Son nuestros mejores muchachos. Uno es un «músico de un buen instituto», otro un «boy scout» especializado en teatro» . Son los francotiradores que han disparado a miles de manifestantes desarmados a lo largo de la valla fronteriza de Gaza.
En la Franja de Gaza hay 8.000 jóvenes con discapacidades permanentes como resultado de las acciones de los francotiradores. A algunos les han amputado las piernas y los francotiradores están muy orgullosos de eso. Ninguno de los francotiradores entrevistados por la aterradora historia de Hilo Glazer en Haaretz (6 de marzo) se arrepiente. Lo único que sienten es no haber derramado más sangre. En el batallón se burlaron de uno diciéndole: «aquí viene el asesino». Todos actúan como asesinos. Sus acciones lo demuestran –más de 200 muertos como resultado de éstas– y sus declaraciones prueban que estos jóvenes han perdido la brújula moral. Están perdidos. Continuarán estudiando, tendrán carreras, criarán familias y nunca se recuperarán de su ceguera. Inhabilitaron físicamente a sus víctimas, pero sus propias discapacidades son más graves. Sus almas se han retorcido completamente. Nunca más serán individuos morales. Son un peligro para la sociedad. Han perdido su humanidad, si alguna vez la tuvieron, en los campos de tiro frente a la Franja de Gaza. Son los hijos de nuestros amigos y los amigos de nuestros hijos, los jóvenes del apartamento de enfrente. Mira cómo hablan.
El discurso de los soldados que conocimos una vez, la recopilación de testimonios sobre la Guerra de los Seis Días publicada en inglés como «El séptimo día», se ha convertido en el discurso de los carniceros. Quizás eso sea lo mejor, nos hemos ahorrado algo de hipocresía, pero es difícil no sorprenderse por las profundidades en las que nos hemos hundido. Recordaban la cantidad de rodillas a las que habían disparado. “Conseguí siete u ocho rodillas en un día. En unas pocas horas, casi bato su récord». «Él consiguió alrededor de 28 rodillas». Disparaban contra hombres y mujeres jóvenes desarmados que intentaban en vano luchar por su libertad, una causa que no podía ser más justa. «Lo que suele pasar es que golpeas, rompes un hueso, en el mejor de los casos, rompes la rótula. En un minuto llega una ambulancia para evacuarlo, y después de una semana recibe una pensión por discapacidad».
¿No es suficiente para ti? «El objetivo es causar al provocador un daño mínimo, por lo que dejará de hacer lo que está haciendo. Yo, por lo menos, trataría de apuntar a un lugar de más grasa, en la región muscular«. ¿No es bastante? «Si alcanzas por error la arteria principal del muslo en lugar del tobillo, entonces o bien querías cometer el error o es que no deberías ser francotirador. Hay francotiradores, no muchos, que «eligen» cometer errores«.
Sabían a quién se estaban enfrentando. Ni siquiera se refieren a sus víctimas como «terroristas», sino solo como «provocadores». Uno de ellos los comparó con miembros de un movimiento juvenil.
“Incluso si no conoces sus «rangos» precisos, por el carisma puede saber quién es el líder del grupo”.
Eligieron a sus víctimas por su carisma, con la precisión de un francotirador. Su «aura de liderazgo» ha destinado a estos jóvenes a una vida de discapacidad en la jaula que es Gaza. Pero eso no basta. Se vuelven sedientos de sangre como solo pueden estarlo las personas jóvenes a las que se ha incitado a ello. Querían más sangre. No sólo sangre, querían la sangre de un niño. No sólo la sangre de un niño, querían que fuese delante de su familia.
“Déjeme, sólo una vez, derribar a un niño de 16 años, incluso de 14, pero no con una bala en la pierna, déjenme abrirle la cabeza en frente de toda su familia y toda su aldea. Déjelo chorrear sangre. Y tal vez durante un mes no tenga que darle a otras 20 rodillas».
Querían sangre de la cabeza de un niño solo para evitar la necesidad de darle a 20 rodillas más. Identificaron la edad de sus víctimas por sus camisas: camisas de vestir para los mayores, camisetas para los más pequeños.
Ninguno de ellos ha sido llevado a un tribunal militar. Corrección: A uno le cayeron siete días en la cárcel militar por disparar a una oveja. Los soldados en el ejército más moral del mundo no disparan a las ovejas. Con 200 muertos y 8.000 heridos*, piensan que «las restricciones que nos ponen son vergonzosas». Esa es su vergüenza. Son nuestra vergüenza. Ellos y sus comandantes. Ellos y el ejército que les ordena disparar contra los manifestantes como si fueran «patos que eligieron cruzar la línea». Las personas que disparan a los patos no son francotiradores. Son cazadores.
*La OMS habla de más de 300 asesinados y cerca de 30.000 heridos.
Traducido por: Rumbo a Gaza