Traducido para Rebelión por Caty R.
Juraron que no aspirarían a la presidencia de Egipto. Una vez roto ese primer juramento, los Hermanos Musulmanes debían traer «pan, libertad y justicia social». Bajo su gobierno la inseguridad creció y la miseria también. Entonces la multitud volvió a la calle para exigir la renuncia del presidente Mohamed Mursi. Algunas revoluciones empiezan así. Cuando triunfan se celebran durante siglos sin preocuparse demasiado de su relativa espontaneidad o de los fundamentos jurídicos de su desencadenamiento. La historia no es un seminario de derecho.
Después de la dictadura de Hosni Mubarak, era ilusorio imaginar que la prolongada asfixia de la vida política y el debate de las contradicciones no influirían en las primeras elecciones. En esos casos a menudo los electores confirman la influencia de las fuerzas sociales o institucionales mejor estructuradas (las grandes familias, el ejército, el antiguo partido único) o la de los grupos organizados que armaron sus redes clandestinas para escapar de la represión (los Hermanos Musulmanes). El aprendizaje democrático sobrepasa ampliamente el tiempo de unas elecciones (1).
Promesas incumplidas, dirigentes elegidos por los pelos y que enseguida se ven enfrentados a la desafección o la cólera de la opinión pública, gigantescas manifestaciones organizadas por coaliciones heterogéneas: en los últimos años otros países además de Egipto han vivido situaciones semejantes sin que por ello el ejército tomase el poder, encarcelase sin juicio al jefe del Estado y asesinase a sus militantes. En caso contrario se llama golpe de Estado.
Los países occidentales no utilizan ese término. Árbitros de la elegancia diplomática, parecen considerar que algunos golpes -Malí, Honduras, Egipto- no son tan inadmisibles como otros. En principio Estados Unidos apoyó a los Hermanos Musulmanes y después mantuvo su ayuda militar a El Cairo cuando los militares «depusieron» al presidente Mursi. Una alianza conservadora entre el ejército y los Hermanos Musulmanes era el escenario soñado de Washington. Se cayó. Con la alegría al mismo tiempo de los nostálgicos del antiguo régimen, los nacionalistas «nasserianos», los neoliberales egipcios, los salafistas, la izquierda laica, las monarquías saudíes. Forzosamente habrá decepcionados entre ellos…
Aunque Egipto está en bancarrota el enfrentamiento entre los militares y los islamistas apenas concierne a las opciones económicas y sociales, que no han cambiado desde la caída de Mubarak. Pero no es lo mismo que ese enfrentamiento desemboque en unas elecciones o lleve a un golpe de Estado, ¿para qué sirve una revolución si no cambia precisamente eso? Los nuevos dirigentes subordinan la salvación de su país a las ayudas económicas (12.000 millones de dólares) de los Estados del Golfo, en particular de la muy reaccionaria Arabia Saudí (2). Si se confirma esta opción los juristas dirán y maldecirán, el pueblo egipcio volverá a la calle.
Notas:
(1) Leer Alexis de Tocqueville, «Chacun a son rang», Le Monde diplomatique, abril de 1998.
(2) Leer «Impunité saoudienne», Le Monde diplomatique, marzo de 2012.
Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/2013/08/HALIMI/49554