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Obama todavía no se atreve a enfrentarse con Israel

El «acuerdo» de Jerusalén

Fuentes: Dissident Voice

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Benjamin Netanyahu llegó esta semana a Estados Unidos con un mandato del parlamento israelí bajo el brazo. Una gran mayoría de los legisladores de todos los principales partidos de Israel han apoyado una petición urgiéndole a mantenerse firme en relación a la construcción de colonias judías en el ocupado Jerusalén Oriental, la misma cuestión que unos días antes le había puesto en un aprieto ante la Casa Blanca.

Dado el consenso israelí sobre Jerusalén era imposible que Netanyahu pudiera evitar volver a poner el dedo en la llaga en su discurso del pasado lunes ante la conferencia anual del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense Israelí (AIPAC, por sus siglas en inglés), el poderoso lobby pro-israelí.

Afirmó ante cientos de delegados: «El pueblo judío estuvo construyendo Jerusalén hace 3.000 años y el pueblo judío está construyendo Jerusalén hoy. Jerusalén no es una colonia, es nuestra capital».

Mencionando su propia política como algo inseparable de todos los anteriores gobiernos israelíes, añadió. «Todo el mundo sabe que estos barrios formarán parte de Israel en cualquier acuerdo de paz. Por consiguiente, construirlos no excluye en absoluto la posibilidad de una solución de dos Estados».

El discurso de Netanyahu parecía coherente con el nuevo enfoque acordado por ambas partes para acabar con esta particular debacle. Según los medios de comunicación estadounidenses, se ha adoptado una política de «No preguntar y no decir» para evitar convertir a Jerusalén Oriental en un obstáculo insuperable para las negociaciones.

Sí se dirá cómo responde el gobierno estadounidense al último proyecto aprobado por las autoridades urbanísticas israelíes de construir viviendas en el Hotel Shepherd en Jerusalén Oriental, esta vez en la aún más polémica zona de Sheikh Jarrah, una comunidad palestina de la que poco a poco se han apoderado los colonos judíos apoyados por los tribunales israelíes.

La Casa Blanca ha suavizado su postura fundamentalmente porque Netanyahu ha cedido en dos cuestiones que tienen una importancia aún mayor para el gobierno estadounidense.

En primer lugar, ha accedido a hacer un «gesto significativo» a Mahmoud Abbas, el presidente palestino, probablemente en forma de una liberación de presos. Ésta es la zanahoria necesaria para llevar a Abbas a las negociaciones de paz supervisadas por George Mitchell, el enviado especial estadounidense.

Y en segundo lugar, Netanyahu ha accedido a que Israel discuta los «asuntos clave» del conflicto (fronteras, Jerusalén y los refugiados palestinos) y garantice que las negociaciones son sustanciales en vez de formales, como él pretendía.

Estas concesiones (si es que Netanyahu las cumple) deberían ser suficientes para romper su coalición de extrema derecha, una perspectiva que ansía la Casa Blanca. El gobierno estadounidense quiere que Tzipi Livni, la dirigente de la oposición centrista, se una a Netanyahu en una nueva «coalición por la paz».

Si Netanyahu pudiera librarse de su aprieto, lo haría. Pero parece que su mejor baza (aprovecharse del poder del AIPAC y sus legiones en el Congreso [estadounidense] para respaldarlo en contra de la Casa Blanca) ha sido desarmada.

Unos comentarios del general David Petraeus, el jefe del comando central estadounidense, vinculaban la intransigencia israelí respecto a los palestinos con la propagación del odio que pone en peligro a los soldados estadounidenses en Oriente Medio. Esto deja a las hordas del AIPAC con pocas opciones salvo tragarse su orgullo y el de Netanyahu, no sea que sean acusados de lealtades dobles.

En palabras de Uri Avnery, un ex-legislador israelí: «Esto es sólo un cañonazo de advertencia, un disparo de advertencia lanzado desde un barco de guerra para inducir a otro buque a seguir sus instrucciones. La advertencia está clara».

Y la advertencia es que Netanyahu debe acudir a la mesa de negociaciones para ayudar a establecer un Estado palestino sean cuales sean las consecuencias que esto tenga para su coalición.

Pero sería insensato suponer que la crisis en relación a la construcción de colonias en Jerusalén Oriental indica que el gobierno de Obama planea ponerse de alguna manera más duro con Israel que sus predecesores en relación a este Estado palestino.

A diferencia de Netanyahu, puede que Tzipi Livni desee encontrar una solución al conflicto (o imponer una), pero sus términos estarían lejos de ser generosos. La Casa Blanca sabe que ella también es una ardiente defensora de las colonias en Jerusalén Oriental. Cuando la semana pasada rompió su silencio sobre la crisis fue para poner de relieve que «actuando de forma estúpida» al alimentar un disputa con Estados Unidos, Netanyahu había corrido el riesgo de «debilitar» el control de Israel sobre Jerusalén.

En cambio, hay indicios de que Barack Obama podría estar exactamente igual de dispuesto a complacer el consenso israelí sobre Jerusalén Oriental que el anterior gobierno Bush lo estaba a respaldar la postura de Israel acerca de mantener a la gran mayoría de los colonos de Cisjordania en sus casas en la tierra palestina ocupada.

Shimon Peres, el presidente israelí al que se es tan favorable en Washington, ha perfilado un «compromiso» para aplacar a los estadounidenses. Éste implicaría un acuerdo de paz en el cual Israel mantiene amplias franjas de Cisjordania ya colonizadas por judíos, mientras que a los palestinos se les daría derecho a los ghettos dejados atrás después de cuatro décadas de construcciones ilegales israelíes.

En su propio discurso ante el AIPAC, Hillary Clinton, la Secretaria de Estado estadounidense, insinuó que esta solución podría ser aceptable para su gobierno. Afirmó que la reciente condena estadounidense de la construcción de colonias no era «una opinión sobre el estatuto final de Jerusalén, que es una cuestión que tiene que acordarse en la mesa de negociación. De lo que se trata es de conseguir la mesa, de crear y proteger una atmósfera de confianza en torno a ella, y de permanecer sentados en ella hasta que finalmente se acabe el trabajo».

Habiendo perdido la paciencia con la afirmación sobre el Estado palestino que hizo Netanyahu con la boca chica, la Casa Blanca parece haber decidido finalmente que su credibilidad en Oriente Medio depende de arrastrar a Israel (pataleando y chillando, si fuera necesario) a la mesa de negociaciones.

Puede que Obama espere que el resultado de este proceso haga que los soldados estadounidenses estén más seguros en Iraq y que le fortalezca en su pulso con Irán. Pero sigue siendo dudoso que en realidad Estados Unidos se atreva a sacar a Israel las concesiones que se necesitan para crear la difusa entidad a la que se denomina un Estado palestino viable.

Jonathan Cook es un periodista y escritor que trabaja en Nazareth, Israel. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books)

Fuente: dissidentvoice.org/2010/03/the-jerusalem-compromise/