1.- Un año después, la derecha mediática se ha esmerado en atacar a este jovencísimo 15-M. La virulencia, sobre todo verbal, con que lo ha hecho sólo demuestra dos cosas: que la derecha teme al 15-M y que el 15-M está vivo. Su ataque ha consistido básicamente en desprestigiarlo. Primero, insistiendo hasta el aburrimiento en […]
1.- Un año después, la derecha mediática se ha esmerado en atacar a este jovencísimo 15-M. La virulencia, sobre todo verbal, con que lo ha hecho sólo demuestra dos cosas: que la derecha teme al 15-M y que el 15-M está vivo. Su ataque ha consistido básicamente en desprestigiarlo. Primero, insistiendo hasta el aburrimiento en que el movimiento se ha radicalizado. Segundo, fijando la impresión de que el movimiento ha perdido fuelle. Son dos líneas paralelas y complementarias de ataque. Que un movimiento social pierda fuelle significa que se debilita, que tiene menos seguidores, que se ha desgastado, que ya no tiene la fuerza de antaño. Pero a la derecha no sólo le interesa la crítica cuantitativa, contar el número de seguidores para felicitarse si por acaso ha menguado. Le interesa también el desprestigio cualitativo. De ahí la machacona acusación de radicalismo, seguramente en la (falsa) creencia de que si logra fijar esa impresión en la opinión pública, el movimiento sufrirá un debilitamiento adicional, será masivamente abandonado y caerá bajo el control de grupúsculos de radicales indocumentados y -no nos olvidemos del lado estético del ataque de la derecha- sucios y desaliñados.
No es difícil desmontar tanta zafiedad reaccionaria.
Para empezar, el 15-M no ha perdido simpatías en la sociedad civil. Según la encuesta de El País (20/mayo/2012), el 15-M genera más simpatía que hace un año (68% frente al 66 %). Además, las razones y las demandas del movimiento siguen siendo bien recibidas por opinión pública: un 78% de los españoles considera que el movimiento tiene razón en las cosas por las que protesta. En este aspecto sólo ha perdido tres puntos porcentuales.
La conclusión a este respecto es sencilla: o el diagnóstico de la derecha (que el movimiento se ha radicalizado) es falso o la sociedad en su conjunto se ha radicalizado. Mi opinión es que el 15-M sigue ideológicamente más o menos donde empezó en 2011. Sigue siendo un movimiento de indignados que protesta básicamente ante la corrupción, la injusticia fiscal y económica, la impunidad de determinadas conductas inmorales, el poder de la oligarquía financiera, la salida antisocial y antidemocrática de la crisis y la falta de representatividad del sistema político. Sus propuestas siguen siendo razonables y sensatas. Incluso de forma candorosa. La reforma de la ley D´Hont para igualar la influencia real de cada voto, ¿es acaso radical? ¿Es insensata? En absoluto. Más bien todo lo contrario. La ciudadanía española ha comprendido que el bipartidismo ya no es garantía de estabilidad política sino de inmovilismo en un sistema que beneficia y sobre-representa a determinados grupos de poder y privilegio, al tiempo que discrimina a grupos políticos y a una parte importante del electorado. La dación en pago, ¿es una propuesta insensata? Nuevamente la respuesta es negativa. La dación en pago impediría que los bancos secuestraran financieramente a sus clientes, como lo hacen, desposeyéndolos y endeudándolos a un tiempo. Y así podríamos seguir una por una con todas las propuestas del 15-M, con sus comisiones, con sus plataformas, con sus cooperativas y asociaciones.
No. La radicalidad está del otro lado. Dicho rápidamente, lo verdaderamente radical es el ataque que desde los centros de poder político, económico y mediático se está llevando a cabo contra la democracia y la soberanía de los pueblos. Es una reacción señorial en toda regla, coherente, sistemática y extremadamente radical, en contra de un modelo de convivencia, de un contrato social, en que los ciudadanos tenemos derechos cívicos y sociales, y disfrutamos de bienes públicos que garantizan nuestra dignidad como personas. Eso se está destruyendo, insisto, con radicalidad y con sistemática coherencia. Y ante la tensión en la calle que ello ha de provocar, el gobierno no encuentra más que una salida represiva, previa criminalización por decreto de la protesta social. Eso es radicalidad. La crisis es radical, la gestión de la crisis es radicalmente antidemocrática y antisocial, la impunidad de los responsables es radicalmente inmoral, la distribución del peso de la crisis es radicalmente injusta, la vía represiva de contención de la protesta es radicalmente reaccionaria, y radical es la horrísona orquestación de insultos lanzados por la más rancia e histérica de las derechas mediáticas. El 15-M es un movimiento candorosamente sensato y razonable de rechazo a todo eso. Que nadie se engañe.
Dicho esto, es posible que el 15-M haya perdido fuelle. Pero quien pone el dedo en esa llaga no entiende nada. En realidad, ni siquiera es una llaga del movimiento. En realidad, lo verdaderamente significativo y relevante es que el 15-M está vivo y mantiene un nivel importante de fuerza y capacidad. Cuando hace un año el movimiento decidió descentralizarse, su principal reto no era si perdería fuelle o no, sino si sobreviviría como tal movimiento, autorreplicándose en asambleas de barrio. Ese reto se ha superado con creces. No sólo eso, el 15-M ha construido un tejido reticular de capital social sobre la base de principios que en sí mismos representan una alternativa a la cultura individualista y competitiva reinante en el capitalismo de mercado. Reciprocidad, cooperación, ayuda mutua, horizontalidad, red, democracia directa y deliberación. Estos son los principios asociativos del movimiento 15-M. Lo sorprendente de este año transcurrido desde el nacimiento de este jovencísimo y original movimiento es que haya sido capaz de construir esas estructuras de vida comunitaria sin que medien los incentivos tradicionales: dinero, poder, beneficios materiales, distinciones institucionales, etc.. No, no. Aquí no ha habido líderes, ni jerarquías, ni cargos remunerados, ni posiciones de privilegio. Tampoco ha habido facciones ni clientelas. Lo único que ha habido ha sido voluntarismo y entrega, ilusión democrática y ganas de cambio. Que en ese año, el movimiento haya perdido fuelle, es lo de menos. Porque, ¿cómo no iba a perderlo? Lo raro sería que no lo hubiera hecho. Porque la construcción de ese tejido asociativo (sin los incentivos selectivos tradicionales) es difícil y costoso. Mantener la tensión participativa en asambleas democráticas y deliberativas no es cosa fácil. Hay gente que se cansa, otra que se aburre, otra que se decepciona. Ese goteo es inevitable. Lo extraordinario es mantener la estructura viva. Porque igual que se descuelga gente, otra vendrá o esa misma volverá en otro momento. El movimiento respira, su corazón late. Eso es lo impresionante, tras un año de su nacimiento, cuando nadie sabía hacia dónde tiraría, ni qué apoyos tendría, ni cual sería su capacidad de articulación. Un año después hay una suerte de alma colectiva nueva en el barrio, en la ciudad, y un espacio público nuevo para la autoexpresión y el autoconocimiento de la ciudadanía. El 15-M ha hecho un interesantísimo recorrido durante este año, ha hecho su propio aprendizaje y en el camino ha construido con enorme creatividad y espontaneidad una cultura política nueva -asociativa, participativa, igualitarista- basada en principios de solidaridad y reciprocidad. A mucha gente le está cambiando la vida. Se ha descubierto en nuevas redes, debatiendo con nuevas gentes, cooperando, cultivando nuevas ideas, nuevas sensibilidades, cambiando sus percepciones de la realidad. En este sentido, el 15-M es un movimiento potencialmente contra-hegemónico, impaciente por cambiar patrones de vida, valores, preconcepciones, inercias, hábitos. Hay todo un ethos alternativo pugnando por salir en el 15-M, por definirse y reconocerse. Creo que el 15-M es lo mejor que le ha ocurrido a la sociedad española en la última década. Ahora bien:
2.- El 15-M ha superado su principal reto: la auto-conservación. Pero sigue siendo un movimiento extremadamente joven, que tiene que madurar. Dadas las características de este movimiento, maduración significa auto-maduración. Nadie le puede hacer madurar desde fuera, ni desde un comité central o desde un consejo federal. Al contrario, el 15-M tiene que hacer su propia reflexión como tal movimiento, de forma participativa, reticular, directa. Sin embargo, creo que esa es su principal tarea. Porque madurar para este movimiento es una cuestión de supervivencia. Si se mantiene en su fase infantil -pese a los increíbles logros de esa fase- el movimiento seguramente tendrá corta vida. Quedarán espacios alternativos, algunos se consolidarán. Pero el movimiento como tal, cada vez más entrópico, se desvanecerá más pronto que tarde. Será asimilado y -lo que es peor aún- puede que termine siendo funcional para el statu quo, creando mecanismos de amortiguación de la crisis. Ahora bien, dar un salto de madurez implica una reflexión previa sobre la identidad del movimiento. El 15-M tiene que decidir qué es, qué quiere ser. Y las alternativas son claras: puede quedarse en un movimiento asociativo o puede evolucionar hacia un movimiento político. Si opta por lo segundo, como a mi entender sería deseable, tiene que dar un paso adelante y superarse a sí mismo -en sentido hegeliano- reteniendo lo mejor de su año de infancia: la capacidad de experimentación, la creatividad, la capacidad de comunicación horizontal, el espíritu igualitario, las motivaciones cívicas y altruistas, etc.
La maduración de un movimiento pasa necesariamente por su autoconciencia organizativa. La palabra «organizar», como organismo y organización, viene de órgano y éste del griego órganon, que significa instrumento, herramienta. La cuestión es sencilla: ¿es el 15-M un órgano? ¿Es un instrumento de transformación social? Algo que carece de organización no logra sus objetivos, es un mal instrumento para la acción. En un cuerpo organizado, los miembros actúan y se mueven en consonancia con un plan de una voluntad que se traduce en acción. ¿Tiene cuerpo el 15-M? ¿Tiene voluntad? A mi entender, el 15-M tiene miembros, mucha vitalidad, pero todavía escasa inteligencia colectiva. Sus partes son disyecta membra.. Le falta cabeza, dirección y una voluntad orientada a un fin o a un conjunto definido de fines. Todo ello -la maduración del movimiento- pasa como decía por la consolidación de una autoconsciencia organizativa. Si logra ese nivel más elevado de madurez, el 15-M saldrá con dos cosas: delimitación programática y agenda política. Las 14.000 y pico de propuestas serán muchas de ellas interesantes, pero son mal programa y peor guía para la acción. El 15-M tiene que coger todo eso y hacer un trabajo profundo de reflexión: discriminar, clasificar, analizar, ordenar, sintetizar. Sobre todo, sintetizar. Y sobre la base de la síntesis, tensionarse y reagrupar energías. Hasta ahora el movimiento del 15-M ha hecho una gran operación de respiración, ha hinchado sus pulmones con el aire asociativo. Ahora tiene que aprender a echar ese aire, a expulsarlo en forma de acción política organizada.
El 15-M, sin embargo, es reacio a la autoorganización, porque desconfía de las jerarquías, de los líderes, de las facciones, de los partidos, de la representación política misma. No le faltan razones para esa desconfianza. Sin embargo, ha de hacerse consciente de los límites el modelo anarquista y espontáneo de articulación reticular y horizontal. Creo que entre ambos polos -el de la representación convencional y la red autopoiética- está el modelo de democracia radical reinventado por la Comuna de París y creado por la inteligencia práctica ateniense en el mundo antiguo. La Comuna era igualitarista, pero piramidal. Arrancaba de la asamblea local e iba organizándose hacia arriba hasta la gran asamblea de la comuna. Sin embargo, no era representativa: la unidad asamblearia local nombraba comisarios, no representantes, los enviaba con un mandato imperativo y podía revocarlos en cualquier momento. La ciudadanía los tenía bajo control, y los obligaba a una doble y permanente comunicación política, hacia arriba y hacia la base. Además, los mandatos eran limitados en el tiempo y no renovables, se respetaba pues el principio republicano de la rotación. La comuna era una democracia participativa, directa, social. Pero estuvo organizada, tuvo cabeza. Fue un cuerpo político democrático.
A mi entender el modelo de la comuna es perfectamente exportable a un movimiento como el 15-M. Conservaría su total independencia como movimiento, pero le conferiría una enorme capacidad política. Alcanzaría acuerdos programáticos y definiría una agenda política eficaz. Tendría capacidad para abrir determinados frentes de acción y golpear con inteligencia y contundencia. Estaría en muy buenas condiciones para planificar acciones convergentes con otras fuerzas políticas de la izquierda -partidos y sindicatos-, sin diluir su identidad, y con el tejido asociativo preexistente en la sociedad civil, sin invadirlo. El 15-M es por ahora un movimiento comunitario. Sería interesante verlo evolucionar hacia un movimiento comunero.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.