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El arte comprometido

Fuentes: Público

Los mismos días que el ejército israelí masacraba, una vez más, a la población palestina en Gaza que protestaba por esa decisión infame de inaugurar la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, la cantante israelí Netta Barzilai ganaba el premio de Eurovisión. Israel, casualmente, lo ganaba por cuarta vez. Ya sabemos que Israel, con la […]

Los mismos días que el ejército israelí masacraba, una vez más, a la población palestina en Gaza que protestaba por esa decisión infame de inaugurar la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, la cantante israelí Netta Barzilai ganaba el premio de Eurovisión. Israel, casualmente, lo ganaba por cuarta vez.

Ya sabemos que Israel, con la inestimable protección de EEUU, gobierna el mundo. Mejor dicho, lo esquilma y lo hunde en sucesivas guerras exterminadoras. Ya sabemos la pantomima que suponen esos concursos, sean nacionales, europeos o internacionales, donde las formaciones políticas mueven sus influencias para que sus «artistas» o «líderes» o «movimientos sociales» o «legislaciones» ganen premios y reconocimientos entre sus conmilitones y los cómplices y aliados de otros países.

También sabemos, es antiguo, dura ochenta años, que el Estado de Israel se fundó con la guerra y el expolio de los palestinos, que les ha tocado expiar los crímenes del nazismo, como si fuesen los culpables, con la anuencia de las grandes potencias «democráticas».

Por supuesto, se ha consentido que Israel siga participando en eventos, concursos, competiciones, deportes, etc. internacionales, como si se pudiera considerar un estado democrático. A ella no le han caído las sanciones que se aplicaron contra Sudáfrica por aplicar el apartheid. Tiene el poderoso apoyo del lobby judío internacional, de las grandes corporaciones multinacionales, infiltradas todas por el capital judío y el Mossad y de gobiernos «democráticos» en Europa. Por tanto, la cantante Netta iba a participar y a ganar sin que las fuerzas progresistas internacionales pudiéramos evitarlo.

Pero de eso a reírle las gracias media un abismo. Berna González Harbour, escribe un artículo en El País dedicado a alabar las virtudes de la cantante, que desconozco puesto que no veo nunca semejante concurso, y por tanto no puedo calibrar lo acertado o no de su crítica. Ni tampoco gastaría mi tiempo en discutir las cualidades de Netta si la periodista no pretendiera sentar cátedra de liberalidad y comprensión del arte, amén de un talante democrático puro, protestando porque el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones, «que propugna el aislamiento económico a Israel pidió su boicot». No hace falta que esa organización explique que la cantante había hecho la mili coincidiendo con la ofensiva militar israelí en Gaza de 2014. A estas fechas de la historia del mundo no hace falta explicar nada para justificar el llamamiento al boicot de todo lo que se produzca, se venda, se invierta y se actúe por Israel. Si se es una persona decente.

No me importa si Netta es una buena chica, una mejor cantante, una excelente actriz, ni si hizo el servicio militar obligada en su país y si además lo cumplió en la aparente inocente tarea de la banda de música. Lo evidente es que participa en el concurso en representación de Israel -me permito suponer que ya sabía que iba a ganarlo-, y que según palabras textuales de Berna, «supo alegrar, desafiar, convencer, dar un corte de magnas al horterismo y la ñoñería de casi todos los demás«. Y ganar. A mayor gloria de Israel, que para eso se presentaba.

No se conoce que esa artista hubiese hecho nunca manifestación alguna contra la política de su gobierno de exclusión, persecución, encarcelamiento y exterminio de la población palestina, tanto en Israel como en los territorios ocupados. Ni siquiera para apoyar las tímidas e inoperantes resoluciones de Naciones Unidas. No pertenece a ninguno de los esforzados grupos antisionistas que arriesgan su estabilidad y libertad criticando la política racista y excluyente del gobierno o de los que intentan construir un futuro en el que se reconozca al Estado palestino. A la joven Netta no le importa más que ganar el concurso con una canción de entretenimiento. Y a Berna le parece mal que la critiquen los que se dejan la piel por defender a los palestinos y salvar la paz en el mundo.

Con el mismo criterio, Berna se muestra indignada porque el movimiento feminista haya boicoteado a Woody Allen por las acusaciones de abuso por su hija adoptiva o a Roman Polanski por la violación de una menor. Y se pregunta, «¿importa la obra o importan las sospechas? ¿Importa la canción o, en este caso, su origen?»

Es evidente que lo que realmente importa es el genocidio que se está perpetrando por el gobierno de Israel contra los palestinos, si es que la señora González cree todavía en algún principio de libertad y justicia, y que la cantante Netta no es más que una cómplice, como tantos, de tal crimen.

Cuando el apartheid sudafricano se le impidió al país participar en las competiciones deportivas y artísticas, amen de las sanciones económicas, y todo el mundo civilizado estuvo de acuerdo. Entre el concierto de naciones democráticas no se alzaron voces para alabar el valor artístico de sus cantantes o futbolistas, eso quedó para los racistas. Porque la excusa del mérito de la obra o del equipo solo sirve a los nazis, los sionistas, los fascistas y los machistas para defender que se premien a los lacayos serviles de tales infames doctrinas.

Con ese mismo argumento, en España no se pueden quitar las estatuas de esclavistas como el Marqués de Comillas, ni las placas de las calles de escritores fascistas como José María Pemán, ni derribar el Valle de los Caídos -suponiendo que tenga algún mérito artístico- como se hizo con la Bastilla, ni perseguir a los violadores y maltratadores si son cineastas o deportistas famosos.

Pero como decía Picasso, «un cuadro no es un objeto para adornar la pared de un salón, sino un arma de ataque y defensa«. Nada está exento de compromiso, quienes así lo pretenden es que están comprometidos con las fuerzas reaccionarias. No hay acción ni obra humana que no sea producto de la ideología de su autor o autora. Los que niegan esta definición asegurando que el arte no tiene que insertarse en una u otra trinchera es porque defienden el mantenimiento del orden constituido.

Las fuerzas del imperialismo, con Estados Unidos e Israel al frente, pretenden seguir manteniendo la dominación del mundo, con las masacres de las guerras que han organizado en varios continentes, con la expropiación de las tierras a que han sometido a los indígenas latinoamericanos y australianos, a los saharauis, a los palestinos. Para ello también es útil la difusión de un arte y una cultura escapista, destinada únicamente al «entretenimiento» de la población, es decir a la desideologización de la ciudadanía, para que acepte mansamente convertirse en mantenedores o espectadores indiferentes de tales tragedias.

Con el desprestigio de la política en general y de la izquierda expresamente, se orquesta un discurso que diferencia especialmente lo «artístico» de lo «político», el valor superficial de la obra de su mensaje, y se asegura que el arte no tiene ideología. Ya se sabe que a la derecha le conviene convencer al pueblo de que ni la literatura ni la música ni el teatro ni la ciencia tienen un contenido que defiende o combate la justicia y la desigualdad. Así se suministra a los espectadores esos engendros de espectáculos destinados a embrutecerlos y a perder su sensibilidad humana.

Y esa cantante Netta, cumplió perfectamente su papel de intérprete de una música intrascendente, con una letra parece ser que tópicamente feminista -ya que está, de momento, en la cresta de la ola-, destinada a entretener y divertir al público, con el evidente propósito de ganar nuevamente el certamen para seguir prestigiando el infame régimen israelí.

Y eso, señora Berna González, es absolutamente criticable, haya sido original y divertida la representante israelí de Eurovisión. Porque de no aceptar esta crítica que hemos de realizar a las manifestaciones artísticas, acabaremos volviendo a alabar y reproducir las películas y documentales nazis de Leni Riefenstahl, las novelas de Celine, las obras de teatro de Pemán, la apología de la violación y el maltrato a las mujeres en las películas de Woody Allen o de Almodóvar, y otras lindezas semejantes, y ofreciéndolas a nuestros alumnos en las escuelas, para que aprendan cómo se puede ser nazi o fascista y maltratador de mujeres y a la vez un estupendo creador.

Y permitiremos que les salgan muchos discípulos, que al fin y al cabo es lo que quieren los nazis, los fascistas y los machistas.

Fuente original: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2018/05/21/el-arte-comprometido/