En los últimos días una serie de instituciones de Cuba han celebrado el centenario del nacimiento de Eduardo Chibás. Un titular del diario Juventud Rebelde afirmaba que sus ideas siguen pudiéndose aplicar a la isla. Chibás era anticomunista, rico y su filosofía no era en absoluto materialista. Sin embargo, tuvo en su momento un importante e influyente papel político. Al parecer, hay personas en La Habana que parecen pensar que sus proclamas políticas y sus denuncias de la corrupción pueden ser útiles hoy. Traducido Para Rebelión por S. Seguí
El escritor K.S. Karol escribió que, después de un estudio exhaustivo de las cartas y declaraciones públicas de Fidel Castro «la imagen que surge es la de un hombre profundamente unido a la doctrina moral de Eddie (sic) Chibás…» El conservador exiliado cubano Jaime Suchlicki señala: «Chibás monopolizó la retórica de la revolución, convirtiéndose en un exponente de la vieja generación frustrada y en un líder de una nueva, empeñada en traer la moralidad y la honradez a la vida pública cubana. Chibás proporcionó un vínculo entre el romántico idealismo de la generación de 1930 y el reformismo casi puritano de la generación del Moncada, de 1953, de la cual Fidel Castro fue el más significativo exponente. Fue Chibás, más que cualquier otra persona quien, con sus constantes exhortaciones, exigencia de reformas y ataques a los líderes políticos de Cuba allanó el camino para la revolución que siguió.»
Fidel Castro ha reconocido su deuda política e ideológica para con Chibás. En un discurso en el que hacía una valoración crítica del movimiento «ortodoxo», Fidel calificaba a Chibás de «gran líder» del Partido del Pueblo Cubano (PPC), un hombre que dejó tras de sí un «legado moral y revolucionario.» Fidel señaló que, después de la muerte de Chibás, la nueva dirección política del PPC, o Partido Ortodoxo, no había podido llevar a cabo una lucha unificada contra el régimen de Batista. Fidel instaba a «la movilización de la gente» y señalaba «la fuerza indestructible de los grandes ideales», una perspectiva hegeliana común a todos los populismos cubanos anteriores. Por último, añadía que un partido revolucionario requiere un «liderazgo joven que surja de la gente que ha de salvar a Cuba.»
Unos días antes del ataque al Cuartel Moncada, Fidel reiteró sus estrechos vínculos con los planteamientos de Chibás. Y más tarde, en su famoso alegato «La historia me absolverá» dijo: «Yo tenía una grabación del último discurso de Eduardo Chibás en la emisora CMQ, y también tenía poemas patrióticos e himnos de batalla que habrían despertado a la acción al más indiferente…» En una carta desde la prisión, en el invierno de 1953, escribió: «Nuestro triunfo hubiera significado el ascenso inmediato al poder de los ortodoxos, primero provisionalmente y después a través de elecciones generales.» Fidel expresaba la creencia de que la acción del Moncada había fortalecido los «verdaderos ideales de Chibás», y agregó que se sentía «completamente leal a los ideales más puros de Eduardo Chibás,» y que los que lucharon y murieron en el Moncada eran todos militantes del Partido Ortodoxo. A su salida de la cárcel, continuó demostrando su identificación «con el partido de Chibás.»
Cuando, en 1955, se celebró en La Habana un congreso del Partido Ortodoxo, Fidel envió una comunicación en la que se presentaba como el verdadero defensor de la ideología de Chibás. Señalaba que la organización que había creado recientemente, el Movimiento 26 de julio , no constituía una tendencia dentro del PPC sino que era «el aparato revolucionario del chibasismo .» Sin embargo, también esto era una desviación de la tradición de Chibás, basada en la política electoral, por cuanto los fidelistas defendían la lucha armada, la insurrección y el sabotaje. A cada oportunidad, Fidel analizaba la influencia de Chibás sobre él y sus compañeros.
En torno a noviembre de 1956 comenzó a tomar forma dentro de las filas del movimiento liderado por Fidel una valoración más realista del Partido Ortodoxo, como resultado de diferencias políticas entre el PPC y los fidelistas sobre los métodos y la estrategia de lucha contra el régimen de Batista. El programa-manifiesto elaborado en Ciudad de México en noviembre de 1956 -unos días antes de la expedición del Granma- ya parecía indicar que estaba teniendo lugar una rectificación. El documento afirmaba que el PPC era «un curioso fenómeno de psicología política, que en la práctica carecía de ideología y de un programa propio. Sólo la vigorosa personalidad de Chibás, su imagen de honestidad y rebeldía, y su limpio historial de lucha contra la dictadura de Machado logra dar coherencia a lo que es una amalgama heterogénea de elementos incompatibles.»
Una vez comenzada la guerra de guerrillas, las referencias a Eduardo Chibás disminuyeron, pero la ideología y la estrategia populista persistieron hasta el derrocamiento de la dictadura. Además, una vez en el poder, los revolucionarios siguieron reconociendo, en los dos primeros años, la influencia de Chibás en sus propias ideas.
La importancia de Eduardo Chibás requiere más estudio, entre otros su filosofía política y su relación con el populismo político cubano. En la década de 1950, los dos partidos populistas más importantes de Cuba eran el Partido Revolucionario Cubano y el Partido del Pueblo Cubano. Sus raíces tienen su origen en la crisis de la economía cubana durante la depresión y el desafío que planteaban las nuevas fuerzas sociales, tal como se puso de manifiesto en el gobierno revolucionario de 1933. En esa época, la clase dirigente del país tomó las medidas necesarias para reorganizar la sociedad con el fin de restaurar la «estabilidad». El conjunto formado por las organizaciones sindicales, la pequeña burguesía urbana y los estudiantes como sujetos políticos de más peso exigía su incorporación a las estructuras existentes.
Fulgencio Batista, que estaba a los mandos del poder político a partir de 1933, dirigió la integración de los adversarios políticos. Las organizaciones sindicales fueron controladas o reprimidas, y se organizó un frente popular con el Partido Comunista, con lo que se aseguraba una paz social en la cual el antagonismo de clase era casi sinónimo de traición. [El Partido Comunista de Cuba, en ese momento, seguía las directrices del Comintern del llamado «cuarto período», en el que la colaboración de clase era signo de eficacia política y se consideraba una «necesidad» en la lucha contra el fascismo en todo el mundo].
Por otra parte, los derechos políticos de la pequeña burguesía y los estudiantes estaban reconocidos y garantizados, se crearon nuevos partidos políticos, los sindicatos se convirtieron en parte integral de la sociedad y surgió un gran número de nuevas asociaciones profesionales. Al mismo tiempo, se decretó una serie de medidas legislativas de carácter social, más o menos progresistas. Esta República modernizada se institucionalizó en la Constitución de 1940. Las fuerzas conservadoras de la sociedad cubana habían obviamente aprendido la lección del levantamiento de mediados de 1930, en particular la necesidad de alcanzar compromisos y ofrecer un reconocimiento, unos derechos y un poder simbólico a las fuerzas emergentes a fin de cooptarlas. Pero los revolucionarios también habían aprendido la lección.
En esa época, se organizó un partido político abiertamente comprometido con el cambio revolucionario, el Partido Revolucionario Cubano (PRC). La ideología de este PRC merece ser descrita porque hay un claro vínculo entre su populismo reformista y el ascenso del movimiento revolucionario contra el régimen de Batista después de 1952. Además, el principal ideólogo del PRC, Eduardo Chibás, inspiró en gran medida a Fidel Castro y otros revolucionarios.
El PRC se reclamaba oficialmente próximo a José Martí, Julio Antonio Mella y Tony Guiteras. O bien el partido no veía o no percibía ninguna contradicción significativa entre la ausencia de socialismo en Martí, el comunismo democrático de Mella y el socialismo elitista de Guiteras. Al contrario, presentaba a este terceto consistentemente como los precursores políticos del partido. Los principios de la organización se definían como «el nacionalismo, el socialismo y el antiimperialismo», pero estos principios habían perdido su significado original. El paso del tiempo había dejado su huella en la dirección del partido, que fue mudando cada vez más de una perspectiva revolucionaria hacia el reformismo.
Nacionalismo y antiimperialismo estaban estrechamente vinculados. El nacionalismo del movimiento «auténtico» afirmaba tener por objeto un país económica y políticamente independiente del control extranjero. La independencia quedaba simbolizada en la consigna política de «Cuba para los cubanos».
Sin embargo, ya no había una unidad orgánica entre la liberación nacional y la lucha contra el capitalismo (como había sido el caso en Mella y, en cierta medida, en Guiteras). El talante nacionalista del PRC, aunque antiimperialista, reflejaba la habitual oposición ética a la injusticia más que un análisis objetivo de las relaciones socioeconómicas. De acuerdo con los analistas del PRC, los problemas del país no eran el resultado de la explotación clasista, sino más bien de la explotación de un país (o de un pueblo, es decir, la pequeña burguesía, los obreros y los campesinos) por los intereses creados antinacionales (es decir, la oligarquía local y los capitalistas extranjeros.)
Este antiimperialismo nacional capitalista fue bastante destacado entre 1934 y 1940, pero perdió fuelle cuando el PRC alcanzó el poder en 1944, es decir, al final de la Segunda Guerra Mundial. El programa nacionalista de sustitución de las importaciones e industrialización nunca se materializó. Una razón importante de este fracaso fue la ausencia de una fuerte burguesía industrial. El país no podía iniciar ni siquiera una industrialización nacionalista dependiente, como en México, Brasil y Argentina. El PRC hacía referencia de boquilla al ideal del desarrollo económico nacional, pero carecía de las condiciones socioeconómicas de base para llevarlo a cabo.
En su programa, el movimiento «auténtico» favorecía la planificación económica centralizada y la regulación del conjunto de la economía por un organismo estatal. Los principios económicos que conscientemente seguían eran los keynesianos. El Estado debía tener la propiedad de los servicios públicos. En este marco, el capital extranjero era bienvenido porque era necesario contar con recursos externos para desarrollar la economía. Si el inversor exterior estaba dispuesto a funcionar, en busca de un beneficio, dentro del marco definido por el PRC no había necesidad de bloquear la penetración de capital extranjero en la economía. La propiedad privada era reconocida como un derecho, pero debía cumplir su «función social», es decir, beneficiar a la comunidad entera. Además, el PRC trataba de impedir, al menos en sus programas, la concentración de la propiedad en unas pocas manos.
El liderazgo político «auténtico» desvió el término «socialismo» de su significado original revolucionario en Cuba. Desde el momento en que se equipara con el estado de bienestar y una legislación social progresista aceptable dentro las limitaciones de la producción capitalista, el «socialismo» ya no era incompatible con la producción capitalista y la propiedad privada de los medios de producción. En lugar de ello, se convertía en una versión más humana y actualizada de capitalismo. La revolución se reducía a la suma total de una acumulación de reformas, sin agitación social, uso de la fuerza o conflictos de clases.
El capitalismo debía ser adaptado, ajustado, humanizado y había que hacerlo pacíficamente y desde arriba, sin necesidad de una reestructuración total de de las instituciones económicas. El bien común podría alcanzarse con sólo el reparto de los beneficios del crecimiento económico, en lugar de una radical redistribución de la riqueza existente.
Esta versión del estado del bienestar se lograría por el mero uso del proceso electoral. De hecho, el compromiso con las instituciones formales de la democracia representativa burguesa (como las elecciones, el parlamento y el equilibrio de poder) parece haber sido esencial para que el partido convenciera a los escépticos de que el movimiento «auténtico» no planteaba, de ninguna manera, una amenaza de dictadura de la clase obrera. Es posible que este compromiso fuera también resultado de los largos años de dictadura brutal sufrida por grandes sectores de la población cubana, que hizo de la defensa de la democracia política un elemento extremadamente popular entre ellos, y, posiblemente, una salvaguardia institucional contra la dictadura militar. [El Partido Comunista, con sus tácticas colaboracionistas de clase, contribuyó a este clima hasta 1945].
El PRC fue un resultado político de la derrotada revolución de 1933. Pero es preciso reconocer que los «auténticos» también se identificaban con la civilización occidental, la cultura europea y las instituciones del «mundo libre». Por lo tanto, el PRC no estaba solo en constante oposición a los regímenes militares de América Estados Unidos, sino que también representaba un frente anticomunista coherente y monolítico. El comunismo era definido como una amenaza para la nación y, como tal, tenía que ser reprimido. En la Guerra Fría, el PRC se puso del lado de Estados Unidos.
Se ha dicho que los movimientos políticos de este tipo, aunque utilizan la retórica del nacionalismo y el antiimperialismo, se han visto tan limitados por su perspectiva ideológica y su base social que han terminado por aceptar la dependencia económica. Los dirigentes crean así «una situación en la que la dependencia se modifica, pero no es totalmente eliminada.» En otras palabras, no se alcanza la independencia económica, pero se crea una versión remodelada de la antigua situación en la cual la pequeña burguesía administra ahora los favores.
El PRC, a pesar de sus defectos, fue un movimiento político muy relevante en la historia del país. El movimiento «auténtico» constituyó la primera organización política realmente populista, que introdujo, en la tradición de Martí, la ideología de la colaboración de clases y el consenso político, en la esperanza de limitar, si no eliminar, los antagonismos de clase, por cuanto el PRC preveía la «cooperación de todas las clases sociales dentro de un régimen democrático en el que reinasen la libertad, la justicia y la igualdad económica. Aparentemente esperaban conseguirlo por un período largo, mediante el uso del Estado como moderador político y social por encima de las clases sociales e independientemente de los sectores, por lo que sería justo para todos. Tal abstracción era característica de una formación populista, liderada por hombres y mujeres provenientes de las filas de la pequeña burguesía incapaces de definir su propio carácter de clase.
Populismo atrajo diversos sectores y clases, incluyendo los recién llegados del campo que habían sido desplazados por la rápida incorporación de la agricultura a la producción capitalista. Se trataba de grandes grupos de subempleados y desempleados, pobladores urbanos recientes que habían perdido el contacto conocido con sus costumbres agrícolas, pero que aún no estaban integrados en la sociedad moderna que avanzaba. A estos nuevos grupos marginales apelaba el movimiento populista, utilizando para ello fuertes figuras y símbolos carismáticos que daban sentido a sus vidas.
Dentro de la coalición populista también había una alianza poco estable de dirigentes sindicales, trabajadores organizados, pequeños empresarios y propietarios de tierras, empleados burocráticos, intelectuales, profesionales y estudiantes. Los dirigentes, sin embargo, provenían generalmente de la pequeña burguesía y en muchos sentidos representaban sus intereses. El populismo no podía apelar a un conjunto tan heterogéneo de seguidores basándose en intereses estrechos o de clase. En cambio, tenía que hacer hincapié en la universalidad de las necesidades comunes. Con lo cual, una composición social heterogénea hizo del populismo una especie «ensalada ideológica».
Dado que el PRC trataba de unir a tantos sectores, si hubiera tratado cuestiones sociales en términos estrictos de clase podría haber enajenado fácilmente alguna de las partes del todo. Por lo tanto, se evitaban formulaciones muy concretas. Por otra parte, dado que los problemas sociales o políticos internos no podían «ser dilucidados por medio de análisis de clase, se los solía explicar mediante la focalización en las personalidades, los conflictos generacionales o la inmoralidad de las élites.»
Una vez en el poder (1944-1952) el PRC no consiguió aplicar una parte significativa de su propio reformismo moderado. Pero los «auténticos» sí mejoraron las condiciones de los trabajadores organizados, construyeron nuevas carreteras y viviendas, iniciaron un programa de mejoras agrícolas dirigido a los pequeños agricultores y crearon programas destinados a los ancianos, las viudas y los niños sin hogar.
Por otra parte, se reguló más la economía y con la prosperidad derivada de la Segunda Guerra Mundial, la clase trabajadora mejoró con el nuevo Gobierno. Pero el viejo fuego revolucionario se había apagado. Además, el experimento de capitalismo de bienestar dejó mucho que desear por cuanto los problemas de dependencia económica, desigualdades socioeconómicas, inestabilidad política, violencia, corrupción y desempleo estacional continuaron afectando al país.
La incapacidad del PRC para asumir significativamente la situación del país ha sido explicada por diferentes autores. El argumento más utilizado ha sido que los gobiernos «auténticos» sufrieron mucha corrupción. Tal «explicación», que por lo general hace hincapié en la conducta «inmoral» de los políticos, se convirtió en la interpretación populista aceptada en materia de asuntos sociopolíticos. El mejor ejemplo de este enfoque fue Eduardo Chibás.
Ya desde la fundación del PRC, Chibás fue uno de sus principales oradores e ideólogos. En 1947, Chibás rompió con la dirección «auténtica» y formó otro partido político. Su creación, el Partido del Pueblo Cubano (PPC), denunciaba al gobierno del PRC por haber traicionado el programa revolucionario y las promesas que hizo antes de llegar al poder. Los «ortodoxos», como eran conocidos los miembros del PPC, sostenían que dado que el antiguo programa y la ideología seguían siendo adecuados, era preciso contar con un liderazgo verdaderamente revolucionario que llevara a la práctica las viejas ideas.
Uno de los fundadores del PPC fue Fidel Castro, que estaba cautivado por la figura de Chibás. Fidel le seguía a todas partes, observando con toda atención su populista y carismático estilo, el uso exitoso de la propaganda radiofónica y, quizás lo más importante, absorbiendo la versión propia de Chibás de la ideología radical.
A lo largo de la década de 1940, Chibás pasó a ser de un potente creador de opinión pública, con su dramático y provocativo programa radiofónico de los domingos. En sus emisiones, fustigaba la corrupción del gobierno, los chanchullos y prebendas, el gansterismo rampante, la violencia, el desprecio por la ley y el orden, así como la burocratización, el despilfarro y el insuficiente progreso en materia de social bienestar social.
En materia ideológica y programática, no había diferencias entre los «auténticos» y los «ortodoxos», al menos sobre el papel. El 15 de mayo de 1947, el PPC lanzó un manifiesto anunciando que se había formado el nuevo partido «para rescatar el programa de el PRC y la doctrina «auténtica» de independencia económica, democracia política y justicia social.» Esto, afirmaban, debía ser llevado a cabo «dentro del régimen democrático establecido por la Constitución.» En más de una ocasión afirmó Chibás su compromiso de llevar a cabo una «revolución por medio de elecciones.»
La ausencia de diferencias ideológicas significativas entre los dos partidos es comprensible en el contexto de la «tesis de la traición» defendida por los «ortodoxos». Éstos afirmaban que la ideología y el programa del PRC eran dignos de imitar; lo que faltaba era el compromiso de los líderes de el PRC para que el programa se hiciera realidad. Según Chibás, ello era resultado directo de la inmoralidad que consumía las filas del movimiento «auténtico».
Chibás se veía a sí mismo como el verdadero defensor de la ideología del PRC porque seguía los «cánones de la decencia, la justicia y la moralidad» que sus adversarios políticos habían abandonado. Casi a diario afirmaba su fe total en los «grandes recursos morales» de sus seguidores, sobre todo de la juventud de Cuba. El 1 de agosto 1948, declaró: «Queremos un partido político puro, compuesto por hombres y mujeres de probada honestidad, sin oportunistas.» Y algunos meses más tarde proclamó, «Contra la corrupción sólo hay una política posible para el país y ésta consiste en la promoción de un movimiento de base altamente moral que afronte con valentía «la inmoralidad del gobierno «auténtico»». Y prometió liderar «un gran partido con una plataforma libre de corrupción».
Su función, como él la definió, consistía en despertar la conciencia durmiente del pueblo cubano para combatir por la decencia política y la moralidad nacional.
Pero la que es tal vez su mejor síntesis de su posición la transmitió el 17 de julio de 1949: «El Partido del Pueblo Cubano fue creado para hacer realidad los grandes objetivos históricos del pueblo cubano a través de la revolución moral de la vida pública que la nación urgentemente demanda… Lo importante es realizar la revolución moral que requiere el país.»
Las referencias a la conducta ética y la moralidad eran parte integrante del chibasismo . Era, probablemente, uno de los pocos factores que diferenciaban a esta organización política del PRC, más allá de una simple preocupación por la honestidad en el gobierno o la vida pública en general. Reflejaba una idea central en el pensamiento de Eduardo Chibás y muchos de sus discípulos: la convicción de que la honestidad en el gobierno se podía obtener siempre y cuando lo quisiesen los que ostentaban el poder.
El énfasis en la moralidad también expresaba un enfoque voluntarista e idealista, que condujo a muchos «ortodoxos» a tomar decisiones políticas que eran, por lo general, utópicas o metafísicas, sin relación alguna con la realidad. Esta tendencia se hizo meridianamente clara con la toma del poder por Fulgencio Batista en 1952.
Directamente vinculado con el tema ético y voluntarista, había también la obsesión de Chibás por el principio de liderazgo. Ya el 19 de enero de 1947 denunció el gobierno de Ramón Grau San Martín por no haber cumplido con las promesas «que esperábamos de nuestro líder». Según Chibás, era una irresponsabilidad traicionar «las esperanzas de muchos cubanos» que habían «puesto su fe patriótica» en Grau. Más tarde, el 18 de mayo de 1947, realizaría otra declaración en este mismo sentido.
En un partido político, las ideas tienen gran importancia, pero también es preciso reconocer la capital importancia de los hombres que deben llevarlas a cabo. El más hermoso programa del mundo, defendido por una asociación de guionistas de discursos o un grupo de delincuentes, nunca conseguirá captar la confianza de la opinión pública, ni el apoyo entusiasta de la gente. «Lo que el pueblo quiere y lo quedemanda la nación, cada día con mayor urgencia y de un modo mucho más decidido y más claro, es un Partido que realmente sea realmente leal a esta fe, un Partido que será capaz de cumplir desde el poder lo que promete en la oposición, un Partido político limpio, con líderes capaces.»
En otra ocasión comentó que Cuba no había alcanzado su verdadero destino «debido a la venalidad de sus líderes.» De acuerdo con Chibás, la historia de Cuba era sólo una serie de traiciones por líderes corruptos o reaccionarios. Esta visión tan unilateral implica una interpretación de la historia como producto del «gran hombre». Creía que todo lo necesario para enderezar las cosas era crear un nuevo liderazgo para orientar adecuadamente a las masas. En tanto que líder político de un nuevo partido, no aceptaba amablemente las críticas. A finales de 1947, por ejemplo, un grupo de la dirección nacional del partido llegó a discutirle a Chibás determinados asuntos políticos. Chibás consideró el desafío inaceptable, rompió la disciplina de partido y amenazó públicamente con abandonarlo. No importaba que la dirección nacional hubiera votado y que la mayoría hubiera adoptado una decisión contraria a su propia posición. Chibás declaró: «Los hombres de convicción dotados siempre de altas miras son desconocidos entre nosotros. No importa. En los momentos críticos surgen siempre los hombres de carácter, los que prevén el futuro, los que no hacen concesiones en función del vil interés propio, los que repudian la duplicidad… Son los que creen en sí mismos y en sus ideas… Vamos a seguir adelante solos, erguidos, sin contaminarnos con la mediocridad del entorno político en el que vive el país.»
Chibás esperaba de sus seguidores una completa confianza, obediencia y aceptación incondicional. Aparentemente, el desacuerdo político honesto no era negociable. Las concesiones, al parecer, implican un debilitamiento de los principios. En lugar de un argumento político convincente prefería el fácil instrumento de las indirectas. Había llegado a bastar con ignorar el contenido de un enfoque político diferente e insultar el carácter de la persona que lo apoyaba. Su actitud no sólo tenía implicaciones autoritarias sino también elitistas, y en su versión del buen gobierno o del partido revolucionario las «masas» tenían un papel pasivo tras depositar su fe en las buenas intenciones del líder magnánimo y clarividente.
Para él, la revolución no era, como afirmó una vez León Trotsky «la irrupción violenta de las masas en el ámbito del gobierno de su propio destino.» Lo suyo era el reformismo concebido desde arriba. Lejos de ser única, ésta parece haber sido una característica fundamental de este movimiento populista específico dirigido por una figura carismática.
Sin embargo, mientras se esperaba que la población apoyase, más que participase en el desarrollo de la lucha política, el PPC expresaba una gran solicitud hacia esa entidad indiferenciada llamada «el pueblo». Como otras organizaciones anteriores con pretensiones revolucionarias, el movimiento ortodoxo continuó la tradición del populismo, aunque a la vez afirmando ser revolucionario.
Chibás era consciente de ello y lo proclamaba. El 15 de mayo 1947 quiso atraerse el apoyo de los diferentes sectores sociales del país. Tres días más tarde, reiteró, «Nosotros no tenemos previsto crear un partido excluyente, con las puertas cerradas, sino un gran instrumento político del pueblo cubano.» Un mes más tarde, afirmaba: «El Partido del Pueblo Cubano, como su nombre indica, es el partido del pueblo cubano, de todo el pueblo cubano, y es por eso que queremos resolver en lo posible, dentro del partido, la armoniosa coordinación de todos los diversos intereses de las diferentes clases… todos los problemas económicos, sociales y culturales que vamos a enfrentar en el poder.» Dos años más tarde, volvió a manifestar que el PPC «no es una secta cerrada, exclusivista, sino un partido nacionalista y democrático que incluye todas las clases productivas de la nación.» A veces se dejaba llevar por su propia lógica: puesto que el movimiento ortodoxo era representativo de todos los cubanos, sin importar si eran de derechas o de izquierdas, el único factor importante era «si la persona es honesta» o no. Por otra parte bajo el Gobierno ortodoxo, el programa del partido de 1951 prometía que no habría lucha de clases, ya que el gobierno crearía «un ambiente de mutuo respeto entre los diferentes factores de producción.»
El PPC era una formación multiclasista. Su ideología populista no era una simple invención de sus dirigentes pequeño burgueses, sino que correspondía fielmente a la base social de la mayoría de sus seguidores. No obstante, había muy pocas diferencias políticas o sociológicas entre los «auténticos» y los «ortodoxos» una vez eliminados el extravagante líder del PPC y sus acentos éticos. Esas dos cualidades, sin embargo, eran las señas de identidad del partido. El populismo como ideología tenía un seguimiento masivo en todo el país. Es más que probable que ello fuera consecuencia de una forma particular de estructura social en la que la conciencia de clase no se materializó en la creación de partidos políticos.
Hasta qué punto la perspectiva populista estaba extendida era fácil de determinar. En las elecciones de 1948, el PRC recibió 45,83% de los votos, mientras que el PPC obtuvo 16.420, lo que indica que 62,25% de los electores aceptaba el programa, o se sentía atraído por los líderes de las dos principales fuerzas populistas del país. En 1951, aproximadamente el 70% de la población adulta cubana se identificaba a con las ideas populistas.
El populismo nacionalista no era un fenómeno limitado a unos pocos grupos dentro del país, sino que se trataba de un marco aceptado de referencia política. Fue en este contexto que miles de personas, especialmente jóvenes activistas, recibieron su iniciación política y formación ideológica. Fidel Castro fue uno de los muchos que se identificaron con la mentalidad populista. Tenía mucho sentido adoptar la proyección populista no sólo como una cuestión de convicción, sino como un medio para comunicarse de un modo efectivo con las masas. En consecuencia, el movimiento revolucionario dirigido por Fidel Castro -después de la muerte de Chibás en 1951- surgiría desde dentro de las filas del movimiento ortodoxo, planteando un marco ideológico, un lenguaje, un método, así como una estrategia y un estilo de organización copiados de los movimientos populistas anteriores, especialmente cosas aprendidas de la PPC.
Los grupos revolucionarios formados para luchar contra el régimen de Batista habían bebido en los ideales de emancipación nacional ya expresados por José Martí, en el activismo estudiantil revolucionario de Julio Antonio Mella, en la lucha contra el imperialismo y las acciones insurreccionales de Antonio Guiteras, y en el populismo moralista de Eduardo Chibás. El movimiento revolucionario era una síntesis de todas estas tendencias. Con un patrimonio tan diverso, las prioridades tenían que establecerse de acuerdo con las exigencias de una situación dada. Julio Antonio Mella había añadido un elemento de radicalismo estudiantil y conciencia de clase al nacionalismo de José Martí, y Guiteras aportó más tarde un modo específico de organización y el antiimperialismo. El PRC había insistido en la necesidad de un gobierno constitucional, procedimientos parlamentarios burgueses y antimilitarismo. Chibás también se había enfrentado a las necesidades de emancipación nacional, democracia política y antiimperialismo, pero añadió un nuevo elemento: la lucha contra la corrupción política. Con la toma del poder por los militares en 1952, otro tema apareció en la agenda de los nuevos populistas. Ahora tenían que volver a la tradición de antimilitarismo, el respeto al constitucionalismo burgués, y una defensa sin reservas de la legalidad, mientras que algunas de las otras cuestiones se dejaban de lado.
El marco ideológico que los revolucionarios de 1950 introdujeron en la política nacional estaba claro y no era nuevo. A la vez que tenía continuidad histórica, estaba lejos del marxismo que se había desarrollado en otros lugares después de la revolución rusa. Las tradiciones teóricas de Marx, Lenin, Luxemburgo, Mao o Trotsky no eran ajenas, ni desconocidas, pero no eran influyentes. Esto no es sorprendente, ya que lo que estaba en juego era hasta cierto punto diferente. El movimiento revolucionario cubano de la década de 1950 estuvo, en parte, al margen de los debates que enfrentaban a las tradiciones de la izquierda de la clase obrera y de los círculos intelectuales, tan influyentes en Europa y parte de América Latina en la posguerra. La revolución de 1959 cambió todo eso. Con el tiempo, la dirección revolucionaria integró las perspectivas populistas cubanas en un marco marxista.
Hoy en día, sin embargo, la importancia de Eduardo Chibás ha resucitado, aunque las implicaciones políticas, teóricas y prácticas de este hecho están aún por determinar.
Nota del autor: La presente versión de este ensayo no incluye las notas a pie de página.
Fuente: http://cuba-l.unm.edu/