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El activista Manu Pineda relata su experiencia durante las masacres en la Franja en un acto de EUPV-IU

El día a día bajo las bombas en Gaza

Fuentes: Rebelión

El 16 de noviembre informaba el Canal Hispan TV que un ciudadano palestino había perdido la vida a causa de los disparos de militares israelíes en el este de Jan Yunes (Sur de la Franja de Gaza). Le dispararon, según estas informaciones, «simplemente por acercarse a la frontera». La noticia apenas apareció en los medios […]

El 16 de noviembre informaba el Canal Hispan TV que un ciudadano palestino había perdido la vida a causa de los disparos de militares israelíes en el este de Jan Yunes (Sur de la Franja de Gaza). Le dispararon, según estas informaciones, «simplemente por acercarse a la frontera». La noticia apenas apareció en los medios de comunicación. Sí se informó por el contrario, y de manera profusa, de los cuatro israelíes muertos el 18 de noviembre en una sinagoga (los dos atacantes palestinos fueron de inmediato abatidos por la policía). Poco ha trascendido, sin embargo, que 6 colonos israelíes lincharon y ahorcaron con su corbata a un conductor palestino de 32 años, en Jerusalén (la versión oficial apuntó a un suicidio). Todo son noticias recientes, pero con un tratamiento desigual.

«Eso es el llamado conflicto Israel-Palestina; matar a un palestino es absolutamente gratuito, pero si el que muere es un israelí resulta un drama, porque a los palestinos se les considera ‘terroristas'», ha afirmado en un acto organizado por la Fundació d’Estudis Polítics de EUPV-IU, Manu Pineda, activista de la asociación Unadikum y presente sobre el terreno en las dos últimas masacres perpetradas por el ejército de Israel en Gaza. Su relato es vívido y apasionado, el de una persona que se expresa con la praxis: «Cuando hay una gran ‘operación’ en marcha (la última, «Margen Protector», en julio de 2014, acabó con 2.200 palestinos muertos, más de 11.000 heridos y 529.000 personas forzadas a abandonar sus casas), cada tres minutos te cae una bomba cerca; pero cuando no, bombardean unas cuantas veces a la semana; en Gaza uno se acostumbra a ver niños muertos, pero cuando empieza la ‘operación’ ve diez niños asesinados cada media hora, con las morgues colapsadas y sin sitio en las neveras».

La primera de las escabechinas recientes («Pilar Defensivo», en noviembre de 2012) demuestra crudamente los intereses que subyacen a las bombas. Se buscó una coyuntura posterior a los comicios en Estados Unidos (6 de noviembre de 2012), para que no coincidieran con la campaña electoral, pero anterior a las elecciones anticipadas del 22 de enero en Israel, pues Netanyahu necesitaba los ataques para superar sus dificultades políticas. «En ese periodo -entre noviembre y enero- tenía que haber un ataque sobre Gaza», resume Manu Pineda. Y se eligió el 14 de noviembre de 2012. La segunda gran degollina (julio de 2014) tiene sus antecedentes en el largo enfrentamiento fratricida que sostuvieron Fatah y Hamás durante 8 años. Finalmente las dos organizaciones forjaron un gobierno de unidad, que Israel anunció iba a liquidar. «Y cuando Israel dice esto, acota Manu Pineda, no hace diseños muy elaborados; significa que va a bombardear masivamente». «La agresión que lleva a cabo cada día del año, entonces se multiplica», añade.

El guión se desarrolló según las previsiones. Desparecieron tres colonos en Hebrón e Israel afirmó inmediatamente que los había secuestrado Hamas. «Aunque no tenía pruebas de nada, tampoco las necesitaba», apunta el activista de Unadikum. A partir de ese momento, «empezó a hablarse abiertamente de la ‘caza del árabe’; con detenciones masivas (en pocos días, 800 secuestrados), hogares destruidos, asesinatos en las manifestaciones y con todo el que oliera a resistencia, muerto o encarcelado». Un tercio de los diputados electos palestinos ha pasado alguna vez por las prisiones de Israel. A los 18 días aparecieron muertos los tres jóvenes colonos. No importa si el motivo fuera un ajuste de cuentas o cualquier otro, pues el libreto estaba ya escrito. «Se incrementa entonces la ‘caza del árabe’ y los linchamientos». Sobre todo, «se les quitó el bozal a los colonos israelíes, que van armados hasta los dientes y actúan con los palestinos como los paramilitares en cualquier otro lugar del mundo; los colonos trabajan en colaboración con el ejército israelí de ocupación».

El siguiente episodio fue el secuestro de un joven palestino de 16 años, Mohamed Abu Judair, a quien se torturó sádicamente. Antes de morir, además, le hicieron beber varios litros de gasolina y se le quemó vivo. Según Manu Pineda, «así actúa lo que nuestros gobernantes llaman la única democracia de Oriente Medio». El pueblo palestino respondió con cohetes («¿los queréis llamar ‘terroristas’? Yo los llamo ‘resistentes heroicos'»). Y se completan las previsiones del guión: se organiza una ‘operación’ para combatir el ‘terrorismo’ con el objetivo de abrir una brecha entre Fatah y Hamas. En Occidente se considera a Fatah como la facción moderada del pueblo palestino, la más dialogante, centrada y con la que pueden alcanzarse acuerdos. Se entiende que Hamas es, por el contrario, una resistencia de base religiosa y que recurre a la lucha armada.

Pero Manu Pineda opina que estas distinciones de trazo grueso son un lugar común: «Hamas tiene brazo armado, como lo tiene Fatah (aunque en estado de hibernación), lo tiene la Yihad islámica y también el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (las dos, organizaciones marxistas)». ¿Por qué razón se dibuja este tópico? «Para que parezca que todos son unos bárbaros, ‘barbudos’ y con muy mala pinta, se habla sólo de Hamas», responde el activista.

Comenzó la Operación «Margen Protector», la barbarie y las matanzas masivas. A los tres días de comenzar los bombardeos sobre la Franja, Israel advirtió a la dirección del Hospital Al Wafa que era objetivo militar, y que se procediera a la evacuación. Manu Pineda vivió muy de cerca los hechos. «Dijeron eso y lanzaron nueve misiles; en la zona geriátrica, que estaba vacía;  destrozaron parcialmente el edificio». La gerencia del hospital contactó con cinco activistas internacionales -entre ellos Manu Pineda- y tres mujeres con pasaporte inglés, francés y australiano. La dirección pretendía que los activistas hablaran con sus respectivos gobiernos para que presionaran a Israel, de modo que renunciara a los bombardeos. Hicieron las gestiones con embajadas y consulados. Además, los internacionalistas advirtieron en rueda de prensa que entrarían en el hospital como «escudos humanos». «Avisamos a Israel que si atacaba el hospital, iban también a matar a ciudadanos ‘blancos’, ‘europeos’ y del ‘primer mundo'».

Los ocho internacionalistas hicieron turnos en el hospital. A la novena noche, recibieron una nueva llamada. El ataque iba a ser inminente. Cuando se produjo el primer aviso, se evacuó a los 33 enfermos que se encontraban en mejores condiciones (aunque con un grave deterioro físico). El hospital habló con Cruz Roja para que mediara ante Israel. Ésta fue la respuesta: «La Cruz Roja dijo que no iba a hacer ninguna gestión, que Israel había avisado con suficiente tiempo, y que si no habíamos evacuado a los enfermos la responsabilidad era nuestra», según Manu Pineda. Caían las bombas sobre el hospital.

Al final, «tuvimos que bajar a 17 enfermos (prácticamente comatosos) de muy mala manera, entre el humo y los escombros, desenganchándolos de las máquinas de oxígeno y de los tubos». Una situación trágica, un momento límite. «O lo hacíamos así, o los enfermos morían en medio de las bombas». «Los envolvimos en sábanas y los llevamos a la planta baja; una vez amontonadas allí de mala manera, los metimos en dos ambulancias y nos los llevamos a otro hospital». Seguían los cruentos bombardeos. Continuaba muriendo la gente en Gaza.

No había un centímetro seguro sobre la Franja. Como en una «ratonera», los pasos permanecían cerrados y no había lugar donde esconderse. Uno de los pocos espacios donde buscar cobijo eran los colegios de la UNRWA (agencia de Naciones Unidas para los refugiados). Las aulas se abren cada vez que hay «operaciones» de bombardeo. Los números, aunque fríos, producen espanto. Si 529.000 personas tuvieron que huir de sus casas, en las 85 escuelas-refugio bajo bandera de la ONU entraron 300.000 personas. Además, en unas condiciones higiénicas lamentables y con riesgo de epidemia. Manu Pineda insiste a la hora de contar lo que pasó que su testimonio es de primera mano. Lo vio con sus ojos: «Israel bombardeó los colegios con los refugiados dentro; allí había mujeres y niños, que acabaron con los cuerpos destrozados». Naciones Unidas no protestó por ello.

«Todo esto lo hace Israel gracias al apoyo de la ‘comunidad internacional’. «Nuestros gobiernos son cómplices de estos crímenes», asegura Pineda. En el periodo 2008-2013 el estado español ha autorizado la venta de armas a Israel por valor de 31 millones de euros. Según el periódico Der Spiegel, Alemania ha exportado durante el último conflicto en la Franja de Gaza armas y equipamiento militar por valor de un millón de euros. El 14 de mayo de 2014 Europa Press informaba que gobiernos y empresarios de Andalucía e Israel establecieron «líneas de actuación conjuntas» en sectores «prioritarios» como la energía solar, la economía digital, la agroalimentación o la desalinización. En Noviembre de 2013 Artur Mas visitó Israel acompañado por una delegación de empresarios; allí firmó acuerdos con universidades de este país y con la agencia israelí para la investigación y el desarrollo. La Unión Europea mantiene un Acuerdo de Asociación con Israel y relaciones comerciales, así como Acuerdos de Cooperación Científica y Técnica…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.