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El aventurerismo militar de Trump y sus implicaciones

Fuentes: Leftuniy

El ataque con armas químicas del gobierno de Asad el pasado 4 de abril contra la ciudad de Jan Sheijun, en manos de los rebeldes, donde murieron más de cien personas, demostró una vez más el carácter bárbaro de este régimen, responsable de innumerables muertes, de torturas sádicas y de la destrucción de buena parte […]

El ataque con armas químicas del gobierno de Asad el pasado 4 de abril contra la ciudad de Jan Sheijun, en manos de los rebeldes, donde murieron más de cien personas, demostró una vez más el carácter bárbaro de este régimen, responsable de innumerables muertes, de torturas sádicas y de la destrucción de buena parte del país. Claro que es improbable que la compasión con las víctimas de este nuevo ataque brutal de Asad fuera el principal motivo de Donald Trump cuando ordenó el ataque con misiles de crucero contra la base aérea siria cercana a Homs. Como era previsible, Trump decidió jugar la carta militar, tomando una iniciativa que podía contar de antemano con un amplio apoyo político en EE UU, después de semanas de hallarse a la defensiva y de sufrir sendos reveses en el terreno de la restricción de viajeros y del intento de anular el seguro médico de 25 millones de personas mediante la supresión del Obamacare.

No es probable que se trate de una iniciativa aislada. En efecto, la agresión militar será seguramente un rasgo importante y sumamente peligroso de la presidencia de Trump, que favorece masivamente las probabilidades de una guerra de envergadura. Cada una de las amenazas a China, Corea del Norte e Irán que blande el equipo de Trump corre el riesgo de acabar en un choque militar. Una serie de hechos recientes confirman las previsiones de un mayor militarismo estadounidense. Entre ellos hay que incluir el bombardeo de saturación de la ciudad iraquí de Mosul por parte de EE UU, donde murieron cientos de civiles en un ataque oficialmente destinado a los guerreros del Estado Islámico; el envío de 500 soldados estadounidenses más a Irak; la intervención más intensa en el norte de Siria y la incursión chapucera en Yemen que mató a docenas de civiles.

Pero el dato más simbólico es el aumento del presupuesto de defensa en nada menos que 54 000 millones de dólares -que incluirá una renovación total del arsenal nuclear de aquí a 2020- y, por supuesto, las amenazas a China, Irán y Corea del Norte. Entre estas cabe citar la estrambótica pretensión de expulsar a las tropas chinas de sus bases en las islas Spratly, en el mar del Sur de China, y las amenazas no muy veladas de emprender acciones militares contra las instalaciones nucleares de Corea del Norte. Todo esto en un contexto en que Trump ha dejado entrever su punto de vista de que las armas nucleares son armas «utilizables».

La asistencia social, la sanidad, la educación y otros capítulos de gasto público de EE UU van a sufrir fuertes recortes en aras a seguir reforzando y modernizando el exagerado arsenal estadounidense de 7 000 cabezas nucleares, suficientes para destruir varias veces el mundo entero, y poner en escena toda una panoplia de nuevas armas, desde los láseres mortales hasta el aumento del número de rifles de alta tecnología para el cuerpo de marines. Como explicó William D. Hartung en la revista Forbes, «para la industria militar, la victoria de Trump significa que vuelven las vacas gordas». Para ello se basa en un discurso que pronunció el ahora presidente antes de las elecciones, cuando propugnó aumentar el número de tropas en decenas de miles, una armada de 350 navíos, una fuerza aérea significativamente más numerosa, un programa antimisiles basado en el espacio -al estilo de la guerra de las galaxias de proporciones reaganescas- y la aceleración del programa de «modernización» del arsenal nuclear por importe de un billón de dólares preconizado por el Pentágono, lo que en conjunto podría sumar más de 900 000 millones de dólares al presupuesto militar durante la próxima década.

Trump perdió el voto popular en la elección presidencial del pasado mes de noviembre y ha desencadenado un torrente de hostilidad política en EE UU y a escala internacional. La respuesta lógica, que probablemente sea un tema recurrente en los próximos años, será una apuesta por reforzar el patriotismo nacionalista y el militarismo. Es la mejor manera de devolver la pelota a los Demócratas, que no manifestarán una oposición decidida al militarismo. A medida que los votantes de Trump se sientan engañados con respecto a las promesas de puestos de trabajo y prosperidad, la tentación de jugar la carta militar será irresistible y, casi con toda seguridad, duradera. La izquierda radical estadounidense afronta una lucha prolongada por reconstruir un movimiento antiguerra. Será una tarea difícil, pues el patriotismo y el apoyo al ejército están profundamente arraigados en la cultura de EE UU.

El militarismo no es una mera opción política o un tema complementario en el repertorio de Trump. Es un factor crucial de su intento de conquistar la hegemonía política y de construir un Estado más autoritario. Algunos comentaristas de izquierda dijeron durante la campaña de las elecciones presidenciales que Trump no se diferenciaba de Hillary Clinton en el aspecto militar, pues ella también es un «halcón» en este terreno, y tal vez peor que Trump; esta opinión exageró la aparente abertura de Trump hacia Putin y Rusia. En realidad, Trump representa un importante paso adelante en la tendencia, notable sobre todo desde 2001, hacia una mayor normalización de la violencia, especialmente la violencia racista, en la sociedad estadounidense.

El Pentágono gasta cada año hasta 10 millones de dólares en propaganda militar en acontecimientos deportivos y otros actos masivos. Las alabanzas al ejército de EE UU son el pan de cada día en las películas, los espectáculos de televisión y los videojuegos. La industria armamentística emplea a millones de personas y otros millones más dependen de ella. El militarismo y la violencia adquieren cada vez más carta de naturaleza en la sociedad estadounidense. Como dice Ulrich Beck, «las distinciones entre guerra y paz, ejército y policía, guerra y crimen, seguridad interior y exterior» han desaparecido en el Estado belicoso autoritario /1. La cultura de la pistola y el rifle, la violencia racista, el encarcelamiento masivo de las personas de raza negra, la represión rutinaria de las manifestaciones y la semimilitarización de la policía, la vigilancia masiva y la agresión exterior forman parte de un único proceso: la profundización de la tendencia a la creación de un Estado autoritario militarista. Trump es el vértice de la creciente cultura intolerante y autoritaria de la derecha estadounidense, decidida a acabar con la libertad de expresión, los derechos civiles, los derechos reproductivos de las mujeres y todos los vestigios de la justicia económica y la democracia.

La posibilidad de que se utilicen armas nucleares es ahora mayor que nunca desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Un choque militar con Corea del Norte encierra un peligro enorme. Incluso si ninguno de los dos bandos emplea armas nucleares, Corea del Norte tiene la capacidad de lanzar sobre Seúl y Tokio una lluvia de misiles no nucleares y 20 millones de personas surcoreanas viven dentro del radio de alcance de la artillería norcoreana. China no puede aceptar una Corea unificada bajo hegemonía estadounidense, que situaría al ejército de EE UU junto a la frontera china; esta posibilidad ya dio pie a la intervención de un millón de soldados chinos en la guerra de Corea a comienzos de la década de 1950. La lucha contra el militarismo y la guerra será un importante tema de preocupación de la izquierda internacional en el próximo periodo.

En su último año de vida, Martin Luther King comenzó a entrever los lazos existentes entre la guerra de Vietnam, el supremacismo blanco, el racismo y la pobreza masiva, como muestra la película I am not your negro. En otras palabras, comenzó a criticar el capitalismo estadounidense, lo que casi con toda certeza fue el motivo de su asesinato. La izquierda contemporánea también ha de destapar estos lazos, en particular mediante la intensificación de su acción frente a la amenaza nuclear. Para que esta actividad sea creíble y eficaz, la izquierda no debe limitarse a condenar la intervención por parte de EE UU y otras potencias occidentales, sino también la barbarie del régimen de Asad y los crímenes de guerra cometidos por la Rusia de Putin con los bombardeos contra civiles en Alepo y otros lugares.

 

Nota 

1/ The Silence of Words and Political Dynamics in the World Risk Society, Logos n.º 1.4., otoño de 2002.