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El Día de la Independencia Libanesa, una broma innecesaria

Fuentes: Al-Jumhuriya English

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

El 22 de noviembre es siempre buena ocasión para echar mano del humor negro en el Líbano, pero quizá este año más que nunca. Sin embargo, hay solución para quienes se sientan deprimidos: el Día de las Elecciones, en mayo de 2018.

 

Beirut.- Como se tratara de un cumpleaños más una vez cumplidos ya los 29, el Día de la Independencia Libanesa es una de esas ocasiones en la que, por lo general, es más conveniente no pasarlo con los amigos. Cuanto menos se hable, mejor; y, probablemente, lo mejor sea no decir nada en absoluto; pero si es absolutamente inevitable, lo único que no se debe hacer es tomarse el día seriamente. «Feliz Día de la Independencia» es uno de los juegos de palabras más familiares en lengua inglesa intercambiados habitualmente en tuits, mensajes de wasap y estados de Facebook. El equivalente árabe consiste en cambiar una letra, de Yawm al-Istiqlal («Día de la Independencia») a Yawm al-Istighlal: Día de la Explotación.

El 22 de noviembre ha sido durante mucho tiempo un día muy apropiado para el cansino humor negro libanés de ese tipo, pero seguramente este año sea más pertinente de lo que ha sido en los últimos tiempos. Hasta el último minuto, hubo una pregunta abierta acerca de si el primer ministro podría asistir físicamente a la ceremonia en Beirut; en realidad, si no hubiera sido por el viaje diplomático de última hora del presidente francés Emmanuel Macron, Saad al-Hariri podría muy bien encontrarse aún encerrado en su jaula dorada en Riad, donde dos semanas antes había recibido instrucciones de la monarquía árabe saudí para que presentara su renuncia por la televisión del Reino. Hariri debió sentir sin duda muchas cosas cuando -según informó Reuters – fue «convocado» a Arabia Saudí el 2 de noviembre, donde le confiscaron el móvil nada más aterrizar en el aeropuerto de Riad y le pusieron en las manos una declaración de renuncia escrita previamente antes de que apareciera en directo, pero uno se pregunta si lo de «independiente» era una de esas cosas

Ese es el actual estado del líder de la que solía llamarse la Coalición del 14 de Marzo, los ostensibles porteadores de la antorcha de la «Intifada por la Independencia» de 2005. En el otro lado de la mesa política se sienta Hassan Nasrallah, de Hizbollah, la facción más poderosa del Líbano en todos los sentidos de la palabra: una milicia y un Estado paralelo de facto que designa presidentes, lanza guerras y, según dicen los fiscales de La Haya, asesina a primeros ministros, todo a instancias de una teocracia extranjera que nunca rinde cuentas.

Uno no necesita bucear mucho en Youtube entre los viejos videos en blanco y negro de los ochenta para encontrar a Nasrallah expresando su lealtad al régimen iraní (aunque los videos están ahí, a disposición de quien le interese). Hace sólo dos días, pudo verse a Nasrallah en su último discurso por televisión dando gracias a la ayatolacracia en los términos más empalagosos por su patrocinio de la ocupación del sureste de Siria:

Al comandante de la Fuerza de Al-Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica, el general, el querido hermano, al Hajj Qassem Soleimani […] y con él a los hermanos en Irán; Su Eminencia, el Imán, el Líder, al-Sayyid [Ali] Jamenei; a las autoridades de la República Islámica; al pueblo iraní; a la Guardia Revolucionaria en Irán; a toda la República Islámica; es verdaderamente nuestro deber […] manifestaros nuestra gratitud. Es lo mínimo que podemos hacer.

Para no perder comba, el legendario combatiente y resistente contra el imperialismo occidental ofreció también su «estima» por los «distinguidos y especiales esfuerzos emprendidos por las fuerzas rusas, por la fuerza aérea rusa, que hizo una inmensa y gloriosa contribución en esta batalla». Este es, por supuesto, el mismo Nasrallah que afirmó memorablemente el año pasado que: «el presupuesto de Hizbollah, sus salarios, sus gastos, su comida y bebida, sus armas y sus cohetes, proceden [todos] de la República Islámica de Irán […], mientras haya dinero en Irán, significa que tenemos dinero».

Así pues, es posible ver de dónde sacan su cinismo los libaneses. Pero hay, posiblemente, un lado positivo para cualquiera que no esté aún lo suficientemente hastiado como para haber dejado de buscarlo: que la brecha entre ese servilismo abyecto y desvergonzado a nivel oficial y el estado de ánimo en la calle quizá no haya sido nunca tan amplia.

El desprecio flagrante y notorio con que los saudíes trataron a Hariri durante la última quincena ha desencadenado una reacción sin precedentes en las mismas comunidades libanesas en las que Reino conseguía tradicionalmente sus más fuertes apoyos. En la norteña ciudad de Trípoli, de mayoría musulmana sunní, se quemaron fotos del príncipe heredero saudí Muhammmad bin Salman, provocando una especie de minipánico que llevó al ministro del Interior a ordenar que se quitaran las fotos restantes. Las informaciones llegadas de la ciudad sureña de Sidón, la ciudad natal de los Hariris, revela de igual manera el descontento local con Riad. Algunos de los estallidos de apoyo a Hariri, aparentemente espontáneos, en zonas de las que no se sabía que estuvieran precisamente enamoradas de él, fueron un tanto fraudulentos, como descubrió el periodista Habib Battah cuando preguntó a los matones del Partido Social Nacionalista Sirio pro-Asad en la calle Hamra de Beirut sobre quién había colgado los carteles del primer ministro en la manzana con la leyenda «Todos Estamos Contigo». Admitieron que había sido Hizbollah, el Movimiento Amal y ellos mismos. Pero una gran parte del sentimiento es incuestionablemente auténtico, como cuando el propio ministro del Interior -un político especialista en evitar riesgos- le dio un golpe brusco al saudí cuando le preguntaron si podían instalar al hermano de Hariri, Bahaa, en su lugar, contestando: «En Líbano, las cosas pasan por elecciones, no por promesas de lealtad».

En un período muy corto de tiempo, el nuevo liderazgo saudí ha conseguido alienarse a las dos alas de los sunníes libaneses. Los socialmente conservadores y los seguidores laicos de Hariri. (Mustapha Hamoui -@Beirutspring- 10 noviembre 2017).

Ni es sólo la «calle» sunní la que ha sentido una evidente inquietud en las últimas semanas. Cuando el pasado mes un grupo de puestos callejeros fueron retirados con empleo de la fuerza porque, al parecer, no disponían de licencia en el barrio de mayoría chií Hayy al-Sillom, en el suburbio Dahiyeh de Beirut -el famoso bastión de Hizbollah-, estalló una protesta notable y excepcional, dirigida por los furiosos habitantes del vecindario, que cuentan con magros ingresos. «Habéis traído la calamidad a Dahiyeh», gritaba una mujer velada entrevistada en ese escenario por la televisión dirigiéndose directamente al Partido de Dios. «Tenemos mártires a miles […], en cada casa hay un mártir, en cada casa hay alguien herido […] ¡Debería daros vergüenza!».

Más sorprendentes aún fueron las palabras de un hombre musculoso que rápidamente se hicieron virales en las redes sociales: «Dejad de enviar a los jóvenes del Partido a luchar en Siria. ¡Iros a la mierda, y Siria lo mismo!» (Tanto el hombre como la mujer mencionada anteriormente, y otros que hicieron comentarios parecidos, emitieron después una disculpa conjunta pública no especialmente persuasiva, que no resultó suficiente. El hombre añadió más tarde otro video, en un intento de parar la continua afluencia de amenazas de muerte que estaba recibiendo.)

Este odio hacia la camarilla gobernante, recientemente verbalizado tanto por los sunníes como los chiíes de a pie, podría representar una oportunidad de cambio en Líbano, donde los obstáculos estructurales incorporados al sistema tratan precisamente de impedir que se produzca una asociación intercomunitaria tan formidable.

Una vez más, ¿puede ser esa asociación tan formidable? Las elecciones municipales del pasado año -con los éxitos de la campaña laica y no alineada Beirut Madinati («Beirut es mi ciudad») en la capital; la filial de Baalbek Madinati, en el lugar donde nació el movimiento Hizbollah; y, a su modo y manera, el renegado Ashraf Rifi en Trípoli-, permiten pensar que los independientes pueden de hecho dar un vuelco a la creencia popular y, en el caso de Rifi, vencer completamente a los actuales titulares políticos. A menos que los miembros del parlamento libanés decidan ampliar inconstitucionalmente su mandato por cuarta vez -sí, cuarta-, habrá elecciones parlamentarias por primera vez en nueve años, dentro de seis meses. La ley electoral no favorece a los independientes pero, sobre el papel, permite una representación parcial proporcional, lo que supone un avance sobre la ley anterior. Esos libaneses que se sienten deprimidos en este Día de la Independencia, podrían en cambio dirigir sus pensamientos al inminente Día de las Elecciones, en que tendrán una oportunidad para hacer lo que ningún ciudadano saudí, iraní o sirio puede hacer, y votar a políticos que no ocupan ahora ningún cargo.

Alex Rowell es escritor y traductor; vive en Beirut, y colabora con publicaciones como The Daily Beast, The Economist, BBC y Now Lebanon. Está a punto de publicar ‘Vintage Humour: The Islamic Wine Poetry of Abu Nuwas’ (Hurst Publishers, expected November 2017). Sus traducciones del árabe han aparecido publicadas en la revista literaria de la Universidad Americana de Beirut. Tweet: @alexjrowell.  

Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/lebanese-independence-day-joke-neednt-be  

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.