Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Componen todo un shish kebab de monarquías hereditarias, emiratos y teocracias absolutas. La mayoría se asienta sobre océanos de petróleo (el 45% de las reservas mundiales). Son adictas al glamour y oropeles de Occidente, desde Londres a Montecarlo, de las delicatessen de París a las exquisiteces armamentísticas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Detestan la democracia tanto como la pobreza. Algunos se sentirían felices de derrocar a su propio pueblo, como de hecho hacen. Y consideran al Irán chií peor que al anti-Cristo.
Bienvenidos al Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) que en 1981 formaron los mandamases de Arabia Saudí junto con los de Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar, Kuwait, Bahrein y Omán. Una denominación más ajustada sería la de Consejo, o club, Contrarrevolucionario del Golfo; un club del Golfo para acabar con todos los del Golfo. En lo que al CCG se refiere, la gran revuelta árabe de 2011 triunfará sobre sus (ricos) cadáveres.
¿Cómo pueden sentirse tan seguros? Pueden derrocarse dinastías republicanas como las de Túnez o Egipto; puede bombardearse Libia hasta devolverla a la Edad de Piedra; puede amenazarse a Siria. Pero nada le sucederá al CCG porque el ilustrado Occidente -que no Alá- es su guardián supremo.
Bienvenidos los nuevos miembros
Resulta instructivo señalar que los más de 3.000 bombardeos contra Libia, desde que la OTAN se apoderó de la guerra el 31 de marzo, los han llevado a cabo monarquías (Gran Bretaña, Dinamarca, Holanda, Noruega, Qatar y los EAU), además de la Francia republicana, y antes de todos ellos, vía AFRICOM, Estados Unidos.
Sólo unas pocas horas antes de que el presidente estadounidense Barack Obama y el primer ministro británico David Cameron disfrutaran esta semana de una amistosa barbacoa, la OTAN achicharraba a 19 civiles libios, a la vez que tostaba ligeramente, como mínimo, a otros 130. Y el CCG aplaudía alegremente.
La Unión Europea (UE) y el CCG han emitido una declaración conjunta para que el coronel Gadafi se vaya, aunque no antes de traspasar el poder al Consejo Nacional Transitorio libio, que mira por donde está financiado y armado exactamente por la OTAN y el CCG.
Ahora el CCG ha declarado que le encantaría la idea de que Jordania se integrara en el club, y lo mismo respecto a Marruecos. En cuanto al Yemen -que lleva ansiando convertirse en miembro desde 1999-, olvídenlo; no es una monarquía y encima, por si fuera poco, es totalmente «inestable» con todo ese ingobernable pueblo que no para de protestar. Supuestamente, lo mejor que puede hacer el CCG es «mediar» en lo que es, en realidad, un cambio régimen que cuenta con el total apoyo de EEUU y la UE.
Aparte del diminuto Omán, cuyo Sultán Qabus es seguidor de la escuela Ibadi, todos los miembros del CCG son sunníes de núcleo duro. Y cuentan con un montón de «asesores» jordanos incrustados en la maquinaria represora saudí-bahreiní.
Jordania y Marruecos tienen posibilidades de convertirse en miembros del CCG no sólo porque ser monarquías, también porque casi todos ellos odian a Irán más como a la peste (incluso aunque no estén exactamente localizados en el Golfo Pérsico).
El rey playstation de Jordania, perdón, Abdullah II, inventó el turbio concepto de «creciente chií» allá por 2004, una conspiración por la cual los chiíes de Irán, Iraq, Líbano y Siria se apoderarían violentamente del Oriente Medio. El rey de Marruecos, Muhammad VI, cortó, por su parte, relaciones diplomáticas con Teherán en 2009.
El momento culminante de gloria contrarrevolucionaria del CCG, hasta ahora, se produjo dos días después de que el secretario de defensa de EEUU Robert Gates se fuera de Bahrein, cuando Arabia Saudí, con una contribución menor de los EAU, invadió Bahrein en apoyo de sus primos, la dinastía sunní de los al-Jalifa, contra la abrumadora mayoría de la pacífica población bahreiní manifestándose en la Rotonda de la Perla. Sucede que el secretario general del CCG, Abdulatif al-Zayani, es un bahreiní alineado con los al-Jalifa.
Pero no hubo sanciones ni de EEUU ni de las Naciones Unidas ni de la Unión Europea, y mucho menos toda una parranda de bombardeos para «celebrar» esa invasión. En vez de eso, a principios de semana, los ministros de exteriores de la UE aplaudieron más sanciones contra Bielorusia, Irán, Libia y Siria. No por casualidad todos ellos han sido objetivos de Washington para un cambio de régimen desde la época de los neocon.
Déjanos jugar en tu patio
La OTAN neocolonial y el monárquico/teocrático CCG forman una pareja made en el cielo de los contratistas de armas. El CCG va a incorporarse al sistema de escudo de misiles global de EEUU. Muy pronto este país firmará con Arabia Saudí un jugoso acuerdo armamentístico por valor de 60.000 millones de dólares, el mayor en la historia estadounidense.
Como buenos profesionales idólatras de Occidente que son, los miembros del CCG quieren también divertirse y formar parte de la verdadera acción post-moderna: la guerra neocolonial. Después de todo, podríamos identificar a la misma OTAN con un ejército neocolonial de mercenarios profesionales listo para intervenir en cualquier lugar desde Asia Central al Norte de África.
Cojamos el caso de Qatar. Qatar fue el primer país en reconocer a esa pandilla no muy de fiar conformada por los «rebeldes» libios; el primer miembro del CCG en suministrarle a la OTAN aviones franceses de combate Mirage y Globemaster C-17 estadounidenses; quien montó el satélite de TV Ahrar para el Consejo Transitorio, colmándoles de lanzadores de misiles MILAN y, lo más importante de todo, quien empezó de inmediato a «supervisar» las exportaciones de petróleo desde Cirenaica.
La recompensa era inevitable; el 14 de abril, Obama recibió al emir de Qatar, el Sheij Hamad bin Jalifa al-Thani, en la Casa Blanca, elogiándole generosamente por su «liderazgo» a la hora de promover la «democracia en Oriente Medio», en referencia al papel de Qatar en Libia.
En cuanto a Salman al-Jalifa, el príncipe heredero de Bahrein, el 19 de mayo posó todo resplandeciente en los escalones del 10 de Downing Street en Londres con el primer ministro Cameron, demostrando que masacrar civiles, manifestantes desarmados y dando luz verde para que la Casa de los Saud invadiera su país era, sin duda, bueno para los negocios.
Pero nadie supera a los EAU en el reino de los juguetes letales. El presidente Nicolas Sarkozy abrió la primera base militar francesa en Oriente Medio en Abu Dhabi. Los EAU han enviado aviones de combate a la OTAN en Libia. Son una «nación proveedora de tropas» para la OTAN en Afganistán. Y serán los primeros del CCG y de una nación árabe en enviar un embajador ante la sede de la OTAN en Bruselas.
Junto con Qatar, Kuwait y Bahrein, los EAU son miembros de la miríada de «asociaciones» de la OTAN: la asociación militar de la Iniciativa de Cooperación de Estambul. Es decir: la OTAN invadiendo el Golfo Pérsico, posicionándose para lanzar un buen infierno contra Irán.
Y no debemos olvidarnos de la Ciudad Militar Zayed, un apartado campo de entrenamiento en el desierto para un ejército secreto de mercenarios, listo para desplegarse no sólo en los EAU sino por todo el Oriente Medio y Norte de África.
¡Arrancadles la cabeza!
Explotar el ardiente deseo del CCG de subcontratar mercenarios, ese es el último chanchullo, de alto valor añadido, de Eric Prince, ex SEALS de la Marina y ex jefe supremo de Blackwater (en 2009, Blackwater se rebautizó como Xe Services).
Fue en Abu Dhabi donde Prince -mediante una empresa mixta denominada Reflex Responses- firmó un primer contrato por valor de 529 millones de dólares el 13 de julio de 2010, ofreciendo sus servicios al Sheij «progresista» Mohamed bin Zayed al-Nahyan. La idea fue de Zayed.
Puede que el New York Times disfrutara mucho describiendo, en un artículo del 14 de mayo, cómo unos colombianos entraron en los EAU haciéndose pasar por trabajadores de la construcción, con visados especiales sellados por la rama de la inteligencia militar de los EAU para que pudieran pasar sin preguntas por los servicios de aduanas e inmigración. Así es, Prince quiere batallones de mercenarios colombianos y de Centroamérica; no quiere reclutar musulmanes para que maten a sus propios primos y tengan que enfrentarse a unidades que funcionan mal.
Por lo menos el periódico señalaba que Prince «confiaba en construir un imperio en el desierto, lejos de abogados litigantes, investigadores del Congreso y funcionarios del Departamento de Justicia» empeñados en hacer preguntas complicadas sobre el tema.
La agenda del ejército de mercenarios contiene todo aquello que uno necesita saber: que tendrán que implicarse en operaciones especiales dentro y fuera de los EAU; en «combates urbanos»; en «obtener material radioactivo y nuclear»; en «misiones humanitarias» (¿); en defender oleoductos y relucientes torres de cristal de «ataques terroristas»; y, lo más importante de todo, en «operaciones para controlar a las masas», en las que la muchedumbre «no tiene armas de fuego pero plantean riesgos porque pueden utilizar armas improvisadas [palos y piedras]».
Ahí está, explicado con todo detalle: represión interna por todo el Golfo Pérsico, así como contra los extendidos campos de trabajos forzados que albergan a decenas de miles de trabajadores del sur de Asia; o en el caso de que ocurriera que los ciudadanos de los EAU se llegaran a contagiar de la fiebre por la democracia de Bahrein. La excusa para todas estas operaciones no podía ser menos original: el hombre del saco iraní, o la «agresión».
Prince había querido siempre que Blackwater se convirtiera en un ejército mercenario a desplegar en cualquier lugar de África, Asia y Oriente Medio. Incluso quería que la CIA lo utilizara para sus operaciones globales especiales antes de que la CIA decidiera acudir, como método mucho más rentable, a sus aviones no tripulados. Ahora Prince tiene un jeque fan del Pentágono que está a favor de bombardear Irán y dispuesto a financiar la misión.
El primer batallón se jacta de contar con 580 mercenarios. Los hombres de Zayed han prometido que si se les pone a prueba en una «misión en el mundo real», el Emirato le pagará a Prince toda una brigada de varios miles de hombres, por un valor de miles de millones de dólares. Prince podría entonces cumplir su sueño de un complejo de entrenamiento de mercenarios en el desierto siguiendo el modelo del recinto de Blackwater en Moyock, Carolina del Norte.
Por tanto, témanse otro escenario tipo «Casa de los Saud en Bahrein». También un ejército mercenario matando a palos a pakistaníes, nepalíes, bangladeshíes y filipinos que deseen mejores condiciones de trabajo en los EAU.
O espérense toda una serie de operaciones especiales encubiertas en Egipto y Túnez a fin de asegurar que sus próximos gobiernos se alineen con EEUU y la UE. O cuenten con botas sobre el terreno en Libia para «proporcionar ayuda humanitaria a los civiles» (perdón, eso fue hace dos meses; hasta Obama dice ya que se trataba de un cambio de régimen).
Aún así, todas esas «instalaciones petrolíferas» libias deben estar en las manos seguras de las multinacionales estadounidenses y de la UE (y no en las rusas, indias y chinas). Aún así, hay que «neutralizar» el círculo íntimo de Gadafi. Y aún así, hay que mantener sometida a Libia, de acuerdo con los antiguos principios imperiales de divide y vencerás.
Por tanto, cuando las cosas se pongan difíciles, ¿a quién van a llamar? Sin duda, a las «soluciones innovadoras» de Xe Services, presentadas ante Vds. por el Jeque Zayed. No es de extrañar que el club del CCG sea la comidilla de la ciudad (contrarrevolucionaria).
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge«. Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/