Este diario quiso saber qué significa para los jóvenes cubanos de hoy aquel Primero de Enero de hace 50 años, y descubrió que el tema, además de tocar fibras sensibles, palpita en las esencias que nos definen como nación
¿Qué significa para ti el Primero de Enero? Esta fue la interrogante que el periódico JR lanzó a más de un centenar de jóvenes, dispuesto a calibrar cómo ha quedado atrapado en ellos este entrañable día del calendario.
Para contemplar el «rostro» de esa fecha en el imaginario juvenil, el diálogo se extendió a la mayoría de las provincias del país. Y descubrimos que el tema atraviesa espacios íntimos del universo familiar y palpita en las esencias que nos definen como nación.
Voces diversas coincidieron en que Primero de Enero es ruptura, desenlace, victoria, sueño, esperanza… Revolución. Porque un Primero de Enero Cuba desplegó sus alas hacia un horizonte diferente, y coincidió esa suerte con el primer día del almanaque, cuando se dibujan tantos anhelos, se repasa el pasado y se festeja la dicha de estar vivos, confesaron algunos, mientras otros añadieron a la estampa las ansias personales, que desde ese primer día concentran en el nuevo año.
Ana Luisa Alvarado Ferrer, costurera del Taller de Confecciones Fénix, de Santa Clara, viaja como en un filme al revés, hacia el origen del suceso. A esta joven le emociona la apoteosis que se palpa en las imágenes del triunfo definitivo.
Hace referencia al mar de pueblo desbordado de alegría que inundó plazas y calles. «Ese primer día, además de marcar el inicio de más de medio siglo de vida del proceso revolucionario, abrió puertas a múltiples oportunidades que dignificaron el futuro de Cuba», enfatiza.
Por esta misma razón, a su coterránea Yisel Pentón Cancio, la fecha le ha quedado colgada del corazón. «Sin un Primero de Enero seguramente mis padres no hubieran podido ser lo que son, y por consiguiente no hubiese sido posible que hoy aprenda a tocar flauta».
Otro de sus contemporáneos, el campesino villaclareño Jorge Ernesto Rodríguez Jiménez, hombre de sombrero y manos endurecidas por el empeño, casi genético, de domar la tierra, se abstrae por unos minutos del firmamento cotidiano para traernos al presente la historia de sus ancestros más allegados, antes del Primero de Enero de 1959.
«¡Qué tiempos aquellos! Todavía mis padres y mis tíos miran atrás y les cuesta trabajo verse hoy con tantas cosas, aún cuando viven en un medio humilde, en comparación con las posibilidades y los adelantos que existen en estos tiempos.
«Imagínate que mis abuelos paternos tuvieron 12 hijos, a los que criaron en un estrecho bajareque de yagua y piso de tierra, a expensas de lo que salía de un pequeño conuco que apenas daba para comer».
Cuenta Jorge Ernesto que entre los primeros en nacer estuvieron su papá y uno de sus tíos, quienes no tuvieron más juguetes en su infancia que una guataca para desbrozar surcos de maleza, y algún que otro caballo de madera, moldeado luego de traer pesadas cargas de palo para avivar el fogón de leña.
«Mis tías iban a lavar con un palo al río, que quedaba a más de una legua de la cobija. Los partos de la mayoría de ellas fueron asistidos en su propia casa por una comadrona, pero si a esa hora se presentaba algún inconveniente, era muy difícil que lograra salvarse la criatura, y corría peligro hasta la vida de ellas mismas.
«Por aquellos contornos jamás fue un médico, ni un maestro. Para asistir a una consulta, por la que se pagaba bien caro, o para aprender algo, había que ir bastante lejos. Solo mis tíos más jóvenes pudieron aprender a contar, a leer y a escribir bien en letra de molde».
Si un pintor intentara apresar en trazos el recuerdo que del abuelo evoca el joven campesino Ramón García, tal vez reflejaría las largas sombras de esta historia santiaguera, que quizá se repitió en otros hogares de la Isla.
Al evocar la fecha regresa a la alegría que vivió el anciano hace casi 51 años, cuando cambió su condición de maderero en las montañas, donde tuvo que enterrar, con sus propias manos, a tres de sus hijos, por no tener dinero ni un medio de transporte que le permitiera prestarle auxilio.
Por eso, aunque asume el primer día del año como una jornada de comienzos y celebraciones, admite que siempre reserva un momentito para pensar en aquel doloroso ayer que desapareció para siempre del panorama insular.
Esa manera de pensar lo une a la traductora, también natal de la Ciudad Heroína, Leyden Figueroa, quien dice siempre asociar la fecha a las palabras libertad, comienzo y superación.
La era parió un corazón
Ante la interrogante traspasaron puertas, en un viaje de regreso a su infancia, las muchachas Dayana Valladares Pérez y Geisy de la Caridad Loaces Ortega, estudiante de primer año de Derecho de la Universidad Hermanos Saíz e instructora de arte en el IPVCE Federico Engels de Pinar del Río, respectivamente.
De ese infinito mundo de sortilegios trajeron el poema Marcha triunfal del Ejército Rebelde, del Indio Naborí. Repite en ráfaga Dayana alguno de sus versos:
«…Jóvenes barbudos, rebeldes diamantes
con trajes olivo bajan de las lomas,
y por su dulzura los héroes triunfantes
parecen armadas y bravas palomas.
Vienen vencedores del hambre, la bala y el frío
por el ojo alerta del campesinado
y el amparo abierto de cada bohío».
Salpicada por la nostalgia de sus años de pionera, Dayana habla de sus abuelos, negros y pobres, que pudieron ver a su hija graduarse de Economía en la Universidad de La Habana, cuando los tiempos cambiaron y el oscuro color de la piel dejó de ser una maldición.
«La Revolución remontó masivamente siglos de ignorancia», añade Eva Reyes Chacón, maestra de una escuela primaria en la Isla de La Juventud, quien ve la jornada como el umbral de una etapa amorosa, retadora, humana e intensa.
Kenia Díaz Peña, oftalmóloga del hospital Clínico Quirúrgico Lucía Íñiguez Landín, de Holguín, comparte el criterio de que la trascendencia que llegaría a alcanzar esta fecha con el paso de los años, no pudo ser calculada en su momento ni por los mismos barbudos. «Es como la estela que han dejado estas cinco décadas, en que el pueblo creyó en lo imposible.
«Para mí -admite- simboliza el inicio de una nueva era en nuestro continente; el pequeño granito de arena para el comienzo de la unidad latinoamericana que soñaron Bolívar y Martí».
En esta cuerda reflexiona la matancera Liset Delgado Rodríguez, técnica del Departamento de Inventario en el museo provincial Palacio de Junco. «La clarinada del Primero de Enero representó un paso de avance para las nuevas generaciones y en especial para los pueblos de América, porque demostró que sí era posible ser soberanos e independientes».
Como un boleto hacia la vida cataloga este día el médico Abdiel Curvelo, de 27 años de edad, inspirado en el hecho de que un joven negro como él no hubiese llegado a hacer la cirugía que acababa de realizar.
El Primero de Enero es borrón y cuenta nueva, alumbramiento, justicia, futuro… Son definiciones que se suman al amplio espectro de miradas. Mariela Cabrera, miembro del Buró de la UJC en el municipio de Las Tunas, igualmente ajusta el caleidoscopio: «Ese día significa para mí el momento sublime de la arrancada. A esa fecha memorable, que marca como ninguna otra la historia contemporánea de Cuba, le debo toda mi formación y por eso cada momento de mi vida tiene que ver con ella, porque bajo su influjo aprendí a luchar por sus conquistas».
Según los encuestados, este es un día que se ha colado por los poros de nuestra cubanía, hasta tocar las más sensibles fibras del alma. Fue la jornada que cristalizó las ideas de Varela, Martí, Maceo, Gómez, Mella, José Antonio, Frank… y las de tantos otros monumentales nombres que nutrieron la historia patria.
Flores de enero
Las impresiones de Elizabet Rojas Rodríguez, especialista en Economía de la empresa Copextel en Holguín, se afincan en la porfía por el futuro que sostiene este pueblo frente al imperio.
Es como un mazazo; es el año que desploma la cuenta regresiva que desde ese día se empecinaron en ponernos, enfatiza en sus palabras la joven, quien suma a sus argumentos: «Por eso no solo celebramos el triunfo, sino la obra continuada».
Gladys Ruiz Marrero, profesora de Matemáticas y directora de la secundaria José Martí, en Ciego de Ávila, confiesa que en su familia no hay posibilidad de no ser revolucionario. «Antes de ese Primero de Enero mi madre era una maestra negra que perdió un embarazo porque tenía que montarse a caballo a las cuatro de la mañana para ir al centro de Gaspar a impartir clases. No importaba si estabas embarazada o el peligro que corriera tu vida y la del bebé. De lo contrario, no se podía comer.
«Pero más reciente: ¿cómo explicar la operación gratis que se le hizo a mi hermana en el corazón? ¿Y los lentes para mi sobrino, que cuestan 400 dólares y a él se los entregaron gratis en la Escuela Especial? En estas cosas está la trascendencia de este día. ¿Parece sencillo, verdad?; pero no lo es».
También Cristina Benítez Levina, estudiante de 22 años de edad y que llegó a la Isla con ocho meses de nacida proveniente de Ucrania, quiso meditar sobre el tema: «Desde que llegué aquí he recibido atención médica especializada totalmente gratuita, sin la cual no hubiese podido caminar, y hasta estudio en el nivel superior».
Por su parte Yoandy Bonachea Luis, cenaguero de 25 años de edad, se emociona al abordar el asunto: «Es la génesis de muchos procesos sociales que beneficiaron a mis padres, que antes de esa fecha no eran reconocidos y sí muy explotados».
Residente en el poblado de Pálpite y actual promotor de relaciones públicas internacionales en el Conjunto Artístico Comunitario Korimakao, Bonachea enfatiza que fue el comienzo de un gran proceso, un gran regalo para toda Cuba y en especial para esta zona que había naufragado en el olvido.
«Sin esa fecha -apunta el granmense Juan Carlos León- no hubiéramos tenido ni independencia, ni soberanía… Ni siquiera habláramos de pelota o de cultura como hoy lo hacemos». En esa misma línea Eliécer Yero dijo que para él representa tener la bandera más limpia y poder hablar de patria.
Galería de imágenes
Maravilla la galería de imágenes, con todos sus matices. Javier Rodríguez, estudiante de Medicina de Ciudad de La Habana, dejó escapar un suspiro, y concentró en su respuesta las ansias personales: «El Primero de Enero significa, en primer lugar, el comienzo del último año de mi carrera y el cambio de mi vida de estudiante a profesional».
Algo semejante experimentó la joven abogada Maray Gómez, quien después de acariciarse el vientre, nos reveló que este año tiene entre sus propósitos ser madre. A unos kilómetros (mar por medio) de Maray, Alberto Jeréz, trabajador del Coppelia en el Municipio Especial, quiere también vivir la maravillosa experiencia de la paternidad.
Daniel Acosta, graduado de Informática, sostiene que ese día, en una especie de soliloquio, examinamos nuestra forma de ser, o reflexionamos sobre nuestro trabajo. Mientras para el camagüeyano Alexander Machado Callejas, trabajador del sector de Comercio, ese es el día para adornar con banderas la ciudad, y la gente estrenar ropa nueva».
El Primero de Enero semeja un paisaje variopinto. Cada quien le imprime su color. Es una fecha -dicho entre cubanos- de algarabía y de gozo, incluso en la que se hace lo que durante todo el año no te atreves a hacer, o es el día en que justificas todo, o en el que -en su primer minuto- se lanza con toda la fuerza un buen cubo de agua hacia la calle, para que se lleve todo lo malo.
Se suma una nota curiosa: «Del primero al 12 de ese mes de enero, los seguidores de las cabañuelas tratan de predecir lo que les sucederá el resto del año», añade Martha González, peluquera por cuenta propia, para quien ese primer número del calendario «indica el comienzo de un año en que seré un poquito más vieja».
Jóvenes abordados, como los camagüeyanos Wilfredo Hernández Morán y Kleider Blanco Enrich, repararon en que en esa jornada se «aclaman las buenas energías que te deberán acompañar durante el futuro», y fueron más allá cuando lo definieron como «el día de días».
Los besos, los mimos, el abrazo y la añoranza por los ausentes, salpicaron las palabras de quienes invitamos a reflexionar sobre el hilo espiritual que los conecta con el Primero de Enero.
En pocas palabras las jóvenes Yaima Hernández y Yaxime Ramírez, de Camagüey, describieron cómo lo asumen: «Escogemos la ocasión para visitar a la familia, o nos «unimos» todos alrededor del puerco asado y del caldero lleno de congrí».
En el abanico de criterios estuvo el de Fidel Ernesto García Rivas, estudiante de Sociología, también del centro del país, quien consideró que el Primero de Enero es un día bien diferente a los demás, «porque forma parte del futuro, porque te invita a comenzar lo nuevo con ambiciones y desafíos, y a la vez es el día más corto, porque se te va como un suspiro».
Los eneros del mañana
Otros pensamientos rompieron los límites del presente, cuando los jóvenes meditaron sobre los eneros que abrirán los años del mañana. Entonces pensamos, como tantas otras veces, en que la historia no nos perdonaría traicionar la impronta de esa fecha.
Así nos llegó la confesión del chofer Ernesto Vargas, de Santiago de Cuba. «Este día insigne me recuerda el compromiso que tengo de trabajar con todas mis fuerzas por el bienestar de mis hijos, mi familia y mi país. Solo así podremos seguir celebrando y brindando por la prosperidad que ansiamos para esta tierra».
Su coterránea Aimeé Nuviola, estudiante de una sede universitaria, cree que toca sobre todo a las nuevas generaciones luchar porque esa tradición perdure.
Marcada también por la experiencia de la Revolución, Miriam Hernández alza su voz desde la Isla de la Juventud. Esta trabajadora social quiere que su hijo crezca con la misma tranquilidad y seguridad que ella ha disfrutado. «Pero eso -aclara- hay que mantenerlo con sacrificio».
La doctora holguinera Kenia Díaz, motivada igualmente por la interrogante de este diario, expresa que siempre como cubanos debemos de tener a mano otras preguntas: «¿Por qué fue necesario un Primero de Enero? ¿Por qué tantos hombres dieron sus vidas para llegar a ese día? ¿Cuáles cambios trajo para nuestras vidas? ¿Qué sucedería si borramos este festejo del almanaque?».
Esta última pregunta encontró resortes en la reflexión de Eylen Cutiño Labrada, estudiante universitaria de Granma, quien considera que los jóvenes debemos seguir mirándonos en el espejo del Primero de Enero, para con bríos renovados impulsar la Revolución hacia el futuro.
«A algunos -argumenta- les falta interiorizar que si perdemos lo logrado se irán abajo muchas cosas que hoy se dan por hechas; por eso es necesario ver la fecha con la aspiración de trabajar más y de ser inconformes con todo lo mal hecho».
Desde el polo turístico de Varadero, Reinier Abel Tundidor Menéndez, técnico de nivel medio en Contabilidad, admite que el próximo Primero de Enero significa para él multiplicar la batalla, y así los 50 seguirán creciendo.
Quienes hablaron para estas páginas hicieron particular énfasis en que inspirados en la redentora efeméride debemos proseguir el combate, que pasa sobre todo, como diría la cienfueguera Milagros Irene Hidalgo, «por la capacidad creativa del Estado y del pueblo de Cuba para enfrentar los percances, como siempre lo ha hecho, sobre la base de la iniciativa, el valor y el esfuerzo».
En términos semejantes, con la pimienta popular por añadidura, Yoanki Sánchez, cochero de 25 años en la Perla del Sur, estima que «para que vengan más Primeros, no podemos dormirnos en los laureles, porque nada cae del cielo».
Autores de las entrevistas:
- Nelson García Santos
- Julio Martínez Molina
- Zenia Regalado
- Juan Morales Agüero
- Yailin Orta Rivera
- Yahily Hernández Porto
- Osviel Castro Medel
- Roberto Díaz Martorell
- Odalis Riquenes Cutiño
- Ana María Domínguez Cruz
- Hugo García
- Yoelvis L. Moreno Fernández
- Héctor Carballo Hechavarría
- Luis Raúl Vázquez Muñoz