Hay veces que el azar, conjurado con la voluntad, puede dar aliento a un testimonio personal y trascenderlo. Hacerle sobrevolar países y convertirlo en la voz de una población oprimida. Lubna, una mujer palestina que vive en Beit Jibrin, uno de los tres campos de refugiados de Belén, junto a Dheishe y Aida, conoció en […]
Hay veces que el azar, conjurado con la voluntad, puede dar aliento a un testimonio personal y trascenderlo. Hacerle sobrevolar países y convertirlo en la voz de una población oprimida. Lubna, una mujer palestina que vive en Beit Jibrin, uno de los tres campos de refugiados de Belén, junto a Dheishe y Aida, conoció en un hotel de Jerusalén, donde trabajaba, a la fotógrafa Luz Martín y al cámara Pablo González. Los dos españoles estaban de viaje en esta ciudad de Cisjordania, sin mayores pretensiones. Lubna les propuso que fueran con ella a conocer el campo de refugiados, su casa, familia y forma de vida. Y así, «en dos ratos», afirma Luz Martín, grabaron hace dos años un «corto-documental» de 12 minutos («Testimonio de Lubna»), de plena vigencia, estrenado este mes de diciembre en Ca Revolta (Valencia).
Realizado «lo más sencillamente posible -explica la fotógrafa- es un grito y una ayuda que toca las principales dificultades del pueblo palestino; los muros que separan una calle de otra, los impedimentos que pone el ejército de Israel para entrar en una ciudad, incluso teniendo permiso y después de horas de espera; los problemas de transporte y libre circulación…». Traducido por la Comunidad Palestina de Valencia, el «corto» da testimonio de manera simple, vital y directa, en 12 minutos, de lo que representa la vida cotidiana en los territorios ocupados, a partir de una madre trabajadora, pero que podría ser la de otros muchos que malviven en Beit Jibrin. Desde cómo anotaban en las paredes sus lugares de procedencia, hasta la realidad familiar y laboral de lucha y perseverancia.
Madre de cuatro hijos, Lubna explica en el vídeo cómo en invierno afectan a su casa -como casi todas de cemento- las goteras, que además deterioran la instalación eléctrica. En muchos momentos no puede encender la calefacción y sufre cortes de luz, denuncia, mientras sale a una de las calles del campamento, tan angosta, que no permite la ventilación ni que filtre la luz del sol. «Podemos estar un mes entero sin agua, y cuando vuelve, ni siquiera abastece a todo el campamento», asegura Lubna. Tampoco hay colegios en Beit Jibrin, sólo una guardería organizada por la gente con ayuda de alguna ONG, y que funciona desde hace 28 años a pesar de que los gastos siempre son superiores a los ingresos. Para asegurarse el sustento, la protagonista del «corto» se levanta a las cuatro de la mañana y se desplaza a Jerusalén. Madruga tanto porque no sabe lo que tardará en pasar los controles. Ésa es la única razón, porque entre el campamento y la ciudad donde trabaja no hay más que 20 minutos en automóvil. «No sé cuándo me van a prohibir ir a trabajar; una vez me denegaron el permiso por tres meses, otra durante seis», se lamenta.
Casas con goteras, construidas con techos de hojalata y sujetas con bloques de cemento; hacinamiento en los hogares; calles muy estrechas y mal orientadas, red eléctrica que consiste en una maraña de cables… «Así es la vida de los refugiados palestinos en pleno siglo XXI», apunta en la presentación del «corto» Tamer Hamdan, palestino de Gaza residente en Valencia y miembro de la ONG Comité de Apoyo al Pueblo Palestino. Insiste en el derecho al retorno como reivindicación básica, al tiempo que revela el «secreto» de la resistencia popular: «Se trata de una sociedad muy tradicional en la que la familia lo es todo; es muy importante el respeto a los mayores y la solidaridad entre amigos y vecinos, de manera que si a una familia le destruyen la casa, encuentra apoyo de inmediato». Además, el factor religioso sirve «para perseverar y luchar frente al horror que estamos padeciendo».
Muad Zaid nació en Nablus, pasó la infancia en Qalquilya con su familia, estudió Biología en Abu Dis, trabajó en Ramala como profesor de secundaria y hoy vive en el Centro de Refugiados de Mislata (Valencia), donde prosiguen las dificultades para homologar su licenciatura y encontrar trabajo, además del «estrés», afirma, por lo que les pueda pasar a sus familiares. Recuerda gráficamente que Palestina «está dividida en varias islas rodeadas por muros, colonias o por el mar, en territorios por donde los ciudadanos no pueden desplazarse; éste es parte de nuestro sufrimiento». Se ha visto forzado a abandonar su país para desarrollar su vida y estudios, aunque también para ayudar a su familia. «Mi padre fue víctima del robo de tierras por parte del ejército de ocupación». El 10 de diciembre, dos días antes de la presentación del «corto», el ministro palestino para los Asentamientos y el Muro, Ziad Abu Ein, murió tras recibir un fuerte golpe en el pecho e inhalar gases tóxicos, que el ejército de Israel empleó para reprimir una protesta cerca de Ramala contra la ampliación de los asentamientos.
Una aproximación al problema de los refugiados palestinos puede leerse en un artículo de la politóloga, miembro de la Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina (RESCOP) y la campaña BDS en Madrid, Anady Muhiar, publicado en Rebelión en agosto de 2014. Recuerda que Naciones Unidas denomina refugiados palestinos a «todas las personas y sus descendientes que entre junio de 1946 y mayo de 1948 vivían en la Palestina del Mandato Británico y que al finalizar la guerra de 1948, habían sido forzadas a abandonar sus hogares y propiedades originales». Destaca Anady Muhiar que prácticamente toda la población palestina que vivía en el territorio de lo que pasaría a ser Israel, «fue forzada a abandonar sus hogares y propiedades originales». De los cerca de 1,3 millones de palestinos que vivían dentro de lo que hoy es Israel, sólo quedaron 150.000 después de la «Nakba» o «limpieza étnica» de 1948.
La politóloga, que lleva 25 años estudiando la ocupación israelí de Palestina, subraya que la gran mayoría de los palestinos que sobrevivieron a la guerra, fueron expulsados de las fronteras de Israel, y hoy viven en el exilio o refugiados por todo el mundo, sobre todo en Cisjordania, Gaza, Jordania, Siria y el Líbano. Según los datos de Badil (Centro de Recursos sobre los derechos de residencia y de los refugiados palestinos), de los 10,6 millones de palestinos que viven en todo el mundo (datos de 2008), 7,1 son refugiados o desplazados forzosos desde 1948, pues tuvieron que abandonar sus hogares como consecuencias de las prácticas de colonización, ocupación y apartheid por parte de Israel.
Otra fuente de primer orden es la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (UNRWA), que asiste a más de cinco millones de refugiados palestinos registrados en Gaza, Cisjordania, Siria, Líbano y Jordania. Según las cifras de la agencia, casi un tercio de los refugiados inscritos, más de 1,4 millones, viven en 58 campamentos de refugiados que la agencia tiene en las cinco zonas donde opera. Sólo en Cisjordania hay registrados 886.716 refugiados, de los que una cuarta parte vive en campamentos. Naciones Unidas señala que los residentes en Cisjordania «han sido golpeados con dureza por los cierres impuestos en Cisjordania por las autoridades israelíes, ya que dependen en gran medida de los ingresos del trabajo en el interior de Israel». Además, la ONU señala que los campamentos están superpoblados y con falta de espacios, especialmente para recreo de los menores.
Los informes de la UNRWA también destacan los altos niveles de paro entre los refugiados de Cisjordania. De hecho, los hogares destinan, como media, el 50% de sus ingresos a la alimentación, y una cantidad muy pequeña a vivienda y educación. «Esto fomenta un ciclo de pobreza que se va afianzando». En las escuelas de Naciones Unidas, muchas de ellas en deterioro por los ataques del ejército israelí, hay una media de 50 alumnos por aula. Por otro lado, ante la realidad de la superpoblación, los residentes amplían con frecuencia sus casas sin una planificación adecuada, lo que ponen de manifiesto entre otros ejemplos las viejas redes de alcantarillado.
En el caso de Gaza, la ONU destaca que después de años de conflicto y bloqueo sobre la franja desde 2007, la situación se ha agravado. El 80% de la población gazatí depende de la ayuda humanitaria. Además, los 50 días que duró la última agresión israelí a gran escala se saldó con más de 2.000 muertos, de los que cerca del 70% eran civiles y más de 500 niños. De los aproximadamente 10.200 heridos, más de 3.000 eran niños. Más del 25% de la población de Gaza llegó a estar desplazada (en los refugios de UNRWA se llegó a acoger hasta a 292.959 personas).
Por otra parte, Naciones Unidas informa que en Siria viven habitualmente 518.949 refugiados palestinos que disfrutan «de los mismos derechos que los ciudadanos sirios, a excepción de la condición de ciudadanos», según la UNRWA. A los 470.604 refugiados palestinos que residen en Líbano se les niegan derechos sociales y civiles, y tienen un acceso muy limitado a los servicios públicos. La mayoría depende enteramente de los servicios de UNRWA para satisfacer sus necesidades, según la misma fuente. Todos los refugiados de Palestina que habitan en Jordania, 2.090.762, disfrutan de la ciudadanía plena, a excepción de los casi 140.000 refugiados oriundos de Gaza. Pueden contar con pasaportes temporales que no impliquen la ciudadanía y no tienen derecho a votar ni a trabajar para el Gobierno, según Naciones Unidas.
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