Se asiste en Israel a un incipiente movimiento de protesta en torno de la guerra que Tel Aviv desatara contra Hezbolá -y Líbano- en represalia por la irrupción en su territorio y la captura de dos soldados israelíes que llevó a cabo la guerrilla libanesa: exige el establecimiento de una comisión que investigue por qué […]
Se asiste en Israel a un incipiente movimiento de protesta en torno de la guerra que Tel Aviv desatara contra Hezbolá -y Líbano- en represalia por la irrupción en su territorio y la captura de dos soldados israelíes que llevó a cabo la guerrilla libanesa: exige el establecimiento de una comisión que investigue por qué las Fuerzas de Defensa de Israel no lograron sus objetivos de destruir a Hezbolá, detener sus ataques con misiles y liberar a los efectivos capturados. Para el columnista israelí Meron Benvenisti, en esa demanda confluyen dos pujos contrarios: uno «se opone a la guerra y quiere castigar a sus ejecutores, con la esperanza de que sacar a luz su fracaso político y moral frenará a los autores de guerra en el futuro». El otro «aspira a escrutar los problemas de la maquinaria bélica y a preparar al ejército para una nueva lid que borraría la vergüenza del fracaso» (Ha’aretz, 24/8/06). No es el único tipo de vergüenza que existe en Israel.
Dani Broitman es un argentino de 38 años y hace 18 que vive y trabaja en el kibutz Magal. Es israelí por elección y no se arrepiente de haberlo decidido. «Precisamente por eso -dice en una carta estremecedora-, a la par del orgullo de vivir en un país envidiable en muchos aspectos, llevo la vergüenza encima como un lastre, siempre. Está ahí, agachada, esperando que la mire cuando recuerdo cómo tratamos cotidianamente a los palestinos, o emboscándome, cuando veo lo que hacemos con toda persona que por su origen o religión no pertenezca a la casta de los privilegiados.» La carta está fechada el 31 de julio, día en que un bombardeo israelí segó en Qana la vida de 60 civiles libaneses, 37 de ellos niños: «Hay momentos -agrega-, como en las últimas semanas en las que nos dedicamos sistemáticamente a destruir un país indefenso (sin importarnos, por supuesto, el precio que ellos pagan, e importándonos muy poco el que nosotros mismos pagamos), en que la vergüenza pasa a ser algo cotidiano y palpable, con la que me levanto y me acuesto todos los días. Y hay días como hoy… en que la vergüenza me pesa en los hombros y no me deja caminar».
Dani Broitman se ha negado a servir como reservista en los territorios palestinos ocupados y eso lo convirtió en «refuznik» y le costó sanciones. Señala: «Los terroristas palestinos nos obligaron a vivir con temor durante largos meses, en el punto más álgido de la ola de atentados suicidas. Los aplastamos brutalmente, reproduciendo todas las condiciones para que una nueva generación de condenados nos odie tanto como para inmolarse junto a nosotros». Recuerda los 18 años de ocupación militar israelí del sur de Líbano y concluye: «Los milicianos de Hezbolá que combaten hoy a nuestro ejército son los hijos de quienes la sufrieron». Su crítica no se detiene: «En nuestra zona, democracia es el gobierno que le agrada a Israel… Si los palestinos se atreven a elegir al partido incorrecto, los sometemos a bloqueo y los hambreamos, ya que no entienden lo que significa la bendita palabra. En Líbano… la población chiíta no comprende que para ser democrático hay que elegir un representante blanco que sepa hablar inglés y ame a McDonald’s y Chevron… Por suerte estamos nosotros, quienes por medio de tanques, aviones, y buena voluntad, tratamos de explicarles cómo se hace para entrar en el mundo libre».
La ironía de Dani Broitman roza luego el sarcasmo: «A tres kilómetros de mi casa hay una base de misiles. A diez kilómetros hay una base de entrenamiento de reclutas, pegada a Pardes Hana, una ciudad mediana. Al lado de Safed (una de las ciudades más bombardeadas por Hezbolá) está la base central del comando norte del ejército. Los cañones del ejército israelí disparan desde posiciones ubicadas entre poblaciones del norte del país. El estado mayor conjunto está ubicado en pleno centro de Tel Aviv. Pero son los milicianos de Hezbolá los únicos cínicos que cobardemente se escudan entre civiles para perpetrar sus atropellos». Condena el fanatismo religioso de Hezbolá y Hamas, «movimientos sociales y políticos contrarios a cualquier valor que se me ocurriría esgrimir». Pero apunta que nunca autorizó al liderazgo político-militar de Israel a «arrasar un país vecino sólo para demostrar nuestra virilidad. Les grito en cada manifestación contra esta guerra criminal que no lo hagan en mi nombre».
Dani Broitman termina su carta de manera contundente: «A mis representantes (el primer ministro Ehud Olmert, el ministro de Defensa Amir Peretz, el jefe de estado mayor Dan Halutz) tengo que pedirles cuentas. Son ellos los que mantienen a un millón de ciudadanos israelíes en los refugios durante semanas. Son ellos los que destrozan al Líbano día a día en una furia macho-militarista sin límites. Son ellos los que al fin de la guerra van a liberar a miles de prisioneros en canje por nuestros tres soldados, cuando lo podrían haber hecho el primer día sin derramar ríos de sangre. Son ellos los que espero, como ciudadano israelí preocupado por su futuro y por el de sus hijos, que sean juzgados un día en el tribunal internacional para crímenes de guerra de La Haya». «Cuando deje de indignarme -decía André Gide-, comenzará mi vejez.»