el sistema de triaje, ¿no? Yo estaba en Houston cuando el [huracán] Katrina y vimos a algunos evacuados. No puedo comparar ambas situaciones, pero es cierto que el propio mecanismo de triaje cambia en función de quién tiene más probabilidades de sobrevivir, cambia en función de los heridos que pueden caminar y de cómo gestionaríamos a los pacientes. Creo que ciertamente la tendencia es centrarse en los niños, pero en este contexto básicamente estábamos haciendo triaje en un caos organizado para intentar calcular quién tenía más posibilidades de sobrevivir. Como los suministros eran tan limitados, queríamos asegurarnos de que nuestra intervención fuera lo que llamaríamos de alto rendimiento.
¿Qué quiere decir con eso?
Puede que lo entienda con ejemplos concretos. No había aparatos de oxígenos portátiles, así que teníamos que asegurarnos de que cualquier oxígeno que se administre lo sea a las personas que tienen más probabilidades de seguir vivas, y el resto se limitaba a recibir cuidados paliativos, lo que quizás no sea habitual en el sistema sanitario estadounidense donde intentas salvar a cada persona. Pero en el caso de Gaza, si no tienes los recursos, los medicamentos, el personal… tienes que seleccionar de un modo que priorice a aquellos con más posibilidades de sobrevivir y tener una buena recuperación.
¿Hasta qué punto la falta de medicinas o de alimentos afectaba a tus interacciones cotidianas o a tu vida diaria?
Sí, la falta de medicamentos, especialmente hacia el final de mi estancia allí, puso de manifiesto lo profundamente devastado que estaban el sistema de reservas y suministros médicos y la cadena de suministro. Como ya he mencionado, al final de nuestra estancia no teníamos morfina.
¿Puede decirnos algo más de sus relaciones con el personal sanitario gazatí?
Creo que gracias al hecho de que habían desarrollado relaciones con el MAP pudimos trabajar codo con codo con ellos en un clima de confianza. Aprendíamos los unos de los otros, dando y recibiendo órdenes. Al final todos nos llamábamos por el nombre propio y nos apoyábamos mutuamente en los conocimientos del otro. No tenían torniquetes, así que utilizábamos sondas de Foley para reemplazarlos. Eso fue algo que aprendí de ellos. Yo era la única médico estadounidense allí, los demás extranjeros eran británicos, pero fuimos muy bien recibidos. En Afganistán me resultaba mucho más difícil integrarme en el sistema sanitario por el triple hecho de ser mujer, estadounidense y de origen pakistaní.
¿Era en parte por el histórico de las relaciones entre Pakistán y Afganistán?
Por supuesto, y por ser mujer. De hecho, me pareció realmente inteligente impulsar a las mujeres en Palestina -en Gaza- para proporcionar privacidad y dignidad a las embarazadas y a las nuevas mamás.
Desde su regreso ha concedido un par de entrevistas. ¿Qué estrategias utiliza para hablar de lo que está pasando y al mismo tiempo gestionar el estrés emocional?
¿Podría esperar un momento mientras me recompongo? Cuento estas historias para difundir las voces de los palestinos que no salen a la luz. A los periodistas extranjeros no se les permite entrar. Ciertamente me afecta. He visto cosas horribles a lo largo de mi carrera, y los médicos no somos buenos cuidándonos. Tampoco nos animan a ello nuestros colegios profesionales. Hay un estigma y todo un mercado negro para los médicos que buscan atención de salud mental. Pero me lo tomo en serio.
Una de las maneras que tengo para compartimentar o encontrar mi camino a través de este completo lío es que tengo una hija propia, y cuando volvía a casa besaba cada uno de sus nudillos y extremidades y la escuchaba respirar durante treinta minutos cada noche. Cuando trabajaba en cuidados paliativos con niños con cáncer, le olía el pelo. Es una forma de gratitud. También resultó herida en la explosión de Beirut, así que hay una historia de trauma y mucha gratitud en torno a eso. Pero no tengo una respuesta. Todavía estoy buscando la manera de gestionar todo esto.
Lo que sí puedo decir es que me sentí mucho más recompensada y productiva en Gaza que al enfrentarme a un escenario político estadounidense que quizá no quiera escuchar estas historias. En cierto modo, eso es más descorazonador y angustioso.
Este ha sido uno de los conflictos internacionales con mayor cobertura pero ¿qué tiene de diferente respecto a lo que vemos en las noticias? ¿Cómo cambió su perspectiva?
No hay nada que pudiera haberme preparado para los horrores que vi. Creo que la falta de dignidad es intensa. Creo que todos y cada uno de los factores del tejido de la sociedad se han visto afectados: escuelas comunitarias, hospitales, alimentos y refugio.
Y puedo poner un ejemplo de cómo eso se manifiesta: un niño de siete años tenía profundos cortes en la pierna y necesitaba puntos de sutura. No era un caso de vida o muerte –era muy sencillo– pero el único analgésico que teníamos era Ibuprofeno, lo cual era insuficiente. No teníamos ketamina. Así que traté de emplear una de mis tácticas pediátricas para distraerle. Tenía una linterna, pero él no estaba interesado en los dibujos que le proyectaba sobre la pared. Así que intenté desviar su atención del dolor. Lo que suelo hacer es preguntar cosas como “¿cuál es tu mejor amigo?”. Pero no podía hacerle esa pregunta porque ¿y si su mejor amigo estaba muerto? O “¿cuál es tu asignatura favorita en el cole?” Pero llevaba tres meses sin ir a la escuela. “¿Cuál es tu comida favorita?” No sé cuál habría sido la última vez que comió. Todos los aspectos de la sociedad han sido hechos pedazos.
Fuente: https://www.newyorker.com/news/q-and-a/a-pediatricians-two-weeks-inside-a-hospital-in-gaza
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