Traducción de Salvador López Arnal
Imagen PILAR CANICOBA
Hace muy pocos días subsané una de las principales lagunas de mi formación: fue, ¡ya era hora! en la parroquia de Cans, escenario del singular festival de cine (et non solum) que es, desde 2003, un lugar con derecho a aparecer en la antología de los eventos culturales de Galicia. Alfonso Pato y sus colaboradores hacen una fiesta del saber, de incitaciones y de imaginación, además de dar un ejemplo de organización eficaz, algo que muchos no sospechan entre la gente de la farándula.
¿Qué hacía yo el 25 de mayo, a las 13 horas, en Cans (homófono de Cannes)? Había sido invitado como maestro y como orador en el acto en el que se descubrió una placa homenaje a Francisco Fernández Buey (Palencia, 1943-Barcelona, 2012). Sabemos que se trata de uno de los intelectuales más sólidos y cultos de la izquierda europea en estas últimas cuatro décadas, siempre un discípulo crítico en Barcelona del profesor Manuel Sacristán (1925-1985).
Quien nació en Cans fue su padre, que se casó con una palentina, pero en Cans. Paco de niño, de vacaciones, jugaba con sus primos y vecinos y también aprendió poemas y «aturuxou» y memorizó dichos y proverbios. Por eso cuando en el curso 1959-1960 explicaba en el sexto curso [de bachillerato superior] el tema de Rosalía de Castro en el instituto Jorge Manrique de Palencia, a Paco no le eran ajenos el sonido y la música de los versos de la Cantora. De la estirpe de los intelectuales rigurosos, de la que emitía signos corporales que deslumbrarían, poco después, en las aulas universitarias en Barcelona durante su etapa de estudiante y profesor interino. Como eran signos cuestionadores, el Régimen, más contrariado que deslumbrado, fue muy duro con él: expediente académico, sanciones como profesor, castigado al Sahara como soldado… Pero a Paco -al intelectual gramsciano Francisco Fernández Buey- ni lo rompieron ni lo dominaron.
De todo esto se habló en Cans el 25 de mayo, ante muchos vecinos y parientes, y también se habló de que, como marxista, estaba en la línea de Antonio Gramsci (1891-1937), del que fue uno de los más grandes estudiosos, además de traductor y antólogo.
No se olvidó tampoco el título de un libro para algunos sorprendente: Albert Einstein. Ciencia y conciencia (Barcelona, El Viejo Topo, 2005), como comentó con admiración, durante la comida, un primo suyo especialista en Física. Como al almuerzo asistían poetas, se recomendó la lectura de un ensayo suyo de 1994: Si Marx hubiera leído a Hölderlin (y a Leopardi).
Nota del traductor:
Traducido con la ayuda (que agradezco) de Alexandre Carrodeguas y Daniel Salgado. Sólo soy responsable final de la versión presentada.