En el lugar de huertos, playas de arena y campos de fresas que antaño eran el orgullo de los gazatíes, el territorio costero es ahora un paisaje distópico de bases militares, cráteres y ruinas.
«En el norte de Gaza, dos tercios de la tierra eran agrícolas; ahora no queda nada», afirma Samar Safiya, activista medioambiental gazatí.
Sus notas de voz, enviadas por WhatsApp a The New Arab, pintan un panorama desolador de la situación sobre el terreno. «Más de 80.000 toneladas de bombas israelíes no han perdonado ni campos, ni olivos, ni limoneros. Esta destrucción medioambiental acompaña a las masacres y al genocidio», afirma.
«Vivimos una catástrofe medioambiental que engendrará otras catástrofes en el futuro. Cuando los tanques ruedan sobre nuestra tierra, también destruyen su fertilidad», afirma Samar, investigadora y empleada del Ministerio de Medio Ambiente, que ahora vive en una tienda de campaña en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza.
Cuando la ofensiva israelí en Gaza entra en su octavo mes, más de 34.000 gazatíes han muerto y 77.000 han resultado heridos (sin contar los que aún yacen bajo los escombros).
Con más de la mitad de la población al borde de la inanición, la destrucción del medio ambiente y de la capacidad de producción de alimentos de Gaza es una preocupación inmediata y de consecuencias catastróficas a largo plazo.
Una guerra contra el medio ambiente
«El medio ambiente no es sólo un daño colateral, sino un objetivo del ejército israelí», explica a The New Arab Lucia Rebolino, coautora de un estudio de Forensic Architecture, un colectivo que trabaja con datos de satélite de código abierto.
Las excavadoras israelíes han arrasado campos y huertos para despejar una zona tampón de más de 300 metros de profundidad a lo largo de la frontera norte entre Israel y la Franja de Gaza, explica. «El ejército construye diques y montículos de tierra para proteger sus tanques y despejar la vista».
Las cifras de su estudio hablan por sí solas: de los 170 km2 de tierras de cultivo que existían en Gaza antes de la guerra -la mitad del territorio-, se ha destruido un total del 40%. Dos mil edificaciones agrícolas también han sido arrasadas en Gaza, incluido el 90% de todos los invernaderos de los distritos del norte.
Al atacar los campos agrícolas, Israel está atacando una parte importante de la economía y los ecosistemas gazatíes. Un estudio conjunto de la ONU, el Banco Mundial y la Unión Europea (UE) estima los daños a la agricultura en 629 millones de dólares.
Combinados con la destrucción de zonas naturales, la infraestructura de tratamiento de residuos y la retirada de escombros, ascienden a más de 1.500 millones de dólares, sin contar siquiera los costes de restauración medioambiental y reconstrucción.
Según Rebolino, esta destrucción forma parte integrante de una estrategia israelí reforzada, en particular en torno a la zona tampón fronteriza, durante los últimos diez años.
«Observamos regularmente aviones israelíes lanzando herbicidas sobre las zonas agrícolas fronterizas al principio y al final de las temporadas de cosecha de 2014 a 2019, aprovechando los vientos favorables a fin de alcanzar la máxima superficie», afirma.
Forensic Arquitecture ha publicado varios informes sobre esta «guerra herbicida», que ha obligado a muchos agricultores a abandonar sus tierras.
Más al sur, investigadores del grupo mediático Bellingcat afirman que se han desbrozado unas 1.740 hectáreas de terreno donde el ejército israelí ha construido una nueva carretera, llamada Ruta 749. También conocida como «Corredor Netzarim», esta tierra de nadie se utiliza para transportar tropas y dividir el norte de la Franja de Gaza del sur.
Esta zona linda con el Wadi Gaza, una reserva natural cuyas orillas fueron limpiadas con gran esfuerzo por ONG internacionales unos meses antes de la guerra.
«Volvía a ser una región llena de vida y agricultura, con buenas infraestructuras», suspira Samar Safiya en una nota de voz. «Ahora está todo destruido, y los palestinos tienen prohibida la entrada: es muy peligroso».
Importante contaminación del agua, el aire y el suelo
Del cielo al mar, de la tierra a las aguas subterráneas, Gaza lleva contaminada muchos años, incluso generaciones, afirman los expertos.
Según un estudio británico-estadounidense, las emisiones de gases de efecto invernadero generadas durante los dos primeros meses de guerra en Gaza fueron superiores a la huella de carbono anual de más de veinte de las naciones más vulnerables al clima del mundo.
En él se calcula que el coste climático de los primeros 60 días de guerra de Israel equivale a quemar al menos 150.000 toneladas de carbón.
La ONU afirma además que los bombardeos israelíes han creado 37 millones de toneladas de escombros. «Eso es más que en toda Ucrania en dos años», señala Wim Zwijnenburg, investigador sobre los efectos de los conflictos en el medio ambiente en PAX, una organización holandesa que ha documentado, y denunciado, cómo la guerra de Israel está haciendo de Gaza un espacio inhabitable.
Los peligros son múltiples. Contaminación por amianto y metales pesados, polvo y partículas finas, residuos tóxicos de hospitales e industrias y enfermedades propagadas por cadáveres en descomposición. «¿Cómo vamos a deshacernos de todos estos escombros, cuando no queda ninguna infraestructura de residuos en pie?», se pregunta Zwijnenburg.
Se dice que unas 70.000 toneladas de residuos sólidos se han acumulado en los vertederos improvisados que han surgido por toda la Franja de Gaza, contaminando el suelo y las vías fluviales. Al mismo tiempo, más de 130.000 metros cúbicos de aguas residuales se vierten cada día en el mar Mediterráneo, causando graves daños a la flora y la fauna submarinas, advierte la ONU.
«Antes de la guerra, los donantes habían invertido grandes sumas en el sistema de tratamiento de residuos y aguas; todo ha desaparecido», lamenta Wim Zwijnenburg. «Gracias a las imágenes por satélite, podemos ver cómo miles de contaminantes se infiltran en el suelo y las aguas subterráneas, e incluso cómo los gases tóxicos hacen que el aire sea irrespirable», explica.
Acusaciones de ecocidio
Algunas organizaciones acusan a Israel de cometer ecocidio, y algunos comentaristas hablan incluso de una «Nakba medioambiental» en referencia a la «catástrofe» de 1948, cuando las milicias judías expulsaron a 700.000 palestinos durante la creación de Israel como Estado.
«La destrucción de la tierra es una práctica genocida sistemática, del mismo modo que la destrucción de la producción de alimentos, escuelas y hospitales, que está bien documentada in situ», afirma Lucia Rebolino, de Forensic Architecture.
Para Said Bagheri, profesor de Derecho Internacional Humanitario en la Universidad de Reading (Inglaterra), la situación no está tan clara.
«Desde un punto de vista jurídico, el ecocidio no tiene una definición clara. La Convención de Ginebra y el Estatuto de Roma enumeran los crímenes de guerra contra el medio ambiente y los civiles, pero hay que cumplir sus criterios», explica a The New Arab.
El debate entre los juristas se centra en la noción de proporcionalidad. «Según el derecho internacional, incluso si aceptamos que Israel tiene derecho a defenderse atacando a Hamás, no se puede atacar el entorno natural a menos que exista una necesidad militar imperiosa», explica.
El propio ejército israelí ha intentado justificar su destrucción de tierras agrícolas. «Hamás opera a menudo desde huertos, campos y tierras de cultivo», explicó un portavoz citado por The Guardian. «El ejército no daña intencionadamente las tierras agrícolas y se esfuerza por evitar cualquier impacto sobre el medio ambiente en ausencia de necesidad operativa» [?!].
Pero, para Said Bagheri, «el principio de humanidad prevalece sobre todo lo demás, es decir, la obligación de no causar sufrimientos inhumanos y evitables» a los civiles y al medio ambiente. Aquí es donde Israel podría ser llevado ante la Corte Penal Internacional (CPI) o la Corte Internacional de Justicia (CIJ). «En cualquier caso, debe haber una investigación», afirma el jurista.
Como muestra de la gravedad de la situación, la ONU ha abierto una investigación sobre la destrucción del medio ambiente. Habrá que esperar al final de la guerra para llegar a conclusiones.
Esto es también lo que esperan desesperadamente los habitantes de Gaza, atrapados en una sangrienta distopía. «Sólo espero que la guerra termine para que podamos recuperar nuestra tierra y restaurar nuestro suelo, nuestra agua y nuestro mar, que han sido destruidos por los israelíes», suspira Samar Abu Safiya.
Fuente original The New Arab, traducido del inglés por Sinfo Fernández.
Philippe Pernot es un fotoperiodista francoalemán residente en Beirut. Centra sus trabajos en los movimientos sociales anarquistas, ecologistas y queer. Actualmente es corresponsal en el Líbano de Frankfurter Rundschau y redactor para varios medios internacionales. Twitter: @PhilippePernot7