El análisis del conflicto palestino-israelí en un seminario como este, enfocado en Latinoamérica, podría parecer poco relevante. Seguramente, compartirán conmigo que los procesos que vive cada pueblo son distintos, y mas aun, si estamos hablando del pueblo palestino, cuya tierra histórica se encuentra a algo mas de 20.000 kilómetros de distancia de Chile. Al final […]
El análisis del conflicto palestino-israelí en un seminario como este, enfocado en Latinoamérica, podría parecer poco relevante. Seguramente, compartirán conmigo que los procesos que vive cada pueblo son distintos, y mas aun, si estamos hablando del pueblo palestino, cuya tierra histórica se encuentra a algo mas de 20.000 kilómetros de distancia de Chile.
Al final del Mar Mediterráneo, entre África, Europa y Asia, una pequeña franja de tierra ha sido testigo en los últimos 60 años de una serie de hechos trágicos que no solo han terminado por borrar de los mapas la palabra Palestina o cambiar las fronteras, sino que han determinado la destrucción de una sociedad completa.
Ciertamente, que el caso palestino en temas de identidad es digno de analizar. Basta solo con decir que luego de la creación del Estado de Israel, cerca del 60% del pueblo palestino fue exiliado, es decir, un conflicto determinó una migración forzada que haría pasar a la historia 536 aldeas y ciudades, cuyos nombres serian cambiados en el afán de limpiar esa tierra de árabes.
El Estado de Israel trajo consigo la idea de un «Estado-Nación» como condición para la «libertad», es decir, impuso un concepto desarrollado en Europa para una zona donde la libertad se concedía como valor propio, es decir, no sujeto a la idea de un estado.
Sin embargo, es cierto que la llegada franco-británica a la zona, a principios del siglo XX, junto al desarrollo de una burguesía con posibilidades de educarse en Europa, hicieron que la idea del nacionalismo fuese importante como una forma primero de zafarse del Imperio Otomano, y luego de Gran Bretaña y Europa.
Así es como luego del surgimiento de la diáspora palestina, distintos fueron los centros de atención, por ende, las realidades para el pueblo palestino, siendo el factor común la ocupación y el exilio, pero donde cada cual viviría un escenario nuevo.
Es así como los campos de refugiados generan dinámicas de organización novedosas, así como generaciones enteras de estudiantes palestinos se instruye en universidades europeas y estadounidenses, la burguesía residente en las capitales árabes y una convergencia común que en 1968 pudo liderar Yasser Arafat, a través de la Organización para la Liberación de Palestina.
Así es como en un periodo donde las revoluciones resultaron la tónica para un denominado tercer mundo sometido al neocolonialismo, un pueblo entero liderado por una novedosa elite, se sintieron representados con ideales democráticos libertarios que promulgaban una sociedad para todos, y una frontal lucha contra el imperialismo norteamericano y sus formas de dominación, una de ellas, el sionismo israelí.
Cuando el Movimiento de Liberación Nacional Palestino se impuso, una serie de ideales progresistas surgieron en el seno de una sociedad conservadora, donde en muchos casos mujeres toman un rol de vanguardia a escondidas de sus respectivas familias, representando uno de los cambios más revolucionarios para el Oriente Medio.
Palestina por lo tanto, a través de los años se convertiría desde símbolo de la desposesión a un innovador movimiento de liberación nacional, cuyo lema también podría mostrarse como ajeno al mismo medio autoritario donde se desenvolvía. Se decía «por una Palestina laica, democrática y sin discriminación».
Curioso a lo menos, que los «occidentales» o los «progresistas de los kibbutz» que muchos en su momento idolatraron como una sociedad «socialista», fueran los que descalificasen el progresista slogan de la OLP, defendiendo la idea de un «estado judío», donde claramente, la ciudadanía tiene que ver con un factor religioso y no con el nacer o poseer en dicha tierra.
Es así como la idea de una «Palestina laica y democrática y sin discriminación» pasaría a transformarse en la solución «dos pueblos, dos estados», con un Israel en el 78% de la Palestina histórica, para el «estado judío» y el 22% para el «Estado Palestino», definiéndose en función a las líneas de armisticio de 1949.
Esto sin lugar a dudas es un trauma para el pueblo palestino. No solo por el hecho que cualquier persona por el hecho de ser judío puede ir a vivir esa tierra mientras nosotros debemos pedir visa de turista, sino que en torno a la geografía y a la imposición de leyes donde poco se ha tenido que ver, también hay algo que decir…
¿Cómo explicar que un palestino de Belén no puede casarse con una palestina de Nazaret porque Israel lo impide? Suena ridículo, el primero vive en Palestina, la segunda en Israel, pero los dos palestinos y no pueden casarse, desde que el gobierno israelí ha impuesto una normativa para controlar el crecimiento demográfico de sus ciudadanos árabes.
Es así, como en el marco de la lucha de liberación nacional palestina, el espacio de libertad se ha ido reduciendo al alero de la disminución geográfica impuesta por una ilegal potencia ocupante, cuyo objetivo desde el inicio no solo ha sido mantener el Estado de Israel, sino que hacer desaparecer cualquier atisbo de vida palestina.
¿Cómo entonces sustentar la tesis «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» con la que se justificarían las mas atroces masacres en una tierra que si tenia pueblo? Es claro como dijese el gran lingüista palestino Edward Said en su notable obra «Orientalismo», que para dominar Oriente, se crearon estereotipos que permitiesen encontrar justificaciones para las barbaridades mas grandes, entre ellas claro esta, el someter a un pueblo completo como el palestino, a las arbitrariedades de un estado militarizado en nombre de un «pueblo elegido» que se enfrenta a diario con reales «bárbaros».
En ese proceso, la socialización respecto a la idea de «colonizar una tierra baldía» o de un «pueblo de terroristas cegados por el odio», muchos fueron los factores al influir. Estos claro está, no fueron solo las políticas oficiales israelíes, sino que también una cómplice producción cinematográfica, que legitima en el inconsciente de muchos, represalias contra la clásica imagen de terroristas barbudos que secuestran aviones en el nombre de quien sabe que.
Esa misma propaganda es la que ha dominado el espectro israelí. Los palestinos somos constantemente humillados por jóvenes soldados en cada checkpoint, y debemos pedirles permiso incluso para hacer un viaje, donde también seremos humillados en las fronteras, y todo, por un consenso de un importante núcleo en Israel en torno a la consigna de que todo árabe es un potencial peligro.
Es así como sucesivas encuestas, entre las más respetables, de la Universidad de Haifa, indican que casi la mitad de la población judía de Israel no solo es partidaria de la expulsión de los palestinos de Jerusalén y Cisjordania, sino que incluso de los palestinos que portan ciudadanía israelí. El mismo connotado historiador israelí Benny Morris, brillante investigador de la catástrofe, Nakba, palestina de 1948, lamentaría el no haber desterrado a todos los palestinos, y anunciaba el peligro de una eventual «quinta columna» en la figura de los palestinos de Israel o «árabes-israelíes».
En ese marco, ¿acaso sorprenden las políticas actuales del gobierno israelí? Recapitulemos un poco para que entendamos mejor las cosas: Mientras el presidente Yasser Arafat vivía, Ariel Sharon lo encerraba rodeándolo con tanques, destruía su aparato de seguridad y luego lo acusaba de no poder «dominar» a los grupos «terroristas».
Es así, como endosa a Arafat la responsabilidad de la ocupación, y lleva a cabo una serie de prácticas claramente unilaterales y paralelamente condenadas por cualquier manual básico de Derecho Internacional, principalmente asesinando civiles (que son cerca de un 90% del total de victimas palestinas), demoliendo casas, quemando y arrasando campos completos.
Todo lo anterior genera índices de pobreza y desnutrición infantil sin paralelos en la historia de Palestina, y al final de ello, se proponen dos pasos unilaterales más: la construcción del Muro de Apartheid y la retirada de Gaza.
Muere el presidente Arafat, pero Sharon insiste en que no existe una democracia con quien negociar. Acto seguido se hacen elecciones libres y es elegido transparentemente Mahmud Abbas (Abu Mazen) quien clama por volver a las negociaciones y terminar con la Intifada armada… aun así, el muro sigue, y con ello, la inviabilidad de un estado palestino.
¿Qué pasa entonces con el pueblo? Todo se puede resumir en una conversación con un amigo mientras esperábamos en el checkpoint de Kalandia, cerca de Ramallah, justo en el momento que los soldados lo cerraron sin mayor explicación, dejando a miles de personas sin llegar a sus lugares de estudio o de trabajo: «si tiramos piedras nos quiebran los huesos, si disparamos nos matan y destruyen nuestras ciudades, y si negociamos… hacen lo mismo».
Entonces, asoma la siguiente incógnita. Israel sale de Gaza, aunque solo en el papel; continúa controlando el espacio aéreo, las fronteras y el mar, pero de todas formas, ya no habrá soldados adentro. Entonces, ¿se debe celebrar? claramente no, la percepción en una ciudadanía formada bajo ocupación, con altos índices de escolaridad, que practica la democracia aun a falta de soberanía, y que se bate entre quienes claman una resistencia armada y quienes pretender volver a la mesa de negociaciones, es que de Israel ciertamente, nada bueno vendrá, menos si es por una vía unilateral.
Entonces, entramos en el dilema de Palestina, entre la retirada de Gaza y el Muro del Apartheid. Israel actualmente, lleva a cabo una serie de actos que solo amenazan con prolongar el conflicto, tomar la mayor cantidad de tierras palestinas posibles y la menor cantidad de gente a la vez, aislándolos en cantones, instaurando un sistema de Apartheid en Palestina.
Las transformaciones sociales que a Palestina le esperan a causa del Muro del Apartheid, pueden ser quizás solo comparables a las consecuencias sociales del Muro de Berlín, con la diferencia que obviando preferencias ideológicas, a ningún alemán le faltó algún servicio básico como salud o educación, vivienda o alimentación, derechos que si han de escasear en el momento que Israel finalice su cruento plan.
A lo anterior debe agregarse un dato anecdótico: el muro de Berlín medía cuatro metros de alto, el de Israel, 8 metros.
Es cortar con un muro de concreto miles de años de historia, miles de olivos que ya no serán cosechados por una nueva generación de palestinos, a los fieles de sus lugares santos en Jerusalén, pero mas aun, mas que sentimentalismos o cuestiones de índole espiritual, existen una serie de necesidades que hoy se ponen fuera del alcance de la población palestina, cambiando una vez mas las reglas del juego.
Es así como el único hospital que ofrece tratamiento de diálisis en Palestina, el Augusta Victoria de Jerusalén Este, será vedado para la población árabe, y miles de hectáreas de uso agrícola, principal fuente de ingresos para la gran mayoría de aldeas palestinas, serán anexadas por Israel a través de la ley del ausente.
Esta ley, que hace estragos con las propiedades palestinas, legalizando lo que en todo el mundo se conoce como robo, hace tomar en posesión del estado israelí todas las tierras que por un determinado periodo de tiempo no han sido utilizadas por sus dueños. Lo curioso es que en el caso de los dueños palestinos, ellos son alejados de sus tierras a través de órdenes militares o lisa y llanamente por expulsión del territorio. Es así como del escuálido 5,6% del territorio palestino que capitales judíos poseían en Palestina al 15 de Mayo de 1948, hoy la suma asciende al 90%.
Hoy, el Muro del Apartheid se apresta a tomar cerca de un tercio de las tierras de Cisjordania, violando derechos tanto civiles, como sociales, políticos, económicos y culturales. El gobierno sin soberanía de Palestina se ve sobrepasado ya que no tiene poder coercitivo en los territorios que por lógica le pertenecen, y tanto monetaria como militarmente se ve sobrepasado por Israel.
No es un dato menor el recordar que Israel ha llevado a cabo una serie de castigos colectivos que no solo se enmarcan en contraposición a las normas establecidas por la IV Convención de Ginebra como modus operandi para una potencia ocupante, sino que violando abiertamente los treinta puntos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Ante ello ¿Qué puede hacerse? ¿Qué reacción tomar? ¿Cómo forzar al pueblo palestino a asumir solución a sus problemas por vías «diplomáticas» impuestas por Occidente a instancias que son los mismos estados occidentales los que mantienen vivo el apartheid israelí comprando sus productos y estableciendo relaciones diplomáticas mientras éste viola toda la legalidad internacional?
Esas son las preguntas que a muchos han llevado a no encontrar otra salida que el eventual martirio que significa ingresar a organizaciones fundamentalistas religiosas, en otras palabras, a soñar con una vida decente en un mas allá que nadie conoce, que por lo menos, es mas digno que una ocupación que ha demostrado siempre encontrar algún pretexto para continuar con su campaña de limpieza étnica contra la población nativa.
La idea del martirio, de una sociedad que debe «retornar» a sus orígenes, imponiendo severas restricciones al desenvolvimiento social para las mujeres como género, intentando «diferenciarse» de la «cultura occidental» de Israel, y el servicio social en nombre de la caridad impulsada por el Islam, han sido las bases de trabajo impuestas por grupos como Hamas y el Jihad Islámico palestino.
Lo cierto es que la historia de Palestina nunca ha presentado la clase de sociedad a la que ellos apuntan, y son otros los que tratan de dar opciones mas acordes a la historia contemporánea de Palestina, tales como el nacionalismo de Al Fatah o la orientación mas proclive al trabajo de ONG’s y libertades personales que ha puesto en agenda la izquierda Palestina.
Electoralmente, se ha visto una lenta tendencia hacia los tres tercios, es decir, religiosos, nacionalistas e izquierda. En las pasadas presidenciales, los religiosos boicotearon, Fatah ganó por amplia mayoría y el principal candidato de izquierda, Mustafa Bargouthi, sacó un no mal 23%.
En la última etapa desarrollada de las elecciones municipales, donde todas las fuerzas participaron, Fatah consolidó su liderazgo con cerca del 60%, Hamas obtuvo cerca del 26% y la izquierda en conjunto a independientes un no despreciable 11%.
En términos de acción concreta, podemos ver también el actuar de los distintos movimientos.
Mientras las ONG’s que se identifican con la izquierda en conjunto con muchos sectores cercanos al oficialismo han levantado sendas campañas de luchas no violentas contra la ocupación (que no han aparecido en prácticamente ningún medio de comunicación) y el gobierno con los medios a su alcance, hace un esfuerzo por dar síntomas de gobernabilidad, los islamistas continúan con una campaña que no solo apunta a boicotear cualquier acuerdo que pueda consolidar el liderazgo de Al Fatah, sino que independiente de lo positivo que es su trabajo social y una agenda en teoría «anti corrupción», no se diferencian mucho de Israel en lo sustantivo: Es decir, pretenden combatir el fundamentalismo religioso judío con el fundamentalismo religioso musulmán, alejando el conflicto de sus bases políticas seculares, ligadas a factores terrenales y no divinos.
Lo anterior sin embargo, no es excusa para que el intervencionismo israelí impida a Hamas presentarse en las elecciones legislativas de Enero. Independiente de lo que uno pueda pensar, hoy Hamas es una opción que sincera u oportunistamente ha ingresado a la arena política palestina. De mas está decir que las amenazas israelíes a boicotear la presencia de Hamas en el proceso democrático palestino, no le hace sino un gran favor a la tendencia islamista, ya que seguramente muchos les darán su voto para estar en contraposición a Israel.
Todo lo anterior apunta a que en Palestina tenemos muchos desafíos por delante, mas aun, de frente a dos cambios claves para el futuro tanto de nuestros deseos por consolidar un estado, como el de Israel por consolidar su ocupación de nuestro territorio.
La retirada de Gaza y el Muro del Apartheid asoman en el marco del mismo dilema, las primeras luces de la ansiada soberanía y la constante lucha contra las políticas racistas de la potencia ocupante israelí.
Las distintas formas de lucha que ha presentado el pueblo palestino frente a la ocupación, poco a poco coinciden en la necesidad de una paz real y justa en la que claramente tanto palestinos como israelíes deben ser parte.
Sin embargo, para llegar a ese punto, la comunidad internacional también debe hacerse presente, ya que Israel ha demostrado poseer una fuerza completamente superior a la nuestra.
Hoy, la solidaridad debe convertirse en acción política, siendo la única forma de consolidar los objetivos de paz, libertad, soberanía y justicia, que el pueblo palestino ha levantado por prácticamente los últimos sesenta años.
Santiago, 4 de Octubre de 2005.
Seminario Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Departamento de Historia.
Santiago de Chile.
Ponencia para el PANEL «EL CONFLICTO TERRITORIAL COMO CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA».