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Presentación de los libros de Ramón Fernández Durán "El Antropoceno" y "La quiebra del capitalismo global: 2000-2030"

«El capital trata de apropiarse de los movimientos ecologistas razonables, para reconvertirlos en domesticados capitalismos verdes o formas de negocio con el agotamiento del planeta»

Fuentes: Rebelión

Intervención del autor el 5 de abril de 2011 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid


Conocí a Ramón hace pocos años, en la Universitat Internacional de la Pau en Sant Cugat del Vallès, donde fuimos invitados ambos a explicar nuestros puntos de vista. Enseguida congenié con él, en algunos largos y tranquilos paseos por los jardines y descubrí que no estábamos solos en intentar explicar al mundo que los combustibles fósiles son finitos.

Desde entonces, aunque nos hemos visto pocas veces, los encuentros han sido siempre muy gratificantes. Gran conversador, enormemente ilustrado, se ganó enseguida mi respeto y mi creciente admiración, a medida que lo iba conociendo y leyendo más.

Ramón es de las personas con cuya amistad uno se honra y se enriquece constantemente. Dignifica y eleva de categoría las instituciones en las que está y con las que colabora. He ido encontrando buenos rastros suyos donde quiera que me llamaron para dar charlas, conferencias o participar en seminarios. Ramón casi siempre ya había dejado su impronta. Cuando me preguntaban si le conocía, eso me permitía sacar pecho y enorgullecerme de la amistad que me ha concedido.

Con la lectura de sus libros, al escuchar sus comentarios, al leer sus anotaciones, uno es rápidamente consciente de la enorme facilidad que tiene para expresar ideas profundas. Lo hace de forma tan rigurosa, tan bien documentada que produce sana envidia en tipos caóticos como un servidor. Tener sus libros a mano es uno de los caminos para empezar a ordenarse las ideas en el mundo de una política y una ideología en consonancia con el mundo físico y las leyes de la termodinámica. En el de una economía digna y no pervertida, vinculada a las cosas físicas del mundo, a la ecología.

Nuestra afinidad llegó, más que por mi identificación con su enorme formación política e ideológica, con la que me siento muy cercano, por sus conocimientos profundos de los efectos que la llegada al cenit de la producción mundial de petróleo podría tener sobre la Humanidad, precisamente en los aspectos políticos, sociales o económicos en los que me hallaba enfrascado.

Ramón me ha dado y me sigue dando maestrales lecciones de coherencia, hoy tan escasa, entre las actitudes políticas y las ideas que se propugnan y el propio comportamiento personal.

Ramón ha hecho que los pregoneros de la llegada al cenit de la producción mundial de petróleo que conformamos ASPO no padezcamos de la soledad del corredor de fondo.

Ramón me ha dado y me sigue dando maestrales lecciones de coherencia, hoy tan escasa, entre las actitudes políticas y las ideas que se propugnan y el propio comportamiento personal.

Querría glosar aquí un poco el temario de sus dos últimos libros.

Este curioso título del Antropoceno nos habla de una nueva era geológica, todavía no incluida en el diccionario, que seguiría a las últimas del periodo Cuaternario. Así como el holoceno tiene la barrera de inicio en el fin de la última glaciación y viene a coincidir en lo esencial con los comienzos de las prácticas agrícolas y la domesticación de animales, el Antropoceno sería una Era definida por los cambios radicales hechos por el hombre en estos últimos doscientos años y sería la primera en la que no es el hombre el que encuentra su nicho en un clima adecuado, sino que empieza a ser capaz de provocar el cambio de clima (y muchas otras cosas) con su accionar.

Es un libro que nos habla de límites, un aspecto matemático que siempre se resiste a muchos. Hoy se comenta mucho que es imprescindible y necesario poner límites a los niños, porque contribuye a una mejor educación de los mismos.

Aquí suelo citar con frecuencia la frase del profesor emérito de la Universidad de Colorado, Al Bartlett: «la mayor carencia de la raza humana es nuestra falta de habilidad para entender la función exponencial».

Que haya que soltar hoy algo tan obvio es una evidente muestra de que una buena cantidad de adultos no tienen claros ellos mismos, los límites del mundo físico o de una moral.

Erasmo de Rotterdam decía en su Elogio de la locura, que algunos traducen como elogio de la necedad: «De esta manera, nunca alabaré bastante al gallo de Luciano, el cual, habiéndose transformado primero en filósofo, bajo la figura de Pitágoras, y luego sucesivamente en hombre, en mujer, en rey, en simple particular, en pez, en caballo, en rana y creo que hasta en esponja, juzgó que no había animal más desdichado que el hombre, porque todos los animales se contienen dentro de su condición, y sólo el hombre intenta franquear la que le ha impuesto la Naturaleza«.

Para que podamos hacernos una idea de lo difícil que resulta al hombre moderno conocer los límites o fijárselos o auto imponérselos, basta recordar que la mitología romana decía que Hércules había colocado dos grandes columnas a ambos lados del Estrecho de Gibraltar, con la leyenda «Non Terrae Plus Ultra«, aviso a navegantes sobre la infinitud insondable del mar y el límite hasta el que uno podía llegar.

Bastaron dos generaciones desde la llegada a América de Cristóbal Colón y a Carlos V se le cayeron rápidamente de las columnas que había en el escudo de la bandera las palabras «Non Terrae«, como invitación a seguir en la búsqueda frenética de un Plus Ultra, un más allá.

Lo curioso, es que casi en paralelo, la rapidez humana concluyó la primera circunnavegación del mundo, empezada con Magallanes en 1519 y concluida por Juan Sebastián Elcano en 1522. Con este hecho, volvía a haber pruebas empíricas de que el mundo era una esfera, pero eso no ha impedido que sigamos teniendo grabado en el escudo y en el cerebro la idea de seguir yendo al más allá. Hasta la mitología estadounidense de los siglos XVIII y XIX seguía empecinada en el «Go West» como símbolo de la expansión posible sin límites, que pervive en la mitología del Western.

Es enormemente curioso que se atribuya la creación del símbolo del dinero por excelencia (el dólar) a una esquematización de las columnas de Hércules, que intentaban marcar límites, cuando lo que caracteriza al capital es su ansia por eludirlos.

Los seres vivos tenemos la funesta costumbre de reproducirnos con un patrón exponencial. Este patrón colocado sobre la bidimensional biosfera termina produciendo inexorablemente un conflicto de escasez de recursos para la especie más exitosa. Ya Malthus nos contó otro desagradable cuento entre crecimiento aritmético de los recursos y exponencial de la población.

Los anteriores conflictos, cuando nuestra especie estaba limitada a pocos millones de individuos, se resolvían de formas ampliamente conocidas: lucha entre tribus, agotamiento del recurso en un entorno definido y limitado, cuasi-extinción y vuelta a empezar, como sucedió en la isla de Pascua y previsiblemente en bastantes otros sitios o con el clásico «Plus Ultra» o «go West», yéndose a colonizar otras regiones con recursos, todavía vírgenes.

Lotka-Volterra incluso llegaron a imaginar las secuencias cíclicas de estos conflictos de subida y bajada de poblaciones de presas y predadores en entornos limitados. Hoy, el mundo empieza a ser el límite.

El homo sapiens-sapiens ha vivido así, en esta aparente lucha sin cuartel, más de dos millones de años sobre la biosfera, esa capa de dos dimensiones sobre la que crece la materia viva que realimenta a los seres vivos. Y digo aparente lucha, porque aún pareciendo cruenta, no había producido apreciables extinciones de especies vegetales o animales en los entornos que habitaba y su misma especie ha podido sobrevivir a todas las inclemencias en este largo periodo.

Fue en el Reino Unido, una isla con claros límites, y con el advenimiento del maquinismo, cuando el hombre comienza a explotar, en uno de los agotamientos clásicos de los recursos, forestales en este caso, de la bidimensional biosfera y por primera vez comienza a atacar la litosfera, la tercera dimensión, en busca de energía, de forma masiva; y encuentra y explota el carbón. Al que luego sigue el petróleo, el gas y finalmente, el uranio. Con ese botín accesible de energía solar concentrada, que había tardado millones de años en acumularse en el seno de la tierra, es cuando comienza el ciclo verdaderamente expansivo y dañino para la biosfera y los seres que viven en ella y sobre ella. Si la energía es la capacidad de realizar trabajo. Hoy consumimos 12.000 millones de toneladas de petróleo. Según Vaclav Smil, a finales de 1890 cuando la biomasa cayó por debajo del 50% del consumo mundial de energía primaria, estábamos consumiendo energía a un ritmo veinte veces inferior al actual. Y eso que hoy se consume más de dos veces más biomasa que entonces, para cubrir apenas el 10% de las necesidades energéticas globales.

Esto permite mantener hoy, con desigual calidad, a cerca de 7.000 millones de personas, en niveles que oscilan entre 100 veces más de consumo que las necesidades metabólicas, como el caso de los norteamericanos y unas 50 veces en el caso de los europeos, en promedio. Y esto, confesémoslo, no es ni medianamente sostenible.

Las diferencias de niveles de vida y consumo quedan patentes al observar la identidad que existe entre consumo de energía primaria y el PIB de los países o regiones a analizar. Se cumple aquí el principio de Pareto, por el cual el 20% de la sociedad mundial opulenta consume el 80% de los recursos y el 80% restante de la población debe conformarse con consumir el 20% restante de los recursos. El capital se acumula de forma muy similar y desigual a la utilización de los recursos energéticos. Si hubiese que pensar en equilibrar los consumos al nivel europeo, tendríamos que pensar de dónde sacar para consumir 2,5 veces la energía que hoy consumimos. Si quisiéramos hacer partícipes a todos del insostenible American Way of Life, deberíamos multiplicar el consumo actual de energía por 5. Y aquí es dónde queda meridianamente claro que el capitalismo ha tocado techo, donde se cumple la máxima de Joselito el Gallo, cuando decía que «lo que no pue sé, no pue sé y además es imposible».

La tarea de Ramón en este libro, es la siempre incómoda, ardua y desagradecida tarea del profeta, que vestido de saco que se ve en la obligación de decirnos que hasta aquí hemos llegado. No va más. Rien ne va plus. Non Plus Ultra. No más Go West. Estamos perforando a 6.000 metros en busca de los últimos resquicios de energía y ya nos cuesta cada vez más sacar la misma o menos cantidad de energía. La energía neta disponible para la sociedad no hace más que disminuir.

Pues bien, hemos llegado al fondo de la tercera dimensión y hay quien cree que todavía podremos seguir creciendo por la cuarta dimensión; al común de las gentes le gusta ensoñar que ya inventarán algo.

Llevamos varias décadas en las que sin saberlo (sin quererlo saber ni oír) tenemos menos energía primaria per capita porque la población, multiplicada por el consumo promedio per capita aumenta más rápido que el aumento de producción de energía.

Llevamos varios años en que tampoco queremos ver o saber que descubrimos menos cantidad de energía cada año que la que quemamos; del orden de entre 4 y 6 veces menos en petróleo. Esto es, estamos empeñando las joyas energéticas de la abuela. Todo ello, a pesar de que gastamos mucha energía para descubrir cada vez menos yacimientos energéticos. Y ahora el escenario, no es una isla, una zona, una región, un país o un continente del que se pueda escapar en busca de nuevos horizontes, un Plus Ultra, un Go West. Ahora el escenario es el mundo.

Para entender este problema, baste con citar el reciente llamamiento desesperado del alcalde de la ciudad de Koriyama en la prefectura o distrito de Fukushima, estos días tan de triste actualidad: «Lo que ahora necesitamos con urgencia es combustible, petróleo, agua y alimentos. Más que cualquier otra cosa, necesitamos combustible, porque sin él no podemos hacer nada. No podemos calentarnos o hacer funcionar a las bombas«.

Se ha tenido que llegar a esta situación para darse cuenta de que la energía, aunque se compre y venda como un bien de consumo más, no es un solo eso. La energía es la capacidad de realizar trabajo, el requisito previo e imprescindible para que se puedan producir todos los demás bienes y realizar todos los servicios.

Para colmo de males, la afluencia de energía ha posibilitado también el efecto realimentado de un capital financiero que ha acelerado hasta extremos inconcebibles en sociedades preindustriales, la transformación de la naturaleza y el agotamiento de sus recursos más valiosos. El dinero, que ha complementado enormemente la fluidez de los intercambios y ha permitido acumulaciones que la física de la materia hubiese hecho imposibles para vulgares individuos, ha sido la gota que ha colmado el vaso de nuestra fe en que el crecimiento podía ser infinito y la acumulación de riqueza, también. Todavía bancos e inversores persiguen estas entelequias de crecimientos sostenidos de dos dígitos.

En su libro «La quiebra del capitalismo global: 2000-2030» Ramón expone con crudeza más razones energéticas para explicar lo que de otra forma viene a explicar Richard C. Duncan en su famosa teoría de Olduvai. En ella, este ingeniero de sistemas energéticos define a la civilización industrial como un pulso energético, que curiosamente dura unos 100 años y cuyos límites anterior y posterior establece aproximadamente entre 1930 y el años 2030, teniendo más o menos como cumbre de la disponibilidad energética el fin de siglo pasado. Considera Duncan el arranque de la civilización industrial en un nivel 30 respecto de su consumo máximo de 100 a finales del siglo XX, principios del siglo XXI y el fin de la misma, en el momento en que la sociedad mundial vuelve a un nivel energético similar al de 1930, pero con los recursos más agotados y la población mundial enormemente multiplicada.

Ramón analiza, desde incierta la meseta ondulante que ha sido esta primera década del siglo XXI, el abismo que tenemos por delante; Desde esta meseta donde empezamos a constatar que sin más energía a cada año que pasaba, el crecimiento económico ya no sería posible; la caída por la pendiente de la segunda mitad de la Era del Petróleo, la de la energía de peor calidad; el momento en que se verifica energéticamente, que nunca segundas partes fueron buenas.

Nos habla Ramón de la caída por la pendiente de la mandíbula inferior de la producción mundial fósil de ese terrible cocodrilo global, cuyas amenazantes fauces no va a poder resolver el palito de Tarzán de las energías renovables, por muy bien que se logre interponerlo.

Y denuncia de forma clarividente las maniobras del capital por apropiarse de los movimientos ecologistas razonables, para reconvertirlos en domesticados capitalismos verdes o formas de hacer negocio con el agotamiento del planeta; la venta de humo o la obsesión por fijarse en los efectos de las emisiones, para no tener que afrontar las causas y las raíces de un sistema podrido que exige siempre más madera, en remedo de los hermanos Marx. Espejo patético de esta impotencia de un sistema caduco sería, por ejemplo, un presidente de gobierno implorando ahorro energético a sus ciudadanos entre dos pausas publicitarias de 15 minutos, cuajadas de anuncios invitando a consumir hasta morir.

Ramón juega aquí un papel fundamental; nos advierte de que las modernas Babilonia o Sodoma y Gomorra llegan a su fin. Y no lo hace como los antiguos profetas, vistiéndose de saco, arrojando ceniza sobre sus cabezas, pero sí ha salido a la calle a decir que el capitalismo y su insaciable sed, están llegando a término. Y esto no gusta en absoluto, ni a los habitantes de Babilonia, ni a los de Sodoma, ni ahora a los alegres protagonistas del botellón de consumir hasta morir. Es un mensaje molesto, a contracorriente de una sociedad hedonista. Pero lo hace con datos precisos y describiendo hechos. Lo hace analizando los recursos disponibles, observando el creciente divorcio entre el dinero y el mundo físico para el que se había pensado como su elaborada forma de representación y equivalencia. Lo hace echando cuentas, vamos.

Y sobre todo, con un criterio político y un fondo social incontestable. Si a alguien le gustan los libros de terror, debería leer a este Allan Poe describiendo la realidad industrial y capitalista. En un mundo que parece necesitar de emociones virtuales con monstruos de tipo Alien o Predator o pirañas horrorosas y demás aluviones de ficción de Hollywood sobre Apocalipsis varios de alienígenas invasores, mundos agrietados o de cambios climáticos espantosos, es paradójico que no queramos asumir este drama de la vida real, que Ramón nos pone delante de las narices.

Querido y admirado Ramón: gracias por avisar de lo que se nos viene encima, que no es poco. Por lo que te conozco, sé que eres de los que enfrentan los problemas más graves con mucha serenidad; eres de los que seguramente no pedirían una venda si fuesen a ser ejecutados, para intentar entender, mirando de frente a los ojos a la parca, por qué las cosas son como son. Eres de los que son capaces de asomarse al abismo sin vértigo alguno, cuando la estupidez capitalista nos empuja sin remedio a él, para al menos evaluar si hay escape alguno, por remoto que sea.

Un fuerte abrazo y que seas un gran profeta en tu tierra, esta nuestra tierra.

Ver vídeos de la presentación: http://www.ecologistasenaccion.org/article20386.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.