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Egipto se ilumina con Mahoma y Tutmosis

Fuentes: Barómetro Internacional

Si algo quedó claro en la coyuntura actual por la que atraviesa Egipto, es que hay dos fuerzas políticas dominantes en el país africano más asediado históricamente por las potencias imperiales y aliadas, entre ellas, la agresiva Israel, debido a la valoración geopolítica que hacen de la nación del Nilo bajo, como eje de enlace […]

Si algo quedó claro en la coyuntura actual por la que atraviesa Egipto, es que hay dos fuerzas políticas dominantes en el país africano más asediado históricamente por las potencias imperiales y aliadas, entre ellas, la agresiva Israel, debido a la valoración geopolítica que hacen de la nación del Nilo bajo, como eje de enlace de tres continentes y por donde cruzan los transportes aéreos, marítimos y terrestres de todo el mundo.

Ambas fuerzas políticas, conformadas en su mayoría por árabes, son las que deciden el futuro del país africano toda vez que esos millones de árabes, de diverso origen étnico, alcanzan a ser casi el 98% de la población.

Ese es un aspecto crucial en el análisis e interpretación de los resultados de las elecciones egipcias en las que Mohamed Morsy en representación de los Hermanos Musulmanes y el general retirado Ahmed Shafiq, en representación de quienes siempre ostentaron el poder, contendieron y lograron resultados que ninguna de las dos fuerzas puede soslayar.

La fuerza ganadora, liderada por Morsy, debe reconocer que si quiere gobernar con estabilidad y respaldo militar, está llamada a fortalecer aún más las tradicionales relaciones cívico-militares y por parte de la del general Shafiq, si aspira a mantenerse como principal fuerza opositora pero también copartícipe de la defensa de la Nación, está obligada a apoyar al nuevo gobierno que ya ha recibido las felicitaciones de Irán, Palestina, Rusia, China, Venezuela, entre otros.

De esa interdependencia política y religiosa hay que partir para comprender lo que ocurre en Egipto. La cultura egipcia, base de la forma y esencia del accionar político, es hoy un resultado de una mezcla de dos corrientes político-culturales. Una que proviene de esa gran cultura faraónica hegemónica en su tiempo, en la que Tutmosis III (siglo XV a.c.) sentó cátedra de estratega militar y político conciliador con el clero de su época, por citar al más grande de los monarcas guerreros victoriosos. Otra corriente político-cultural, menos antigua, nacida con Mahoma (siglo VII d.c.), el fundador del islamismo, religión que se irradió por el norte y oriente de África, la península ibérica, Asia y sur de Rusia, y se dirigió desde los califatos de Damasco, Bagdad o Ankara en el último milenio, llegando hasta inicios del siglo XX. En los días de hoy el islamismo encuentra su centro de gravedad en Teherán.

Es decir, el islamismo encontró en cada civilización en que se enraizó diferentes culturas en pleno desarrollo y por ello no son iguales los musulmanes egipcios que los musulmanes sudaneses, mauritanos, libios, sirios, iraníes o tanzanos pues la cultura de cada pueblo perdura a través de los siglos. Es esa combinación de diversidad cultural y unidad religiosa la que en condiciones del capitalismo, con permanencia de estructuras feudales, dinamiza los procesos de unidad política entre esos países mientras proliferan las contradicciones tribales, que son aprovechadas por las potencias imperiales para dividir y reinar.

De manera que el ingeniero Morsy, doctorado en la Universidad del Sur de Carolina en EEUU, al ser el primer civil musulmán que ostenta el más alto cargo del estado egipcio, tendrá un fuerte reto ante esa cerrada correlación de fuerzas políticas, que a su vez es matizada por cierta homegeneidad religiosa que repercutirá, a la larga, a favor de él, por lo que éste encontrará en Teherán y sus principales aliados del Medio Oriente (Paquistan, Afganistán, Iraq y Siria) posibles aliados, algo que no menosprecian, ni soslayan, los altos oficiales de las fuerzas armadas egipcias quienes por más de medio siglo se han integrado a todas las estructuras del poder y lo tratarán de mantener con un civil musulmán al frente del gobierno.

Sin dudas, todo ello es del conocimiento muy claro de la Junta Militar que sucedió al mandato de Hosni Mubarak. Esta está conformada por altos generales, liderada por el mariscal Hussein Tantawi, que comandaron las tropas egipcias en las guerras contra Israel desde la época del líder antimperialista Gamal Abdel Nasser y que por más de cinco décadas han negociado e intercambiado experiencias con diversas potencias, principalmente Rusia y EEUU, factor de peso al interpretar esa decisión de una parte importante del pueblo que votó por el general Shafiq, aún cuando este no era el candidato de las llamadas fuerzas nasseristas en la primera vuelta.

«El triunfo de Mohamed Morsy en las elecciones presidenciales en Egipto -me comenta el analista internacional y especialista en Medio Oriente, Leandro Albani- abre un nuevo panorama en ese país». Para el analista «hasta el momento, la Junta Militar que gobierna la nación africana, luego de la caída del régimen de Hosni Mubarak, había intentado mantener el status quo del pasado y, a su vez, aplicar ciertas medidas que calmaran la furia popular desatada por los ciudadanos».

Furia popular comprensible pues todavía en Egipto hay muchas aristas ocultas en relación con el desplazamiento del poder de Hosni Mubarak. Sin embargo, hay que recordar la actitud inicial de los militares en la Plaza Tahir de acercamiento con los indignados y los encontronazos con los represivos cuerpos de seguridad policial, que dicho sea de paso están alcanzando en los últimos tiempos una mala reputación en varias partes del mundo, lo que no debe soslayarse tampoco en el estudio del caso egipcio, sobre todo por la política abiertamente declarada del gobierno de Barack Obama de intervenir en esa región para alterar el mapa político a su favor.

De ahí que cuando comenzaba la campaña electoral presidencial la Junta Militar haya ordenado poner presos a un grupo de estadounidenses, amparados en una de las Agencias del gobierno de EEUU, volcados a incidir en el proceso comicial, quienes solo con la intervención del presidente Obama, pudieron alcanzar su libertad.

Entre otras incógnitas a despejar, podría afirmarse también, al igual que Albani, que Morsy «tiene ahora un escenario donde deberá negociar con Estados Unidos e Israel por un lado, a su vez que cumplir las demandas del pueblo egipcio que no parece haberse cruzado de brazos pese a los comicios».

A mi juicio, el hecho de pertenecer a los Hermanos Musulmanes no presupone determinada política sino ante todo determinada postura filosófica al elaborar su doctrina de gobierno y las estrategias políticas, lo cual generará por ahora algunas incógnitas, entre otros elementos por la posición que deberá definir ante la amplia frontera occidental, expuesta a los desmanes de la anarquía gobernante de Libia y sus relaciones con su vecino del sur, Sudán, otro de los grandes estados musulmanes africanos. En ambos casos, las relaciones estarán matizadas por la influencia que de una u otra forma ejerce EEUU sobre ambos países.

Según el analista, con quien compartimos la interpretación de la victoria de Morsy, «la incógnita también surge por la procedencia del mandatario electo. En el último año, los Hermanos Musulmanes se han expandido por Medio Oriente y el norte de África, aunque sus posturas varían según el país donde se encuentran».

En las próximas semanas observaremos una dinámica sui géneris del traspaso de poder, las posiciones y acciones de ambas fuerzas con sus correligionarios y las conductas de los actores externos hacia el nuevo gobierno musulmán. Tres dimensiones en que se manifestarán los factores claves que decidirán el futuro inmediato de Egipto.

Fuente original: www.barometrointernacional.bligoo.com.ve