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Dulce amor: género y estereotipos en la novela más vista de la Argentina

Fuentes: Rebelión

De lunes a viernes desde las 11 de la noche hasta las 12, millones de personas sintonizan Telefé para mirar una novela cuyo libreto no tiene demasiadas aspiraciones, ni presenta grandes secretos, dado que la temática principal fue expuesta en el primer programa y, luego de meses, no presenta variaciones. En principio la pregunta sería, […]

De lunes a viernes desde las 11 de la noche hasta las 12, millones de personas sintonizan Telefé para mirar una novela cuyo libreto no tiene demasiadas aspiraciones, ni presenta grandes secretos, dado que la temática principal fue expuesta en el primer programa y, luego de meses, no presenta variaciones. En principio la pregunta sería, ¿por qué es tan visto? No obstante, una mirada más aguzada nos revela que el programa de televisión Dulce Amor deja mucha tela para cortar en lo concerniente a la caracterización que él mismo hace de la familia y de cada uno de los miembros que la integran. En efecto, numerosos estereotipos salen a la luz tras un detallado análisis, las familias provenientes de los sectores populares no dialogan, gritan; las madres de los trabajadores cocinan, planchan y lavan todo el día; las de los sectores más acomodados tienen un don natural para el mando; mientras que las hijas tienen inclinaciones artísticas y su rebeldía es vista como una «desviación» de lo esperado y esperable acerca de su conducta. Las nociones de la familia nuclear, construida a partir de una pareja heterosexual y monogámica cuyo máxima finalidad es la procreación, pueden verse reflejadas en la pantalla.

Vale la pena aclarar que estas caracterizaciones y estereotipos gozan de buena salud en amplias franjas de la sociedad: el muchacho celoso y posesivo que encarna Sebastián Estévanez es uno de ellos, tal vez el más extendido. Pero no es el único. Nos parece relevante señalar algunas características que poseen tanto hombres como mujeres en la novela a los fines de develar la impronta que los lenguajes poseen en la formación de las filiaciones sociales con un minucioso detenimiento en la construcción mediática de las identidades de género. El programa nos demuestra noche a noche que las diferencias entre hombres y mujeres, en cuanto a lo que la sociedad espera de cada uno, es una construcción histórico-social; denominada comúnmente como género. No está demás recordar que las actitudes, valores y comportamientos que diferencian lo masculino y lo femenino, son incorporados por cada chico en el proceso de socialización. En esa construcción de la diferencia la escuela cumplió, y lo sigue haciendo, un rol decisivo. Basta rememorar el dictado de la materia Economía domestica a principios de siglo XX, con la que se iba forjando a las futuras amas de casa o la vigencia de los distintos tipos de actividad física que realizan chicos y chicas hasta el día de hoy.

Georgina Barbarossa encarna a la perfección el prototipo de esa ama de casa que la escuela fue construyendo. Madre abnegada y sobreprotectora, suele, también, como se hacía con frecuencia a principios de siglo XX, dar un resguardo en su hogar a personajes caídos en desgracia, que no guardan lazos de parentesco con su familia. Uno de ellos, es el personaje interpretado por Estaban Prol, quien es un jugador compulsivo, lo que parece confirmar que las mujeres han sido, y lo siguen siendo, las responsables del cuidado de las personas que no pueden valerse por sí mismas, sean chicos, enfermos, discapacitados o adultos mayores dependientes como es el caso mencionado. El trabajo de cuidado que consiste en proporcionar bienestar físico, psíquico y emocional a las personas, conlleva una gran importancia social y política así como es pocas veces reconocido su valor económico. Esta situación también la vemos en los roles asignados a la niñera que cuida al hijo de la pareja, separada, formada por los actores Juan Darthés y Laura Novoa. Precisamente esta última es cuidada por una enfermera.

Pese a los numerosos cambios operados en más de un siglo de existencia del Estado Nacional, algunas cosas parecen no variar demasiado en esta ficción. La persistencia de la figura del pater familia, encarnado por Cacho Castaña, que aparece súbitamente de tanto en tanto congregando las ilusiones de las mujeres de la familia pone de manifiesto también el peso que todavía conserva en el imaginario popular el concepto de capiti deminutio, que establecía la incapacidad de hecho relativa de la mujer casada (separada en este caso). Esto significó una clara distinción entre la posesión del derecho y su ejercicio: la mujer, al igual que el niño, era incapaz de ejercerlo. De allí a la sujeción a la autoridad del marido, al padre, al hermano o a los hijos, siendo objeto de protección y corrección doméstica en el ámbito familiar existe sólo un paso, cuestión que se ve reflejada en la particular relación entablada entre madre e hijo, es decir entre Barbarossa y Estévanez. En esa dirección, las diferencias hacia el interior de la familia pueden ser pensadas en términos de relaciones de poder o desigualdades.

Creemos que es adecuado hablar de lo que transmite esta novela utilizando la denominación de «los lenguajes del género». Con esta caracterización buscamos remarcar la atención sobre la ostensible marca que dejan los diversos lenguajes a la hora de explicitarnos ciertas cualidades de lxs sujetos; ciertas figuras televisivas que se repiten una y otra vez, mostrándonos a diario el espectáculo de lo cotidiano, ya sea como ejemplos a seguir o, en numerosos casos, a imitar a pie juntillas. Desde esta perspectiva los lenguajes sociales son portadores de un carácter político que nos dice que es lo que la sociedad espera de nosotros.

Dado que la familia es una construcción social y que para entenderla es necesario conocer la situación política, económica y cultural y viceversa, consideramos que un análisis de la novela más vista de nuestro país, nos dice mucho acerca de las aspiraciones de la misma.

Para concluir, podemos afirmar que toda identidad es sexuada y que, de algún modo, la organización de esta distinción constituye el epicentro de la sociedad. La diferencia entre hombre y mujer es un hecho siempre presente que determina la experiencia, influye en la conducta y estructura las expectativas a futuro. La identidad sexual se organiza dentro de un vasto entramado de relaciones sociales, que se producen no sólo en instituciones como la familia, sino en todos los niveles de la sociedad. ‘Masculinidad’ y ‘feminidad’ son los productos concretos de un tiempo y de un espacio histórico determinado. En ese sentido, podemos decir que el programa Dulce Amor, construye y reproduce masculinidades y feminidades tradicionales en pleno siglo XXI.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.